- En la comunidad originaria de El Olivo, en el estado de Hidalgo, México, las comunidades cultivan y procesan el olivo, en un intento por lograr desarrollo económico.
- Los agricultores de la zona buscan también revalorizar sus raíces con la recuperación del idioma hñahñu.
- Entre los matorrales que crecen cerca de los cultivos de olivo, biólogos encontraron especies de flora nativa relevantes para la cultura mexicana y, en especial, para los pueblos indígenas.
- El rescate de conocimientos ancestrales a través del cultivo y uso de las plantas nativas recién halladas se ha convertido también en una prioridad para las comunidades.
Para llegar a la comunidad indígena de El Olivo, se atraviesan paisajes contradictorios. Al inicio, las montañas se asoman con sus suelos semiáridos y la carretera está rodeada de camellones tupidos de palmeras y pasto muy verde. Al avanzar, se ven cada vez más puestos que venden artículos para el entretenimiento en las albercas llenas de agua que se observan a lo lejos. Sin embargo, ya al adentrarse en las comunidades aledañas, la realidad es otra: el agua se vuelve escasa.
Ubicada en el Alto Valle del Mezquital, en el municipio de Ixmiquilpan, Hidalgo (en el centro de México), esta región guarda recuerdos de su pasado entre las plantas que crecen en sus suelos. Esto lo sabe muy bien Édgar Pioquinto, un agricultor de 56 años, experto en el árbol de olivo (olea europaea).

Pioquinto, así como cientos de miles de mexicanos, emigró a Estados Unidos en la década de 1990, con la esperanza de crear mejores oportunidades económicas. Sin embargo, poco después decidió regresar a su tierra para dedicarse a la agricultura y así retomar ese oficio que aprendió desde su infancia. Ya en el país, después de 26 años de trabajo continuo, se ha convertido en un conocedor del olivo, el principal cultivo en esta zona: sabe cuándo y cómo debe plantarse, cómo cultivar sus frutos o aceitunas, cómo cruzar especies y crear injertos únicos.
Ahora también es testigo de las secuelas más evidentes que deja la falta de agua. “Aquí en la región todavía hay varios manantiales que mantienen a distintas comunidades, pero el problema es que, mientras el agua se concentra en unos lados, la sequía arrasa en otros”, explica.
En su comunidad, buscan proteger y aprovechar algo más que el conocimiento de décadas de trabajo con los cultivos de olivo. En esta zona también crecen plantas nativas alrededor de los olivos y, como plan para una reapropiación de su cultura y sus antepasados, tanto Pioquinto como sus vecinos involucrados en el cultivo del olivo, pretenden recuperar el uso tradicional de esta flora nativa, a través de su reproducción y restauración. Con esto, a pesar de ciclos más prolongados de sequía, esta comunidad indígena y campesina ha encontrado en plantas milenarias una posible solución ante las heridas que les deja la crisis climática.
Cultivar el olivo
Si bien el olivo es una planta que crece en las regiones del Mediterráneo, fue una de las primeras especies de flora que llegaron a territorio latinoamericano durante la época de la conquista, en el siglo XVI, debido a su importancia cultural en Europa. El mexicano Cristóbal Sánchez, biólogo botánico y actual responsable técnico del Jardín Botánico de Vallarta, explica que esta planta logró adecuarse a las tierras mexicanas gracias a que los colonizadores encontraron regiones con un clima similar al del Mediterráneo, como en el estado de Baja California o en el Valle de México.

