- Mongabay lanza virtualmente el libro Una Tormenta Perfecta en la Amazonía de Timothy J. Killeen, académico y experto que ha estudiado la selva tropical de Brasil y Bolivia, donde vivió más de 35 años.
- Los 13 capítulos de esta segunda edición la publicaremos por entregas y en tres idiomas: castellano, inglés y portugués.
Si bien su temprana afición como boy scout lo acercó a la naturaleza y a distintas actividades al aire libre en Estados Unidos, Timothy J. Killeen recuerda con especial cariño el viaje de mochilero de 18 meses con el que recorrió toda América, desde Alaska hasta Tierra del Fuego. Conoció las Islas Galápagos en Ecuador, la Patagonia chilena, el Callejón de Huaylas en los Andes de Perú y muchos parajes naturales más de Sudamérica. “La vida silvestre era realmente impresionante. Tanto que al volver a Estados Unidos hice un giro profesional”, comenta.
Desde entonces, su curiosidad lo llevó a distintas disciplinas: botánica, taxonomía, drendología -ciencia que se centra en la identificación de especies arbóreas- y finalmente ecología. Todas ellas, a su manera, le permitieron comprender el delicado y fascinante entramado de nuestros ecosistemas.
En total, Killeen ha pasado más de 30 años en Sudamérica, donde sus iniciativas académicas le abrieron las puertas a procesos pioneros para frenar la deforestación y el cambio climático, como la creación de áreas naturales protegidas y la asesoría de los primeros estudios de impacto ambiental en Bolivia. A ello le siguió su trabajo como asesor en sostenibilidad de las cadenas de suministro agrícola y evaluar la viabilidad de nuevos modelos empresariales de biocomercio en Brasil.
Mongabay Latam conversó con Tim a pocos días de lanzar virtualmente y en tres idiomas (español, inglés y portugués) su libro Una Tormenta Perfecta en la Amazonía, una publicación que ofrece una mirada transversal de los bosques de nueve países, que abarca su biodiversidad, el clima, las actividades productivas, los delitos ambientales que la acechan y la geografía en una sola narración.
—¿Cómo se abordaban los temas de conservación y de desarrollo sostenible en sus años universitarios?
—Yo fui a la universidad en los años 70 y, en ese entonces, el movimiento era el de la protección de especies en peligro de extinción. La deforestación aún no era un tema candente, pero sí motivo de preocupación para los biólogos. Durante mi viaje como mochilero con la que entonces era mi esposa, realmente pude apreciar la naturaleza y dejé la genética de las plantas. Me dediqué a la botánica y gracias a unas becas de la OEA pasé tres años en una estación de campo en Bolivia, desde 1984. El pueblo se llamaba Concepción y quedaba al sur oriente de la Amazonía, era un bosque que conectaba con la sabana del bioma del Cerrado en Brasil. Fue un momento formativo que me permitió empezar a trabajar, luego de volver y obtener el doctorado en la Universidad de Iowa State.
—¿Cómo mantuvo el vínculo con lo que ocurría en este lado del sur de América?
—Fue gracias al trabajo como representante del Jardín Botánico de Missouri en Bolivia hasta inicios de los años 90, la década en que el tema de biodiversidad empezaba a surgir con fuerza, aunque el concepto ya existía desde antes.
—Ha estado en momentos clave en que se reconfiguraban conceptos de corte ambiental o que, en todo caso, empezaban a cobrar mayor importancia ¿Fue así también con el cambio climático?
—Sí, el cambio climático era algo que solo se discutía entre científicos en los años 70. Tenía amigos muy apasionados en contra del uso de la energía nuclear, pero yo les decía que el cambio climático iba a ocurrir, eventualmente, debido a los combustibles fósiles. Pero al estar en Bolivia en los años 80 me di cuenta que el tema de la deforestación era terrible. Recuerdo claramente cómo había atardeceres en que el cielo era de color rojo, debido a la cantidad de humo que llegaba a la atmósfera porque todo el sur de Santa Cruz se quemó. Incluso, en esos días, hice un viaje de un día y medio por carretera al Museo de Historia Natural Noel Kempff y ambos lados de la vía estaban negros. Todo producto de incendios en los bosques.
—¿Cómo era la comunidad científica en Bolivia en ese entonces?
—La comunidad científica era pequeña, apenas había un par de PhD, dos chicos con maestrías y muchos estudiantes. Por lo que primero participé en la formación de institucionalidad, es decir, firmar convenios de trabajo con museos como el Museo Nacional de Historia Natural de Bolivia (La Paz) y el Museo de Historia Natural Noel Kempff (Santa Cruz). Así fue como en los años 90 nos dedicamos a capacitar gente para hacer trabajo de campo. Además, en esa década empezaron a crearse las áreas naturales protegidas y participé en los sistemas de conservación.
—¿Todos eran estudiantes universitarios?
—No, había muchas personas diversas, autodidactas, otros aficionados a las orquídeas o a las aves. Yo aprendí mucho de ellos porque eran mejores botánicos que yo (risas). Todos estos espacios siempre fueron dirigidos por bolivianos y me dio mucha satisfacción canalizar mis esfuerzos a través de los museos, porque nos acerca a estudiantes, a quienes pude asesorar en tesis y proyectos a pesar de no dictar en aula.
