- El Parque Nacional Natural Serranía de Manacacías, se encuentra en el corazón del departamento del Meta. Este nuevo sitio declarado en diciembre del 2023 ahora protege sus abundantes sistemas hídricos y su gran biodiversidad.
- Dentro de un territorio afrodescendiente, en el departamento del Chocó, el Distrito Regional de Manejo Integrado (DRMI) Selva Pluvial Central Las Siete Sabias - Esperanza de Vida, se creó en enero del 2024 como resultado de un trabajo colaborativo entre las comunidades que lo habitan, así como diversas organizaciones conservacionistas y el gobierno colombiano.
Este 2024 arrancó con buenas noticias para la conservación de la biodiversidad colombiana. Dos nuevas áreas naturales protegidas se crearon entre diciembre y enero, una a nivel nacional y otra regional. Ambas cuentan con paisajes asombrosos, enmarcados por numerosas fuentes de agua que los alimentan. Se trata del Parque Nacional Natural Serranía de Manacacías, ubicado en el municipio de San Martín de los Llanos, en el corazón del departamento del Meta, y el Distrito Regional de Manejo Integrado (DRMI) Selva Pluvial Central Las Siete Sabias – Esperanza de Vida, que ocupa territorio afrodescendiente en los municipios de Quibdó y Atrato, en el departamento del Chocó.
“La riqueza y la mayor importancia que tiene esta declaratoria es que, si bien el país ha avanzado en la creación de áreas protegidas en casi todas las regiones, para la Orinoquia colombiana, quizás es donde mayores deudas históricas teníamos”, dice Hernán Barbosa Camargo respecto al caso de Serranía de Manacacías.
El asesor de la Subdirección de Gestión y Manejo de Parques Nacionales Naturales de Colombia, quien apoya la implementación de la ruta para la creación de nuevas áreas protegidas y ampliaciones territoriales, recuerda que esa región únicamente contaba con el Parque Nacional Natural El Tuparro y las áreas que hacen parte del Área de Manejo Especial de La Macarena.
“Sin embargo, el cubrimiento de otros ecosistemas estratégicos para la Orinoquia se encontraban en algún grado de omisión o con una muy baja representatividad dentro del Sistema Nacional de Áreas Protegidas”, detalla el experto.
Además, lograr la protección para el caso de Las Siete Sabias era indispensable, “ya que el área está muy cerca de la zona urbana de Quibdó, la capital de Chocó, por lo que es una de las más propensas a que se transformen en un futuro cercano”, advierte Santiago Castillo, biólogo e investigador del Instituto Alexander von Humboldt.
La belleza escénica de Serranía de Manacacías
Los sistemas hídricos moldean las geoformas de su territorio. Su vinculación con las áreas hidrográficas de los ríos Orinoco y Meta —que abarca parte de las subzonas hidrográficas de Caño Cumaral y río Manacacías— están relacionadas con las terrazas altas y bajas que componen sus paisajes, tan antiguas que tienen origen incluso en el Pleistoceno temprano y el Holoceno. Descrita por Parques Nacionales de Colombia, esta región consiste en un enorme tapiz de pastizales naturales, interrumpido por fajas angostas de bosques de galería.
“Es un área protegida que tiene una belleza escénica por sus geoformas. La Serranía del Manacacías, al ser un ecosistema de altillanura, tiene dos grandes tipos de geoformas dentro del área: las sabanas disectadas —que son como montículos o pequeñas montañas que tienen cortes casi de 45 grados—, y las sabanas onduladas, que son como pequeños ‘chichones’ en el suelo, que se van relevando y que generan características muy importantes en relación con todos los cuerpos de agua”, explica Hernán Barbosa Camargo sobre los humedales, zonas lacustres tropicales, ríos y lagunas que alimentan a la vegetación de la zona.
Esta rica zona natural provee de todas las condiciones ideales para el mantenimiento, reproducción y cría de especies de flora y fauna, donde sobresalen grupos de mamíferos, reptiles, aves, anfibios, mariposas y crustáceos. Incluso, algunas de estas especies están incluidas bajo alguna categoría de amenaza a nivel nacional y global, mientras que también hay nuevos registros de especies flora y fauna para la región, y posibles especies nuevas para la ciencia.
Es por ello que su biodiversidad es impresionante. Estudios en flora determinaron el registro de cerca de 1000 especies de plantas, mientras que en la fauna se logró la caracterización de 454 especies de aves, 179 de mamíferos, 56 especies de peces, 22 especies de anfibios y 12 de reptiles.
“Las mariposas fueron uno de los grupos que arrojó los mejores resultados dentro del proceso de caracterización. Se destaca la presencia de nueve subespecies endémicas de la Orinoquia, con dos nuevos registros para Colombia, dos nuevas especies y dos nuevas subespecies para la ciencia. A nivel de crustáceos se logró un nuevo registro para el departamento del Meta; eso hace que el área tenga una significancia muy importante para efectos de todo ese proceso de conservación que se tiene dentro del área”, detalla Barbosa.
