- Clara Lucía Chauta', relatora ambiental en la Laguna del Cacique Guatavita, en Colombia, dice que la conexión con el territorio es fundamental para proteger y amar a los ecosistemas.
- La contadora de historias ancestrales tiene un canal en YouTube donde transmite sus narraciones, entrevista a abuelos y comparte la cultura indígena Mhuysqa.
Contar historias es algo que Clara Chauta’ ha hecho desde que tiene memoria. En Sesquilé, el municipio colombiano donde nació, solía ver a lo lejos el Cerro de las Tres Viejas, una montaña que, al observar con detalle su verdor, parecía tener el rostro de alguien durmiendo. Y eso la inspiraba. “Sentía que hablaba con una persona cuando hablaba con él. Para mí, es espectacular”, dice la narradora.
“Soy descendiente indígena por apellido: Chauta’, que significa ‘hombre de labranza’, es decir, el que cuida la tierra. Nosotros, en nuestro territorio, somos indígenas Mhuysqas”, afirma. “Para nosotros, el Cerro de las Tres Viejas es un observatorio donde los abuelos iban a hacer conexión de lo físico a lo mental y espiritual. Desde muy pequeña, yo estaba enamorada de esa montaña y decía: ‘Algún día voy a contar su historia’”.
De niña, se inventaba sus propios cuentos, pero también escuchaba las narraciones de los abuelos. Así entendió sus orígenes indígenas que ahora son la base para desarrollar el trabajo que tiene en su vida adulta. Chauta’ es tecnóloga en Guianza Turística y relatora ambiental en la Laguna del Cacique Guatavita, en Colombia —famosa por ser el centro de la leyenda de El Dorado— pero ella prefiere nombrarse a sí misma como “la contadora de historias ancestrales”, un oficio que eligió para acercar a la gente a la naturaleza.
En Mongabay Latam conversamos con ella sobre la importancia de conocer el pasado para conservar los ecosistemas del futuro.
—¿Por qué es importante conservar a Guatavita? ¿Qué encontramos en la zona que la vuelve tan valiosa?
—Yo vivo enamorada de ese lugar, definitivamente. Voy desde los siete años con mis padres, con mi familia, y he visto el cambio. Estoy agradecida con la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR) —que es la entidad pública que protege este lugar—, ese eje ambiental que ha hecho posible que pueda recibir visitantes y tenga la garantía de que no vamos a maltratar a la naturaleza, de que se está conservando bien. Todo esto vale la pena.
Es una región increíble. Antiguamente, era tierra de todos y tierra de nadie. Pero con el tiempo la CAR ha podido protegerla. ¿Cuál es la importancia? Primero, que se está protegiendo algo que para mí —y creo para muchos— es patrimonio. Se está protegiendo la flora y la fauna, porque está retornando. Nosotros hemos visto diferentes animalitos, como los zorros, las zarigüeyas, tenemos más de 40 especies de aves silvestres, pajaritos de muchos colores, los colibríes, la pava de monte, el pájaro carpintero. Las aves son increíbles. Y, sobre todo, tenemos ecosistemas maravillosos: tenemos frailejones grandes, que son reguladores de agua y son patrimonio cultural, porque están, por ejemplo, en las monedas pequeñas de 100 pesos y en el nuevo billete de 5000 pesos. Pero el frailejón es mucho más que eso, porque él está guardando toda el agua, la envía por la tierra, llega a los ríos y a nuestras casas. Por eso, cuando yo hago la caminata por la laguna, mi mensaje es: ¿qué estamos haciendo nosotros para cuidar los ecosistemas?
—¿Qué significa ser una contadora de historias ancestrales?
—Ser contadora de historias ancestrales es despertar la memoria. Es tratar de llegar a los jóvenes que no conocen nuestra historia y hablarles, por ejemplo, de cuando antiguamente se andaba descalzo —que no era deshonra— porque las vías no eran cementadas, o de cuando habían las ‘manitas’, que son las quebradas, es decir, el agua que baja de la montaña y que uno podía ir y meterse allá, en el agua limpia. Ser contadora de historias es despertar la memoria para no perder la identidad.
