- Los bioarquitectos están reviviendo técnicas tradicionales de construcción utilizadas desde los siglos XVI y XVII, para dar origen a una nueva escuela de bioconstrucción de vanguardia destinada a reducir la huella ecológica del sector de la construcción, ávido de cemento.
- Los bioedificios se construyen con materiales naturales, son duraderos, energéticamente eficientes, más saludables y, a menudo, presentan una mejor resistencia a los terremotos. Construidos con materiales locales por trabajadores capacitados localmente, con paredes fácilmente reciclables al final de la vida útil de un edificio, los bioedificios pueden formar parte de una economía circular y beneficiar así a la humanidad y a la naturaleza.
- La bioconstrucción podría reducir radicalmente las emisiones de carbono del sector de la construcción al refrenar la producción de cemento. No obstante, enfrenta una batalla cuesta arriba contra códigos de construcción obsoletos y una enorme y bien arraigada industria del cemento y de la construcción.
Cada mañana, cuando Laura Alba llega a su oficina en el centro cultural Imagina en las afueras de León, en el estado de Guanajuato, en el centro de México, se rodea de un ambiente especial. Y no se debe solamente a que ama su trabajo al frente de una organización sin fines de lucro que educa a niñas y niños pobres. “Es un lugar bellísimo donde tengo muchos momentos mágicos”, dice sobre el edificio donde trabaja y que está ubicado en uno de los barrios más peligrosos de la ciudad.
Imagina tiene su sede en un edificio literalmente innovador: se trata de un gran centro de varios pisos, construido principalmente con adobe de arcilla extraída localmente. Es el primer edificio público moderno en México para cuyo diseño se usaron técnicas de bioconstrucción.
La armonía como principio
Con sus paredes de adobe de tonos ocres, que parecen elevarse desde la tierra misma, sus dos cúpulas coloradas que buscan, con elegancia, alcanzar el cielo y su techo parcialmente cubierto con paneles solares, el amplio centro cultural llama la atención. Sus ventanales circulares, sus paredes de ladrillos artesanales de patrón abierto y sus entradas abovedadas, todo ello invita a la luz natural, lo que reduce el uso de electricidad.
Dentro, el espacio también se siente bien: la ventilación es excelente y las temperaturas agradables se mantienen sin aire acondicionado durante todo el año. El centro está flanqueado por un huerto, un jardín y un bosque donde habitan árboles frutales. El edificio también presume de baños de compostaje.
Sin embargo, lo que hace que este espacio público sea revolucionario es que no se construyó con el ubicuo cemento de la sociedad moderna, sino con materiales locales: adobe, madera y ladrillo. De hecho, los 3500 metros cuadrados pretenden servir de demostración osada de los principios de la bioconstrucción.
Imagina es mucho más que eso, dice Alba. “El edificio es importante por su sostenibilidad, pero también por su impacto social en la comunidad”. Esta integración fluida de arquitectura y propósito es indicativa de la bioconstrucción, una técnica de construcción holística que apunta a una economía circular que minimice los desperdicios y beneficie a la gente.
“La armonía es el principio clave”, declara Peter van Lengen, el arquitecto principal de Imagina. “Los edificios tienen que estar en armonía con la naturaleza y la comunidad que los rodean”.
Esto implica no sólo el uso de materiales locales y ecológicos, sino también la contratación y capacitación de un grupo de artesanos y artesanas locales. Luego de recibir un curso acelerado sobre la construcción con arcilla, se contrató a 130 albañiles de uno de los barrios de la ciudad para que realizaran el proyecto de construcción de dos años.
Si bien esta forma de arquitectura con adobe es una tradición que tiene varios siglos de antigüedad en México, en la actualidad ha sido prácticamente olvidada y sólo quedan unos pocos trabajadores que recuerdan cómo se hace. No obstante, este no es un problema muy grande, dice Lengen. “Todos pueden aprender a hacerla”.
De hecho, van Lengen sabe de qué habla. Él es el hijo de Johan van Lengen, cuyo libro Manual del arquitecto descalzo alcanzó la fama en la década de los ochenta. Es un tomo que hoy en día se reconoce como la biblia de la bioconstrucción.