Colaborar para conservar
El nuevo Parque Nacional Natural Serranía de Manacacías tiene una extensión de 68 030 hectáreas y se ha convertido en el área protegida número 61 del Sistema de Parques Nacionales de Colombia. Su creación requirió de la colaboración de múltiples sectores: organizaciones, gobierno e incluso sus antiguos habitantes, que empleaban estas tierras para la ganadería sostenible.
Los bosques, palmares mixtos, pastizales, matorrales y herbazales del sitio tienen un buen estado de conservación, precisamente porque los pobladores locales acordaron mantenerlos así desde hace más de cincuenta años.
“Desde el momento en que inició todo el proceso de construcción colectiva del territorio, se realizaron por lo menos 180 espacios de diálogo con actores estratégicos, todo con el ánimo de generar confianza con pobladores locales históricos que estaban dentro del área que hoy se declaró como Parque Nacional”, explica Barbosa.
Para ello, se utilizaron recursos derivados del impuesto al carbono y las obligaciones ambientales de seis operadoras del sector de los hidrocarburos, con lo que se compraron los predios a las familias durante el proceso de saneamiento predial. También hubo recursos de donación que se encuentran en proceso de ejecución, bajo el liderazgo de The Nature Conservancy y con la participación de organizaciones como Re:wild y The Wyss Foundation.
“Más que un desplazamiento o un proceso de reubicación, lo que se hizo fue reconocer estos derechos a partir de una compra directa de esos predios, logrando establecer un acuerdo para una salida gradual de las personas”, explica Barbosa. Muchos de los habitantes todavía mantienen algunas actividades productivas particularmente asociadas al ganado criollo, pero otros más ya no habitaban en el territorio, salvo algunas de las familias que precisamente tomaron la decisión conjunta de conservar los ecosistemas.
“Ellos tomaron una decisión de mantener, por ejemplo, las pasturas naturales, lo que conllevó a que se tenga un predominio de cerca del 80 % del área. Eso es un dato muy importante porque, sin haber sido una área protegida, ellos garantizaron esos atributos ecológicos que hoy tiene el parque”, sostiene Barbosa.
La protección del área resultaba vital, pues dentro del análisis territorial se identificaron presiones como la agroindustria con plantaciones de palma de aceite que ha ganado superficie en el municipio de San Martín, a la par que suceden quemas, tala selectiva, cacería, pesca, turismo no regulado e invasiones, todo esto aunado a los efectos del cambio climático.
“Creo que con la creación de este parque en la Orinoquia —que se suma además al esfuerzo que ya se había hecho en el 2018 con la creación del Distrito Nacional de Manejo Integrado Cinaruco, en el departamento de Arauca— cada vez más nos vamos acercando a cumplir una meta que se planteó desde Parques Nacionales, en términos de poder cubrir aquellos ecosistemas que no tenían una cobertura dentro del Sistema Nacional de Áreas Protegidas”, dice Barbosa.
Esto pone a Colombia en un escenario de gestión muy importante, concluye el experto, pues está mejorando la conectividad y garantizando la permanencia de todos estos ecosistemas con su vegetación.
“Pero también toda la fauna que uno puede encontrar alrededor del área, como las manadas de nutrias y los caimanes sobre los cuerpos de agua. Todo esto hace que el área, sin duda, sea de una alta naturalidad. Ojalá que, en algún momento, pueda ser un área con un adecuado proceso de regulación para el ecoturismo y que se convierta en una joya, dentro de la Orinoquia, que amerite visitarse”, concluye Barbosa.
El Chocó y sus Siete Sabias
Los pueblos afrodescendientes que habitan los municipios de Quibdó y Atrato, en el departamento de Chocó, decidieron nombrar una nueva área natural protegida en honor a las siete comunidades que viven en ella. Hoy la conocen como Distrito Regional de Manejo Integrado (DRMI) Selva Pluvial Central Las Siete Sabias – Esperanza de Vida.
Este sitio tiene una extensión de 30 398 hectáreas, espacio que incluye a los corregimientos de Pacurita, Guadalupe, Tutunendo, San Francisco de Ichó, La Troje, San Martín de Purré y San José de Purré. Cerca del 72 % del área —17 000 hectáreas— corresponden a bosques muy bien conservados, con mucha humedad y con gran altura, en donde algunos árboles alcanzan los 38 metros.
“La forma sobre cómo la comunidad construyó el nombre del área, es porque son siete comunidades en su interior, y la palabra ‘sabias’ es porque relacionan a las comunidades con el género femenino y, sobre todo, con la sabiduría de las mujeres”, explica Neyver Obando Mosquera, subdirector Marino Costero y de Áreas Protegidas de la Corporación Autónoma Regional para el Desarrollo Sostenible del Chocó (Codechocó), la autoridad ambiental en la zona.
El área fue creada de manera participativa, con una declaratoria que implicó una consulta previa y al menos 21 talleres con las comunidades, así como diversas asambleas con delegados de los consejos locales y la junta directiva del Consejo Comunitario Mayor de la Asociación Campesina Integral del Atrato (Cocomacia), comenta Obando Mosquera. El proyecto contó con el apoyo y financiamiento de Naturaleza y Cultura Internacional (NCI), Re:wild, Andes Amazon Fund, el Instituto Alexander von Humboldt, la Corporación Para El Avance De La Región Pacífica y Darién Colombiano (Corparien) y Codechocó.
