- Alertadas por la reducción poblacional de la tortuga terrestre argentina (Chelonoidis chilensis), dos biólogas impulsaron un programa de conservación en la zona norte de la Patagonia.
- Usando tecnología, pero también perros de detección, ya se han identificado y marcado con rastreadores satelitales a cerca de 400 ejemplares de este reptil catalogado como En Peligro de extinción.
- Desde el programa se impulsan estrategias para proteger los nidos y rescatar a las tortugas que caen en canales de agua.
- Cada vez se suman más productores ganaderos comprometidos con la conservación de estos reptiles. Sin embargo, las construcciones de un gasoducto y un oleoducto en la zona pueden poner nuevamente en riesgo el hábitat de la tortuga.
Treinta años atrás cruzar los campos de San Antonio Oeste suponía un viaje entrecortado. Sobre todo, después de cualquier lluvia. En los charcos, formados en los caminos de trocha, era usual ver a las tortugas terrestres argentinas buscando agua. “Uno tenía que bajarse a cada rato de la camioneta para correrlas, estaban por todos lados”, recuerda la bióloga María Eugenia Echave.
En 2015, cuando volvió a radicarse en su ciudad natal —en la costa atlántica de la Patagonia— la escena había cambiado. Ya no se veían tortugas. Echave le transmitió la preocupación a su colega Érika Kubisch, quien desde Bariloche —a 600 kilómetros de distancia de San Antonio Oeste— notó que muchos de esos reptiles terrestres aparecían cada vez más en los jardines y patios de las casas del casco urbano. Era claro que algo estaba cambiando en su hábitat natural.
Juntas, en el verano de 2016, las biólogas hicieron una primera salida a la zona rural de San Antonio Oeste para verificar la situación de esta especie (Chelonoidis chilensis). Durante seis días revisaron 50 kilómetros de campos.
“Encontramos una población de nueve tortugas en buen estado, fue todo un éxito para nosotras”, refiere Kubisch. Este hallazgo les dio a entender que aún estaban a tiempo de trabajar en la preservación de este reptil.
Así nació el Programa de Conservación de la Tortuga Terrestre en Patagonia, apoyado institucionalmente por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y la Fundación Azara. A la fecha han identificado y marcado cerca de 400 ejemplares. Un avance importante, pero aún persiste la preocupación por la especie.

Un reptil en riesgo
El programa no sólo ha permitido conocer mejor el comportamiento de la tortuga terrestre argentina, como sus hábitos alimenticios y de movilidad, sino que ha permitido proteger nidos, rescatar animales heridos y concientizar a la comunidad local.
El seguimiento se fue perfeccionando con los años y con la inclusión de nuevos miembros. El equipo de ingenieros y físicos del Centro Atómico Bariloche y del Instituto Balseiro —que forman parte del programa— diseñaron un dispositivo liviano con sensores para conocer mejor los hábitos de las tortugas. Se trata de una placa de 44 gramos que contiene un sistema de radiofrecuencia y un acelerómetro que se coloca en los caparazones.
“Nuestro objetivo es conocer los comportamientos sin necesidad de la observación directa. Generamos algoritmos computacionales que identifican las actividades de las tortugas a partir de las señales detectadas”, refiere la física Karina Laneri.
Al recibir los primeros datos, a la científica le sorprendió que las tortugas “no eran tan lentas” como imaginaba, ya que pueden alcanzar una velocidad de dos metros por minuto. A su vez, la información les permitió conocer que en un día caminan hasta 400 metros y suelen usar los senderos hechos por el hombre para desplazarse.
La tortuga terrestre argentina se distribuyó históricamente desde el Gran Chaco hasta la cabecera norte de la Patagonia. La mayor parte de su población se encuentra en Argentina, pero también vive en algunas zonas de Paraguay y Bolivia. Habita en zonas de arbustos pero también en áreas áridas y semiáridas, con territorios planos o con poca pendiente.
Durante el siglo XX se creía que eran tres especies diferentes las que habitaban Argentina, sin embargo, en 2012, un estudio determinó que se trataba de una misma tortuga, pero con diferencias morfológicas sutiles.

