La vida de las jorobadas de esta región transcurre entre las áreas de alimentación, ubicadas en las heladas aguas del sur del continente americano y la Antártica, y las áreas de reproducción en las tibias costas tropicales, algunos kilómetros al norte del Ecuador. “En total son entre 6500 a 8500 kilómetros los que las yubartas recorren entre una área y otra, por lo que la población de ballenas jorobadas del Pacífico Sudeste tiene, probablemente, el ámbito de distribución más extenso de todos”, así lo explica el biólogo de la fundación Yubarta y de Whalesound, Juan Capella, en diálogo con Mongabay Latam.

El investigador fue uno de los que descubrió a mediados de los noventa, junto a un grupo de científicos, un área de alimentación y descanso que reúne cada verano a ballenas jorobadas y sus crías, en el área de la Isla Carlos III y Seno Ballena, en el Estrecho de Magallanes. Un lugar que “sirve de corredor biológico para la ballena jorobada y ocasionalmente para la ballena Sei (Balaenoptera borealis), especie protegida internacionalmente”, indica Capella.

La investigación científica, realizada en el Estrecho de Magallanes con esta población de jorobadas, sentó también las primeras bases de conocimiento para que el Estado chileno declarara, en el 2003, el Área Marina Costera Protegida de Múltiples Usos (AMCP-MU) Francisco Coloane, en honor al escritor nacional.

Esta tiene una extensión de 67 197 hectáreas y en ella solo es posible realizar actividades económicas que aseguren la sustentabilidad de los ecosistemas. La zona núcleo de esta área, sin embargo, mereció una protección especial y fue declarada un Parque Marino (PM). Ahí, “no podrá efectuarse ningún tipo de actividad, salvo aquellas que se autoricen con propósitos de observación, investigación o estudio”, señala el Servicio Nacional de Pesca y Acuicultura, organismo estatal chileno a cargo de las áreas marinas protegidas.

La restricción de la actividad pesquera en el Parque Marino Francisco Coloane, de 1506 hectáreas, lo ha convertido en un importante punto de alimentación para las ballenas, las que se pueden avistar a fines de la primavera y del otoño.

Toda el Área Marina Costera Protegida de Múltiples Usos, incluido el parque, es una zona heterogénea y biológicamente única ubicada en el corazón del Estrecho de Magallanes, en la convergencia de las aguas subantárticas del Pacífico sur y del océano Atlántico. Su particular condición geográfica, oceanográfica y climática la convierten en un sitio privilegiado para el desarrollo de la biodiversidad, siendo uno de los últimos refugios del Huillín (Lontra provocax), especie de nutria que habita en Chile y Argentina, y sobre todo una zona estratégica para la conservación de la ballena jorobada, según un estudio realizado en 2008 por GEF (Fondo para el Medio ambiente Mundial) y PNUD (Programa de la Naciones Unidas para el Desarrollo).

Llegar hasta ahí no es tarea fácil. La ruta consiste en viajar dos horas vía terrestre desde la ciudad de Punta Arenas hasta el puerto de Bahía Mansa, lugar de embarque. Desde ahí, la navegación tiene una duración de ocho horas, aproximadamente, hasta el parque, pero puede verse interrumpida por el mal clima convirtiéndose fácilmente en una travesía de hasta tres días. En esta ocasión, Mongabay Latam tuvo suerte y el buen clima se hizo presente durante toda la expedición permitiendo ver a cinco ballenas desplegar sus enormes aletas en la superficie.

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La población de ballenas crece

 

Capella, quien ha estudiado a las yubartas por más de dos décadas, indica en una publicación científica de 2017, que en el 2003 avistaron en el Parque Marino Francisco Coloane 40 ballenas jorobadas. Hoy, 15 años más tarde, asegura que se han podido contabilizar 190.

Desde hace 20 años, en cada una de las primaveras y veranos, Capella ha vivido prácticamente solo en la isla Carlos III. Para dormir, una simple carpa. Para comer, una básica construcción de madera con un comedor, una cocina a leña y una chimenea. Para trabajar, en lo alto de un cerro, un pequeño observatorio, hecho de madera y vidrio, desde donde puede observar, en un radio de 280°, a las ballenas nadando, abajo, en el mar.

