Cada uno de los puntos que tienen los tiburones ballena en su cuerpo forman un patrón único, son como una huella digital que no se repite nunca. “Es como si cada tiburón ballena tuviera un rostro diferente”, dice Dení Ramírez, una experimentada bióloga marina dedicada a estudiarlos desde hace más de 15 años. Por eso, cuando nada junto a ellos en la bahía de La Paz, en México, no solo los marca con un código científico, sino que además les da un nombre, los bautiza.
A los seis años ya sabía que dedicaría su vida al mar; su experiencia como hija de una pareja de buzos la marcó desde que nació, pero fue en la universidad donde descubrió al tiburón ballena (Rhincodon typus) y se convirtió en una pionera en la investigación de esta especie en su natal México. Hoy ella es una de las pocas personas en el mundo que conoce a profundidad a estos enormes animales marinos. Lograrlo no ha sido fácil, sobre todo cuando le tocó convivir con pescadores y marineros que creían que el mar era solo para los hombres, pero que terminaron comprometiéndose en la protección de esta especie.
En esta conversación con Mongabay Latam confiesa que tiene suerte de vivir haciendo lo que le gusta y que ser apasionada le ha permitido lograr todo lo que ha buscado, por eso cree que quien quiere dedicarse a la ciencia, debe seguir a su corazón.
¿Por qué eligió el camino de la ciencia?
Mis papás eran buzos y en las vacaciones siempre íbamos al Caribe a bucear. Siempre quise ser bióloga marina y estuve muy apasionada por el mar y los seres que habitan en él. Recuerdo que mi primer buceo fue a los seis años. Siempre salía fascinada, me encantaba y quería conservar el mar.
¿Cómo inició su carrera?
Estudie en La Paz, en Baja California Sur, donde está la mejor escuela de México para biología marina, que también es reconocida en Latinoamérica. Viene mucha gente de otros países para estudiar biología marina, y tenemos cuatro centros de investigación dedicados al mar. Luego hice mi maestría y doctorado con estancias en Estados Unidos y Australia.
¿Cómo así decide dedicarse a la investigación de los tiburones?
De niña siempre creí que iba a estudiar a las tortugas, a las rayas o a los mamíferos; pero en mi primer año en la universidad en La Paz nadé con tiburones ballena. Para mí fue la mejor experiencia que había tenido en el mar, quedé enamorada del tiburón ballena. Entonces fui con un profesor que daba clases de elasmobranquios (tiburones y rayas) y le pedí artículos científicos porque quería aprender sobre esta especie y me dijo que no había información sobre el tiburón ballena. Desde el 2001, empecé a estudiar esta especie y ahora soy parte de ese conocimiento en México y a nivel mundial.
¿Qué sintió la primera vez que estuvo junto a un tiburón ballena?
Cuando estuve junto al tiburón ballena quedé completamente enamorada, de su coloración, la boca, los ojos. Para mi es una forma de conectarme con el mar y con los animales.
¿Es una de las primeras personas que estudió a esta especie?
Pues sí. En realidad, los estudios de tiburones ballena comenzaron en Australia a finales de los 90. Yo empecé en el 2001, y a nivel internacional, somos pocos los investigadores, menos de 10, que llevamos mucho tiempo estudiando esta especie.
¿Cómo fue el primer acercamiento?
Siempre quise hacer algo para conservar al mar y entré en conflicto porque me apasioné por el tiburón ballena y por la genética poblacional, entonces dije, quiero estudiar genética poblacional del tiburón ballena. Tuve que modificar las puntas con las que se toman las biopsias en ballenas para hacerlo con el tiburón ballena y en 2001 inicié mi investigación. Lo que me fascinó fue que en el patrón de los tiburones, sus puntos son únicos, son como huellas digitales. Entonces, para no tomar muestras del mismo individuo varias veces, empecé a tomarles foto, para hacer la identificación.
¿Cada tiburón tiene como una huella dactilar, es reconocible?
