Pesca sin control

El Perú posee la pesquería más grande del planeta basada en una sola especie, la anchoveta. Según el Anuario Estadístico Pesquero y Acuícola del Ministerio de la Producción del año 2016, casi tres millones de toneladas de anchoveta se desembarcaron ese año. El lugar de donde proviene la mayor parte de este recurso es Chimbote, en la región Ancash, que cuenta con alrededor de 60 plantas de harina de pescado. Aunque la anchoveta no es la única especie capturada para la industria, se trata de la más importante en términos de cantidad e ingresos económicos.

Pero no solo la pesca industrial mueve grandes cantidades de dinero. El Perú también  es uno de los mayores productores mundiales en términos de captura. La pesca artesanal para consumo humano es una actividad que se beneficia de la gran biodiversidad del mar y representa el 28.4 % del total de capturas marinas.

Pescados como el jurel, la caballa, el bonito y el perico, entre los más abundantes, así como mariscos entre los que destacan el cangrejo y los langostinos, forman parte de la dieta diaria de los peruanos y se lucen en esos platillos que han hecho tan popular a su gastronomía.

Sin embargo, esta bonanza marina permanece amenazada por la pesca ilegal. Juan Carlos Sueiro, director de Pesquerías de la ONG Oceana, señala que son tres los grandes problemas en Perú que ocasionan la pesca fuera de lo legal. En primer lugar, la incursión de algunas embarcaciones extranjeras en las  200 millas marinas, reservadas al Perú.

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Un segundo problema se presenta con la anchoveta, debido a que parte de este recurso, que es destinado  para el consumo humano, termina siendo procesado como harina. “Hay una producción de harina de pescado ilegal, ya sea por empresas autorizadas o por plantas ilegales. Se calcula entre 120 y 150 mil toneladas de anchoveta cada año que jamás se registran”, precisa Sueiro.

La tercera fuente de ilegalidad proviene de un sector de la flota artesanal, principalmente de Piura y Tumbes, dos regiones al norte del Perú donde se extrae el 70 % de los recursos marinos que se consumen en el país. En estas regiones –explica  Sueiro– se capturan especies con tamaños por debajo de la talla mínima permitida que no ingresan por los puertos, sino que se desembarcan directamente en las playas y terminan en las mesas y los restaurantes del país.

 

 

Un mar sin protección

En Perú, menos del 4 % del mar está bajo algún tipo de protección o categorizada como zona reservada. Las Reserva Nacional de Paracas, la Reserva Nacional San Fernando y la Reserva Nacional Sistema de Islas, Islotes y Puntas Guaneras son los tres espacios marinos que en total abarcan 639 282 hectáreas: el 3.9 % de la superficie marina peruana.

Pedro Solano, director ejecutivo de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA) recuerda que el Perú tiene compromisos internacionales para reconocer, dentro de algún sistema de conservación, el 10 % de su superficie marina. “Nuestro compromiso establecido en las Metas de Aichi es alcanzar ese porcentaje, pero estamos lejísimos del 10 %. Si se compara con lo que ha hecho Chile y Ecuador estamos muy por debajo. Es grave para un país que se precia de ser una las pesquerías más importantes del mundo”.

Las Metas  de Aichi son 20 compromisos adoptados por los países firmantes de la Convención de Diversidad Biológica que deben ser alcanzadas para el año 2020.

Cumplir con lo pactado parece no estar cerca, pues la propuesta de creación de una nueva área marina costera, denominada Mar Pacífico Tropical, lleva varios años de discusión. Recientemente, la Ministra del Ambiente, Fabiola Muñoz anunció que su gestión se mantiene firme en la creación de la reserva natural marina frente a las costas de Piura y Tumbes, que debería  concretarse en el primer trimestre del 2019.

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Muñoz aclaró además que la instalación de esta área protegida no impide el aprovechamiento sostenible de otras actividades como la pesca y los hidrocarburos. Una declaración que vino a responder lo que semanas antes dijo el presidente de la Sociedad Nacional de Hidrocarburos, Felipe Cantuarias, cuando  calificó a la Ministra de “desubicada” por anunciar la creación de Mar Pacífico Tropical.

