- Tres diferentes especies de tortugas marinas llegan hasta las costas de Uruguay para alimentarse. Allí son víctimas de la pesca incidental, la contaminación por plásticos y la hipotermia.
- El Centro Karumbé se ocupa de su rescate y recuperación, y también levanta información con la que ya se han publicado más de 100 investigaciones científicas.
El Cerro Verde, un promontorio que cae en suave pendiente hacia las aguas del Atlántico, es una atalaya perfecta situada en un rincón del noreste uruguayo, no muy lejos de la frontera con Brasil. Desde ella se puede apreciar la espuma que forma un mar siempre encrespado y extender la vista hacia la amplia playa vecina o el horizonte lejano. Pero además, permite disfrutar del espectáculo de las tortugas marinas que asoman sus cabezas y caparazones para volver a sumergirse en busca de las algas que crecen sobre las rocas y son su principal alimento.
Aunque menos conocidas que en otras latitudes, durante la temporada estival las tortugas marinas visitan el sur del Atlántico Suroccidental, desde el Estado brasileño de Santa Catarina hasta donde comienza la Patagonia Norte, en Argentina, para alimentarse. A través de esos miles de kilómetros de mar, tres especies son las más frecuentes. La tortuga verde (Chelonia mydas) prevalece por absoluta mayoría sobre la cabezona (Caretta caretta) y la siete quillas o laúd (Dermochelys coriacea), que no se acercan tanto a las costas. Todas ellas comparten ecosistemas, condiciones climáticas, alimento y también las amenazas que ponen en peligro su futuro: la pesca incidental, la ingestión de plásticos y la hipotermia.
En La Coronilla, el pueblo más cercano al Cerro Verde, se encuentra una de las sedes de Karumbé (nombre que los guaraníes dan a las tortugas). Esta ONG fundada en 1999 se ha convertido en centro de referencia para el estudio, la investigación, la rehabilitación y la conservación de las especies de tortugas marinas que recorren el litoral del Uruguay.
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El rescate de las tortugas
“Cuando llega un animal primero le reviso las aletas, los ojos, el caparazón, si le salen hilos por la boca o la cloaca, si tiene amputaciones, si están gordos o flacos, si acepta que lo toque o se resiste”, explica Virginia Ferrando, doctora veterinaria que tiene a su cargo la rehabilitación de las tortugas enfermas que llegan al Centro. Su evaluación continúa en el agua para comprobar su capacidad de flotación: “Veo si pueden hundirse y salir para respirar. Los [individuos] que están enfermos casi siempre flotan de más”, cuenta la experta, pero también el modo de flotar le da información acerca de la lesión o enfermedad que pueda tener el animal. “No flota igual el individuo con un problema de pulmón que si sufre una obstrucción intestinal”, explica la especialista.
Ese primer estudio es clave para determinar la conducta a seguir, aunque por norma la idea es no prolongar en demasía la permanencia en el Centro, ya que la meta en todos los casos es la liberación. “Karumbé no tiene capacidad para que un ejemplar se quede de manera permanente. La primera semana es clave. Si notamos que no hay mejoría significa que sus posibilidades de sobrevida serán muy escasas; si se va recuperando seguimos su evolución hasta decidir el momento óptimo de devolverlo al mar”, explica Ferrando. El nivel de éxito de rehabilitación oscila entre un 40 y un 60 %.
El pasado 3 de febrero, Karumbé cumplió 23 años y más de 600 tortugas llevan recuperadas en este tiempo gracias al esfuerzo de directivos, científicos y voluntarios. “Es una ONG familiar a la que le ponemos muchas pasión”, la define el investigador Alejandro Fallabrino, director ejecutivo y uno de sus fundadores. El tiempo transcurrido y el trabajo realizado han logrado que ante la aparición de una tortuga en cualquier playa uruguaya suene el teléfono de Karumbé para solicitar su rescate, una labor no siempre sencilla. “A veces vamos en ómnibus y no tenemos un cuatrimotor para cargarlas. Hace poco debimos trasladar un ejemplar de 40 kilos en una carretilla”, cuenta Fallabrino.
Los tanques de agua de dos o tres metros de diámetro se alinean en el reducto de La Coronilla, pero no todos están ocupados por ejemplares rescatados. Algunos son capturados para realizar trabajos de investigación, el otro punto fuerte del Centro. Se les toma muestras de sangre y materia fecal con el objetivo de valorar los niveles de plásticos que almacenan en el aparato digestivo.
