- Ahí donde los Andes se juntan con la Amazonía, se encuentra uno de los biomas más ricos del planeta, y su rol no ha sido tomado en cuenta de manera importante en los esfuerzos para mitigar los impactos del cambio climático, comenta Enrique G. Ortiz, del Andes Amazon Fund.
- Después de 40 años trabajando en bosques tropicales, Ortiz afirma que los bosques de nubes son su tipo favorito. En este comentario, el argumenta porque su protección debería ser una prioridad para la conservación.
- Este artículo es un comentario. Las opiniones expresadas son del autor y no necesariamente de Mongabay.
Si hay un ecosistema que captura mi imaginación, este es el de los bosques de nubes, que quizá serían mejor llamados “bosques entre las nubes”. Cuando se camina en ese ambiente húmedo y oscuro, totalmente alfombrado de coloridas orquídeas y bromelias, es como si uno entrara en un mundo encantado, como si de un momento a otro fuera a saltar un enanito verde detrás de una roca. Los extraordinarios colores en un bosque de nubes resaltan entre tonos vibrantes de rosados fosforescentes, azules fuertes y rojos brillantes. Ahí, los picaflores parecen ser más abundantes que las abejas, algunas veces aleteando tan cerca de la cabeza de uno que parece que se fueran a posar ahí ¡Y lo mejor de todo es que no hay zancudos!
Después de casi 40 años trabajando en bosques tropicales, lo he elegido como mi tipo de bosque favorito. Lamentablemente, estos están enfrentando grandes desafíos, donde pocos son conscientes de su estado e importancia, y menos aún han experimentado su magia. En las siguientes líneas los llevaré por él a través de mis ojos, y les contaré porque su situación nos debe importar, en vista de este mundo cambiante.
Los que abrazan a las nubes
La percepción que muchos tienen sobre el bosque amazónico es la de una vasta extensión de bosque uniforme, a manera de una alfombra verde, interrumpida por anchos ríos zigzagueantes. Pero si uno lo mira más de cerca, además del típico bosque de grandes árboles, la Amazonía es una mezcla de muchos ecosistemas que incluyen, por ejemplo, bosques montanos, pajonales, páramos, bosques secos, humedales, bambusales, y muchos otros tipos de vegetación. Por lo tanto, es una equivocación tratarlo como una única unidad ecológica.
Entre todos esos tipos de bosque, uno de los más distintivos y quizá menos apreciados son aquellos que pueblan esas montañas empinadas, justo debajo de las cumbres de los Andes, los bosques de nubes amazónicos. Estos se distribuyen a lo largo del flanco oriental de los Andes de Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, y son ecológicamente muy diferentes del resto de tipos de bosque. Además, son altamente frágiles, amenazados, y extremadamente ricos en diversidad de especies. Por ello, todo esfuerzo que debamos emprender para mitigar los impactos del cambio climático y para prevenir la extinción de las especies biológicas le tiene que poner especial atención a este tipo de bosque.
Alcanzando hasta los 4000 metros de altura, los bosques de nubes tienen la característica de estar cubiertos de una gruesa alfombra de plantas epifitas (que crecen sobre sus árboles), que además de darle una apariencia peculiar, “cosechan” el agua de las nubes. Estas nubes, que se han originado a miles de kilómetros de distancia en el océano Atlántico, han pasado sobre múltiples ciclos de evaporación, condensación y precipitación, para terminar finalmente abrazadas y bienvenidas por árboles en la gran muralla, que es el lado oriental de los Andes. Es ahí donde las aguas comienzan su retorno a donde empezaron, fluyendo por la geografía andina a través de innumerables riachuelos que finalmente convergen en el poderoso río Amazonas.
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Varios estudiosos se han enfocado en las propiedades y funciones de los bosques de nubes y han encontrado que su capacidad de retención de agua es una de las principales. La vegetación no solo actúa como una activa esponja, sino también regula el flujo de agua hacia cursos definidos. Estos capturan más del 60 % del agua en la atmósfera, y sin esa capacidad, no solo habría una mortalidad masiva de los bosques a alturas menores, sino que, en los periodos de lluvia abundante, sumarían grandes desastres ecológicos y humanitarios producto de procesos de erosión masiva, deslizamientos (huaycos), inundaciones descontroladas, epidemias, entre otros.
Los bosques son también un importante sumidero de carbono, elemento importante para mitigar el cambio climático. Al considerar la lentitud de los procesos de degradación de la materia orgánica en los bosques a gran altura, se ha encontrado que ellos tienen similar biomasa en el suelo como en el bosque en pie. Los bosques de nubes están considerados entre los que tienen mayor densidad de carbono entre todos los ecosistemas amazónicos, algo que está variando con el cambio climático.