Todos los puntos que tienen los tiburones en su cuerpo son únicos. Los investigadores tenemos un área del cuerpo del tiburón ballena para tomar la foto, para compararlas. La zona estándar es el lado izquierdo, detrás de la abertura branquial. Luego la foto ingresa a un catálogo digital y con un software comparamos las fotos y podemos ver si a ese tiburón ya lo vimos antes o no. Es algo bonito, porque siento que tengo una conexión con cada tiburón, porque sé que lo he visto, de dónde viene, cuánto ha crecido, su historia. Es como si cada tiburón ballena tuvieran un rostro diferente.
¿Actualmente, qué investigación está desarrollando?
El proyecto es bastante amplio. En México trabajamos en la clasificación de la especie y les colocamos marcas satelitales para seguir sus movimientos y seguir su camino. También estudiamos su comportamiento, pues en México tenemos una industria turística muy grande de observación del tiburón ballena y registramos el comportamiento con drones y con observadores. También analizamos los contaminantes como pesticidas y microplásticos en la piel de los individuos y evaluamos las lesiones que sufren debido a su interacción con las embarcaciones turísticas.
Además, hace tres años, con la ONG Ecoceánica, encontramos una agregación —grupo de dos o más individuos— de tiburón ballena en Perú. Ha sido un logro super emocionante, porque llevo años estudiándolos y no sabíamos que existían tiburones ballena en Perú.
¿Para usted qué es lo mejor de ser científica?
Me encanta aportar al conocimiento, hacerme preguntas y ver de qué forma resolverlas. Pero también soy bióloga de la conservación y creo que todo este esfuerzo debe ser aplicado en la conservación. Ser científico es una responsabilidad y es importante compartir este conocimiento para generar cambios.
¿Cuáles son los riesgos de la ciencia?
Un riesgo, sobre todo como mujeres, es interactuar con los hombres de mar, como pescadores, capitanes, marineros, pues en nuestra cultura Latinoamericana se piensa que el mar es de hombres. A veces ha sido difícil, cuando me ha tocado compartir el conocimiento sobre los tiburones ballena con un capitán que viene de una familia de pescadores y que dice algo así como “A ver tu ‘chilanga’, qué tiene que enseñarme del tiburón ballena”. A eso nos enfrentamos como investigadoras mujeres.
¿Cree que es difícil dedicarse a la ciencia en Latinoamérica?
Creo que sí, porque somos países que no tenemos mucho apoyo para hacer ciencia. Cada año, a través de Conciencia México —ONG que dirige— debo buscar fondos para continuar con la ciencia, que generalmente son fondos internacionales.
¿Recuerda alguna anécdota o historia en particular?
Recuerdo un dato interesante cuando pusimos marcas satelitales en las hembras preñadas de tiburón ballena y también le colocamos a una hembra juvenil, que se llama Tiki Tiki, y que conozco desde hace muchos años. Yo quería ver por dónde migraba al norte y resulta que buceó unos 1300 metros de profundidad, fue increíble. Como a los cuatro meses la tiburona regresó a la bahía de La Paz y fue como decirle “a ver Tiki Tiki, por qué no me dices qué estabas haciendo ahí en esas profundidades”, llegas a tener una conexión con ellos increíble.
¿Le pone nombre a los tiburones?
Sí, la mayoría tiene nombre. Otros utilizan los códigos o números, pero yo soy muy mala para los números y se me hacía más fácil reconocerlos por sus nombres y conocerlos a cada uno.
¿Cree que las investigaciones que realiza pueden cambiar la vida de las personas?
Sí, creo que sí, al compartir la información. Recuerdo que una vez, explicamos a unos niños sobre que a veces vemos a los tiburones ballenas rodeados de bolsas plásticas y que las tortugas se mueren porque las confunden con las medusas, y luego los llevamos a una limpieza de playa y se les dijo que no podían meterse al mar a nadar. Pero de pronto, dos o tres niños empezaron a nadar y cuando fui por ellos me dijeron desesperados: “es que ahí hay una bolsa y se van a morir el tiburón y la tortuga, tenemos que sacar esa bolsa”. Los llevé a la playa y entré a sacar la bolsa.
