- La expansión de la mancha urbana disminuye el hábitat de las abejas nativas, cruciales para mantener la amplia diversidad de flora de la Selva Maya, uno de los macizos forestales más importantes en América Latina.
- En Cancún, Quintana Roo, un ingeniero decidió dejar la informática para dedicarse a rescatar abejas nativas. Además, creó un programa de adopción para difundir la importancia de conservar a estas importantes polinizadoras y a su hábitat.
Elmar Penagos camina entre troncos caídos. Lo hace despacio, atento para encontrar aquello que lo trajo a este lugar y cumplir con su objetivo: rescatar abejas nativas, llevarlas a un sitio seguro, después de que su hábitat recién fue destruido por maquinaria pesada. En este terreno de los alrededores de Cancún, Quintana Roo, la selva se sustituirá por decenas de viviendas.
Penagos revisa de arriba a abajo los restos de los árboles. En el interior de uno de ellos, encuentra un nido de abejas endémicas, lo distingue por un pequeño orificio cubierto con barro. Con ayuda de una motosierra, corta esa parte del árbol y lo lleva a su casa. Su patio trasero está repleto de troncos; en ellos habitaban abejas rescatadas.
El ingeniero en tecnologías de la información emprendió la desesperada tarea de salvar a todas las abejas nativas que le sea posible, ante el avance de la deforestación de la selva maya que rodea a la ciudad de Cancún, en el sureste de México.
“Las abejas han hecho por miles de años la polinización de estas selvas, han contribuido a crear todo este entorno natural y las estamos matando”, dice Penagos.
Cancún se ubica en el extremo norte de la Península de Yucatán, una región que alberga más de 9.7 millones de hectáreas de selva maya. Fundada como centro de población en 1970, la ciudad ha crecido a un ritmo desmedido debido, sobre todo, a los desarrollos turísticos e inmobiliarios.
En la región ya se anticipa otro boom de construcciones alentadas por el Tren Maya, proyecto impulsado por el gobierno federal, a través del cual se pretende conectar a los estados del sureste de México y desarrollar nuevos polos turísticos.
Tan solo se prevé un crecimiento poblacional superior al 20 %, para el 2030, en los municipios por donde correrá la vía, de acuerdo con el informe Lineamientos de Diseño y Planificación Urbana, elaborado por El Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (ONU-Hábitat).
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Retomar la pasión por las abejas
Elmar Penagos conoció la apicultura cuando era niño. Sus tíos se dedicaban a la crianza de abejas en su natal Tizimin, poblado adentrado en la selva, a unos 200 kilómetros de Cancún.
En 1996, cuando tenía 11 años, su familia se mudó a Cancún. En ese entonces, el lugar se consolidaba como el destino turístico más importante de México. Penagos se tituló como licenciado en Tecnologías de la Información en una universidad pública. Pero a los 25 años decidió cambiar de rumbo y poner en práctica las enseñanzas familiares.
“Lo mío no era la tecnología, sino la biología, me gustaban mucho las abejas y empecé con mis colmenas”, cuenta. Junto con su esposa, Azucena Rosado, formó una microempresa dedicada a la venta de miel que producía en sus apiarios. En ese entonces criaba la abeja Apis mellifera, especie originaria de Europa y la más conocida en todo el mundo.
Con el paso de los años y el crecimiento de la zona urbana de Cancún, dedicarse a la apicultura comenzó a ser más difícil. Los sitios donde estaban sus apiarios estaban siendo talados para construir fraccionamientos; cada vez tenía que recorrer más kilómetros de selva adentro para instalarlos. Así fue como descubrió que dentro de los árboles derribados había decenas de colmenas de abejas nativas, conocidas en la región como meliponas y que entre sus características está el no tener aguijón.
A diferencia de la Apis mellifera, buena parte de las abejas nativas de la Península —se calcula que hay cerca de 250 especies— no se reproducen en panales, sino en huecos formados entre la madera de los árboles de selva mediana y baja.
“Cuando tiraban la selva me iba a mover los árboles a ver si había abejas y encontraba muchas. Si uno no las saca, llega el camión y se lleva todo. Las colmenas luego terminan siendo trituradas junto con la madera”, explica Penagos.
Hasta el 2010, el estado de Quintana Roo tenía 3.69 millones de hectáreas de selva, este ecosistema ocupaba el 85 % de su territorio. Entre 2001 y 2020, la entidad perdió alrededor de 551 mil hectáreas de cobertura arbórea, de acuerdo con datos que se pueden consultar en la plataforma Global Forest Watch.
“La selva de Quintana Roo es una amalgama de ecosistemas impresionante, cuando perdemos selva, no solo perdemos árboles, no solo reducimos la captación de dióxido de carbono, sino que perdemos todos esos individuos que viven en equilibrio”, dice el biólogo y divulgador Roberto Rojo.