El sueño de una nueva era de la construcción
Cuando el edificio de Imagina se completó en 2016, su inauguración fue todo un evento social, al que asistieron el gobernador del estado, el alcalde de la ciudad y también quienes lo construyeron, incluido un orgulloso grupo de jóvenes exdrogadictos. “Gracias al diploma, muchos de ellos han conseguido trabajo en otros lugares”, comenta Alba.
La finalización de Imagina fue un sueño hecho realidad también para van Lengen. “Pensé que sería el comienzo de una nueva era de la bioconstrucción”, dice, porque la gran inauguración de 2016 casi coincidió con un momento crucial de la diplomacia internacional, al producirse menos de un año después de que se alcanzara el histórico Acuerdo de París sobre el clima.
La bioconstrucción se vio entonces como una manera de reformar y transformar el sector de la construcción, actividad que representa aproximadamente el 40 % de las emisiones mundiales de CO2. Una cantidad significativa de estas emisiones de carbono se debe al “material de construcción, especialmente el cemento”, dice van Lengen; la industria del cemento es responsable de lo que se estima en el 8 % de las emisiones globales .
El proceso de producción de cemento Portland, ideado en 1825, comienza hoy con la extracción a gran escala de piedra caliza (carbonato de calcio) y minerales que contienen sílice, como la arcilla. Estos reaccionan químicamente dentro de hornos industriales gigantes, cuyas altas temperaturas, superiores a 1500° Celsius, exigen muchísima energía. El “clínker” resultante se mezcla con yeso, se muele hasta obtener un polvo fino y, cuando se añaden agua y agregados como grava, se convierte en hormigón, el material artificial más utilizado en la Tierra.
La industria del cemento produce 2800 millones de toneladas métricas de emisiones de CO2 cada año en todo el mundo. Además de su enorme demanda de energía, también es conocida por sus altos niveles de contaminación del aire peligrosos para la salud humana, y las plantas de cemento en Estados Unidos y en otros lugares a menudo se ubican en zonas de bajos ingresos. Gran parte de los más de 4000 millones de toneladas métricas de cemento que se producen anualmente se destinan a edificios de hormigón convencionales.
Cautivar a un público más amplio
En la inauguración de Imagina, la esposa del gobernador del estado, María Eugenia Carreño, quien entonces presidía el departamento de asistencia social de Guanajuato, se enamoró tanto del nuevo edificio que luego envió a un grupo de jóvenes profesionales a capacitarse con el equipo de construcción del centro cultural. Tenía la esperanza de copiar el modelo de Imagina en otras ciudades mexicanas, pero no pudo lograrlo. Van Lengen siguió adelante y su empresa, Tibárose, sigue prosperando, con oficinas tanto en México como en Brasil.
Otros también se están sumando a la ola de la bioconstrucción y educando a una nueva generación de bioconstructores. “Comenzó en los años setenta con los hippies, luego trabajé mucho para organizaciones no gubernamentales en comunidades rurales y hoy en día recibo a muchos doctores e ingenieros, generalmente preocupados por su huella ecológica”, dice Alejandra Caballero. “Hoy recibimos a más personas de orígenes diversos, interesadas en la bioconstrucción”.
Caballero, una mujer de cabello gris que siempre viste overol, es la directora de la escuela de bioconstrucción más famosa de México, el Proyecto San Isidro, situada en las afueras del pintoresco pueblo de Tlaxco, a poca distancia de Ciudad de México.
Su escuela consta de media docena de edificios de arcilla (dormitorios con baños, cocina y una biblioteca con techo verde), cada uno con un diseño único, que utiliza y muestra diferentes métodos de bioconstrucción.
Las universidades no lo enseñan
Arquitectos y arquitectas jóvenes han comenzado a realizar prácticas en Proyecto San Isidro para aprender directamente de Caballero. Una de ellas es Carla Godinez, de 30 años. “Me gustaría incluir la bioconstrucción en mi cartera porque veo que el interés de mis clientes está aumentando”, dice. “Las universidades apenas ofrecen cursos de bioconstrucción”, agrega. “Y el conocimiento normal de arquitectura no es de mucha utilidad [en bioconstrucción] porque se construye con materiales completamente diferentes que tienen propiedades completamente diferentes”.