Las poblaciones asentadas en San Antonio Oeste son las más australes y también las que tienen las mayores dimensiones. Una hembra adulta puede llegar a medir 28 centímetros y pesar tres kilos. El año pasado la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) cambió el estatus de esta tortuga de Vulnerable a En Peligro, aunque Echave comenta que aún no se ha realizado el cambio en la página web. El agravamiento de este indicador confirmó lo que las investigadoras venían observando en campo: una disminución real en las poblaciones de la tortuga.
El turismo ha influido en esa disminución. San Antonio Oeste tiene 25 mil habitantes y la actividad de la ciudad varía drásticamente en verano. Entre diciembre y marzo, Las Grutas, el principal balneario, recibe cerca de 200 mil veraneantes atraídos por las aguas cálidas, algo inusual para el mar en estas latitudes.
Este flujo turístico, intensificado a partir de los años 90, impactó en la cotidianidad de la especie. “En estos años hubo mucho turista que pasaba por las rutas rumbo a las playas, se cruzaba con alguna tortuga y se la llevaba de mascota”, cuenta Echave.
En vida silvestre estos reptiles se alimentan de pastos, brotes de malva, de los frutos del piquillín y hasta de cactus. Sin embargo, en los últimos años su dieta natural corre riesgo de cambiar debido a la expansión de la ganadería en la zona.
Echave recuerda que cuando era chica, su abuelo tenía sus lotes de campo con ovejas. La actividad lanera progresivamente fue cambiando en la zona y hoy gran parte de los campos de San Antonio Oeste son de ganado vacuno. Los productores modificaron las líneas de trabajo, aumentando los desmontes para adaptar la tierra, reduciendo así el hábitat natural de la tortuga.
En el marco de una tesis doctoral, las biólogas investigan el grado de afectación del sector agropecuario. Con los estudios hechos en los últimos cinco años lograron concluir que la ganadería es hoy la principal amenaza para la reproducción de la tortuga terrestre argentina.
“Hemos detectado que donde hay vacas, casi no hay tortugas juveniles. No se están reproduciendo ahí. Una hipótesis fuerte es que las vacas pisotean los nidos”, refiere Kubisch. La investigadora acota que el largo periodo de incubación de estas tortugas (que se puede extender a más de un año), aumenta las posibilidades de que los nidos se vean afectados antes de la eclosión de los huevos.

Olfato canino al servicio de la conservación
El primer paso del Programa de Conservación de la Tortuga Terrestre en Patagonia fue identificar dónde estaban las poblaciones de tortugas y cuáles eran sus características. No fue fácil. Al ojo humano le resulta difícil identificarlas en los vastos campos. Kubisch y Echave recuerdan varias jornadas de búsqueda extenuantes sin resultados. Con los años fueron mejorando las técnicas de detección, ya no eran sólo los recorridos en los campos, sino que se incluyeron seguimientos GPS y perros entrenados para rastreo.
Poco a poco fueron sumando aliados. En 2021, Kenya Campos Haedo y Alex Tersoglio contactaron al programa para poner a disposición a Darwin, un perro basset hound especializado en la detección de especies. Con cierta intriga, por el escaso conocimiento de estas estrategias en Argentina, Kubisch aceptó.
Darwin llegaba con buenos antecedentes. Un año atrás, sus pesquisas habían reformulado los mapas de los científicos que trabajaban en el Parque Nacional Nahuel Huapi (provincia de Río Negro, Argentina). Los biólogos tenían marcada la ribera del río Manso como una zona segura para el pato de los torrentes (Merganetta armata), un ave patagónica amenazada. En pocos recorridos Darwin detectó en esa zona 80 heces de visón, alertando del peligro de este voraz depredador. Este animal carnívoro invasor —que fue introducido en la patagonia argentina en el siglo XX— se alimenta de una variedad de presas, incluyendo aves acuáticas como el pato de los torrentes.
La búsqueda de tortugas suponía un reto mayor para las dos entrenadoras. En anteriores proyectos, Darwin sólo había trabajado con excretas, pero esta vez lo haría con especies vivas. En el verano de 2021, el perro tuvo su primera salida de adaptación. Había que ambientarlo a la flora y el terreno costero, muy distintos a la serranía patagónica en Río Negro.

