- ¿En qué lugar fue registrado por primera vez el Leopardus colocolo?
- ¿Cuáles son las principales amenazas que ponen en peligro a esta especie?
La primera vez que Álvaro García Olaechea observó al Leopardus colocolo, comúnmente conocido como gato de pajonal o gato del desierto, aún era un estudiante de biología y participaba en una investigación que dos expertos realizaban en los manglares de San Pedro de Vice, en la región de Piura. Ese primer avistamiento de octubre de 2006 sería el inicio de un estudio que buscaría identificar “áreas prioritarias para la especie y describir su dieta en el desierto”, señala García Olaechea, quien lleva adelante esta investigación junto a la joven bióloga Cindy Hurtado en el norte del Perú y el sur del Ecuador.
Si bien es conocida la presencia del Leopardus colocolo en los Andes de Perú, sobre los 3000 m.s.n.m., existe el reto de estudiar a esta especie en ecosistemas como el bosque seco y el desierto costero. Luego del primer encuentro, García Olaechea regresó una y otra vez al manglar, se topó entonces con huellas de un felino pequeño, que sabía que no podían corresponder a un tigrillo, por las características del ecosistema. Para despejar las dudas, a fines de 2010, el biólogo, junto con otros colegas, colocó una cámara trampa con un rollo de 36 tomas y aguardó dos noches por los resultados. “En tan solo dos noches obtuvimos la primera fotografía de esta especie, el registro más septentrional en Perú hasta dicha fecha”, le contó a Mongabay Latam García Olaechea, quien aún recuerda que la fotografía número 36, la última del rollo, fue la que registró al gato del pajonal. “Fue muy emocionante”, concluyó.
Tras las huellas del gato de pajonal
Luego de confirmar su existencia y de la poca o nula información que existía sobre esta especie, García Olaechea y Hurtado se plantearon buscar fondos para estudiar al Leopardus colocolo. El proyecto se inició formalmente en el 2015, aunque las primeras cámaras trampa se instalaron en el 2014. Empezaron por generar información sobre su rango de distribución para determinar en “qué tipo de bosques se encontraba, saber si habita sólo en humedales, si estaba en los manglares de Tumbes y si era posible que sobreviva en localidades alejadas de agua dulce, como la Zona Reservada de Illescas”, explicó García Olaechea, biólogo de 29 años con experiencia en el estudio de mamíferos medianos y grandes en el norte de Perú (Tumbes, Piura y Lambayeque).
El experto también describió las características de los espacios donde el felino ha sido observado. “Lo hemos registrado en zonas desérticas casi desprovistas de vegetación, en un pequeño bosque de mangle/gramadal, bosques secos de llanura y en bosques secos de colina”, mencionó.
En el caso de Ecuador, las fotografías de las cámaras trampa les permitieron confirmar la presencia de este felino en el bosque seco de La Ceiba. Era la primera vez que se registraba en un bosque seco de Ecuador, lo cual permitió ampliar el rango de distribución del Leopardus colocolo.
En el norte de Perú, el gato de pajonal o gato del desierto ha logrado ser registrado hasta hoy en 10 localidades, seis de ellas ubicadas en bosque seco y cuatro en el desierto. Existe información que confirma su presencia en los bosques secos del Parque Nacional Cerros de Amotape (una vez), de Canoas de Punta Sal (una vez), del Coto de Caza El Angolo (una vez), del Caserío Chapango (una vez, cuando un espécimen fue capturado por pobladores), en el Área de Conservación Privada Yacila de Zamba (una vez, porque una persona confirmó haberlo visto en una entrevista) y el sector El Virrey (tres veces).
En el desierto de Sechura, ha sido visto en la Laguna Ñapique (dos veces), en el Manglar de San Pedro de Vice (más de 20 veces), en la Mina Bayovar (una vez) y en la Zona Reservada Illescas (una vez).