Hay muchos secretos tradicionales que hay que aprender: por ejemplo, cuando se construye un baño con barro o se sella una pared exterior, se debe hacer que sea resistente al agua. Esto requiere una técnica de enlucido de 2000 años de antigüedad llamada estuco marroquí, para el que se necesita mezclar adobe con cal en proporciones precisas y luego pulir con piedras de ágata u obsidiana. El resultado es una superficie lisa, marmoleada e hidrófuga.
La bioconstrucción no es rápida. Se necesita paciencia y cierto nivel de delicadeza artesanal. Terminar un baño de adobe requiere días, si no semanas, y no sólo unas pocas horas de colocación de azulejos, como en el caso de un baño moderno. Sin embargo, como cualquiera puede aprender sus técnicas de construcción, a menudo se puede hacer más barato, lo que hace que los costos de una biocasa sean similares a los de una casa convencional.
La narrativa tóxica de los tres cerditos
La bioconstrucción tiene muchas otras ventajas además de la menor huella ecológica. Como se vio con Imagina, en lugar de requerir maquinaria pesada, la bioconstrucción exige habilidades prácticas, por lo que genera muchos puestos de trabajo y, por lo tanto, una economía local más sana y resiliente. La bioconstrucción también se puede usar como un ejercicio en la construcción comunitaria, tal como se hizo en Imagina. También puede reducir los costos a largo plazo de calefacción y refrigeración, incluso reducirlos a cero en algunos entornos.
A diferencia de lo que sucede con muchos edificios modernos muy deteriorados, la bioconstrucción también puede durar por siglos. Para ilustrar ese punto, no hace falta más que observar la ciudad de barro de Chan Chan, en el norte de Perú o Arg-e Bam, en Irán, un centro comercial de la famosa Ruta de la Seda. Bam se construyó en el siglo III completamente a partir de ladrillos de barro de arcilla y troncos de palmera. Hay ciudades alemanas en las que aún se pueden encontrar construcciones de madera y barro de la época medieval magníficamente conservadas. En Asia, ciertas partes de la Gran Muralla china están hechas de arcilla.
Sin embargo, a las sociedades humanas les cuesta el cambio. Y para la nuestra no es distinto, donde la construcción con cemento se ha convertido en la “tradición”. Además, las empresas de construcción modernas ponen en duda las construcciones de arcilla y es difícil luchar contra ello, dice van Lengen.
Por ejemplo, está la famosa y antigua fábula infantil de los tres cerditos y el lobo hambriento que destruye la casa de paja del primer cerdito, luego la casa de madera del segundo, sólo para verse frustrado por la tercera casa, hecha de ladrillo y cemento.
“[T]odos los niños conocen [este relato] y asocian los materiales naturales con la pobreza y la falta de protección”, dice van Lengen, en referencia al popularísimo cortometraje de dibujos animados de Walt Disney Los tres cerditos, estrenado en 1933. Sin embargo, eso está basado en un mito, dice. De hecho, hoy en día, la bioconstrucción ha evolucionado mucho con sus técnicas de construcción comprobadas, tales como las pacas de paja, las estructuras de madera y el adobe de arcilla, lo que demuestra que estos métodos y materiales más naturales son, como mínimo, tan resistentes y duraderos como los ladrillos y el cemento, al tiempo que son mucho mejores para el medioambiente.
Caballero también desmiente vigorosamente la creencia incondicional sobre la resistencia del cemento: “Cerca del 70 % de las casas convencionales de México son autoconstruidas, sin la supervisión adecuada de un experto”, explica. “Generalmente, las personas no usan la mezcla correcta de cemento [cuando lo preparan ellas mismas], lo que reduce la resistencia del material”. Esto puede resultar mortal durante un terremoto.
Quizás el ejemplo más aterrador del fracaso del hormigón se haya visto con el terremoto de 2010 en Haití, cuando más de 200 000 personas murieron a causa del derrumbe de muchas casas por culpa del cemento casero de mala calidad o errores de construcción estática.