Las amenazas
El éxito de más de 30 años de trabajos de conservación en las áreas de anidación parecen inclinar la balanza a favor del crecimiento en el número de tortugas. De hecho, “la tendencia de varamientos que observamos en nuestras costas es al alza, lo que podría entenderse como una mayor presencia de ejemplares o una permanencia durante más meses en el año”, sugiere Gabriela Vélez-Rubio, bióloga, doctora en Biodiversidad y coordinadora científica de Karumbé. Esto último, sin embargo, “también habla de amenazas que no disminuyen”, agrega.
En marzo de 2021, 15 tortugas verdes aparecieron muertas en la costa. Habían quedado atrapadas en redes ilegales, colocadas por pescadores sin registro ni permisos. Este tipo de reportes se repite cada tanto en el litoral del Uruguay y pone sobre la mesa una de las grandes amenazas que encuentran estos animales en su migración anual hacia el sur del Atlántico.
Los daños provocados por la pesca incidental provocan el mayor número de muertes, pero los causados por la basura que flota en el agua o se enreda entre las algas producen los efectos más dramáticos. Plásticos duros y blandos, trozos de poliespuma o telgopor, gomas y tanzas (hilos de pesca) acaban invadiendo las vísceras de las tortugas causándoles un sinfín de padecimientos. “En Uruguay, al acercarse más a la costa que en Brasil o Argentina, se da el porcentaje más alto de fallecimientos por plásticos”, apunta Fallabrino.
“Las obstrucciones son la patología más grave”, asevera Virginia Ferrando: “Un trozo grande que quede atrapado en cualquier punto del aparato digestivo puede terminar tapándolo todo. Hemos tenido animales con hasta un kilo de plástico en su cuerpo”, agrega.
Pese a ello, estos animales poseen la capacidad de seguir viviendo durante mucho tiempo. “Son muy resistentes. Continúan comiendo aunque estén bloqueados, lo que ocurre es que no aprovechan ningún nutriente y se van debilitando hasta morir por inanición. Es una muerte muy, muy lenta”, relata Vélez-Rubio. La temporada más cruenta fue la de 2012, cuando más de 300 tortugas murieron en las costas uruguayas por este motivo, recuerda Alejandro Fallabrino.
Los sedales de las cañas de pescar generan también otros males. Por ejemplo, estrangulan y mutilan las aletas o las patas cortando la irrigación sanguínea. “Un individuo puede sobrevivir sin una de esas partes, o incluso sin dos siempre que no sean del mismo lado, pero queda más expuesto a cualquier depredador”, indica Ferrando.
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El trabajo de educación
Marcelo Kurta está debidamente acreditado como pescador artesanal. Su barca se encuentra amarrada en Playa Verde y conoce muy bien lo que implica pescar involuntariamente un ejemplar de tortuga: “No es nada agradable ni deseado. Antes era distinto, pero ahora hay más conciencia. Ya nadie come tortuga ni le extrae el caparazón para la venta”, asegura.
El trabajo de divulgación y educación realizado por Karumbé ha tenido mucha influencia en ese cambio de mentalidad de quienes sostienen sus economías con la captura de peces. “Están muy presentes en toda la costa”, confirma Kurta. “Trabajar con los pescadores es prioritario para reducir la amenaza. No se les puede decir que no pesquen más y mientras salgan al mar habrá interacción, entonces se debe buscar la manera de que sea lo menos negativa posible”, opina Gabriela Vélez-Rubio.
Desde su experiencia, Marcelo Kurta percibe que la interacción ha disminuido. “Es debido al tipo de pesca. En la época que sabemos que hay tortugas no dejamos caladas las redes de un día para el otro, sino que las levantamos en el mismo día”, cuenta. Además, calamos bien al fondo, donde es más difícil que ellas se muevan. De esa manera, si hay alguna tortuga enmallada casi con seguridad está viva y podemos liberarla en ese momento”, explica el pescador.
Aun así, siguen cayendo ejemplares en las redes de pesca, pero el trato que reciben en el primer momento ha cambiado de manera radical gracias a un estudio reciente. “En la Universidad de Valencia se descubrió que las tortugas sufren síndrome de descompresión, igual que los buzos. El ascenso brusco desde las profundidades llena de burbujas de aire su sistema circulatorio. Quedan en estado agonizante aunque en apariencia parezca que están bien y pueden llegar a ahogarse”, comenta la doctora Vélez-Rubio. El hallazgo propició un giro en la actitud que se debe tomar a bordo. “Antes les decíamos a los pescadores que las dejen en cubierta por lo menos 24 horas. Ahora les pedimos que las liberen enseguida para ver si son capaces de compensar los niveles de oxígeno y seguir adelante”, concluye Vélez-Rubio.