El trabajo de campo
Sostienen los expertos que para la identificación de lugares prioritarios para la conservación del Leopardus colocolo en el norte del Perú, el primer objetivo de la investigación, es necesario capturar algunos individuos, “lo hacemos mediante el uso de trampas de caja colocadas en sitios estratégicos”, explican y agregan que esta metodología es necesaria para tomar “medidas morfométricas y muestras de tejido”, además para colocarles un collar de GPS que les permita monitorear sus desplazamientos.
Para estudiar su dieta o alimentación, el segundo objetivo de la investigación, trabajan en la colecta de heces. Estas son procesadas y separadas, lo que buscan los biólogos son “los restos no digeridos, como huesos de mamíferos, reptiles y plumas”, narraron. A esto se suma “un inventario de las presas y cálculo de densidad de los roedores y aves de la zona, para poder determinar su alimentación y la disponibilidad de las presas”, explicó así Cindy Hurtado, parte del trabajo realizado en los últimos meses.
La rutina del trabajo de campo es una de las actividades de las que menos se habla, pero una parte central para el trabajo de investigación científica. No se suele contar cuántas horas permanecen bajo el sol los especialistas o cómo pueden pasar días de días acampando en un desierto para conseguir un dato significativo que quizá obtengan en un segundo. Y es así, las anécdotas no figuran en las páginas de las publicaciones científicas, pero sí circulan en las amenas charlas privadas de los expertos.
Álvaro y Cindy le confesaron a Mongabay Latam que uno de los 10 científicos (biólogos y veterinarios) que trabaja en esta investigación, tuvo la mala suerte de atrapar un zorrillo en lugar de un individuo de Leopardus colocolo. “Al verlo dentro de la trampa, se preguntaron cómo sacarlo ahora sin que les orine, ya que todo el tiempo estuvo en posición de defensa, listo para orinar si se sentía amenazado. Con ayuda de unas varillas de madera levantaron la puerta y felizmente el zorrillo salió lentamente y se perdió entre el mangle”, narró García Olaechea.
El problema vendría después. “Ni bien llegaron al campamento se sacaron toda la ropa, se cambiaron, lavaron, pero el olor había penetrado su piel. La ropa la dejaron asoleándose y ventilándose días y no se la pusieron nunca más en dicha salida de campo”, recordaron los biólogos.
Las amenazas
Las resultados de las investigaciones son preliminares como para estimar la población del gato de pajonal en el norte del país, los especialistas se aventuran a decir en base a las fotografías que en los manglares de San Pedro de Vice habitan por lo menos cinco individuos, aunque la gran biodiversidad del lugar los hace suponer que el número puede ser mayor.
Los estudios han indagado también sobre las amenazas. Si bien no existe un conflicto directo entre los pobladores y el Leopardus colocolo, indirectamente ciertas actividades antropogénicas amenazan su hábitat. Cindy Hurtado mencionó la “fragmentación y pérdida de hábitat, la tala selectiva, ganadería intensiva, presencia de mamíferos asilvestrados (gatos, perros, chanchos, chivos y burros), incendios premeditados para cazar a los chanchos asilvestrados (en el Manglar de San Pedro) y cacería/comercio ilegal”.
La información que se está generando, señalan los biólogos, será fundamental para “ejecutar un plan de manejo y conservación” y desarrollar “acciones necesarias para protegerlo”. En los próximos meses tienen planeado instalar cuatro collares con GPS: dos se colocarán a individuos que habitan los manglares de San Pedro de Vice y los otros a dos gatos del desierto de la Zona Reservada Illescas. “Queremos investigar si los movimientos de L. colocolo están directamente relacionados con la disponibilidad de recursos (agua y presas principalmente), entender qué hábitats prefiere y además identificar lugares claves para su supervivencia”, explica Hurtado y agrega que “la idea es ver las localizaciones en un mapa y luego en las zonas donde se formen clusters ir a investigar a ver si se trata de fuentes de agua dulce, alguna zona de crías, en el caso de las hembras, o parches con importantes recursos”, concluye la experta.