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Dar en adopción a las abejas
La casa de Elmar y Azucena está llena de flores. Las abejas merodean de un lado a otro en busca de polen, mantienen viva la vegetación. Es parte de lo que devuelven al hogar.
Para saber cómo criar a las meliponas, Penagos preguntó a los “abuelos”, como se identifica a los adultos mayores mayas, que poseen mayor conocimiento ancestral.
Con el conocimiento que le transmitieron, un poco de ingenio y aprendiendo de la prueba y error, Penagos comenzó a fabricar cajas apícolas para facilitar el resguardo y manejo de las colmenas. “Fuimos entendiendo cómo era que a cada tipo de abeja le gustaba su nido, el tipo de madera, grosor”, cuenta.
Para cambiar el nido del tronco de un árbol a una caja apícola, cuyo tamaño depende de la especie de abeja, el proceso es rápido pero minucioso. Se retira el nido del árbol y se identifica a la abeja reina. Se pasa a la caja la cámara de cría, con los huevecillos, luego a la reina, con un poco de miel y polen.
“Esa caja es colocada en el mismo lugar donde estaba el tronco, pues las abejas que salen a polinizar, por instinto, llegan al mismo sitio y buscarán el orificio para entrar a donde esté la miel, los huevecillos y la reina”, detalla.
En 2015, al no poder albergar más colmenas en el patio de su casa, Elmar y Azucena fundaron el programa Padrinos, iniciativa que promueve la adopción de una o varias colmenas de meliponas.
“Los padrinos se encargan de cuidar la colmena, les pedimos que tengan patios o huertos con vegetación; ya con las abejas, al poco tiempo se les ponen sus jardines bien bonitos, también los cultivos”, detalla Penagos. Hasta el momento, el programa Padrinos ha dado más de 300 colmenas en adopción.
Kolel-Kab, la dama de la miel
La abeja Melipona beechei, conocida en la lengua maya como Xunaan-Ka o Kolel Kab, es la especie endémica más icónica en la Península de Yucatán. Su miel ha sido aprovechada desde tiempos precolombinos, según consta en los registros analizados por los investigadores Armando Bacab y Azucena Canto, del Centro de Investigación Científica de Yucatán (CICY).
En la cosmovisión maya, Ah Mucen Caab o Ah Muken Kaab era la deidad en la que se amparaban los recolectores de miel para obtener buenas cosechas. El Códice Tro-cortesiano —o Códice Madrid—, elaborado hace 800 años, da cuenta del manejo de las abejas en los troncos huecos.
Los mayas usaban la miel de esta abeja como moneda de cambio y como alimento, para preparar bebidas como el balché, que se consumía durante las ceremonias y que era colocada como ofrenda para los dioses.
La miel de esta especie, considerada entre las mejores del mundo, se cotiza a precios altos en el mercado, debido a su escasez y dificultades de producción. Actualmente, su producción se concentra en el uso medicinal.
La cría de las abejas nativas comenzó a perderse cuando se le sustituyó por la Apis mellifera, importada al territorio desde principios del Siglo XX, pues es más eficiente en cuanto a la capacidad para producir miel en menor tiempo.
Pero el factor más notable es la pérdida abrupta de la cobertura forestal. Por la naturaleza de sus nidos, las abejas endémicas necesitan selvas sanas, con árboles de un grosor determinado.
Elmar Penagos reconoce que son pocas las abejas nativas que salva ante la cantidad de selva que se pierde diariamente. Para, parte vital de su proyecto, señala, es mover conciencias sobre la importancia de estos polinizadores.
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Turismo, a costa de la naturaleza
Hace 52 años, Cancún era una isla poco conocida, rodeada de selvas, manglares y humedales, habitada por unas pocas personas dedicadas al cultivo de cocos. Antes de la conquista española, fue un importante puerto de la civilización maya.
La ciudad que hoy crece en forma desbordada nació como un proyecto piloto de desarrollo turístico, impulsado por el entonces Fondo de Promoción e Infraestructura Turística, ahora Fonatur, la misma institución pública que hoy está a cargo del proyecto Tren Maya.
Para 1980, en el municipio de Benito Juárez —donde se encuentra Cancún— habitaban 37 190 personas, de acuerdo con los registros del Consejo Nacional de Población. En 40 años, esta cifra se multiplicó 24 veces.
Hoy Cancún es el destino turístico más importante de México, con alrededor de 15 millones de turistas anuales, lo que ha dado impulso a la expansión turística en otros lugares como Playa del Carmen y Tulum, también ubicados en la zona del Caribe mexicano.
Ese mismo desarrollo turístico, con toda la infraestructura que lo acompaña, ha promovido el cambio de uso de suelo para dar paso a la construcción de hoteles, restaurantes y otros servicios turísticos y de infraestructura urbana, apunta un análisis del Consejo Civil Mexicano para la Silvicultura Sostenible (CCMSS).