Para poder financiar todos estos años de investigación y este centro de operaciones, Capella, junto a otros tres investigadores, crearon el proyecto de turismo y ciencia Whalesound. Es así como, de vez en cuando, la soledad y el silencio del científico es interrumpida por un pequeño grupo de turistas, extranjeros en su gran mayoría, que se aventuran hasta el fin del mundo para observar el espectáculo que ofrece este remoto lugar.

En cinco domos dormitorio se alojan los turistas, pero Capella sonríe ante la pregunta de “¿por qué no duermes en los domos?”. “Es que la carpa es más calentita, porque es más chica”, dice.

Todo el campamento está construido sobre plataformas asentadas en pilotes, que se conectan entre sí mediante pasarelas. El objetivo es intervenir lo menos posible el ambiente e impedir la destrucción de las turberas que cubren el suelo de la isla: frágiles ecosistemas, compuestos por material vegetal acumulado durante miles de años, que actúan como esponjas saturadas de agua.

Las técnicas que utiliza el investigador para monitorear a las ballenas son la fotografía, la observación, un cuaderno donde anota a mano sus datos y el uso de transmisores satelitales. Con este último método ha logrado seguir el rastro de las ballenas por casi tres meses, pese a las difíciles condiciones de trabajo en el Estrecho de Magallanes.

Según Capella, “la temperatura del agua en el período en que llegan las ballenas oscila entre los seis y siete grados Celsius y los vientos alcanzan velocidades de hasta 40 kilómetros por hora”. Además, hasta 4000 milímetros de lluvia caen al año en esta zona donde “la sensación térmica es de dos a tres grados Celsius”, agrega el experto.

El Instituto Antártico Chileno (INACH) sostiene que “sobre la base de la cantidad de ballenas fotoidentificadas hasta la fecha y la baja tasa de recaptura, esta unidad poblacional de ballenas se encuentra en franca recuperación posballenería y probablemente con un tamaño poblacional mucho más grande de lo que las estimaciones actuales indican”. Sin embargo, la recuperación de las jorobadas es aún incipiente, tomando en cuenta que su reproducción es lenta: dan a luz una cría cada dos o tres años, por lo que su población está lejos de llegar a los números registrados antes de la época de captura comercial.

“Probablemente estamos entre un 20 % a 25 % de lo que se cree que hubo antes de que comenzaran a ser cazadas, así es que estamos relativamente lejos del tamaño poblacional inicial, pero estamos bastante mejor que hace 40 años”, enfatiza Capella.

Las razones para esta recuperación son varias. Desde 1966 esta especie está protegida mundialmente y desde 1986 su caza comercial está prohibida. Además, la creación de parques marinos en el océano Pacífico, a lo largo de todo el continente americano, ha configurando toda una franja de aguas territoriales que constituyen zonas de protección marina.

A pesar de los buenos indicadores, la comunidad científica coincide en que es necesario realizar estudios para su proyección a largo plazo. “Mi desafío es realizar una investigación con proyección al año 2050 donde espero documentar la tendencia poblacional y cómo podrían afectar los efectos que se producirán por el cambio climático, además de varios parámetros internos de la población”, señala Capella.

Científicos aseguran en que si bien las ballenas jorobadas ya no se capturan y su clasificación en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) pasó de ser “Vulnerable” a “Preocupación menor”, su conservación se puede ver mermada por factores humanos que muchas veces pueden ser mortales.

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Las amenazas siguen presentes

 

Debido a que durante gran parte del año y en varias zonas del mundo las ballenas jorobadas nadan a lo largo de las costas, esto las vuelve propensas a sufrir daños no intencionales causados por diversas actividades humanas.

Bárbara Galetti, presidenta del Centro de Conservación Cetácea (CCC), asegura que es vital que centros de investigación de cetáceos, gobiernos y la comunidad local trabajen mancomunadamente para su preservación. “En el siglo XXI los impactos no dirigidos probablemente significarán las mayores amenazas para estos mamíferos marinos”, asegura.