“Las casas de barro también pueden derrumbarse”, reconoció Caballero. “Pero, por lo general, primero se agrietan, lo que da tiempo suficiente para escapar”.
La lenta transición a la bioconstrucción
El gobierno de México es consciente de los problemas que tiene la construcción moderna y recientemente lanzó un programa llamado CEELA, financiado por el gobierno suizo, que pretende hacer que las casas modernas sean más eficientes en cuanto al consumo de energía y más ecológicas.
CEELA capacita a profesionales de la arquitectura y trabajadores de la construcción, y asesora a las autoridades sobre la incorporación de nuevos estándares de construcción. Sin embargo, para van Lengen, el programa es poco ambicioso: “Un par de paneles solares en el techo y un refrigerador de bajo consumo no resuelven el problema fundamental”, afirma.
Califica de deprimentes y equivocadas algunas tendencias modernas de “arquitectura respetuosa con el clima”: “Para mejorar la eficiencia energética, Alemania comenzó a obligar a los constructores a que sellaran las ventanas, lo que es muy peligroso para la salud humana”, señala. Durante la pandemia de COVID, los arquitectos se dieron cuenta de que los edificios con una ventilación deficiente pueden ser “edificios enfermos”, ya que son lugares en donde la enfermedad infecciosa se transmite con mayor facilidad.
La bioconstrucción también sufre las realidades y percepciones erróneas de la construcción de viviendas convencional y de los mercados inmobiliarios de la actualidad: cuando analizan la bioconstrucción, “los propietarios temen que los costos de mantenimiento sean altos, no poder revender la casa y que les cueste conseguir créditos o financiación”, dice van Lengen.
No obstante, Caballero observa que esos temores surgieron hace relativamente poco tiempo. La bioconstrucción con adobe fue muy popular en México hasta la revolución en la década de los veinte. “Después de ella, los nuevos gobiernos querían ser modernos, y perdimos nuestra tradición”, explica. Y, sin embargo, las misiones católicas de adobe, algunas de las cuales perduran desde los siglos XVI y XVII, siguen salpicando el paisaje mexicano y del suroeste de Estados Unidos.
Un sector de la construcción convencional muy arraigado
Otro problema es la ausencia de reglamentaciones para la bioconstrucción y, peor aún, las leyes que la obstaculizan.
En la mayoría de los estados de Estados Unidos, por ejemplo, los materiales de construcción deben contener el 10 % de cemento como mínimo, pero eso puede ser mortífero cuando se combina con adobe.
Caballero tiene otra explicación para la marginalización continua de la bioconstrucción: el poder económico de la industria del cemento. “A los políticos les encantan los proyectos grandes de construcción, como puentes, autopistas, plantas hidroeléctricas”, dice.
Aunque el cemento se desintegra gradualmente y pierde su integridad estructural con el tiempo —lo que provoca el derrumbe de puentes y edificios en todo el mundo— no ha perdido su preponderancia.
Esta quizás también sea una de las razones por las que Imagina sigue siendo el único edificio público en México construido con técnicas de bioconstrucción. “La arcilla está disponible gratuitamente y, hasta ahora, no hay ninguna empresa mexicana que la comercialice y obtenga rendimientos”, dice van Lengen.
No obstante, el modelo de construcción convencional es incluso fuerte en las comunidades más pobres, donde las grandes empresas de construcción y de cemento no desempeñan ningún rol. En las pequeñas ciudades mexicanas y estadounidenses, la familia del alcalde o de las personas con conexiones políticas en la localidad suele ser propietaria de la ferretería del lugar, donde se vende cemento a granel.
“Quizás necesitemos que el hijo de un presidente sea bioarquitecto para que el sector finalmente pueda desarrollarse”, bromea van Lengen.
* Imagen principal: Arg-e Bam en Irán, un centro comercial en la famosa Ruta de la Seda, conocido por ser el edificio de adobe más grande del mundo. Foto de Diego Delso a través de Wikimedia Commons.
Artículo original: https://news-mongabay-com.mongabay.com/2023/10/whats-old-is-new-again-bioarchitects-plot-route-to-circular-economy/
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