- Científicos del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales colaboran con las comunidades locales de la Comarca Ngäbe-Buglé, territorio indígena protegido, para fomentar una estrategia de reforestación desde cero a través de la utilización de árboles autóctonos y pagos por carbono.
- El proyecto abarca unas 30 parcelas con un total de 100 hectáreas de terreno y da a los participantes la propiedad total de sus árboles.
- El enfoque se basa en datos de secuestro de carbono y otros parámetros científicos recogidos en el centro de investigación Agua Salud del Smithsonian, en Colón.
- El trabajo también se apoya en análisis económicos para garantizar que los proyectos de reforestación puedan convertirse en estrategias de subsistencia fiables y sostenibles para las comunidades rurales de Panamá.
Isidrio Hernández-Ruiz siente debilidad por las brillantes flores amarillas del guayacán (Handroanthus guayacan), una especie autóctona que florece en todo Panamá cada primavera. Es una de las tantas razones por las que Hernández-Ruiz, agricultor rural o campesino, decidió participar en un esfuerzo de reforestación para plantar árboles autóctonos en sus tierras, los que pronto le reportarán ingresos —sin cosecharlos—. Entre los pinos no autóctonos de sus tierras crece ahora una mezcla de árboles nativos que prometen al menos 20 años de pagos por el carbono que secuestran.
La parcela de Hernández-Ruiz es parte de un esfuerzo más amplio para darle una segunda oportunidad a la reforestación en Panamá. El proyecto completo abarca 100 hectáreas de plantación de un total de 45 000 hectáreas en un distrito rural llamado Ñürüm, en la Comarca Ngäbe-Buglé, una tierra indígena reconocida oficialmente.
El proyecto está codirigido por el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI, por sus siglas en inglés) y el liderazgo tradicional del distrito, con el apoyo financiero de la Fundación de la Familia Rohr y una subvención del Centro Mundial de Biodiversidad para el Clima del Gobierno del Reino Unido. Casi 30 personas y familias decidieron participar, y los propietarios conservan la propiedad total de sus tierras.
La comarca Ngäbe-Buglé es el mayor territorio indígena del país, cubre más del 9 % de la superficie de Panamá y engloba a dos grupos indígenas, los ngäbe y los buglé. En Ñürüm, el paisaje ha sido deforestado de manera intensa durante décadas debido a las quemas para el cultivo, la tala para el ganado y las plantaciones de pino y teca no autóctonos patrocinadas por el Gobierno y, como es un lugar tan remoto, hay pocas oportunidades económicas.
«Tenemos más motosierras que árboles», dicho por un miembro de la comunidad y que Jefferson Hall, científico del Smithsonian especializado en bosques tropicales y director del proyecto, recordó. La idea de trabajar en cooperación con las comunidades para secuestrar carbono, aumentar la biodiversidad y mejorar los medios de subsistencia parecía obvia.
Pero en un mundo de soluciones rápidas, el equipo de Hall está adoptando un enfoque a largo plazo.

Alto valor, bajo mantenimiento
El cocobolo (Dalbergia retusa) es la planta fijadora de nitrógeno más valiosa del proyecto, y Hernández-Ruiz ha plantado varias en sus tierras. La madera, de coloración variable, utilizada para tallados y muebles, vale 3000 dólares el metro cúbico, tres veces más que la valiosa caoba.
«Crece en suelos pobres, en suelos buenos, crece rápido cuando es joven, es bueno para cubrir el área de tierra y tiene raíces grandes, por lo que mejora la filtración», dijo Hall a Mongabay durante un recorrido por la parcela de Hernández-Ruiz. «Y es supereficiente en el uso del agua».
«Los suelos aquí suelen ser ácidos, arcillosos», agregó, «poco fértiles y pobres en fósforo».
Por eso los zapateros (Hyeronima alchorneoides) son también una gran especie maderera que puede crecer bien en estas zonas, comenta Hall. Se venden al por menor a un precio de entre 40 y 800 dólares el metro cúbico, lo que ofrece a los dueños de las tierras un alto valor si alguna vez deciden talarlos.
Mientras estas especies maderables de probada eficacia son elementos básicos del proyecto de la comarca, la colaboración entre investigadores y miembros de la comunidad es también un ensayo en tiempo real para ver cuáles especies crecen bien y cuáles no. Vieron, por ejemplo, que los macanos (Diphysa americana) crecen mejor en suelos fértiles, pero también prosperan en suelos más pobres.
El fruto del nance (Byrsonima crassifolia) es otro ejemplo de especie local que los investigadores esperan que prospere. Crecen bien en condiciones de sequía, una preocupación cada vez mayor en Panamá, sumado a que representan una gran fuente de alimento para las aves y secuestran grandes cantidades de carbono. Además, con la fruta se hacen un zumo y un helado muy populares, lo que aumenta su valor comercial. Superalimento rico en antioxidantes, se espera que pueda ser comercializado como cultivo de alto valor para la exportación.

