- Se trata de pequeñas áreas protegidas de 15 hectáreas donde los pescadores de cinco caletas de la región de Valparaíso decidieron no extraer ningún recurso.
- Este modelo de conservación busca generar semilleros de biodiversidad que puedan contribuir a regenerar los espacios costeros y hacerlos más resilientes al cambio climático al mismo tiempo que los pescadores se benefician, en un largo plazo, de una mayor disponibilidad de recursos.
Proteger a los océanos es crucial para nuestra supervivencia puesto que, según reconoce la Organización de las Naciones Unidas (ONU), “impulsan los sistemas mundiales que hacen de la Tierra un lugar habitable para el ser humano”: regulan el clima, permiten la lluvia, producen oxígeno, son la principal fuente de proteínas para más de un tercio de la población mundial y más de tres mil millones de personas dependen de la biodiversidad marina y costera para su sustento. Además, absorben más del 90 % del exceso de calor del cambio climático y una cuarta parte de las emisiones de dióxido de carbono producidas por el ser humano, por lo que también son esenciales para reducir las emisiones a nivel global de gases de efecto invernadero y estabilizar el clima del planeta.
Sin embargo, el aumento de estas emisiones ha afectado la salud de los océanos, calentando y acidificando el agua del mar. Esto no solo “ha provocado cambios nefastos para la vida subacuática y en tierra firme”, asegura la ONU, sino que también “ha reducido la capacidad del océano para absorber dióxido de carbono y proteger la vida en el planeta”.
En este panorama, las aguas costeras son las más perjudicadas puesto que, a todos los estresores del cambio climático, se suma la contaminación. Las pesquerías de pequeña escala, que se desarrollan más cerca de la costa, son por ende las más afectadas. “Sin esfuerzos coordinados, se espera que la eutrofización costera (el incremento de nutrientes inorgánicos, procedentes de actividades humanas, que entre otras cosas provoca un crecimiento acelerado de algas) aumente en 20 % en los grandes ecosistemas marinos para el año 2050”, advirtió la ONU.
Para revertir este problema, como parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible está la creación de áreas marinas protegidas que se gestionen de manera efectiva. En Chile, pescadores artesanales de cinco caletas decidieron sumarse a ese desafío protegiendo, por cuenta propia, espacios en el mar donde históricamente habían pescado y cosechado mariscos.
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La importancia de las áreas marinas protegidas
¿Por qué las áreas marinas protegidas son vitales para mitigar los efectos del cambio climático? En una charla llamada “Océano, Cambio Climático y Áreas Marinas Protegidas” en la que participaron funcionarios del Servicio Nacional de Pesca (Sernapesca), de la Subsecretaría de Pesca y Acuicultura (Subpesca) y del Ministerio de Medio Ambiente (MMA), la doctora en biología marina, Daniela Díaz, explicó la razón:
“El cambio climático es un estresor que obviamente impactará de peor manera en aquellas zonas que ya son afectadas por otras actividades”, dijo. Las áreas marinas protegidas, al estar resguardadas de presiones como la pesca, permiten que las poblaciones de especies que habitan en ellas pueden estar sanas en términos de biomasa, diversidad y capacidad reproductiva y esto, a su vez, las hace más resistentes a efectos adversos como los que conlleva el Cambio Climático.
Díaz explicó que “las poblaciones de las Áreas Marinas Protegidas son más resilientes a cambios bruscos como olas de calor o perturbaciones físicas, por ejemplo, así como a efectos de largo plazo como el Cambio Climático”.
Chile tiene más del 40 % de su territorio marítimo bajo alguna categoría de protección, eso lo convierte en el país de América Latina que conserva la mayor superficie de mar. Sin embargo, casi la totalidad de ese porcentaje está en lugares alejados de la costa, en islas oceánicas como Robinson Crusoe, Desventuradas o Rapa Nui. En la costa, en cambio, “entre Arica y Puerto Montt, que es donde habita la mayor parte de la población chilena, las áreas marinas protegidas que existen representan menos del 1 % del mar territorial que está protegido”, asegura Rodrigo Sánchez, director ejecutivo de Fundación Capital Azul.
Científicos y conservacionistas coinciden en que proteger la zona costera es urgente puesto que es allí donde vive la gente, donde está la pesca, la acuicultura, el turismo, el tráfico de embarcaciones y otras actividades. Dicho de otro modo, “es clave proteger donde más nosotros estamos impactando”, dice Sánchez, quien es también instructor de buceo hace 15 años y asegura haber visto “el deterioro de la zona costera”.
Como una alternativa a la falta de áreas marinas protegidas en la costa, los pescadores de cinco caletas de la región de Valparaíso, una de las más pobladas del país, decidieron crear voluntariamente refugios marinos donde, por decisión propia, no extraen ni un solo recurso.
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Los refugios marinos
En Chile, las llamadas Áreas de Manejo y Explotación de Recursos Bentónicos (AMERB) son espacios en el mar administrados bajo un modelo que asigna derechos de explotación exclusivos a organizaciones de pescadores artesanales. De allí se extraen principalmente recursos bentónicos, es decir, especies que habitan en el fondo marino como locos, erizos y lapas.
Hace seis años el sindicato de la caleta de pescadores de Maitencillo decidió proteger, dentro de su AMERB, 15 hectáreas de mar. Hoy son cuatro caletas más en la misma zona del litoral de la región de Valparaíso —Ballenas, Zapallar, Cachagua y Ventanas— que se han unido a esta iniciativa encabezada por la Fundación Capital Azul.