El trabajo que se ha hecho en la zona del Estrecho de Magallanes ha permitido identificar que las mayores amenazas que enfrentan las yubartas son las capturas accidentales por redes de pesca, el incremento de los centros salmoneros, la colisión con embarcaciones y el impacto de los procesos productivos de la industria minera.

El incremento mundial de redes pesqueras sintéticas de trasmallo, cerco y arrastre ha ocasionado que el enmalle accidental en redes activas, descartadas o a la deriva, sea hoy en día la causa más frecuente de muertes o daños causados por actividades humanas a las ballenas jorobadas. Embarcaciones pesqueras y cruceros que transitan a lo largo de Chile han registrado este tipo de accidentes.

La proliferación de centros salmoneros que operan cerca de la zona en que se concentran las yubartas se ha convertido también en una importante amenaza. “Sus jaulas se convierten en barreras físicas. Además, la industria salmonera introduce, a raíz de sus procesos, compuestos químicos como hidrocarburos, generando contaminación para el medioambiente”, explica Capella. Si bien este es un proceso a largo plazo, “podría ir alimentando la acumulación de toxinas en el cuerpo de estos mamíferos”, agrega el biólogo.

Para la comunidad local la situación es de extrema preocupación pues las jaulas están instaladas en los alrededores del Parque Marino Francisco Coloane, aproximadamente a cien kilómetros. “Es lamentable observar que son concesiones entregadas por el Estado, las cuales están operando desde hace bastante tiempo”, dice Capella.

Otra práctica que se ha convertido en un peligro para las ballenas es el tránsito de embarcaciones por la zona. Según datos de la Armada de Chile, son 1800 las embarcaciones que transitan al año por el Estrecho de Magallanes, sin regulación de velocidad. “A medida que el tráfico marino se incrementa, comienzan a aumentar de manera alarmante las posibilidades de colisión entre los cetáceos y estas embarcaciones de gran envergadura”, precisa Galetti.

En Chile no existe regulación alguna respecto a este punto. En 2017, en el sector ubicado en la localidad de Melimoyu, comuna de Puerto Cisnes, al norte de la Región de Aysén, pescadores de la zona divisaron a una ballena azul varada que presentaba daños visibles. Su aleta estaba cercenada y tenía claros signos de colisión, según informó el Servicio Nacional de Pesca, el que luego presentó una denuncia a la Brigada de Delitos Medioambientales.

En cambio, en algunos países las regulaciones ya han sido implementadas. Por ejemplo, Estados Unidos cuenta con normas explícitas que exigen la disminución de la velocidad en los lugares donde se concentran las yubartas. “En Panamá, a la salida del Canal de Panamá, por el lado del Pacífico, las regulaciones son respetadas por las grandes embarcaciones que transitan en sus rutas comerciales”, comenta Galetti.

En Ecuador, en algunos sectores cercanos y puertos también, existen reglas para respetar el tránsito. “En general, los países del sudeste del Pacífico cuentan con regulaciones claras y eficientes para conservar y respetar el hábitat de estos mamíferos marinos”, señala la presidenta del CCC. Aplicar una norma semejante en Chile “no sería algo descabellado, sino que sería una medida para estar acorde con lo que se hace en otros países con el objetivo de proteger a las ballenas”, concluye la científica.

La más reciente amenaza para las ballenas de la zona son los efectos provocados por la instalación de proyectos mineros, específicamente la mina a tajo abierto de carbón ubicada en Isla Riesco. Ante ello, la población local y la comunidad científica han alzado la voz para detener esta actividad aunque por ahora sin mucho éxito. En Isla Riesco, que colinda con el Área Marina Costera Protegida de Múltiples Usos (AMCP-MU) Francisco Coloane, existen hoy cinco mega proyectos de explotación de carbón a cielo abierto.