Aunque estas parcelas son experimentos para ver qué especies funcionan mejor, se seleccionaron basándose en casi dos décadas de datos recogidos en el Proyecto de la Cuenca del Canal de Panamá del Smithsonian, un centro de investigación en Colón conocido como Agua Salud. Las parcelas experimentales de plantaciones de árboles autóctonos, los usos mixtos del suelo, los estudios hidrológicos y las mediciones del secuestro de carbono constituyeron la base científica del trabajo aplicado que se está realizando con las comunidades de la comarca.
«Intentamos comprender cómo reiniciar los ecosistemas, cómo restaurar los ciclos hidrológicos y cómo garantizar los medios de subsistencia y los paisajes rurales para el futuro», dijo Hall en un acto celebrado en abril en la inauguración de una nueva exposición en un museo de Ciudad de Panamá que muestra los resultados de las investigaciones de Agua Salud.
Hall dijo en una entrevista que el proyecto Agua Salud ayuda a los científicos a desarrollar rápidamente formas de medir los servicios ecosistémicos.
Como ejemplo, los datos de Agua Salud sugieren que el agua almacenada en el ecosistema del Parque Nacional Chagres salvó al Canal de Panamá de una desastrosa inundación tras las fuertes lluvias de 2010, lo que impidió que la cuenca artificial del canal, el lago Alajuela, se desbordara. Sin esa infiltración natural de agua, «habríamos tenido 100 millones de metros cúbicos de agua golpeando la represa [Madden]», contó Hall, el equivalente aproximado de 100 millones de elefantes de agua. «En vez de celebrar la ampliación del canal en 2016, probablemente habrían estado reconstruyendo».
Con el tiempo, el equipo de Hall planea medir también el efecto de la plantación de árboles en la infiltración de aguas subterráneas de la comarca.
Hall sostiene que es crucial comprender cómo el cambio climático está alterando las condiciones ambientales y añade que especies que antes prosperaban en determinadas zonas pueden no prosperar en el futuro. Las estaciones secas, por ejemplo, se están alargando debido al cambio climático.
«No intentamos restaurar lo que había antes», dijo Hall. «Estamos plantando para el futuro».

Sembrar confianza antes que plantar árboles
En 1973, funcionarios del Ministerio de Ambiente de Panamá llegaron a Ñürüm con una oferta: los propietarios rurales podrían cultivar plantaciones de pinos a cambio de alimentos o dinero, pero no estaba claro que perderían la titularidad de sus tierras. Entre esas familias estaba Hernández-Ruiz.
En aquel momento, parecía una buena idea. Los pinos caribe (Pinus caribaea) crecen rápido y se pueden talar para obtener madera. Sin embargo, resultó que el cultivo de los pinos costaba más —hasta 1500 dólares por hectárea, según un análisis de 2023— que el beneficio de sus ventas. Y los beneficios no iban a parar a las comunidades. Estas plantaciones también secuestran menos carbono que los bosques autóctonos.
Dado que estas transacciones se produjeron antes de que se establecieran muchos de los territorios indígenas de Panamá, la propiedad de estas plantaciones no está clara. La campaña, que duró décadas e incluyó también plantaciones de teca en todo el país, dejó a personas marginadas como Hernández-Ruiz sin medios de vida sostenibles.
Es un problema antiguo para las comunidades indígenas de todo Panamá. A menudo, los programas diseñados para ayudar a las familias rurales suministran recursos gratuitos —como pollos, cerdos o granos de café— sin el apoyo técnico, agrícola o financiero para que puedan administrar esos recursos a largo plazo.
Estos programas tampoco preguntan a las comunidades qué es lo que realmente quieren en vez de asumir lo que necesitan, explicó Daniel Holness, presidente del Centro de Estudios y Acción Social Panameño (CEASPA), una organización de defensa de los derechos humanos que trabaja con grupos indígenas de todo el país. Al final, esos activos acaban costando más dinero a las comunidades a cambio de poco o ningún beneficio personal.
«Otros proyectos no tienen éxito porque no se coordinan con todos los niveles de la comunidad», comentó Holness. De hecho, establecer lazos de confianza no solo con los líderes de Ñürüm, sino también con sus residentes, fue clave para que el Smithsonian pudiera generar confianza.
Francisco Herrera, historiador y miembro de la CEASPA desde hace muchos años, dijo que, aunque el proyecto en esta etapa es experimental, esperan que se convierta en un proyecto de reforestación autosuficiente.
«La forma en que intentamos trabajar con la comunidad aquí es única», dijo, por ejemplo, manteniendo conversaciones abiertas con los dirigentes locales.