De estas pequeñas áreas protegidas, a las que han llamado refugios marinos, no se pueden sacar recursos de ningún tipo, precisa Sánchez. El objetivo es que “se genere un núcleo de conservación que tiene un efecto semillero hacia el resto del área de manejo y a las zonas contiguas”, explica.
En Zapallar, donde el refugio marino se creó hace solo dos años, “ya se ha notado el cambio”, asegura Sergio Veas, el presidente del sindicato de pescadores de esa caleta. En las 15 hectáreas protegidas “se están poblando lugares donde ya no había pescado. Ahora se ve vieja, bilagay, rollizo y cabrilla”, cuenta el pescador quien espera que, en un tiempo más, la producción generada en el área protegida empiece a traspasar las fronteras del refugio y de esa manera los pescadores puedan beneficiarse de una mayor disponibilidad de recursos en la zona del área de manejo, donde sí pueden pescar y cosechar mariscos.
Sánchez asegura que parte del trabajo que realiza Fundación Capital Azul es realizar un monitoreo de biodiversidad en los refugios marinos para medir las densidades de diferentes especies, es decir, cuantificar los individuos y también medirlos. En Maitencillo, donde nadie ha extraído recursos del refugio marino hace seis años, “ya hay evidencia de que hay más recursos y que son más grandes. Como ya nadie los pesca pueden ser más longevos y actuar como reproductores”, dice el director ejecutivo de Capital Azul. “Soy testigo de lo que hay en los refugios marinos y es impresionante lo que está pasando allá abajo”, asegura.
“Nos sirve bastante”, dice por su parte el presidente del sindicato de pescadores de Zapallar, “porque este refugio marino está justo en el límite de nuestra área de manejo y entonces nos provee de individuos jóvenes. Algún pescadito que funde su familia ahí, y se le haga chico el refugio marino, va a salir a buscar a nuestra área”, explica.
Además, debido a que los refugios marinos están relativamente cercanos unos de otros, se espera que el efecto de protección pueda ser mayor. “La idea es que se conecten, no de estar uno pegado al otro, pero sí que por el hecho de estar próximos se beneficien unos a otros y también a toda la zona costera contigua”, agrega Sánchez.
Otro de los recursos que se conservan al interior de estos refugios marinos son los bosques de algas. En ellos no solo habitan numerosas especies, también se desarrollan los huevos de muchas de ellas. Veas lo sabe bien y por eso se refiere a estos ecosistemas como “los jardines infantiles del mar (las guarderías del mar)”. “En estos bosques de algas viven todos estos bichitos, todos los mariscos, los moluscos, los pescados”, dice.
Eso no es todo. “Al conservar los bosques de algas se hace más resiliente la zona costera ante los eventos de marejadas que año a año son más recurrentes y más violentos debido al cambio climático”, asegura Sánchez. En efecto, al igual que los arrecifes de coral y los manglares, los bosques de algas permiten amortiguar la fuerza del mar impulsada por las tormentas que la ciencia ya ha demostrado son una de las consecuencias de la crisis climática.
El patio de la comunidad
Para los pescadores de Zapallar no fue fácil la decisión de crear el refugio marino. Su área de manejo tiene 80 hectáreas, así es que dejar de utilizar 15 hectáreas representaba una disminución considerable del espacio aprovechado. “Fue complicado al principio y perdimos plata”, dice Veas, “pero de a poco nos fuimos dando cuenta de lo importante que era que nosotros, que siempre habíamos sido depredadores, dejáramos un lugar para conservación”, agrega.
Además, “a nivel local la comunidad percibe que el refugio marino les entrega beneficios”, sostiene Sánchez y “se ha roto el paradigma de que los pescadores son los que destruyen el océano. Ahora la gente los percibe como parte de la solución y no del problema”, asegura. Veas lo confirma: “Hoy nos miran de una forma totalmente distinta”.
El programa de refugios marinos ha ido evolucionando en la medida en que los miembros de Capital Azul han descubierto los efectos socioecológicos inesperados que ha traído el proyecto. “Cuando nosotros abrimos el refugio a la comunidad, se transforma en una suerte de parque. Es como el patio de la comunidad y todos quieren mantener ese patio limpio, todos quieren colaborar”, asegura Sánchez. Prueba de ello es que “la gente se nos acerca para hacer iniciativas relacionadas con actividades de arte, actividades educativas con los niños de los colegios de la comuna y poco a poco aparece la vocación del refugio marino en sí: deja de ser un lugar que nadie puede tocar y se empieza a transformar en un núcleo de actividades, todas ligadas a la conservación y al buen uso de estos espacios”, explica el experto.
El entusiasmo por los refugios marinos le ha permitido a los pescadores también desarrollar actividades de turismo que les permiten, además, desarrollar una nueva fuente de ingresos. “De esa manera estamos recuperando (el dinero) que dejamos de percibir al dejar de pescar en el área del refugio”, explica el pescador. Veas sabe que se trata de un esfuerzo que seguirá entregando recompensas. “Tenemos que ceder algo. Es importante que este lugar quede para conservación”.
A la espera de que nuevas áreas marinas protegidas se creen en la zona costera, los refugios marinos están siendo así una buena solución complementaria. Además, “es una solución que viene desde las comunidades, no viene de un escritorio en Santiago ni de una oficina en Valparaíso. Aquí la propia comunidad tomó la decisión, ellos dijeron cuidemos esto para nosotros mismos, para nuestros hijos y nuestros nietos”, y eso, explica Sánchez, “genera arraigo: yo quiero mi territorio, cuido mi territorio”.
* Imagen principal: Miembros del Sindicato de Pescadores Artesanales de Maitencillo. Foto: Rodrigo Sánchez Grez
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