“Estas son comunidades que han estado abandonadas por el Estado, con niveles altos de problemas, poco empleo y, sobre todo, limitada presencia institucional. Por lo que las comunidades consideran que, al ser área protegida, tendrán una mejor visibilidad e inversión en aspectos socioeconómicos, basado en lo concertado en el plan de manejo. Por ello, en la asamblea de definición del nombre, alguien dijo que esta área ‘es la esperanza de vida para nosotros’”, agrega Obando Mosquera.
Las comunidades afrocolombianas han habitado este sitio durante mucho tiempo. De la naturaleza que les rodea y con la que mantienen una estrecha relación, extraen materiales para la construcción de sus viviendas, así como diferentes extractos de plantas para su medicina tradicional, animales para la cocina y agua para el sostén de su forma de vida.
Por ello, la figura de un DRMI, como un área protegida a nivel regional, les significa un sitio en donde tienen permitido el uso sostenible de los recursos. Esta decisión les ayuda a que se implementen estrategias en contra de problemáticas como la deforestación, la minería informal mecanizada, la contaminación del suelo y de las fuentes hídricas, al mismo tiempo que simboliza una oportunidad para organizar actividades productivas como el turismo, el aprovechamiento de árboles maderables, la minería artesanal y el uso sostenible de diferentes recursos.
“Existe mucha voluntad comunitaria para hacer actividades de conservación. Esta es una zona con una amenaza controlable de minería para sacar oro, pero hasta el momento, es una actividad muy tradicional que no utiliza maquinaria pesada. Se busca regular la actividad para que se siga realizando de manera controlada y sin impactos a futuro. Por ello, las propias comunidades querían organizar mejor el territorio y comenzamos con la alianza para el proceso de protección del área”, explica Santiago Castillo, biólogo e investigador del Instituto Alexander von Humboldt.
La iniciativa resultó tan exitosa que la propuesta inicial tenía poco más de 5000 hectáreas a proteger, pero la suma de nuevos territorios y comunidades interesadas en mitigar las amenazas e incentivar el desarrollo local, logró superar las 30 000, afirma Castillo.
La gran biodiversidad del Chocó
De acuerdo con el Instituto Alexander von Humboldt, el territorio del DRMI se encuentra en una de las zonas más lluviosas de América y la tercera a nivel mundial, la cual, a su vez, se ubica en una de las zonas de mayor biodiversidad del mundo: la ecorregión Chocó-Tumbes-Magdalena.
Sus bosques son alimentados por los ríos Pacurita, Tutunendo, Guadalupe y el Cabí. Este último es sumamente importante, ya que de él se abastecen los acueductos locales, como el de Quibdó, que beneficia a cerca de 108 000 personas.
Los murciélagos y las plantas son grupos emblemáticos de la región. Los registros de esta nueva área protegida muestran al menos 90 especies de plantas, 210 de aves, 117 de mamíferos, 75 de reptiles, 44 de anfibios y 33 de peces. Esta zona, además, ha sido reconocida internacionalmente como un Área de Importancia para la Conservación de Murciélagos (AICOM).
“El hecho de que esta sea una de las zonas en las que más llueve en América facilita el desarrollo de especies adaptadas para estas condiciones. El área es muy interesante especialmente para las plantas y las ranas, pues se sabe que existen muchas aún desconocidas para la ciencia. Además, provee hábitat, comida y refugio para diversas especies de murciélagos, en donde algunas tienen rangos de distribución restringidos”, explica Castillo.
El Chocó representa una interesante muestra de naturaleza que tiene uso, aprecio y una relación muy estrecha, por su cercanía, para los habitantes del municipio de Quibdó, agrega el biólogo.
“Es una zona interesante porque su biodiversidad es única, no sólo para la región del Chocó, sino para el país. Se sabe que el Chocó biogeográfico es una de las zonas más diversas del mundo, sin embargo, lo que centra la atención es la relación entre la biodiversidad y las comunidades negras en el territorio, con una valoración social de la naturaleza para el uso y costumbres de las comunidades”, dice Castillo.
Los bosques en pie que existen en el área permanecerán a perpetuidad, asegura el experto. El compromiso de los actores es mantenerlos a través de esquemas de manejo.
“Que los ríos sigan brindando belleza escénica y lograr el desarrollo local de las comunidades que viven allí. Ahora estamos buscando alianzas y recursos, porque la declaratoria del área protegida es apenas un acto administrativo, pero lo realmente difícil es hacer el manejo. Nosotros creemos que va a funcionar”, concluye.
*Imagen principal: El Curruco o Mochuelo de hoyo (Athene cunicularia) es una especie de búho ampliamente distribuido en toda América y a diferencia de la mayoría de los búhos, son activos durante el día. Habitan en cuevas o madrigueras cavadas por otros animales en el suelo de la sabana abierta y se alimenta de pequeños invertebrados. Es muy común verlos en los recorridos en Manacacías. Foto: Rodrigo Durán Bahamón / PNNC
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