—¿De qué manera estas experiencias se tradujeron en trabajos académicos?
—Pienso que hubo una evolución de mi carrera: fui botánico y coleccionista de plantas; fui taxónomo y tengo 7 especies descritas y publicadas como especies nuevas en la familia de las gramíneas (pastos); también organicé un proyecto para editar, con un equipo de botánicos jóvenes, la Guía de Arboles de Bolivia. Después, aplicando nuevas metodologías para estudiar comunidades vegetales, empezamos a hacer proyectos con estudiantes para las parcelas de seguimiento (en los años 90). Así generamos una red con identificación y datos cuantitativos forestales.
—Tanto los inventarios como las parcelas de seguimiento son dos temas que llaman la atención porque son de largo aliento. ¿Quizá eso le permitió notar y analizar los cambios que venían ocurriendo en la biodiversidad?
—Cierto, al principio empezamos a nivel local y en un solo parque, luego ampliamos a una cuenca. En paralelo, en otros países surgía el mismo interés: Brasil, Perú, Colombia empezaron a hacer lo mismo. A fines de los 90 se creó la Red Amazónica de Inventarios Forestales (RAINFOR), un estudio que empezó con 80 parcelas y ahora tiene más de 10 mil parcelas en redes globales. Cada dos años, se regresa a las parcelas y se vuelve a contar árboles, tomar medidas, analizar tasas de crecimiento, etc. Cuando eso se pone en un banco de datos continental, se pueden hacer preguntas sobre biodiversidad: ¿por qué en algunos lugares hay más o menos [especies] que en otras?
—¿Cómo fue el trabajo que realizó con la NASA en esos años?
—Yo trabajaba con un equipo de jóvenes científicos en el Museo de Historia Natural Noel Kempff y muchas instituciones venían del extranjero a Santa Cruz con sus proyectos. Así me encontraban en el museo, ayudándolos a firmar su convenio. Igual fue con la NASA, que sabían de mi existencia y les presté hasta mi Jeep para que recorran las zonas de deforestación. En ese entonces, realizaban sus primeros estudios continentales de deforestación (a cargo de Jim Tucker) y seleccionaron a Bolivia como primer país a analizar por la falta de nubes. Como sabes, en Brasil, Perú y Ecuador los bosques tienen muchas nubes y en esa época eso era un problema. Al principio los ayudé a verificar datos y coordenadas. De a pocos, nos enviaban imágenes satelitales, nos empezaron a entrenar en el uso del software, nos ayudaron a comprar computadoras adecuadas, a armar un banco de datos y así creamos un Laboratorio de Geografía en el museo.
—¿Cómo utilizaron esa información privilegiada?
—La fuimos cruzando con lo que obteníamos de las parcelas de inventarios forestales, es decir, mirando la naturaleza y relacionándolo con las imágenes a nivel de paisaje, haciendo mapeos de comunidades vegetales. En ese momento también se pudo hacer estudios sobre cuánto carbono absorben los árboles. Hasta el 2015 era claro que los bosques captaban más carbono de lo que emitían. Hoy ambos están en cero, al mismo nivel, y la preocupación es que con toda la deforestación actual los bosques están dejando de ser captadores. Ese es un gran problema.
—¿Es así como llega al tema del cambio climático y se empieza a gestar el libro Una Tormenta Perfecta en la Amazonía?
—Es que el desarrollo, la deforestación y el cambio climático están muy ligados. Eso lo vi de cerca en Santa Cruz (Bolivia) donde hubo un desarrollo muy rápido, a causa del avance de la deforestación, de las fronteras agrícolas, del sector petrolero, minero y de gas. Y la gente me buscaba para que participara en proyectos donde necesitaban Estudios de Impacto Ambiental (EIA). Por ejemplo, participé en el desarrollo de una carretera asfaltada entre Bolivia y Brasil, que hasta el año 2000 no existía. Así pude ver muchos cambios y conocí a mucha gente de distintos sectores, desde jefes de comunidades e ingenieros de obra hasta banqueros que financiaban los proyectos. Igual pasó después con el gaseoducto, las minas de cobre, el cultivo de soya y la ganadería.
—¿Qué aprendió de todos estos grupos humanos?
—Fui entendiendo cómo funcionaban sus sistemas de producción, es decir, cómo ganan la plata. Por ejemplo, los ganaderos siempre se quejaban de los jaguares y los cazaban hasta los años 80 para vender su piel en el mercado legal. Pero luego de las CITES eso cambió, y por eso mi libro habla de éxitos y fracasos. Porque en los 80 la lucha fue pelear contra el tráfico de animales y cueros de caimanes, etc. Era algo real. También hay que entender que hay un sistema que se replica generación tras generación, que no todos son criminales. Las luchas van cambiando, se obtienen algunos logros y después surgen nuevos problemas.
—Toda esta experiencia se había desarrollado entre Bolivia y Brasil ¿Cómo así amplía su campo de estudio hacia la Amazonía que abarca a nueve países?