Esto es muy importante en un lugar como Panamá, donde los grupos indígenas han sido ignorados y explotados durante mucho tiempo. A la fecha, una comunidad indígena todavía sigue luchando por sus derechos sobre la tierra con la ayuda de CEASPA y sus abogados.
Cuando Smithsonian se acercó por primera vez a la comunidad de Ñürüm, la gente se mostró escéptica, sobre todo tras décadas de desconfianza al Gobierno, explicó Pedro Nola Flores, expresidente general de la comarca. Pero las conversaciones abiertas del Smithsonian contribuyeron en gran medida a ganarse la confianza de la comunidad. Esta transparencia, dijeron los dirigentes locales, faltaba en otras estrategias de subsistencia propuestas.
Ahora hay más personas interesadas en participar que fondos para darles cabida, una dura realidad que el personal del Smithsonian y los residentes de la comarca esperan que impulse más financiación para continuar y ampliar el trabajo.
El equipo del Smithsonian, añadió Nola Flores, siempre será bienvenido.

Una nueva estrategia de subsistencia
El Smithsonian necesitó todo un año de foros y reuniones comunitarias para completar el proceso de consentimiento libre, previo e informado, un procedimiento legalmente obligatorio en los territorios indígenas que exige que todas las partes firmen un acuerdo por escrito. No fue fácil.
Cuando los investigadores introdujeron por primera vez el concepto de plantar árboles para almacenar carbono —carbon, en inglés —, la población local lo malinterpretó como la palabra carbón, muy similar en español, lo que dio lugar al malentendido de que querían extraer carbón. Mediante reuniones comunitarias, el Smithsonian y el CEASPA explicaron el secuestro de carbono y cómo el cambio climático está afectando a sus tierras.
Además, explicaron las compensaciones y beneficios: el pago del vallado, las plántulas, el trabajo físico y, sobre todo, el secuestro de carbono. El Smithsonian también hizo hincapié en que los participantes pueden abandonar el programa si lo desean y que, si deciden cosechar sus especies maderables más adelante, son libres de hacerlo.
«Queremos ayudar a mantener a los pequeños propietarios en sus tierras», dijo Hall, y agregó que la población local se beneficia directamente del sistema de pago del carbono sin los intermediarios que intervienen en otros proyectos de carbono a gran escala. Este fue uno de los principales factores por los que la comunidad decidió participar, de acuerdo con las entrevistas de Mongabay a los líderes locales.
Basándose en una investigación publicada en 2023, el equipo del Smithsonian descubrió que los pagos anuales de carbono son clave para fomentar la reforestación frente a otros usos de la tierra, como la cría de ganado. A diferencia de otros sistemas de créditos de carbono, los pagos se basan en la superficie y no en el crecimiento. El análisis inspiró un pago fijo de carbono de 130 dólares por hectárea de terreno del proyecto durante un máximo de 20 años —que va de forma directa a los participantes de la comarca— a partir del quinto año de plantación.
De acuerdo con la investigación, los elevados costos de establecimiento son otro de los principales obstáculos para los proyectos de plantación, razón por la cual el Smithsonian consiguió primero compromisos de financiación de organizaciones externas. De este modo, el Smithsonian puede proporcionar semillas, materiales y otras herramientas sin costo alguno para los propietarios de los terrenos, a quienes también se les paga un jornal por el tiempo dedicado a limpiar y mantener la tierra para la plantación.
Para maximizar el potencial en suelos poco fértiles con vegetación existente, el Smithsonian utiliza un método denominado plantación de enriquecimiento: intercala árboles maderables de valor comercial. De esta forma, los pinos existentes y otras especies de crecimiento natural proporcionan la sombra y la protección necesarias para los árboles jóvenes.
Normalmente, los mercados de carbono buscan una reserva del 30 % en el almacenamiento de carbono para ayudar a mitigar el riesgo de incendios, talas u otras pérdidas inesperadas de carbono. Sin embargo, en Agua Salud, el equipo de Hall ha conseguido una reserva del 60 % y 18 dólares por tonelada de CO2 almacenada para los pagos por carbono.
Sin este modelo, la investigación del Smithsonian descubrió que los proyectos de reforestación basados en la madera no serían financieramente viables —o rentables— para los propietarios rurales y de escasos recursos.
«Los lugareños no son meros beneficiarios del proyecto, sino participantes activos», dijo Hall. «Ayudan a los científicos del Smithsonian a realizar mediciones, mantienen el paisaje y educan a sus vecinos para que reduzcan las prácticas de quema», la mayor amenaza para la reforestación aquí, añadió.
«Los recursos monetarios han sido vitales para Hernández-Ruiz y su familia, que viven en humildes casas junto a sus animales de granja en la ladera de una montaña. Cobrar 15 dólares al día por su trabajo ha sido un gran beneficio«, comentó.