Uno de ellos ya se encuentra en operaciones y corresponde a Mina Invierno, propiedad de los grupos económicos de capitales chilenos Angelini y Von Appen. Galetti precisa que con el inicio de las operaciones de la Mina Invierno se incrementó considerablemente el flujo de grandes embarcaciones que transportaban el mineral extraído. “A esto se sumó que tenían que pasar por un estrecho y pequeño canal, que es justo la zona en la cual las ballenas comen o duermen. Esta situación es una amenaza real para la conservación de la ballena jorobada”, sostiene.

En septiembre de 2018, además, el Servicio de Evaluación Ambiental (SEA) y el Comité de Ministros para la Sustentabilidad del Gobierno de Chile aprobaron la incorporación de tronaduras o explosiones como método complementario de explotación. Capella explica que no se evalúo correctamente cómo esta medida podría afectar a los animales que viven en el mar. “Las tronaduras son sonidos muy fuertes que se transmiten mucho mejor en el agua y en la tierra, que en estados gaseosos, como el aire”. Agrega que estas explosiones pueden generar “cambios en su manera de actuar, puede ser que las ballenas empiecen a sentir esos sonidos y se alejen”, sentencia.

Desde el Ministerio de Medioambiente señalaron que “es crucial tener un plan de manejo claro, que haya sido trabajado con los distintos actores que operan en el área (pesca artesanal, turismo, navegación comercial) para aplicar un principio precautorio”. Y que “la experiencia de gestión, en el Área Marina Protegida Francisco Coloane, indica que de hacer lo contrario el área es percibida como algo negativo por lo que deja de ser de interés para la comunidad”.

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El trabajo pendiente

 

A pesar de los obstáculos, la conservación de las jorobadas es prometedora y las cifras así lo avalan. Sin embargo, para los expertos consultados hay varias tareas pendientes, como la necesidad de que el AMCP-MU Francisco Coloane cuente con una administración. Claudia Silva, coordinadora de estrategias de conservación de WCS Chile, asegura que la ausencia de esta hace que la zona quede “a la deriva” y que, como consecuencia, no existe monitoreo del territorio ni un plan de dirección para saber hacia donde se quiere llegar en un plazo de cinco años.

En cuanto al Parque Marino, Silva señala que este está bajo la supervisión del Servicio Nacional de Pesca aunque los recursos son limitados por lo que, según Capella, el organismo “nunca ha hecho ningún trabajo de monitoreo”. Al mismo tiempo, el científico destaca la importancia de trabajar en una demarcación nítida de sus límites para proteger a las ballenas que, producto de la búsqueda de alimento, se mantienen en constante movimiento.

Para reparar una de estas falencias, la Wildlife Conservation Society Chile (WCS Chile) se adjudicó la licitación de la elaboración de un Plan Estratégico para la Conservación y Desarrollo de Actividades Sostenibles, tanto para el AMCP-MU como para el PM Francisco Coloane. El objetivo es que para 2027, el área cuente con una gestión y administración efectiva y coordinada contribuyendo a la protección de todos los objetos de conservación: las zonas de alimentación de ballena jorobada; las zonas de reproducción de lobo marino común; las zonas de reproducción del pingüino de Magallanes y las praderas de macroalgas.

Las estrategias de conservación de la ballena jorobada que se implementarán en el Plan Estratégico consideran la generación de un programa de educación ambiental; la evaluación y monitoreo de basurales y el manejo de residuos de las embarcaciones; el monitoreo periódico de la población de ballenas en el AMCP-MU; el incentivo y coordinación de empresas e instituciones en la entrega de datos y reportes de colisiones a los organismos pertinentes; y la evaluación y el establecimiento de medidas adecuadas de control de aparejos en zonas y temporadas de alimentación.

Todas estas medidas buscan fomentar el desarrollo sustentable de las actividades económicas, científicas y culturales que se realizan en el área y fortalecer la valoración de los ecosistemas por toda la comunidad.

Foto principal: Patagonia Photosafaris

Fotografías de: Patagonia Photosafaris, Barinia Montoya y Elsa Cabrera

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Referencia:

 Guzman, H. M., & Capella, J. J. (2017). Short‐term recovery of humpback whales after percutaneous satellite tagging. The Journal of Wildlife Management, 81(4), 728-733.

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