- Mujeres kichwas, ticunas y matses lideran patrullajes en el bosque y capacitan a otras mujeres en el uso de tecnología como GPS, drones y alertas satelitales.
- No solo protegen el bosque como ecosistema, sino como fuente de vida, alimento, medicina y herencia cultural para sus comunidades.
- Estudios muestran que el acceso a herramientas tecnológicas ha permitido a comunidades indígenas reducir significativamente la pérdida de bosques.
- A través de las “cunas”, espacios comunitarios de cuidado infantil, las mujeres facilitan su participación activa en talleres de monitoreo forestal mientras transmiten saberes ancestrales a las nuevas generaciones, garantizando la continuidad cultural.
En 2017, cuando Betty Rubio comenzó a patrullar los bosques de su territorio ancestral, llegó a cuestionarse por qué lo hacía. No fue fácil. Sabía que luchar contra delitos ambientales —como la tala y la minería ilegal— implicaba riesgos, y que, siendo mujer, estos se multiplicaban. «Mis hijos me decían: ‘Mamá, estás luchando por cosas que no te corresponden. ¿Quién te lo va a agradecer? Solo tú lo haces y los demás no dicen nada’», recuerda la monitora forestal kichwa.
Pero Rubio tenía claro que el propósito era mayor. Se trataba de proteger la alimentación, las medicinas ancestrales y el futuro, no solo de Puerto Arica, su comunidad, sino también de muchas otras que habitan en la cuenca del río Napo, en Loreto, la región amazónica fronteriza entre Perú y Ecuador.
En ese entonces, solo eran ella y dos monitores forestales más, ambos hombres, quienes representaron a su comunidad para dar inicio al proyecto de monitoreo impulsado por la Organización Regional de los Pueblos Indígenas del Oriente (ORPIO), con el apoyo de Rainforest Foundation US (RFUS). Actualmente, las mujeres han asumido roles de liderazgo en una labor que antes se consideraba exclusivamente masculina y ya son más de una treintena las que, junto a Rubio, se han abierto camino en la exploración de los bosques amazónicos.

“Siempre se ha pensado que este trabajo solamente pueden hacerlo los hombres, que ellos pueden manejar la tecnología, que ellos pueden entrar al bosque y que pueden estar más tiempo allí”, describe Rubio. “Sin embargo, hemos demostrado que las mujeres también podemos hacerlo. Tenemos la misma capacidad de manejar la tecnología. Por ejemplo, hemos volado drones para poder evitar los riesgos”.
El rol de Betty Rubio fue clave para que más mujeres se sumaran a la tarea de monitorear el bosque. Tras ser capacitada como monitora en septiembre de 2017 —aprendiendo a usar equipos GPS y aplicaciones móviles para documentar con fotos y videos las rutas de vigilancia—, en apenas unos meses, a inicios de 2018, pasó a formar a decenas de monitores indígenas en el uso de herramientas tecnológicas para el mapeo del territorio.
Ese mismo año, Rubio logró algo sin precedentes: fue elegida como la primera mujer presidenta de la Federación de Comunidades Nativas del Medio Napo, Curaray y Arabela (Feconamncua), en la provincia de Maynas, región de Loreto. Tras terminar su mandato, ha vuelto al monitoreo del bosque. Actualmente se desempeña como especialista indígena en transferencia de tecnología y promueve medidas afirmativas de equidad de género, para que más mujeres participen activamente en el control y vigilancia de sus territorios.