Los beneficios van más allá del valor monetario. Cuando Nola Flores era joven, recuerda, su comunidad tenía una conexión especial con el aire, el suelo y el agua. Ellos cultivaban rotando las parcelas para permitir que el suelo se regenerara, pero ahora observa que la gente está ansiosa por producir lo máximo posible en la misma tierra año tras año, utilizando más agroquímicos que nunca.
«En otras partes de la comarca, las minas a cielo abierto han contaminado el agua y el suelo, lo que hace que los beneficios para la salud ambiental del proyecto resulten especialmente atractivos», explicó Basilio Rodríguez, presidente local de Ñürüm. El gobierno panameño continúa explorando posibilidades mineras en sus tierras, algo a lo que la comunidad se opone con vehemencia. El proyecto del Smithsonian, por lo tanto, era una oportunidad para salvaguardar mejor sus recursos naturales.
Con el tiempo, esperan que el proyecto ofrezca también oportunidades ecoturísticas, como excursiones guiadas por los ríos y aguas termales de la región.
«Desde que firmamos el acuerdo, el Smithsonian sigue estando presente en la zona», continuó Rodríguez. «Y aún mejor —dijo—, los residentes se benefician de la educación ambiental a través de las reuniones comunitarias, aun cuando no son participantes directos».


Continuar una conversación bidireccional
El proyecto no se limita a la plantación de árboles y el pago de carbono. El equipo de investigación del Smithsonian también estudia los polinizadores de las parcelas de los participantes, en concreto, las abejas sin aguijón.
Botellas de plástico pintadas de amarillo cuelgan de algunos árboles en el proyecto de la comarca como experimento sobre el comportamiento de las abejas. Danny Hernández Cuadra, el científico del Smithsonian que dirige la investigación, está viendo que las abejas macho se sienten atraídas por el color brillante y defienden las botellas para atraer a sus parejas.
Urbano Guerra, el cacique local —un cargo altamente respetado que se ocupa de las disputas comunitarias— también participa en el proyecto de las abejas para averiguar qué especies polinizan qué plantas. La hija de Guerra está colaborando de manera directa con Hernández Cuadra y el hijo de Guerra, botánico autodidacta, ha ayudado a identificar las especies autóctonas por sus nombres locales y, a cambio, ha aprendido sus nombres científicos. De este modo, lugareños y científicos aprenden unos de otros.
En junio, la comarca recibirá a veinticinco estudiantes de silvicultura de la Universidad de Panamá en Penonomé para que investiguen con las comunidades durante tres meses. La idea es facilitar un intercambio bidireccional de conocimientos, explicó Hall.
Los estudiantes enseñarán a los lugareños a recoger datos científicos y los lugareños enseñarán a los estudiantes sus conocimientos locales sobre plantas y animales. Identificarán insectos, medirán la altura de los árboles y el diámetro de los troncos, aplicarán fertilizantes, medirán el secuestro de carbono del suelo y mucho más.
La mayoría de estos estudiantes tienen recursos limitados, explicó Emilio Mariscal, profesor de silvicultura de ellos, por lo que la colaboración con el Smithsonian es ideal. Como los habitantes de la comarca carecen de recursos, los estudiantes comprenderán mejor su situación y recibirán formación adicional del CEASPA sobre cómo trabajar con las comunidades indígenas.
«Ahora que tienen los conocimientos, pueden volver a sus familias o a otras zonas para mejorar las condiciones [de uso de la tierra]», dijo.

La mentalidad en la comarca también está cambiando. Inspirado por el proyecto y el éxito tras tres años de crecimiento, Hernández-Ruiz se ha propuesto sembrar otro tipo de semillas, que solicita al Ministerio de Desarrollo Agropecuario, como árboles frutales y cítricos para la agricultura de subsistencia. También está poniendo en marcha un pequeño vivero de café y ya ha cosechado chiles que vendió en la ciudad.
Con varias especies de árboles de alto valor que secuestran carbono en sus tierras, Hernández-Ruiz pronto empezará a recibir pagos por carbono. Admite que aún no entiende del todo el concepto de carbono, pero está agradecido con las relaciones establecidas con el Smithsonian. Ahora, sus hijos también participan en el programa.
Un cartel tallado cuelga de la verja de uno de sus vecinos: «La tierra es nuestro refugio y debemos protegerla».
Imagen principal: Danny Hernández Cuadra, científica del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, sonríe ante un pequeño frasco de abejas sin aguijón que recogió para una investigación. Foto: Marlowe Starling para Mongabay
Nota del editor: Adriana Tapia, gerente de proyectos del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales para los proyectos Agua Salud y comarca Ngäbe-Buglé y Campesino tradujo total o parcialmente al inglés estas entrevistas sobre el terreno.
REFERENCIAS
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Esta nota se publicó originalmente en inglés en el sitio de Mongabay el 22 de mayo de 2025.