—Si bien mucha de mi visión proviene del contacto con la gente del campo en Bolivia, con Conservación Internacional empecé a viajar y a entender otras partes de la Amazonía. Así fue como lancé la primera edición de Una Tormenta Perfecta en la Amazonía en el 2007, un estudio más pequeño que me hizo mirar todo de manera transversal, geográfica y sectorialmente: el clima, la producción, el bosque y la geografía en una sola narrativa. Ojo, uso como fuentes a especialistas de cada tema porque sería imposible que yo sea especialista en todo.
—¿Qué es lo que busca con esta nueva edición extendida en el 2023?
—Intento explicar la Amazonía respondiendo a las preguntas: ¿dónde estamos? ¿cómo llegamos aquí? ¿quiénes son las personas que viven en ella? ¿por qué actúan y se mueven como lo hacen? Aunque yo soy académico, ofrezco una visión menos académica y más cercana de quienes viven y trabajan en la Amazonía. No todos son ilegales, no todos saquean tierras del Estado, no todos deforestan. Porque, aunque estas personas existan, no son los únicos. Dada mi experiencia y cercanía, mi perspectiva se sostiene en los procesos que nos llevan a donde estamos.
—¿Cómo abordar estos procesos en un contexto de urgencia ambiental como el que se vive en el 2023?
—Los números no son alentadores. En el 2022, la cantidad de oro que salió del sector informal de la Amazonía fue equivalente a US$ 8.5 mil millones de dólares. Mientras que, desde el lado de la conservación, el Amazon Fund –liderado por Brasil con el apoyo de Noruega, Alemania y otros países– no llega a tener ni US$ 1000 millones para proteger la Amazonía durante 10 años. Las cifras no cuadran y las narrativas que hablan de planes y programas son poco realistas.
—¿Cómo hablar de vigencia sobre lo presentado en tu libro si cada año las cifras son cada vez más alarmantes?
—Es un sistema sin fin porque las cosas van cambiando y yo voy capítulo por capítulo haciendo la actualización. Mi libro, en cinco años, seguirá siendo necesario y estará vigente. Porque cada dos años aparece un nuevo proyecto de infraestructura y se reavivan las luchas ambientales, se muestra que no es necesario, que no es viable económicamente, que es peligroso. Es algo que nunca termina, a menos que se haga la carretera. Y si no se logra, después vuelven a insistir.
—¿No temes que este mensaje se lea de forma alarmista o, como mínimo, pesimista sobre el futuro?
—Habría que verlo de otra forma. Nuevamente, un ejemplo: las represas que modifican la funcionalidad de los ríos amazónicos son una preocupación y hemos perdido batallas grandes en la última década en Brasil, con la construcción de las represas de San Antonio y Jirau, cuyos impactos son muy dañinos para el ecosistema. Pero lo que no se recuerda es que había cinco proyectos similares más en Brasil y otros seis en Perú, con represas que iban a levantarse sobre los ríos Inambari, Marañón y el Ene, entre otros. ¿Qué ocurrió? Las organizaciones ambientales y la sociedad civil han impedido que se ejecuten, demostraron que eran económicamente inviables y ahora se entiende que eran parte de la corrupción de Lava Jato. Repito: hay éxitos, están documentados y hay que recordárselo a la gente. De hecho, Bolsonaro quiso reflotar varios de esos proyectos y tenía otros nuevos. Esta lucha nunca termina porque cambian los vientos políticos y volvemos a estar en lo mismo. Así pasó también en Bolivia con Evo Morales que todos pensaron que sería amigo de la conservación, pero no fue así.
—Finalmente, ¿qué espera de la publicación de su libro a través de Mongabay Latam y en tres idiomas?
—Es un regalo del cielo. Porque vamos a serializar el libro y a publicarlo en entregas pequeñas que son extractos textuales, de modo que sea más accesible para la gente. Nadie tiene tiempo de sentarse a leer un libro de 1300 páginas. Además, nuestra alianza con Mongabay nos permite llegar a cientos de miles de lectores, cosa que es preferible a 400 descargas gratuitas por capítulo. Sabemos que nuestro mensaje está teniendo la mejor oportunidad de difusión.
“Una tormenta perfecta en la Amazonía” es un libro de Timothy Killeen que contiene los puntos de vista y análisis del autor. La segunda edición estuvo a cargo de la editorial británica The White Horse en el año 2021, bajo los términos de una licencia Creative Commons (licencia CC BY 4.0).
Imagen principal: Tim sigue visitando con frecuencia la Amazonía. Esta imagen es de una viaje reciente en el 2022. Foto: Timothy J. Killeen
———
Videos | Los bosques que perdimos: ¿Cómo combatir la deforestación con datos incompletos?
Si quieres conocer más sobre la situación ambiental en Latinoamérica, puedes revisar nuestra colección de artículos aquí.
Si quieres estar al tanto de las mejores historias de Mongabay Latam, puedes suscribirte al boletín aquí o seguirnos en Facebook, Twitter, Instagram, YouTube, LinkedIn, WhatsApp, Telegram, Spotify, TikTok y Flipboard