Al lograr adaptarse a los suelos mexicanos, el olivo se convirtió en fuente económica importante en el país, donde los cultivadores encontraron una manera de producción con frutos entre los distintos climas. En las zonas del norte del país, como Baja California y Sonora, y en la región centro (en los estados de Querétaro, Tlaxcala, Ciudad de México) existen zonas de cultivo en las que, además, se procesan toneladas de litros de aceite de oliva y kilos de aceitunas de distintos colores.
A El Olivo, los cultivos llegaron en la década de 1960 a través de la Comisión Nacional de Fruticultura (Conafrut). La zona ya tenía dicho nombre y fue una coincidencia que la Conafrut decidiera donar árboles de olivo y crear un programa para su crecimiento, con el objetivo de apoyar económicamente a la región. Para los pobladores fue una sorpresa cómo la planta logró aclimatarse en esta zona que se encuentra a una altitud de 2069 metros sobre el nivel del mar y se caracteriza por tener un clima semiárido. Sin embargo, el cultivo nunca se formalizó.
El agricultor Édgar Pioquinto cuenta que fue hasta el inicio de la década de los 2000, cuando regresó de Estados Unidos, que se reunió con otros doce agricultores y decidieron trabajar formalmente el cultivo del olivo y la producción de derivados, como el aceite de oliva. En 2002 formaron una Sociedad de Producción Rural (SPR), figura legal en México que permite a productores rurales constituirse como organización y acceder a distintos apoyos financieros, fiscales y sociales, entre otros.
Algunas organizaciones y el Gobierno donaron plantas y materiales para su procesamiento y con ello nació la SPR Xido-Hai, nombrado en hñahñu (una de las nueve variantes lingüísticas otomíes), que significa “Tierra de Tepetate”, y que hace alusión a la composición del suelo de la zona. Pioquinto cuenta que con esa decisión de llamar así a la sociedad se dio el primer paso para la reapropiación de la cultura de la región y de sus mismas raíces.

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Revalorizar el pasado y romper con la discriminación
En esta zona, rodeada de altas montañas, las comunidades que se identifican con un origen indígena han sufrido discriminación. “Mi generación no aprendió el idioma hñahñu porque nuestros padres no lo quisieron así. Nos decían que hablarlo nos iba a repercutir en el desarrollo de nuestra vida. Y no era por otra cosa más que por la discriminación que ellos vivieron a causa de sus raíces”, dice apesadumbrado Pioquinto. Por eso, ahora, que junto a sus vecinos repiensa su pasado como comunidad, ha emprendido una búsqueda por revalorizarlo y traerlo al presente.
El Olivo está atravesado por problemáticas económicas que provocaron una movilización importante hacia Estados Unidos desde el siglo XX. La organización mexicana RIIEFI explica que a finales del siglo pasado, la migración aumentó a causa de las crisis económicas de 1982 en el país e incluso se acentuó en la década de 1990.
Pioquinto fue uno de los tantos migrantes que decidieron ir en busca de mejores condiciones a Estados Unidos. “Nunca me hallé allá, no me gustaba. Y en 1999 decidí regresar y no volver. Desde entonces, me dedico al olivo y me quedé aquí, haciendo lo que me gusta”, cuenta.

Ahora, regresar a trabajar en la tierra, con la producción del olivo, devuelve un sentido de pertenencia a la comunidad y una búsqueda de resignificación de sus raíces. Pioquinto lo expresa así: “Aunque mi generación no aprendió el idioma, lo siguen hablando los mayores y se les enseña ahora a los niños. Nunca olvidamos que somos indígenas”. Actualmente, el estado de Hidalgo está registrado como la entidad donde existen más hablantes de hñahñu en México, con alrededor del 40 % del total de los hablantes del idioma.
Si bien la revalorización de sus raíces se enfoca principalmente en su idioma, también se centra en algunas costumbres y actividades que ponen en el centro el conocimiento de los antepasados de la comunidad. Entre estas está el conocimiento y reaprendizaje del manejo de las plantas nativas que comparten el suelo con los olivos.
La sequía y la búsqueda de soluciones alternativas
A pesar del trabajo que la comunidad de El Olivo hace para avanzar económicamente a través del cultivo del olivo y de superar las barreras culturales y la migración, se enfrentan ahora a otras situaciones, difíciles de controlar o incluso, de predecir.
Mientras da un recorrido por su terreno lleno de plantas, el pedagogo y agricultor hidalguense Roberto Ortíz, vecino de Édgar Pioquinto, se acerca a un árbol de olivo, alto y lleno de ramas. Toca lo que parece ser una pequeña mancha negra que nace entre las hojas duras del árbol y dice: “Esto es un fruto de este árbol. Aunque nosotros apreciamos lo que nos da, no debería haber florecido todavía. Para mí, es un signo de que hay una alteración de las estaciones y que eso ya está afectando nuestros cultivos”. La crisis climática es evidente en la región.