Todas estas consideraciones quedaron de lado cuando Darwin sorprendió a las biólogas y a sus entrenadoras con el hallazgo de una hembra de tortuga terrestre argentina oculta bajo un arbusto. Sentado e inmóvil, el perro alertó a Alex Tersoglio de la presencia del reptil. “Te imaginás la celebración que hubo”, dice Tersoglio.
El perro rastreador acompañó búsquedas en distintos momentos de los veranos de 2021 y 2022. Con él se encontró una decena de tortugas, no sólo en los campos sino también en terrenos próximos al casco urbano de Las Grutas. Cada nuevo ejemplar descubierto fue celebrado como la primera vez.
Tersoglio refiere que el olfato del perro es una poderosa herramienta que complementa el trabajo científico y hace más efectivos los monitoreos en tareas de conservación. “Con un perro bien entrenado se logra abarcar una zona más amplia, con mayor precisión y en menor tiempo”, asegura.
Darwin falleció a mediados de 2024, pero Campos y Tersoglio continúan apoyando el programa con Humboldt, un basset hound de ocho meses que ya tuvo sus primeras pruebas. Con él buscarán dar el siguiente paso: la detección de nidos, tarea que quedó inconclusa tras la muerte de Darwin.

Una amenaza latente
En las diferentes tareas de conservación del programa no sólo participan las biólogas sino también veterinarios, físicos e ingenieros. Además, están los voluntarios, que terminan siendo no sólo ojos, sino también las piernas y brazos del equipo en el campo.
La voluntaria Rocío Rudak aún no terminaba de desayunar y ya se dirigía a una de las rejillas del acueducto Pomona – San Antonio Oeste para ver si alguna tortuga había quedado atrapada durante la noche. En el día volvería tres veces más a inspeccionar. En sólo dos veranos, los voluntarios del programa rescataron más de 150 tortugas en los 50 kilómetros de San Antonio Oeste por donde pasa el sistema de acueducto, que en total tiene casi 200 kilómetros de largo.
Este acueducto a cielo abierto, que es propiedad del gobierno provincial de Río Negro, suministra agua para el consumo humano en las localidades de la zona. Pero su relevancia social contrasta con la seria amenaza que representa para la fauna local.
Ante la escasez de fuentes de agua y el calor agobiante (en verano las temperaturas rondan los 30 grados centígrados), muchos animales llegan al acueducto buscando hidratarse. Al caer, no pueden salir y son arrastrados por el agua hasta quedar atorados en rejillas.
“El acueducto es una trampa mortal”, dice Rudak, quien viene trabajando su tesis de Licenciatura en Biología con la problemática que se vive en este lugar. Según las observaciones del Programa de Conservación de la Tortuga Terrestre en Patagonia, se estima que 50 tortugas mueren cada verano por esta causa. Aunque el dato es alarmante, Rudak considera que puede estar subestimado, ya que sólo trabajan en tramos puntuales. “Logísticamente es difícil controlar lo que sucede en los 194 kilómetros que tiene el acueducto”, dice.
El programa de conservación fijó una base en el kilómetro 150, próximo a una rejilla donde se pueden encontrar tortugas atrapadas, pero también zorros, gatos montés y roedores del área. “A diferencia de los otros animales que mueren ahogados, las tortugas tienen más chances de llegar vivas a las rejillas porque flotan con su caparazón”, cuenta Rudak.

Kubisch refiere que, pese a que han propuesto medidas para reducir los impactos, el diálogo con el gobierno provincial es difícil. Entre las medidas que se barajan están: cubrir ciertos tramos del acueducto; que no se usen más paredes de lona, por tener menos agarre que el hormigón, y establecer puntos específicos donde se puedan diseñar salidas.
Para este reportaje se buscó conversar con algún funcionario de la Subsecretaría de Fauna Silvestre de Río Negro para conocer más sobre esta problemática y sus posibles soluciones, pero hasta el momento de publicación no obtuvimos una respuesta.
Nidos protegidos
Una vez que las tortugas son encontradas en las salidas de campo, se verifica su estado de salud. Son pesadas, medidas, se les extrae sangre y son marcadas con sistemas GPS antes de ser devueltas al campo. Ese proceso no dura más de 15 minutos. “Tiene que ser rápido para no estresar al animal”, sostiene Kubisch.
En el caso de las tortugas rescatadas de las rejillas del acueducto, se las lleva a la base científica para verificar su estado de salud. Ahí se les toman estos mismos datos y se evalúa su recuperación. Este proceso puede durar entre un día y una semana de acuerdo al estado del animal.
Otra acción importante es el registro de las coordenadas donde fue encontrado cada ejemplar. Kubisch indica que a la fecha se han cruzado más de una vez con cerca de 170 de las 400 tortugas que han marcado, confirmando así su permanencia en el área.
La principal utilidad de los seguimientos hechos con sistemas de radiofrecuencia y acelerómetros ha sido la posibilidad de advertir anidaciones. Si observar las tortugas en el campo es difícil, coincidir con el momento en que ponen huevos es casi imposible. Y es que los científicos notaron que cada vez que una tortuga marcada se alistaba para poner un huevo, escarbando la tierra, emitía siempre una señal vibratoria intensa a los acelerómetros. Así, desde el laboratorio, pueden conocer el momento (y lugar) preciso en que inicia una anidación.