O subes, o te extingues
Las plantas y animales de los bosques de nubes son bastante únicos y se hallan marcadamente apiñados en rangos altitudinales estrechos. Se encuentran comunidades de organismos totalmente diferentes que se reemplazan una a otra entre delgadas franjas horizontales de bosque, como si diferentes inquilinos vivieran en cada piso de un edificio. Por ello, si se cuenta las especies a nivel de cuenca, uno se encuentra con una extraordinaria acumulación de variedades. Por ejemplo, solamente en el valle del río Kosñipata, en el sureste del Perú, se han contado —desde las partes altas a las bajas— casi 1000 especies de aves, lo que es la décima parte de las especies que hay en el mundo entero.
Estos bosques andino-amazónicos proveen además de la única opción que las especies tienen para evitar la extinción. Como consecuencia del calentamiento climático global, muchas formas de vida —incluyendo a los árboles— tienen que “subir” para mantenerse en su rango térmico óptimo, es decir, llegar a altitudes mayores y más frías. Los investigadores en la Estación Biológica Wayqecha de Conservación Amazónica (ACCA), están midiendo esos cambios altitudinales en diferentes especies, y los resultados hasta ahora son igualmente sorprendentes como preocupantes. Los árboles, por ejemplo, están “subiendo” a un promedio de 2.5 metros por año y los modelos predicen que subirán hasta 9 metros por año al final de este siglo. Algunas especies de escarabajos ya han subido a una tasa de 40 metros por año. Sin un bosque con gradiente altitudinal ininterrumpido por la deforestación, las especies no tendrán forma de escapar del cambio climático. E ahí la importancia de protegerlos. Esos bosques son también el hogar del oso andino, de tapires lanudos, monos choro, y de un gran número de especies claves. Varios estudios han mostrado que, sin ellas, el bosque no puede regenerarse.
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Debido a la introducción del ganado vacuno del viejo mundo, el límite superior de estos bosques es en su mayor parte, mil metros debajo de lo que fue hace 500 años. Restaurar esa vegetación es extremadamente importante si queremos permitirles a las especies esa opción para adaptarse al mundo que estamos cambiando.
Ranas translúcidas y gallitos de las rocas
La quema de los pastos altoandinos, la deforestación para abrir espacios para el ganado y la expansión de la frontera agrícola, son de lejos la principal amenaza a estos bosques. Los hechos que las áreas apropiadas para cultivos son escasas en esa geografía, y que la expansión de cultivos ilícitos se ha incrementado enormemente, han complicado el escenario. Se suma a ello la minería ilegal, carreteras inapropiada y la proliferación de cultivos de valor comercial en las zonas más bajas. Todo esto junto hace quizá que estos bosques sean los más amenazados en la Amazonía.
Pero no todo son malas noticias. Hay progreso y esperanzas. Áreas protegidas icónicas como el Parque nacional Madidi en Bolivia, el Parque Nacional del Manu en Perú, además de centenares de otras áreas de conservación a lo largo y ancho del rango andino amazónico están protegiendo de manera efectiva importantes extensiones de bosque, incluso cuencas enteras. Pero, es muy importante asegurar la conectividad de estas, lo cual sigue siendo un desafío. Las naciones andinas y, notablemente, las comunidades locales, están haciendo grandes esfuerzos para proteger la mayor área posible para asegurar los servicios ecosistémicos que ese bosque nos brinda. Además, hay un creciente sentido de orgullo y apropiación sobre los valores culturales de los bosques andino-amazónicos.
Falta mucho por hacer, y no podemos permitirnos perder un metro cuadrado más. El último reporte del panel de científicos del cambio climático (IPCC) nos ha hecho recordar, nuevamente, lo importante que es reducir emisiones de carbono a la atmósfera y que proteger nuestros bosques es parte de ello. Si las grandes culturas que construyeron Machu Picchu o el Gran Pajatén prosperaron en esos ambientes sin alterar los bosques, por qué nosotros no podemos? Los bosques de nubes amazónicos necesitan más atención, investigación, apoyo técnico y financiamiento para su protección. Dándonos cuenta de su importancia es un buen comienzo.
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Quizá no haya enanitos verdes saltando entre las rocas, pero si hay ranas perfectamente translucidas cantándole a las nubes, gallitos de las rocas de color anaranjado brillante danzando en grupo y compitiendo para atraer la atención de una pareja, orquídeas minúsculas tan pequeñas como la cabeza de un alfiler, polillas del tamaño de una mano y armadillos más melenudos que un Rolling Stone. Para mí, además de las razones climáticas, esa es la magia que debemos preservar.
*Una versión modificada de este artículo fue publicada en Acid News, del Air Pollution & Climate Secretariat, una coalición de organizaciones ambientalistas en Suecia.
*Imagen principal: Vista hacia el bosque amazónico desde los Andes al amanecer. Foto: Rhett A. Butler.
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