Visión extractivista de un mar que languidece

A inicios de este año, un conflicto por la concesión de cinco pozos petroleros en el norte del Perú despertó la preocupación sobre esta actividad dentro del mar peruano. Los decretos que entregaban los cinco lotes, que representan 2 320 000 hectáreas de mar frente a las costas de las regiones de Tumbes, Piura, Lambayeque y Ancash, fueron derogados meses después.

Sin embargo, continúa la preocupación por las consecuencias que ocasiona la explotación de petróleo en la biodiversidad del mar peruano. “La explotación de petróleo en el mar es muy riesgosa, por la logística que se requiere, por los riesgos en el traslado del hidrocarburo y porque no existe control sobre estas actividades en mar abierto”, señala Juan Carlos Riveros, director científico de Oceana.

 

 

 

Cuando surgió el conflicto por los lotes petroleros, varios especialistas recordaron que el mar del norte del Perú alberga una increíble biodiversidad. Este representa, por lo menos, el 70 % de la variedad biológica marina del Perú, con un enorme número de especies endémicas, únicas en el mundo. Sin embargo, existe poca documentación científica sobre los impactos ambientales negativos que se puedan haber producido por las operaciones de petróleo que se realizan en Perú.

“En Perú, vemos el mar como un lugar donde hay recursos para extraer. Sin embargo, desde mi perspectiva, ha sido poco estudiado. Tenemos muy poca información, particularmente en las zonas costeras”, afirma Ximena Vélez-Zuazo, directora marina del Programa de Evaluación y Monitoreo de la Biodiversidad del Smithsonian Conservation Biology Institute, en Perú.

La experta señala que, el mar peruano es un sector subestudiado. “Tenemos mucha información a partir de los 50 metros de profundidad, pero desde la línea de costa hasta estos 50 metros de profundidad, excepto por algunos estudios puntuales, no conocemos bien cuál es el estado de la biodiversidad ni el impacto que han tenido muchas actividades en la costa”.

Otro problema que afecta al mar peruano es la contaminación. Lamentablemente, lo hemos convertido en un botadero de los desechos que producimos en tierra firme. Un ejemplo de lo que sucede en las aguas costeras peruanas lo vemos en Paita, al norte de Perú.

En ese sector, un diagnóstico socio económico y ambiental, realizado en el año 2014, indicaba que el Puerto de Paita era el vertedero de la ciudad. Las causas que llevaron al puerto a esta situación crítica tienen sus orígenes en las empresas pesqueras ubicadas en la bahía, la antigüedad del sistema de desagüe y la actividad pesquera que arroja sus desechos directamente al mar.

La situación no ha cambiado. Al contrario, el problema de contaminación marina en Perú se agudiza, como ocurre en otras partes del mundo, por la presencia de residuos sólidos y plásticos. De acuerdo con una investigación de Sara Purca, oceanógrafa del Instituto del Mar del Perú, en la playa Costa Azul, de Ventanilla, en Lima, se encontraron 522 fragmentos de microplásticos por metro cuadrado.

Para enfrentar este problema y siguiendo la iniciativa de otros países, el pasado 5 de junio la Comisión de Pueblos Andinos, Amazónicos y Afroperuanos, Ambiente y Ecología del Congreso peruano aprobó un proyecto de ley que prohíbe el uso de bolsas de plástico en todo el país. La propuesta aún debe ser discutida en el Pleno del Congreso.

El oro negro del mar

“Las capturas históricas del Perú han venido cayendo desde la década de 1990”, comenta Jaime Mendo, profesor principal del departamento de Manejo Pesquero y Medio Ambiente de la Facultad de Pesquería de la Universidad Agraria La Molina. Su preocupación, dice, es que todos hablan de los problemas ambientales, pero nadie se refiere al efecto que la pesca y la explotación de recursos marinos tiene en las poblaciones del mar.

