- En Perú, quince mujeres del pueblo indígena bora trabajan en el procesamiento de los derivados de la yuca para mejorar los ingresos económicos de sus familias en Loreto, una región de la Amazonía peruana impactada por los cultivos ilícitos y la minería.
- El principal producto de la organización “Las hijas de la yuca” es el ají negro, una salsa picante que es usada en la gastronomía gourmet.
- Las mujeres también conservan más de 20 variedades de yucas con la finalidad de heredar a las futuras generaciones.
A los 9 años, Liz Chicaje Churay rayaba las yucas que su mamá cosechaba en su comunidad Boras de Pucaurquillo para luego preparar el ají negro, una pasta picante tradicional de su pueblo que usan para consumir junto con el pescado. En la actualidad, este producto también es consumido en los principales restaurantes gourmet de la ciudad de Iquitos, capital de la región Loreto, el territorio más amplio de la Amazonía en Perú.
“Desde niñas nosotras empezamos a preparar el ají negro”, dice la ahora empresaria de 41 años, que en 2021 ganó el Premio Golman, llamado el “Nobel Verde”, por ser la artífice de la creación del Parque Nacional Yaguas. Liz aprendió a preparar este producto de su madre María Churay Roque y ahora ella le enseña a su hija Cielo Velásquez, que ya alcanzó los 9 años de edad.
Para las mujeres de Boras de Pacaurquillo, ubicado en la cuenca del río Ampiyacu, tener un emprendimiento rentable es una estrategia para evitar que las familias apuesten por las actividades ilegales, como la minería ilegal y cultivos ilícitos de hoja de coca.

Pero a diferencia de Liz Chicaje, que se la pasaba horas rayando la yuca para obtener la pulpa y luego combinarla con tres variedades de ají, Cielo realiza el proceso de forma mecánica con los equipos electrónicos que ahora tienen en su comunidad, como un rallador, por ejemplo.
Estos equipos fueron entregados por la Embajada de Alemania en 2019, tras ejecutarse un proyecto de tecnificación y modernización de la elaboración de los derivados de la yuca, como ají negro, almidón, tapioca, casave y fariña. En ese mismo año se conformó oficialmente la cooperativa “Las hijas de la yuca”, un emprendimiento de 19 mujeres bora y huitoto.
“Tras dejar el cargo de presidenta de la Federación de Comunidades Nativas del Ampiyacu (Fecona) [que agrupa a 14 comunidades] Liz se dedicó, desde 2017, a buscar la forma en que las familias indígenas pudieran tener mejores ingresos económicos. Es así que se le ocurrió empezar a vender el ají negro fuera de la comunidad”, contó a Mongabay Latam Ana Rosa Sáenz, coordinadora del Programa Gran Paisaje Indígena Putumayo Amazonas del Instituto del Bien Común (IBC) de Loreto.
La organización “Las hijas de la yuca” tuvo bastante acogida en el mercado gourmet, pero también hubo conflictos internos entre las integrantes, quienes decidieron separarse y ahora las bora y las huitoto trabajan por separado. Diez mujeres bora continuaron el trabajo de procesamiento del ají negro bajo la dirección de Liz Chicaje a través de la Asociación de productores y transformadores de la yuca chicajes.

“Es un emprendimiento más familiar de la comunidad Boras de Pucaurquillo. Y a diferencia de una empresa, en una asociación podemos ser cinco las que dirigimos. Además, aparte de las diez mujeres que continuamos trabajando, se han sumado cinco varones, quienes son los esposos de las integrantes, porque el trabajo de siembra se hace junto a ellos”, explicó Chicaje.
Un producto orgánico
Actualmente el kilo de ají negro cuesta 80 soles (21.5 dólares) en el mercado peruano. Este producto es vendido únicamente por pedido. Es decir, las empresas interesadas en usar la pasta se contactan con la asociación y acuerdan un lote y fecha de entrega.
Claus García, coordinador del Paisaje Yaguas de la Sociedad Zoológica de Frankfurt (SZF), explica que actualmente las mujeres pueden vender lotes grandes del producto porque procesan la yuca en un mismo espacio. “Antes cada una lo hacía en su casa, a su forma, lo que no permitía tener un sabor uniforme. En cambio, ahora el procesamiento es en el mismo laboratorio”, afirmó.
El especialista destacó que el principal valor del producto es que es orgánico porque las mujeres de la cuenca del Ampiyacu no usan fertilizantes ni insecticidas en la siembra de la yuca, sino que los productos crecen por las propiedades que tiene la tierra. Este tubérculo se produce en nueve meses desde la siembra.

