- Un nuevo libro explora cómo la conservación de la naturaleza y las relaciones geopolíticas se entrelazan en las tierras fronterizas de la Selva Maya, uniendo a México, Guatemala y Belice.
- La investigación presenta el concepto de la “Selva Maya y sus agua-tierras”, espacios donde la conservación y la gestión de recursos naturales se entrelazan, conectando y desconectando elementos como el agua, los bosques y las tierras, instando a repensar las fronteras y límites establecidos.
- Las autoras describen la Selva Maya como una región en constante transformación, marcada por la presencia de los mayas, los caminos de las estaciones biológicas, la historia de los chicleros, los ríos internacionales y las cuencas transfronterizas.
La Selva Maya es un inmenso territorio considerado un hotspot de biodiversidad, compuesto por diversas áreas protegidas y sitios patrimoniales en México, Guatemala y Belice. No son solo líneas plasmadas en un mapa, sino espacios vivos y conectados, cuyos problemas y políticas de agua, tierra y bosques suelen ser tratados por separado y no como parte de la misma historia. Dos investigadoras proponen repensar estos temas que, en realidad, pueden estar muy entrelazados. Para ello, señalan un elemento clave, unificador y en ocasiones descuidado: el agua que existe en toda la región.
El nuevo libro The Maya Forest Waterlands Shared Conservation, Entangled Politics, and Fluid Borders, presenta un concepto novedoso: “la Selva Maya y sus agua-tierras”, entendidas como espacios con fronteras dinámicas y fluidas, en los que la conservación, las personas y la política de estos tres países interactúan, se conectan y se desconectan de la naturaleza.

“El concepto ‘Maya Forest Waterlands’ es de difícil traducción en español, pero nos referimos a que no podemos hablar de aguas y tierras, sino de aguas que se vuelven tierras, y tierras que se vuelven aguas”, describe Edith Kauffer, investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) en México, y coautora del libro. En entrevista con Mongabay Latam, la politóloga experta en las dimensiones políticas del agua describe que “estos territorios son espacios de fluidez, en contextos tropicales donde lo que hoy es agua, mañana es tierra y pasado mañana regresa a ser agua, debido a las dinámicas de fuertes precipitaciones, también alternadas con periodos de sequías”.
Junto a la publicación, las autoras también han producido un video relacionado con sus investigaciones en la Selva Maya que, al igual que el libro, pretende ser de interés no sólo para estudiantes y académicos en la conservación de la naturaleza, sino también para la política ambiental global, geopolítica, tierras fronterizas, relaciones internacionales y gestión de recursos naturales.
Kauffer destaca los desafíos de gestionar los recursos hídricos compartidos a través de las fronteras de México, Guatemala y Belice, y enfatiza la falta de acuerdos formales, así como las significativas disparidades en el acceso a los servicios de agua entre los países. Sería deseable que los estados pudieran transitar hacia una visión que tome en cuenta la existencia de estas cuencas transfronterizas, sostiene la especialista.
“La cooperación es un principio definido a nivel internacional en materia de gestión del agua. Pero eso en realidad no existe”, dice la investigadora. “Ni siquiera existe un mapa de cuencas transfronterizas aprobado entre los estados. Los mapeos los hemos hecho los investigadores. Cuando hablo de cuencas no solamente hablo de agua. Si bien una cuenca se organiza en torno a un río principal, implica la vida humana, toda la biodiversidad y los recursos naturales que hay en esos espacios”, detalla.
Tanto Kauffer como la coautora del libro Hanna Laako, investigadora y politóloga especializada en temas de conservación de la Universidad de Finlandia Oriental, suman varias décadas de habitar en el sur de México y estudiar estos territorios donde han coincidido en diversos proyectos de investigación en torno a la Selva Maya.

“Me parece que un reto es el estudio transfronterizo para generar resultados y visiones más integrales y regionales”, sostiene Laako en entrevista. “Frecuentemente nos enfocamos sólo dentro de las fronteras del propio país —y sin duda también es importante—, pero a la vez existen muchos fenómenos que trascienden las fronteras y que son compartidos, pero no los alcanzamos a ver si no nos asomamos al otro lado”, explica.
Ambas destacan que el análisis transfronterizo representa un área importante de oportunidad para continuar investigando la biodiversidad, mientras que su libro pretende arrojar luz sobre la construcción y el mapeo de esta ecorregión. A la vez, ofrecen un recorrido por otros escenarios: la transformación de la selva relacionada con los mayas, los senderos de las estaciones biológicas, la historia de los chicleros —los recolectores de chicle o goma de mascar natural obtenida de la resina del árbol chicozapote (Manilkara zapota)—, los ríos internacionales y las cuencas transfronterizas, y las diversas discrepancias geopolíticas relacionadas con el acceso al agua para las comunidades.

Un mismo río, pero un acceso desigual
La Selva Maya tiene agua, sin embargo, muchos de sus habitantes no tienen acceso a ella. Las investigadoras señalan las enormes contradicciones entre los extensos recursos hídricos expuestos en el caso de dos subcuencas transfronterizas —las del río Usumacinta— y la falta de agua que padecen las comunidades locales. Aunque estos territorios son ricos en recursos naturales y biodiversidad, la gente a menudo experimenta escasez y desigualdades contrastantes en el derecho humano al agua y al saneamiento.
“Cuando uno va por el río Usumacinta, en la parte donde forma la frontera entre México y Guatemala, verá del lado de guatemalteco a mujeres bañándose, bañando a sus hijos y lavando la ropa. Eso no se aprecia del lado de México, porque hay un diferencial de acceso a los servicios en ese mismo río, esa misma agua”, describe Edith Kauffer.