Un ejemplo está en la extracción de conchas de abanico (Argopecten purpuratus). Mando recuerda que, en el año 1983, las conchas de abanico se multiplicaron en el mar de Paracas, región Ica, como consecuencia de la llegada del fenómeno El Niño. “Era el oro negro del mar. Su abundancia duró hasta el año 1986, aproximadamente”.

En esa época la flota pesquera aumentó de menos de 100 a más de 1000 barcos, y de alrededor de 200 a entre 2000 y 3000 buceadores. Los desembarques entre 1984 y 1985 llegaron a las 48 000 toneladas, pero luego disminuyó a casi cero toneladas en 1987, creando un típico escenario de la pesquería de auge y caída, se indica en el libro Conchas: biología, ecología, acuicultura y pesquerías, en el que Mendo es uno de los autores.

El fenómeno no se repitió hasta el año 1998, cuando nuevamente llega otro fenómeno El Niño de gran magnitud. Sin embargo, en esta ocasión las conchas fueron extraídas cuando estaban en pleno crecimiento y trasladadas por los pescadores a zonas donde podían cuidarlas hasta que alcancen un mayor tamaño, explica Mendo. “Así empezó la historia de las áreas de repoblamiento en el Perú”, dice.

A partir del año 2000, pescadores de Pisco se trasladan al norte de Perú, a la bahía de Sechura, donde también se sabía de la existencia de las conchas de abanico. Con ellos, se trasladó la práctica del cultivo de la especie.

Así, Sechura, en Piura, se convirtió en el lugar de producción más grande del Perú para las conchas de abanico, con 150 asociaciones de cultivo de la especie. “Es el principal producto de acuicultura en el mar peruano, que en el año 2013 sumó más de 160 millones de dólares de ingresos”, comenta Mendo.

Pero este proceso no estuvo libre de dificultades. En el año 2006 se redujo la población de conchas de abanico de uno de los bancos naturales más importantes del norte peruano. Además, también ocurrieron problemas de contaminación por coliformes fecales en las conchas de exportación. El problema surgió a partir del vertimiento de  desechos y de combustible de las embarcaciones, en la misma zona donde se cultivaba la especie.

La administración del ambiente marino de Perú es compleja, con múltiples instituciones gubernamentales que administran y gestionan las costas y los recursos del océano. El Ministerio de la Producción es responsable de todas las actividades de pesca y acuicultura, mientras que El Ministerio del Ambiente está a cargo del diseño, establecimiento, ejecución y supervisión de la política ambiental. También están el Instituto del Mar del Perú (Imarpe), el Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA), entre otros organismos, así como los gobiernos regionales a los que se les ha transferido funciones como parte del proceso de descentralización.

En 2012, además, se estableció la Comisión Multisectorial de Gestión Ambiental del Medio Marino Costero (COMUMA) un órgano que debe encargarse de la coordinación de los diferentes organismos administrativos y técnicos en los asuntos de protección del mar. Sin embargo, a pesar de los avances en la coordinación interinstitucional de los asuntos marinos, la política pesquera sigue definiéndose con una óptica sectorial y no con un enfoque ecosistémico, señala el estudio de Cepal y OCDE.

Por tanto, la gestión marina en Perú no es un tema sencillo. Mariano Castro, exviceministro de Gestión Ambiental del Ministerio del Ambiente, apunta que son varios los factores a considerar para el manejo de los recursos del mar peruano. Está el problema de contaminación marina por fuente terrestre; la regulación sobre hidrocarburos, sobre pesca artesanal y pesca industrial, entre otros aspectos.

Pedro Solano, de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental considera que se ha avanzado en el tema de institucionalidad, pero que aún persiste una gestión del mar con autoridades que muchas veces chocan entre sí. “No está clara la separación de competencias entre distintas autoridades sean municipales, regionales o nacionales”. Un panorama complejo para un país que se precia de tener uno de los mares con mayor riqueza en el planeta.

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