Cada una de estas alertas activa la operación de protección. Las biólogas y voluntarios acuden al punto marcado y confeccionan un corralito alrededor del nido. Colocan una estructura de hierro con una malla metálica, enterrada algunos centímetros bajo suelo para evitar que los depredadores escarben e ingresen por debajo.
Para abril de 2025 había cuatro nidos protegidos y monitoreados con cámaras instaladas y visitas periódicas. El objetivo es garantizar el alumbramiento.
Sin embargo, hay depredadores difíciles de controlar. “Nos preocupan mucho los jabalíes”, dice María Eugenia Echave. Estos animales invasores ya se comieron tres tortugas que el programa venía monitoreando durante dos años. “Originalmente las tortugas adultas no tenían depredadores naturales en la zona. Con el jabalí, eso cambió”, asegura con preocupación.
Precisamente, el control del jabalí es una de las propuestas que las científicas vienen tratando de avanzar con las autoridades y productores de la región.
Más desafíos a la vista
Algunas veces las alarmas de avistamientos de tortugas vienen de la comunidad local. En estos casos son los productores ganaderos de San Antonio Oeste quienes envían mensajes o fotos de los hallazgos a las biólogas. Echave dice que cada vez más productores interiorizan la importancia de conservar la biodiversidad de los campos.
Las biólogas les piden que, antes de hacer trabajos de remoción de suelos o mejoramiento de los caminos, les avisen para revisar si la zona está liberada de tortugas.
Esta conciencia de los productores no sólo se manifiesta en la disposición para recorrer los campos, sino también en las invitaciones a las exposiciones ganaderas o reuniones de la sociedad rural para contar los alcances del programa de conservación. “Cada vez tenemos más aliados”, resume Echave.

La comunicación no tiene la misma fluidez con los funcionarios estatales. Los proyectos para diseñar protocolos —que sirvan a la ciudadanía como guía— o la aprobación de un plan de manejo provincial para la protección del hábitat están retrasados. Las científicas dicen que la rotación continua de autoridades hace que las conversaciones tengan que reiniciarse constantemente.
En cada intervención pública los integrantes del Programa de Conservación de la Tortuga Terrestre en Patagonia resaltan la importancia de no restituir tortugas mascotizadas a la vida silvestre sin previo aviso a las instituciones de fauna silvestre competentes. “Al haber estado en cautiverio les baja el sistema inmune y pueden adquirir patologías como la micoplasmosis, una enfermedad respiratoria que sería grave para las que están en la naturaleza”, apunta Kubisch.
Los retos no quedan ahí. En el horizonte próximo asoma el inicio de dos obras de infraestructura de gran envergadura: un oleoducto y un gasoducto para la exportación de los hidrocarburos provenientes del yacimiento Vaca Muerta, situado en la cuenca neuquina, en las provincias de Mendoza y Neuquén, al oeste del país.
Ambos proyectos, impulsados por el Gobierno Nacional, atravesarán diversos territorios de la provincia de Río Negro, terminando sus trayectos en el Golfo de San Matías, área donde se encuentra San Antonio Oeste.
Actualmente, los proyectos vienen gestionando sus permisos ambientales. Echave asegura que vio los primeros bocetos de los trazados y aparecen zonas donde habitan las tortugas. “Deben llamar a gente idónea para proponer alternativas, como el traslado de los individuos o la reformulación de los trazados”, menciona.
Las biólogas María Eugenia Echave y Érika Kubisch saben que esta problemática supondrá un nuevo desafío para la conservación en San Antonio Oeste. Pero, a diferencia del 2016, las tortugas ya no sólo las tienen a ellas. Ahora un equipo de físicos, ingenieros, veterinarios, voluntarios y productores también apuestan por la protección y cuidado de las tortugas terrestres argentinas.
*Imagen principal: El hábitat de la tortuga terrestre argentina son territorios semiáridos planos o de escasa pendiente. Foto: cortesía Darío Podestá.