Naturalmente, existen las mismas posibilidades, pero del lado mexicano hay un mejor acceso al agua entubada y al saneamiento que del guatemalteco, “y ahí es donde la frontera marca una diferencia tremenda en materia de política del agua”, agrega Kauffer.
Pasa lo mismo con las políticas de conservación, dice la especialista, pues se cuenta con áreas naturales protegidas con una serie de restricciones o prohibiciones para el uso de recursos naturales, que del otro lado de la frontera no existen. Es decir, cuando hay un área protegida que colinda con la frontera, no siempre existe otra área protegida del otro lado. Allí es donde se propician actividades ilícitas como la extracción de madera o fauna silvestre. “El hecho de tener fronteras porosas lo permite”, dice la investigadora del CIESAS.

“Ahí vemos que, si hubiera una gestión compartida general de los recursos naturales o una conservación transfronteriza, podríamos evitar ese tipo de situación de contrabando o de ilícitos en el conjunto de la Selva Maya”, reitera Kauffer.
La investigadora agrega que existen retos ambientales que no respetan las fronteras nacionales. La Selva Maya ha estado sujeta a considerables cambios territoriales, políticos y sociales en las últimas décadas, que afectan profunda y simultáneamente los entornos naturales de la región, particularmente relacionados con el turismo y las actividades del crimen organizado “que se están expandiendo por todas las áreas fronterizas de la región, causando violencia y miedo al extorsionar recursos y tierras de las personas”, sostiene la investigación.
Además, este panorama también ha afectado a la propia investigación científica y estudios en la zona, agregan las autoras del libro. “Han aumentado también los casos de amenazas hacia estudiosos de conservación —aunque no haya sido nuestro caso, afortunadamente— o simplemente la situación de no poder ir a ciertos lugares a trabajar”, sostiene Hanna Laako.

Los pueblos invisibilizados
Las autoras sugieren en el libro lo fácil que se excluyen las voces de los mayas contemporáneos en las narrativas de la Selva Maya. No obstante, describen, esta región incluye varias luchas mayas y de otros pueblos indígenas. En Belice, por ejemplo, el movimiento maya ha realizado ‘contramapeos’ —sus propios mapas, diferentes a los oficiales creados por el Estado— para defender sus derechos y territorios ancestrales, mientras que en México, los pueblos indígenas han criticado la bioprospección, entendida como la búsqueda de productos originados a partir de plantas, animales y microorganismos destinados a la comercialización, donde las comunidades no siempre han resultado beneficiadas de manera equitativa por compartir su conocimiento tradicional.
¿Cómo podrían entonces integrarse mejor las perspectivas de los pueblos indígenas en las políticas de conservación y desarrollo? Hanna Laako recuerda que, en primera instancia, la conservación realizada por y desde los pueblos indígenas es cada vez más reconocida a nivel internacional. Por ejemplo, en los reportes recientes de la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (Ipbes), donde México es miembro fundador.
“Pero requieren el reconocimiento de sus derechos”, sostiene Laako, quien asegura que esto será un tema cada vez más importante porque las tierras de alta biodiversidad suelen coincidir con las de pueblos indígenas, por eso el énfasis en la diversidad biocultural. “Y si ahora se busca conservar hasta el 30 % de tierras y zonas marinas, estas van a coincidir cada vez más con los pueblos indígenas, requiriendo nuevas formas de colaboración, incluso nuevas formas de pensar sobre la conservación. Ciertamente, muchas organizaciones de conservación en la Selva Maya están en ese intento”, agrega.

Uno de los resultados más importantes del libro es el reconocimiento a la historia de los recolectores de chicle, a menudo invisibilizada en la literatura. Hanna Laako señala que los chicleros, como se les conoce, han dejado aportes notables en la región durante más de cien años, formando nuevas comunidades forestales, construyendo conocimientos ecológicos y creando senderos transfronterizos que ahora son utilizados por conservacionistas, arqueólogos y otros especialistas para salvaguardar la Selva Maya.
“Es típico que cada gobierno esté interesado en dejar su propia huella a través de sus proyectos, y así se generan nuevas capas encima de las anteriores, las cuáles se olvidan, consciente o inconscientemente. Así fue con la chiclería”, describe Laako, quien considera que esta es una trayectoria común del sistema capitalista que genera auges, pero que luego se desvanecen y quedan en el olvido.

“Varias comunidades se instalaron en la selva por la chiclería y fueron animadas por los gobiernos a hacerlo durante el auge. Luego se fue cerrando el ciclo chiclero y las comunidades se quedaron con el reto de la subsistencia mientras que los gobiernos siguientes ya tenían su mirada en otras cosas”, afirma la investigadora.
Visto desde el contexto actual, en ocasiones también se promueve el olvido como una herramienta para lanzar nuevos proyectos, como es el Tren Maya —dice Laako— que también se sustenta en el discurso del “sur de México olvidado”. Por ello, la importancia de tomar consciencia sobre este tipo de sucesos es que tienen que ver con las formas de vida de personas, comunidades y de generaciones. “Y desde luego debemos pensar qué tipo de desarrollo queremos, tomando en cuenta los efectos ambientales que puede haber en esos nuevos auges”, concluye Laako.

*Imagen principal: Mujeres bañándose y lavando ropa en el Río Chixoy, el principal afluente en el sistema fluvial del río Usumacinta en Guatemala. Agosto 2022. Foto: Edith Kauffer