Ser contadora de historias es lograr que los abuelos les cuenten a los nietos esas historias que ellos no conocen. ¿Cómo le vamos a decir a un niño que valore el territorio, que lo respete, si no le contamos las historias? A veces eso es triste, por eso es mi empeño: llevar al niño, al joven, al adulto, al anciano, a recordar que aquí estuvieron nuestros ancestros mhuysqas y que valoraron el territorio, tenían armonía, tenían equilibrio hombre – naturaleza.
—¿Cómo ha sido, precisamente, la relación del pueblo Mhuysqa con la naturaleza para que siga existiendo Guatavita?
—Los abuelos dejaron tanta historia pero, sobre todo, tanta medicina. Está en las plantas, está la palabra, está en el pensamiento. Cuando nosotros pensamos bonito, eso es medicina; cuando hacemos lo contrario, estamos dañando absolutamente todo. En aquel tiempo, los abuelos no tenían energía eléctrica, había muchísima naturaleza, ¿quién iba a imaginar en ese tiempo que iba a existir un calentamiento global? Nosotros no lo imaginamos, pero los abuelos sí. Porque ellos trabajaban el calendario solar, lunar, agrícola. Ellos, si cogían un animal —porque cazaban para su alimento— pedían permiso y cazaban lo necesario, pero siempre pedían permiso al animal y también le agradecían, le ofrendaban y bendecían. Ahí está la abundancia. Ellos en ese tiempo no tenían lo que nosotros tenemos hoy, que es tecnología, que es demasiada ambición.
Para dejarnos legado, nos dejaron plasmada su historia en los pictogramas y petroglifos, en esas figuras en los museos que llaman piezas votivas. Desde mi concepto, los abuelos vivían antiguamente en mucha armonía, eran comunidades bien preparadas. Es importante que así aprendamos a leer el territorio, porque el territorio es un libro, el territorio nos habla y tenemos que saberlo entender.
—¿Por qué saber y contar las historias ancestrales aporta a la conservación de las áreas naturales protegidas? ¿Cómo esto puede sensibilizar y concientizar a la gente que las escucha?
—Cuando yo llego a la casa ceremonial —que es la primera estación del sendero en el recorrido— yo siempre invito al visitante a conectarse con el territorio. ¿Qué he notado yo? Que les llego al corazón y en ese momento todo cambia, porque si tú llegas a un lugar y estás enojado y quieres saber sólo del celular o salir rápido, no disfrutas de estos lugares pero, sobre todo, no vas a salir tomando conciencia de que es un lugar muy importante. Por eso es que yo hago dinámicas de conexión con el territorio, en forma de meditación, y logro que el visitante se relaje, vaya tranquilo, que diga que sí vale la pena y que no tiene por qué llegar de afán.
Para mí es muy importante que el visitante se conecte con el territorio, pero sobre todo se conecte con su propio yo. Les explico cómo los abuelos se sanaban a través de las plantas, pedían permiso al territorio para entrar, danzaban, cantaban y tomaban la medicina. Ahí es donde empiezo a explorar sentimientos y el visitante, definitivamente, a tener paciencia, a ir despacio, a aprovechar para observar la naturaleza y lo hermoso del lugar. Yo creo que me transformo cuando llego a esos momentos, porque lo disfruto. Yo me siento acompañada de mis ancestros, porque es un lugar que tiene magia. Invito a los visitantes a cerrar los ojos, a relajar el cuerpo. Hay quienes lloran y, para mí, eso es decir que valió la pena mi caminata, porque afloraron sentimientos, porque nos damos cuenta de que los humanos sí podemos cambiar nuestra manera de pensar para tener armonía. Por eso, con mis caminatas, intento poner mi granito de arena, para que dejemos de decir que la Tierra es de nosotros, porque no es verdad. Se nos olvida que somos arrendatarios.
—¿Y la laguna? ¿Cuál es la magia de este lugar y qué podemos encontrar en ella?
—Cuando ya vemos la laguna, también invito al visitante a hacer un minuto de silencio, porque se escuchan los sonidos que hay alrededor. Ir a ese lugar, no es sólo ir a mirar una laguna, no es ir a mirar la naturaleza, es ir a conectarse, es despertar la memoria de los abuelos, pero también es despertar nuestra conciencia, nuestro pensamiento, nuestro corazón.