Para asegurar que el producto sea orgánico, las mujeres trabajan en pequeñas parcelas rotativas. Cada familia tiene entre cuatro y cinco parcelas de un cuarto de hectárea. Ellas rotan de espacios, es decir, si hoy sembraron en la parcela 1, la siguiente siembra será en la parcela 2 y se deja reposar a la parcela 1 por al menos cinco años para que recupere sus propiedades.
Un acuerdo en la asociación es que si llega un pedido grande de ají negro, se compra la yuca a las otras integrantes de la comunidad. “No es nuestra intención abrir más chacras de cultivo porque eso significa destruir bosques, sino contribuir con todas las familias de la comunidad, ya que aquí en el Ampiyacu todas las familias siembran yuca”, dijo Liz Chicaje a Mongabay Latam.
La herencia de la yuca
Para elaborar el ají negro se utilizan las variedades amarilla, blanca y la mandioca. Sin embargo, en la cuenca del Ampiyacu, colindante con el Parque Nacional Yaguas, las familias han conservado más de 20 variedades de este tubérculo a través de los siglos.
“Cada familia tiene unos palos de diversas variedades de yuca. En la siembra anual ponen esos palos para tener nuevos productos y así seguir conservándolos a través de los años. Cuando las hijas crecen y tienen su propia familia se les entregan estos palos de yuca para que sigan existiendo”, explicó Chicaje.

Claus García señaló que la conservación de los palos de yuca es una práctica de la agricultura amazónica, ya que cada variedad tiene texturas y sabores particulares, por lo que se usan en variados productos. “La herencia de la yuca permite conservar la sabiduría amazónica de generación en generación”, anotó.
Si bien cada año se siembran todas las variedades para mantener las semillas, la mayor producción es de yuca blanca y amarilla para elaborar el ají negro y la fariña.
Aprender a ser independientes
“La nueva Asociación de Productores y Transformadores de la Yuca Chicajes está emprendiendo en ser autónoma en la administración de sus fondos. Si antes fueron las organizaciones civiles, como el Instituto del Bien Común, la Sociedad Zoológica de Frankfurt y otras quienes les apoyamos con la formulación de los proyectos y administración del dinero para que ellas pudieran ejecutar los proyectos, ahora Liz y sus hermanas están trabajando para ser los administradores directos, una iniciativa importante para la independización”, aseguró Ana Rosa Sáenz del IBC.
Actualmente IBC brinda asistencia técnica en la formulación de proyectos y Liz Chicaje es la que postula directamente a los fondos a nombre de la asociación. En tanto, la otras integrantes trabajan los contratos con los chefs Miguel Tang Tuesta y Ghary Nogueira, quienes usan el ají negro en platos fusión de la cominda Latinoamérica.

“Tener más ingresos les permite a las familias mejorar su calidad de vida y evitar la participación en actividades ilegales como el cultivo de coca que existe en la zona. La minería ilegal es poca, pero siempre es una amenaza permanente”, anotó Claus García de SZF.
Liz Chicaje asegura que si bien ahora las familias de la comunidad Boras de Pucaurquillo trabajan en el procesamiento de los derivados de la yuca, continúan monitoreando sus bosques que son zonas de amortiguamiento del Parque Nacional Yaguas. “Nosotros, los bora, seguiremos protegiendo nuestro territorio y nuestros bosques hasta el final de nuestros días”, resaltó.
Imagen principal: Luego de ganar el Premio Golman en 2021, la lideresa Liz Chicaje empezó a trabajar en el procesamiento de los derivados de yuca. Foto: Ingrid Chalan