“Tener mujeres empoderadas para nosotros ha sido bastante importante”, agrega Rubio. “También que puedan tomar decisiones en las asambleas comunales, porque algunas veces no han sido consideradas. No quisiera que solamente una mujer pueda estar en este trabajo, sino que seamos más para poder decir que las mujeres estamos interesadas y preocupadas por lo que sucede con nuestros territorios, con nuestros ríos o con nuestras cochas [lagunas o zonas bajas inundadas de la Amazonía, formadas por ríos]. Cuantas más mujeres somos, hacemos más fuerza”.
Luego de casi ocho años de trabajo, el alcance de las y los monitores forestales ha sido mayor. “Ahora tenemos un promedio de un millón de hectáreas que estamos protegiendo en la cuenca del Napo”, afirma Rubio con orgullo.
Vigilar el bosque
Desde el lanzamiento de Rainforest Alert, el programa de monitoreo forestal de RFUS, el número de mujeres kichwas, ticunas y matses involucradas ha crecido de tres a 34 —entre monitoras, capacitadoras y coordinadoras del proyecto, como Betty Rubio— de un total de 236 personas.
“Espero que, en algunos años, contemos con un estudio que indique cómo la incorporación de más mujeres logra mantener más bosques en pie. Estoy segura que esto va a pasar eventualmente”, dice Wendy Pineda, gerente de proyectos para RFUS en Perú. “Pero yo digo, con mucho orgullo ajeno, que el programa ya tiene casi un 15 % de participación de mujeres. Me preguntan cómo es posible que no sea el 50 %, pero cuando iniciamos teníamos solo el 1 % y llegar a estos números a ellas les ha costado muchísimo”.
Esta transformación respecto al incremento de monitoras, si bien puede considerarse lenta, ha sido sostenible en el tiempo, asegura Pineda, y eventualmente será exponencial, “porque si antes solo teníamos a una Betty que podía capacitar a dos o tres mujeres, ahora tenemos una cantidad significativa de mujeres monitoras, casi todas en posición de entrenar a nuevas mujeres”, afirma.

En 2019, un estudio liderado por investigadores de la Universidad de Columbia demostró que el monitoreo comunitario, combinado con tecnología, puede ser una herramienta poderosa para frenar la deforestación en la Amazonía. El análisis, centrado en comunidades de Loreto, reveló que la participación activa de las poblaciones locales en la vigilancia de los bosques marca una diferencia real. Luego, en julio de 2021, un estudio adicional reforzó esta evidencia: las comunidades que recibieron alertas de deforestación vía satélite a través de teléfonos inteligentes lograron reducir en un 52 % la pérdida de bosque durante el primer año, en comparación con aquellas que no adoptaron la tecnología. En el segundo año, la reducción adicional fue del 21 %.
“Este resultado para nosotros fue bastante significativo porque demostraba la importancia de invertir en los territorios, en las comunidades, y de poder garantizar la medición”, sostiene Wendy Pineda. “La academia pudo constatar lo que nosotros estábamos viendo: si les damos las herramientas y los insumos a los pueblos indígenas, pueden incrementar la protección en el bosque con resultados bastante tangibles”.

La organización de las mujeres
Para patrullar el bosque, se debe organizar un plan de trabajo. Según el objetivo, las monitoras priorizan unas áreas sobre otras, luego revisan que sus equipos estén bien cargados y listos para acompañarlas en los largos trayectos a pie. “A veces caminamos por horas… entonces también hay que asegurarnos que el tiempo esté bien para no arriesgarnos en el bosque y poder ubicarnos rumbo al punto que vamos”, describe Betty Rubio.
En el sitio toman fotos, videos, audios y ubicaciones que se registran en herramientas como Forest Watcher, una aplicación para smartphones diseñada para utilizar los sistemas dinámicos de monitoreo y alertas tempranas de deforestación de Global Forest Watch (GFW), una plataforma para el monitoreo forestal a través de información satelital. Rainforest Alert combina imágenes satelitales con investigaciones en tierra para verificar evidencias de deforestación.
“Guardamos nuestro track y así ya tenemos la información para poder presentarla primero a la comunidad y, dependiendo de los casos que nosotras encontremos, lo canalizamos hacia nuestra organización, ya sea local o regional”, explica Rubio.

