La creación del Área de Conservación Regional Bosques El Chaupe, Cunía y Chinchiquilla permitirá controlar la presión que existe sobre esta especie forestal y proteger al tapir de altura y al oso de anteojos en la selva de Cajamarca.
El expediente del área de conservación se encuentra ahora mismo en el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp), tras su revisión pasaría a la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM) para ser aprobada.
La niebla intensa no deja ver más que la silueta de los árboles que bordean el camino hacia el caserío de Alto Ihuamaca, a una hora de la ciudad cajamarquina de San Ignacio. Es un escenario que se repite cada año cuando llega la temporada de lluvias, entonces es posible ver como las nubes se mueven silenciosamente a ras del suelo dentro del bosque montano. “Es la transpiración de los árboles”, dice Alexander Campos, quien desde hace doce años camina a través de esa niebla como guardaparque del Santuario Nacional Tabaconas-Namballe. En Alto Ihuamaca se encuentra un puesto de control de esta área protegida y es donde se concentra parte del trabajo para la creación de la primera área de conservación regional de Cajamarca.
La propuesta del ACR Bosques El Chaupe, Cunía y Chinchiquilla nació como uno de los esfuerzos de la región norteña por proteger uno de sus cinco sitios prioritarios de conservación, en una de las ubicaciones más estratégicas, la zona de amortiguamiento del Tabaconas-Namballe.
La biodiversidad y alto nivel de endemismo es propio de la ecorregión de los Andes del Norte, que van desde Venezuela hasta la parte norte del Perú. Foto: Diego Pérez / SPDA.
El expediente final del ACR que protegería en total 21 868 hectáreas se encuentra en el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el estado (Sernanp), tras su revisión entrará a la recta final, que es cuando la Presidencia de Consejo de Ministros (PCM) decide su aprobación. Para los comuneros de San Ignacio este es el capítulo más reciente de una lucha que comenzó hace décadas, cuando la defensa de un árbol podía costarles la vida.
Sentado frente a su escritorio de subdirector en el colegio San Juan Bosco, en la ciudad de San Ignacio, Wigberto Vásquez se detiene a recordar. Han pasado más de 26 años desde que la policía entró a su casa, en la noche del 27 de junio de 1992, para acusarlo junto a otros trece campesinos por un atentado a la maderera Incafor. Vásquez era el presidente del Comité de Defensa de los Bosques de San Ignacio y cuenta que en ese entonces, la empresa entró a esas montañas para extraer todo el romerillo (Podocarpus oleifolius) que encontrara a su paso.
El resto de la historia está registrada en los archivos de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR). Ahí donde se guardan algunos de los episodios más violentos y tristes de la historia del Perú. En ese entonces, nadie escuchó la versión de los campesinos y la falta de pruebas no evitó que fueran acusados de terroristas. El Ministerio Público pidió para ellos 30 años de prisión. Luego de nueve meses de encarcelamiento y tortura en el penal de Picsi, en Chiclayo, los campesinos salieron absueltos. La fecha de su salida, el 5 de marzo, fue declarada en la provincia como el Día de la Ecología. Incafor tuvo que detener sus operaciones en el área.
Vásquez, quien acaba de concluir su gestión como consejero regional, cuenta que el área que defendían y por la que terminó encarcelado es parte del territorio que ahora esperan ver convertido en su primera ACR. “Eran 3000 hectáreas de romerillos que Incafor tenía en concesión desde inicios de los ‘90. Incluso construyeron un aserradero para sacar la madera en tablones y nosotros nos oponíamos a eso”, narra. Según estudios forestales realizados en San Ignacio en 1989, el volumen promedio del romerillo era de 71 metros cúbicos (28 árboles) por hectárea, con un diámetro mínimo de 40 centímetros y una altura de por lo menos cinco metros. Enrique Meléndez, caficultor de Bajo Ihuamaca, dice que se necesitaban hasta cinco personas para abrazar por completo a los romerillos más antiguos.