Édgar Pioquinto le sigue en la explicación y cuenta que la época en la que se cosechan las aceitunas es durante los meses de julio a octubre o noviembre. De este fruto, se extrae el aceite de oliva. Pero ya hay una alteración por los cambios bruscos de temperaturas que se unen a una sequía cada vez más extrema en la región, a pesar de que es una zona semiárida donde apenas se registran aproximadamente 350 milímetros de lluvia anual. Ortíz, por su parte, complementa la explicación, al decir que en otras zonas del país donde se desarrolla la misma actividad pueden llegar a los 800 milímetros anuales.
Aunque expertos como el biólogo Cristóbal Sánchez explican que la planta del olivo es resistente a la sequía, gracias a que sus hojas guardan humedad, Pioquinto y Ortiz expresan su preocupación por este fenómeno, porque el olivo es muy productivo sólo cuando es suficientemente regado. “No sólo es el tema de que ya no dan la misma cantidad de fruto que antes sino que hemos comenzado a observar y registrar que, desde 2023, los árboles más jóvenes no aguantan y se secan más rápido”, comenta Ortiz.
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Ante esta situación, la sociedad productora ha trabajado en posibles soluciones. Una de ellas fue la búsqueda de una concesión para el uso de un pozo agrícola. Cuentan que, una vez legalmente constituidos, hicieron el trámite necesario ante la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA) en diciembre de 2018, se prepararon durante meses y reunieron todos los documentos para solicitar la concesión. Sin embargo, hasta ahora no han obtenido respuesta alguna a su solicitud.
Esto motivó a la comunidad a buscar otras alternativas, como el perfeccionamiento de prácticas de recolección de agua y riego ancestrales. Por ejemplo, a través de la agricultura de la conservación, que es un sistema de agricultura que protege los suelos con material vegetal (vivo o muerto), buscan evitar la evapotranspiración de las plantas, lo que, a su vez, permite la absorción de la lluvia de manera más efectiva. Por otro lado, también se han dedicado a crear sistemas de riego a través de ollas de agua, que consiste en crear depresiones sobre el suelo donde se pueda captar agua de lluvia.
A pesar de ello, sigue prevaleciendo la problemática. “¿Qué caso tiene llevar a cabo estas prácticas si no cae suficiente lluvia que captar?”, se pregunta Ortiz. Este año la temporada de la primavera azotó muy fuerte en la zona, con altas temperaturas de hasta 35°C durante el día.

Un jardín botánico entre olivos
Aunque en esta parte de la comunidad el paisaje es seco, Édgar Pioquinto cuenta que las montañas que la rodean guardan una parte muy importante de la historia botánica del lugar. “Detrás de esos cerros —los cuales señala— todavía hay manantiales y muchas plantas de la región, plantas que nacieron aquí y que, gracias al viento, han llegado hasta nuestros suelos y sobreviven a todo”, expresa.
Cristóbal Sánchez lo sabe muy bien. Desde que finalizó la carrera de Biología en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), cuando viajó a la comunidad para realizar un proyecto de tesis de su licenciatura (guiado por su papá, entomólogo), aprendió sobre la gran variedad de especies de plantas nativas que sobreviven en la región. “Son plantas que ya estaban y que formaban parte del mismo contexto de sequía. Crecen especies que tienen un uso e importancia cultural importante”, comenta.
Derivado de su estudio etnobotánico publicado en 2012, Sánchez realizó una documentación de especies nativas de la comunidad y encontró que existen aproximadamente 225 especies que crecen entre los cultivos del olivo. Estas plantas tienen capacidades resilientes ante los cambios de clima y la falta de agua y, tradicionalmente, alrededor de más de 100 han sido utilizadas por pueblos indígenas para medicina y alimento.
El biólogo considera que estas plantas acompañantes podrían ser una alternativa relevante para combatir las dificultades que se presentan ante la falta de agua: “Voltear a ver estas plantas que han estado ahí por años y que crecen sin que incluso alguien las siembre, también significa promover lo que ya se usaba en el pasado”. De igual manera, explica que son especies que tienen una historia de usos, los cuales no representan gastos adicionales.