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Cambio de comportamiento
En la temporada de invierno, las tortugas emprenden el retorno hacia el norte buscando un ambiente más cálido, pero en los últimos años los cambios en la temperatura del mar han generado una nueva amenaza: la hipotermia.
La tortuga verde es un reptil tropical que necesita aguas por encima de los 18º C. “A medida que baja de este nivel va dejando de alimentarse”, indica Gabriela Vélez-Rubio, “sin embargo, estarían empezando a tolerar temperaturas más bajas”, asegura.
Andrés Jaureguizar, doctor en Biología especializado en Ecología Marina, explica que debido al cambio climático “se modificó el patrón de vientos que antes soplaba desde el norte”. Según el experto, los vientos ahora soplan desde el noreste y esto hace que la masa de agua cambie de lugar y se desplace hacia el sur. “De esta manera, donde antes el agua tenía 17ºC, hoy hay 18ºC”, explica Jaureguizar. Esto implica que, por ejemplo, las especies migratorias aparezcan más temprano o se marchen más tarde de los sitios que frecuentan.
Los cambios podrían propiciar que las tortugas más jóvenes prefieran entrar en estado de brumación —semejante a la hibernación de los mamíferos— en lugar de gastar sus energías en el viaje hacia el norte. “Bajan sus metabolismos casi a cero y se quedan quietas en el fondo hasta que cambian las condiciones”, explica.
El peligro de esta conducta es lo que se denomina “trampa ecológica”. Las tortugas se quedan, pero cuando sucede un evento de bajada brusca de la temperatura y dura varios días, empiezan a flotar o aparecen varadas en las playas, víctimas de hipotermia. “Estamos notando que cuando hay varios días de temperatura del mar por debajo de los 10ºC hay hasta 20 varamientos diarios. Esto significa que no han migrado y se quedan en la zona”, cuenta la doctora Ferrando.
La hipotermia es la menos mortal de las patologías que afectan a las poblaciones en el Atlántico Suroccidental. “El éxito de recuperación es de un 80 %. Les damos calor para que recuperen la actividad metabólica y empiecen a comer. Solo mueren las que se complican con neumonías, infecciones secundarias o problemas digestivos”, dice la veterinaria de Karumbé. Aunque para que ello ocurra deben ser tratadas a tiempo. Desde 2012, el Centro procura que sea así y lanza alertas tempranas cuando comienza una ola de frío intenso, aprovechando que el descenso en la temperatura del agua se da algunos días más tarde que en tierra. “La idea es que todo el mundo esté más atento a los varamientos para asistir a los individuos afectados lo más rápido posible”, comenta Vélez-Rubio.
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La falta de presupuesto
Los mayores éxitos de Karumbé pueden verse en el campo del conocimiento. Los datos recogidos y las observaciones e investigaciones realizadas han propiciado la presentación de más de un centenar de trabajos científicos. Su trabajo ha logrado que la zona de Cerro Verde y las Islas de La Coronilla haya sido incluida en el Sistema de Áreas Protegidas del Uruguay y que se haya prohibido la pesca y consumo de tortugas marinas.
Pese a todos estos logros, la falta de presupuesto complica los esfuerzos de conservación. Sin apoyos estatales ni privados casi desde su fundación, el Centro subsiste gracias a la venta de productos de marketing en la “Tortutienda” de La Coronilla y al aporte de los voluntarios extranjeros que acuden en la temporada de verano.
A Fallabrino le preocupa, además, que en la última revisión de la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), algunas de las especies de tortugas del Atlántico Suroccidental fueron bajadas de categoría de amenaza. Eso, según dice, “repercute en una menor financiación para investigación y conservación en general. Es como si no se visualizara que las amenazas son cada vez más fuertes”, dice.
Para el experto, aunque hoy se ven más tortugas que cuando empezaron a trabajar en la zona, proteger las áreas de alimentación es clave para que el éxito obtenido hasta ahora sea sostenible en el tiempo.
*Imagen principal: A las tortugas con hipotermia se les entrega calor para que recuperen la actividad metabólica y empiecen a comer. Foto: Karumbé
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