Bosques del Chaupe, San Ignacio, Cajamarca. Foto: Diego Pérez / SPDA.
“En la zona del ACR hemos identificado romerillos con hasta 1.50 metros de diámetro. Para alcanzar ese grosor han tenido que crecer por más de 150 años”, comenta la bióloga Zoila Vega, consultora de Naturaleza y Cultura Internacional.
Aunque han pasado años desde la última vez que se censaron los romerillos en la zona de amortiguamiento del santuario, los pobladores aseguran que cada vez ven menos. En el 2009, la deforestación bordeaba las 4000 hectáreas anuales. Este problema ha generado cambios irreversibles en el clima de la provincia. “Cerca de aquí hay un pueblo que se llama Ciruelo porque cuando llovía, salía la ciruela. Ahora solo el nombre ha quedado”, cuenta Meléndez.
“Si la empresa se quedaba, Ihuamaca iba a terminar así, sin lluvias, como un desierto”, agrega. En medio de los más de 1000 árboles que ha reforestado en los últimos veinte años, don Enrique hace una pausa para mostrar uno de sus ejemplares favoritos, el eucalipto saligna. “Hay algunos árboles que hemos querido plantar para que la gente los conozca, al menos”, dice, mientras observa desde su terreno las huellas de la deforestación en las montañas, cicatrices que no dejan de aparecer en el paisaje.
“Aquí llegaban los traficantes a tu puerta y te mostraban un puñado de balas. ‘Esto es lo que te espera si no nos dejas pasar la madera’, te decían. Así se han llevado cedros, romerillos, se han levantado el bosque”, cuenta Fermín Facundo, quien fue teniente gobernador de Alto Ihuamaca a fines de los ‘90. Sin embargo, la tala ilegal tampoco ha sido la única causa de la deforestación. La expansión de la frontera agrícola y la creación de pastizales para el ganado presionan también este ecosistema de Andes Tropicales .
“Uno ha puesto tanto la cara para defender los bosques y que los mismos moradores lo terminen, es una lástima”, dice don Enrique. “¿Acaso vas a comer palo?”, le decían hace veinte años algunos de los comuneros que no veían beneficio en mantener el bosque en pie. “Pero están cambiando. Estamos aprendiendo”, confía este viejo caficultor de Bajo Ihuamaca.
Enrique Meléndez es uno de los defensores del bosque de El Chaupe desde hace 30 años. Desde hace 20 empezó a reforestar sus hectáreas y ahora ha empezado a cosechar ese esfuerzo. Foto: Diego Pérez / SPDA.
La lluvia y niebla que mantienen la humedad en esta selva empinada se encargan de reafirmar la peculiaridad de los bosques andinos tropicales: la de ser unos grandes almacenes y reguladores de agua. Por eso existen enormes cantidades de musgo adheridos a los troncos, como esponjas que al presionarlas sueltan pequeños chorros de agua helada. La hojarasca que cubre el suelo la recibe, haciendo las veces de un colchón de materia orgánica capaz de almacenar este valioso recurso que luego discurrirá como pequeños hilos para abastecer quebradas, ríos y asegurar la vida de las comunidades y ciudades cercanas. Cuando estos bosques desaparecen, los ciclos de la lluvia se desordenan, las sequías son más largas y las inundaciones inesperadas se convierten en un problema.
Según las primeras investigaciones realizadas dentro de esta ACR, dentro del territorio existen más de ochenta quebradas que alimentan a los ríos Chinchipe, Tabaconas y San Ignacio, que a su vez abastecen a ciudades como San Ignacio y son indispensables para la actividad agrícola. “El bosque se conserva para la gente”, dice la bióloga Vega.
A diferencia de las restricciones de un santuario, la clasificación de área de conservación permite salvaguardar especies endémicas pero también que la población local aproveche los recursos de su territorio de manera sostenible. En el caso de los Bosques El Chaupe, esto involucra a 70 caseríos en cinco distritos de la provincia de San Ignacio, es decir, Tabaconas, Namballe, Chirinos, La Coipa y el mismo San Ignacio.