Estas actividades son parte de un plan que se construyó con sabios y sabias de las poblaciones indígenas de la cuenca del río Napo. El objetivo del monitoreo ha sido atender tres desafíos: lograr el control físico, político e intelectual del territorio. Así se empezaron a construir diversas ramas que permitieran implementar estos tres pilares y la incorporación de las mujeres fue fluyendo, poco a poco, de manera transversal.
“Cuando las mujeres logran acompañar a los hombres para desarrollar el control físico del territorio, por ende, se les abre el espacio político”, explica Wendy Pineda. “Porque ahora las mujeres indígenas tienen datos e información importante para la asamblea comunitaria. Este monitoreo les abre la puerta a un espacio que antes no era tan cómodo y en donde no necesariamente estaban participando. Ahora tienen de qué hablar, con cifras e información sobre las amenazas. Están caminando y son unos ojos adicionales a los ojos de los varones”.
Antes, las mujeres eran vistas por otros monitores como sus cocineras y su participación no trascendía de ese rol. Con el tiempo y la insistencia de las compañeras, incluso los Apus —jefes tradicionales o autoridades comunales— expresan que las mujeres son más ordenadas para presentar la información de monitoreo frente a sus asambleas.

“Entonces ahora ven que no solo se trata de un tema de participación equitativa, sino que también reconocen que las mujeres tienen algo distinto que aportar a los sistemas de monitoreo que normalmente han sido liderados por los varones”, agrega Pineda. “Ya hay cambios en el pensamiento de los individuos masculinos, de los colectivos y en las familias. Ahora ven mujeres que vuelan drones, que pueden ir a caminar 20 kilómetros y que traen información sobre los taladores. Además, ven que las mujeres están desarrollando también una lucha anticorrupción al interior de las comunidades”.
Betty Rubio recuerda una ocasión en que un equipo de monitores forestales —cinco hombres y una mujer— de dos comunidades se organizaron para desalojar a las pequedragas, pequeñas embarcaciones tradicionales hechas de madera, adaptadas con una plataforma y maquinaria para extraer ilegalmente oro del río.
“Los mineros intentaron pagar a los monitores hombres. Entonces, la compañera monitora les dijo: ‘No hemos venido para recibir plata de minería, nosotros hemos venido a hacer nuestro trabajo de monitoreo. Así que, si ustedes aceptan, yo les denunciaré junto con los mineros’”, narra Rubio. “Esa decisión que tuvo la compañera ha hecho que los demás monitores no puedan caer en esta complicidad y que ellos puedan seguir defendiendo el territorio”.

El futuro del bosque
Pero, ¿cómo lograr que cada vez más mujeres se sumen a las labores de vigilancia forestal, si apenas tienen tiempo para atender a sus familias y sus casas? Se preguntaba Betty Rubio. Además de las capacitaciones y los incentivos económicos para fortalecer su autonomía financiera, había que hacer algo más para eliminar barreras en su participación.
“Las mujeres tenemos que levantarnos muy temprano para hacer el desayuno para nuestros hijos y después empezar a hacer nuestro trabajo”, explica Rubio.
Entonces crearon las “cunas”, espacios de cuidado infantil que alivian las responsabilidades de crianza. Los hijos pequeños son cuidados por integrantes de la misma comunidad —lideradas por Rubila Samuel, de la comunidad de Cushillo Cocha— mientras sus madres asisten a los talleres y actividades de monitoreo forestal.

Estos espacios también fomentan el intercambio de conocimientos entre generaciones, pues las infancias aprenden de saberes tradicionales, lenguas, prácticas culturales y el cuidado del medio ambiente. Al final, se trata de enseñarles que el bosque también es su casa.
“En el bosque aseguramos todo para nuestros hijos, para nuestros nietos. Pero no lo protegemos solamente pensando en nosotros, sino en todos los demás, porque se dice que la Amazonía es el pulmón del mundo”, concluye Rubio. “Para nosotras el bosque es bastante importante porque un pueblo indígena sin territorio, sin bosque, no es nada. Ese es el sentido que le damos nosotras como mujeres: estamos cuidando y protegiendo nuestros territorios”.
*Imagen principal: monitoras de la comunidad ticuna San Francisco de Yahuma, en Loreto, Perú. Usan drones para monitorear y proteger sus bosques. Foto: cortesía Joseph Zegarra / Rainforest Foundation US