En Perú, por ejemplo, los pescadores le tenían mucho miedo al tiburón ballena, y cuando vieron que éramos un grupo de mujeres no creían que entraríamos con los tiburones. Pero cuando vieron que Rossana, miembro del equipo, al ver uno de los animales fue la primera en entrar al agua, no les quedó duda. Incluso, una vez se enredó un tiburón en la red de la embarcación y el capitán no lo pensó dos veces y se lanzó al agua a cortar la red para rescatarlo. Sí hemos cambiado y hemos tocado a la gente.
¿Quién es el científico que más la ha inspirado?
De niña era Jacques Cousteau. Después, en toda la carrera fue Lynn Margulis, quien estudiaba la teoría simbiótica en la evolución de la célula y apoyaba la teoría de Gaia, que propone que la tierra es como un ser vivo donde todo está conectado. He tenido la suerte de verla en una conferencia y me ha inspirado en cuestiones de conservación. Otra inspiración ha sido Eugenie Clark, conocida como la dama de los tiburones, pues fue la primera mujer que estudió a los tiburones. Con ella tuve la oportunidad de hacer una expedición y fue un honor para mí. También he admirado a Ron Taylor que empezó en Australia a estudiar al tiburón ballena. Cuando lo conocí le pregunté cómo se le ocurrió lo de los puntos, que explica en su libro, y en este mundo de la ciencia con egos muy grandes, me dijo que no se le ocurrió a él, sino a un amigo, y que él lo había probado.
¿Qué le diría a los jóvenes que quieren dedicarse a la ciencia?
Que sigan su corazón, que den lo mejor de ellos. Siempre hay muchos obstáculos, pero si es lo que te gusta, si es lo que te apasiona, el camino se te abrirá. Mucha gente me dice que soy muy apasionada, pero ser así me ha hecho llegar hasta donde estoy.
¿Cuál ha sido el instante o momento más inolvidable para usted?
Tengo la fortuna de tener muchos. Cuando viajé a Australia para presentar mi trabajo, en el 2005, porque sentí que reconocían mi investigación. Cuando empecé mi investigación en el 2001. Mi primera publicación. El año pasado logré el primer ultrasonido en manta gigante y también es un logro increíble. Cuando pudimos poner las marcas satelitales en los tiburones ballena en Perú. Realmente tengo la fortuna de hacer lo que quiero y tener apoyo y reconocimiento para hacerlo, entonces, tengo muchos momentos que son de grata satisfacción.
¿Usted ha compartido sus investigaciones con el gobierno, como lo ha tomado, que ha hecho con ellos?
De hecho, en Perú fue increíble porque cuando empezamos a estudiar al tiburón ballena nos dimos cuenta de que todavía lo pescaban y que no había una ley que lo protegiera. Los datos que obtuvimos los presentamos al gobierno y con mis colegas de Ecoceánica logramos, el año pasado, que se proteja a esta especie en Perú. Ahora, legalmente está prohibida su pesca, eso ha sido increíble, fue un logro maravilloso.
Aquí en México, mis análisis y estudios fueron base para que se crearan dos áreas naturales protegidas. También comprobamos que hasta un 64 % de los tiburones son dañados por embarcaciones turísticas y esa información la compartimos con el gobierno, con los operadores turísticos, con los capitanes, con los guías para que entiendan la importancia de seguir las reglas. Afortunadamente, el actual gobierno se interesó en nuestro estudio de capacidad de carga y en la bahía La Paz se ha definido un número limitado de embarcaciones que naveguen al mismo tiempo para la actividad de observación de la especie.
Aquí algunas de sus investigaciones:
Mapa de la ruta del pez más grande: el tiburón ballena en el Pacífico mexicano