Es un lugar donde hay un agua hermosa, un espejo de agua increíble y que cambia su color en diferentes épocas del año, según el clima y a raíz de unas algas. Tenemos animalitos de la laguna como un pez llamado guapucha (Grundulus bogotensis), que es de los más llamativos. Pero la laguna tiene misterio y muchas teorías. Esta laguna, para el mhuysqa, se llama Tomsa, es el ombligo del mundo y tiene conexión con otros sitios sagrados. Recordemos que, para los abuelos, la Sierra Nevada de Santa Marta es el corazón del mundo y, el Amazonas, el pulmón.
—Usted tiene un canal de YouTube llamado “Contadora de historias ancestrales Clara Chauta’”, con más de 500 videos, ¿por qué decidió crearlo?
—Quise hacerlo para seguir despertando la memoria y que mucha gente conozca Sesquilé. No es simplemente un pueblo donde hay casas; tenemos cerros increíbles, tenemos parte del embalse de Tominé —que limita con dos municipios más como Guatavita y Guasca— y es donde debajo del agua, en los límites de Guatavita, está el pueblo viejo de Guatavita, que muchos confunden con la laguna sagrada.
Empecé a entrevistar a la gente. Sesquilé es increíble, maravilloso, pero no nos hemos despertado en cuanto a saber que tenemos un potencial turístico aquí, una riqueza, entonces dije: ‘yo quiero que los jóvenes conozcan nuestra historia y que, cuando el visitante extranjero, de Bogotá o de donde sea, se pare en una esquina y pregunte: ¿qué sabe usted de la laguna? Pues que sepa y que lo pueda contar’. Cuando hice mi canal, yo pensaba que solo los de Sesquilé lo iban a mirar, pero ya mucha gente lo ha visto. Mi intención realmente era que se tomará conciencia, pero no pensé que yo también la tomaría. Cada que alguien me cuenta una historia, yo me emociono, aprendo, pero también sé que le llega a la gente, por eso tengo mucha más por entrevistar, porque siempre tiene algo que contar.
—¿Cuál es el papel de las mujeres indígenas como promotoras de la conservación?
—La mujer, lamentablemente, en el planeta, de pronto no ha tenido esa importancia. No para todos, pero para el mhuysqa la mujer fue muy importante. La mujer tiene mucho potencial porque da vida y tiene el don de la palabra. Y ahora, en la comunidad mhuysqa de Sesquilé estamos tratando de fortalecer ese proceso. En el tejido que nosotras hacemos —porque hay muchas mujeres y niñas que trabajan con la lana y las chaquiras con las que se hacen collares, aretes y manillas— todo lleva una historia. Cuando tú estás tejiendo algo, tú estás recordando, estás ahí, estás dando memoria. Cuando llevas a otra persona ya ese producto realizado, la persona que lo va a tener, no se lleva solamente un arete o un bolso, si no se lleva un pensamiento, se lleva una historia de vida.
Pero la mujer no solamente teje eso, también teje la palabra, por eso es que nos reunimos en las ceremonias y aprendemos de las plantas y de la Madre Tierra. Mi mensaje como mujer, como Clara, es decirle a las mujeres: volvamos a aprender a trabajar con las plantas, no solamente con lo que obtengo del mercado. ¿Qué tal si yo hago un platillo y les cuento a mis hijos cómo lo hacían mis abuelos en la finquita que teníamos? No teníamos que venir al mercado a sacar. Entonces, todo eso lleva historia y también estamos fortaleciendo ese proceso como mujeres ambientalistas, porque no todo lo tengo que comprar, también tenemos un pedacito de tierra en el corredor de la casa, donde puedo poner una matera y sembrar. Eso también es fortalecer la enseñanza como mujeres.
¿Cómo lo fortalezco en la laguna? Siendo yo misma, diciendo quién es Clara sin cambiar mi manera de ser y llevando al visitante lo que he aprendido de mis abuelos. Muy pocas de las cosas que yo cuento en la caminata las van a encontrar en los libros. Lo van a encontrar en lo que yo he vivido y, claro, tengo que complementarlo con algo de la historia, pero llegar a un sitio como este es vivir la propia historia e imaginar ese mundo de los abuelos. Para mí ese es un papel fundamental como mujer.
*Imagen principal: Clara Chauta’, la contadora de historias ancestrales. Foto: Astrid Arellano
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