“No sólo se trata de la recuperación de estas plantas nativas y del conocimiento que la gente tiene sobre ellas sino también de ver otras alternativas económicas”, comenta Sánchez. Esto lo confirman muy bien Ortiz y Pioquinto. A pesar de que su actividad agrícola se ha centrado en el cultivo del olivo, ya sea a través de un estudio más detallado de la cadena productiva o de la reproducción y estudio del árbol, no dejan de admirar y de dar importancia a las otras especies que crecen junto a ellos.
Al caminar entre los árboles de olivo, que pintan al paisaje de un verde claro, sobresalen plantas de distintos tamaños y colores. Pioquinto se detiene a explicar cada una de las especies que poco a poco ha ido encontrando en sus tierras. Muestra una especie particularmente importante para la cultura mexicana: la Biznaga barril o Ferocactus histrix, una cactácea originaria del centro del país de la que se extrae el dulce de acitrón, utilizado para las roscas de reyes (un pan tradicional en forma ovalada y que acompaña las celebraciones del día de Reyes), o los chiles en nogada (chile poblano relleno de carne y verdura, acompañado de una salsa blanca y granada), platillos emblemáticos de ciertas épocas especiales en México.
Desde 2021, el uso y comercialización del acitrón está prohibido en el país debido a que su uso desmedido ha puesto a la Biznaga barril en peligro de extinción. “Esta planta es especial por su estado actual. Las seguimos cuidando para evitar perderlas. Es el legado de estas tierras”, expresa Pioquinto.
Por su lado, Ortiz se ha centrado en la experimentación del nacimiento y crecimiento de las plantas nativas. “Hemos intentado comprender cuáles son las mejores épocas del año para su adecuado desarrollo. Creo que con el paso del tiempo entendemos mejor su reproducción y no queremos dejar perder su importancia”, comenta. Ahora, mientras muestra un lote de estas plantas, explica que le gustaría poder repoblar el paisaje de El Olivo con especies nativas. “Queremos lograr tener estas plantas en todo nuestro entorno. Tienen mucha importancia para nosotros porque queremos seguir recuperando lo que nuestros antepasados valoraban”.

Lo sorprendente para el biólogo Sánchez, aparte de encontrar este tipo de especies en peligro de extinción, es que también se siguen encontrando en la región especies nuevas para la ciencia. “Seguramente hay especies nuevas no descritas en esos matorrales tan hermosos que crecen junto a los olivos”. Un ejemplo de ello es la Matelea ojadapantha, una especie nativa de la región de Hidalgo, Querétaro y Oaxaca, que fue descubierta oficialmente en 2020 por Leonardo Osvaldo Alvarado Cárdenas, Carla Sofia Islas Hernández y María Guadalupe Chávez Hernández, del Departamento de Biología Comparada de la Facultad de Ciencias de la UNAM. Los científicos eligieron nombrarla en hñahñu y significa “Flor de Ojädäpo”, una deidad del monte o de las hierbas en la cultura Hñahñu u otomí. Sánchez explica que esta planta crece en la comunidad de El Olivo por los registros que había realizado en su tesis de 2012.
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“Consideramos que los matorrales que se encuentran junto al olivo son de los tipos de vegetación más diversos que hay en el país. Puede haber más especies en una hectárea de ese matorral que en una hectárea de selva”, manifiesta Sánchez, quien realizó un top 15 de las plantas más útiles del Valle del Mezquital, las cuales fue reconociendo asimismo en El Olivo. Por ahora, México forma parte del grupo de los países más megadiversos del planeta, con más de 23 000 especies de plantas vasculares nativas.
Mientras tanto, la comunidad del Olivo, y particularmente quienes se han dedicado al cultivo del olivo, voltean a su pasado y trabajan por recuperar sus raíces para un futuro más prometedor y sustentable.

Foto portada: los agricultores Edgar Pioquinto y Roberto Ortiz entienden el valor de los árboles de olivo y conocen sus variedades, sus cambios y, ahora, las dificultades que enfrentan debido a la crisis climática. Foto: Estefanía Cervantes.