“La infraestructura turística que ha acompañado esta expansión se ha dado mayoritariamente sobre áreas que estuvieron recientemente cubiertas por selvas y manglares. En las áreas de crecimiento de la infraestructura turística se pierden anualmente 1882 hectáreas de vegetación forestal”, indica el documento del CCMSS.
En 2020, el Observatorio de la Tierra de la National Aeronautics and Space Administration (NASA) mostró una panorámica de la devastación ambiental en la región. Una comparativa de dos imágenes captadas por satélites, la primera en 1985 y la segunda en 2020.
El concreto se ha extendido sobre las zonas verdes. Donde existió selva mediana y baja, ahora hay casas de interés social, residenciales de clase media y desarrollos turísticos, según la zona de la ciudad.
Además de la expansión de la mancha urbana en la selva, la Península de Yucatán también es una región afectada por quemas forestales, asociadas con la limpieza de terrenos para el avance de la agroindustria, ganadería y construcción inmobiliaria, así como a la caza furtiva.
En Puerto Morelos —pequeño poblado ubicado a 20 minutos de Cancún, con alto potencial de desarrollo turístico por sus atractivos y ubicación—, las quemas forestales son cada vez más comunes con el fin de limpiar terrenos para construir, asegura la activista ambiental Guadalupe Velazquez, del Centro de Investigación para el Desarrollo Sustentable (CIDES).
Datos de la Comisión Nacional Forestal (Conafor) indican que entre 2020 y 2021 se quemaron 43 557 hectáreas de selvas y sabanas en Quintana Roo.
Las siembras agrícolas industriales arrasan cada año con un promedio de 5 904 hectáreas anualmente en este estado, mientras que la ganadería consume otras 4 900, muestra el informe del CCMSS.
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Sin polinizadores no hay vida
La selva maya de la Península de Yucatán, donde se encuentra Cancún, es uno de los macizos de bosque tropical más grandes de América. Posee una alta diversidad de flora y es refugio de cientos de especies de fauna, algunas consideradas en peligro de extinción en México, como el jaguar (Panthera onca), el pecarí de hocico blanco (Tayassuidae), el tapir (Tapirus bairdii) , el guacamayo rojo (Ara chloropterus), el águila arpía (Harpia harpyja) y el mono aullador (Alouatta palliata).
La biodiversidad florística de la selva, así como sus beneficios, dependen en buena parte de los polinizadores.
Si bien las abejas son las más famosas, existen otros polinizadores que también contribuyen a la conservación de la flora regional. Avispas, mariposas, moscas, abejorros, escarabajos o incluso las hormigas son insectos primordiales en el proceso de transferencia de polen que da vida a nuevos frutos y semillas. Sin olvidar a los murciélagos y colibríes.
“La polinización se considera un servicio de los ecosistemas muy importante. Estos servicios pueden definirse como las condiciones y procesos a través de los cuales los ecosistemas, y las especies que los conforman, sostienen y sustentan a la vida humana”, apunta un artículo publicado por los académicos Virginia Meléndez, Juan Chablé y Celia Sélem, de la Universidad Autónoma de Yucatán.
Para los especialistas en ciencias biológicas, la biodiversidad se está perdiendo aceleradamente en todo el mundo y, por lo tanto, existe una disminución global de polinizadores.
De acuerdo con la primera Evaluación Global de los Polinizadores, publicada en 2016 por la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES, por sus siglas en inglés), un número creciente de especies de polinizadores en todo el mundo están siendo llevados a la extinción, lo cual pone en riesgo “cientos de miles de millones de dólares” en suministros de alimentos.
En el artículo “Meliponicultura para el futuro: experiencias de formación en la frontera Sur”, publicado por en la revista de divulgación Ecofronteras, del Colegio de la Frontera Sur, los especialistas Lucio Pat, Miriam Aldasoro, Miguel A. Guzmán, Pablo Hernández y Yliana Delfín hacen un listado de estrategias de conservación biocultural de las abejas nativas en la región.
Entre sus propuestas se encuentra la conservación del hábitat y reducción de las tasas de deforestación, producción agroecológica, disminución de agroquímicos, prohibición de siembra de cultivos genéticamente modificados, diseño de actividades para enfrentar el impacto del cambio climático y la cancelación de megaproyectos de minería, parques eólicos y el tren maya.
Elmar Penagos sabe que su margen de actuación es limitado frente al sistema económico que depreda todos los días la selva. Él insiste en que la mejor forma de defender ecosistemas como la selva maya y su biodiversidad es con la educación.
“Lo que queremos —explica— con los ‘padrinos’ que adoptan abejas, o en las pláticas que damos a niños y jóvenes, es que las conozcan y que entiendan que hay que cuidarlas, porque son las que nos dan todo esto que tenemos, ¿cómo se va cuidar algo si no lo conocen”.
* Imagen principal: Una característica de abejas nativas como las meliponas es que no tienen aguijón. Foto: Alejandro Castro.
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