La cantidad de agua que almacenan estos bosques es tal, que cuando un árbol es talado el tronco no puede ser retirado de inmediato. “Los que lo cortan tienen que desaguarlo por dos semanas para reducir a un tercio el peso del árbol”, comenta la especialista de NCI. Vega agrega que los árboles de lento crecimiento, como el romerillo y el cedro, son justamente los que más agua y carbono retienen.
El bosque andino tropical tiene una gran misión: almacenar agua y regular su distribución para que no existan sequías en las partes más bajas. Sin este tipo de ecosistemas crece la vulnerabilidad de actividades como la agricultura. Foto: Diego Pérez / SPDA.
La ecorregión de los Andes del norte va desde Venezuela hasta el norte del Perú y una de las particularidades que posee es el alto nivel de endemismo o la presencia de especies únicas de flora y fauna. En nuestro país este ecosistema existe en los departamentos de Piura y Cajamarca, y para expertos como Guevara, jefa del santuario Tabaconas-Namballe, no solo es importante asegurar su conservación por la biodiversidad que reúne, sino porque las áreas de conservación regionales o privadas aseguran a su vez la protección de los corredores biológicos para el libre desplazamiento de la fauna.
“Los animales son los arquitectos del bosque. Sin fauna no existe regeneración de especies. Por eso es importante crear corredores biológicos”, sostiene la ingeniera forestal.
Guevara usa como ejemplo a los tapires para explicar la función que cumple un corredor biológico. Si se busca proteger a una población de mil tapires, explica la jefe del santuario, se necesita al menos un radio de acción de tres kilómetros cuadrados para estos mamíferos. “Con la creación del ACR se garantizará que incluso fuera del Santuario el animal tenga mejor vida”, precisa.
La jefa del Tabaconas-Namballe no exagera, hay especies que por la falta de espacios protegidos no han logrado sobrevivir. Hace tres años, por ejemplo, un oso de anteojos fue hallado muerto en la zona de amortiguamiento del santuario. “Lo habían cazado por su carne”, cuenta Alexander Campos, guardaparques del área protegida. Los pobladores de Alto Ihuamaca cuentan que suelen verlos cruzando la carretera por las madrugadas, muy cerca de las casas. “El oso y el tapir de altura recorren bastantes kilómetros en búsqueda de alimento. Si se controla la tala en la zona de amortiguamiento, se ayudaría a ampliar su hábitat”, dice Campos.
Tanto el oso andino (Tremarctos ornatus) como el tapir de altura (Tapirus pinchaque), viejos residentes del área, se encuentran en estado Vulnerable, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). A ellos se suman otras especies como la pava barbada (Penelope barbata) y el loro de cara roja (Hapalopsittaca pyrrhops).
La bióloga Zoila Vega confirma también la presencia del gallito de las rocas (Rupicola peruvianus), del tucán de pecho gris (andigena hypoglauca) y el tucán de pecho celeste (Andigena nigrirostris), una especie que no había sido reportada en el Perú.
En el estudio que se realizó en el 2016 para el expediente del ACR Bosques El Chaupe, se identificaron además en el área anfibios como la rana Pristimantis percnopterus, endémica del Perú, y la Pristimantis bromeliaceus, que solo tenía dos especímenes registrados en el país. También se descubrió una nueva especie de rana del género Pholidobolus ulisesi. “Los anfibios son indicadores muy buenos de la calidad del bosque”, dice Vega.
Al otro lado de la cuenca Botijas, que abastece al pueblo de San Ignacio, se encuentran los bosques de Chinchiquilla, que también también han sido incluidos dentro de la propuesta del ACR. Los habitantes de la comunidad de Progreso, situada a una hora de San Ignacio, han empezado a diseñar las rutas de turismo que quieren promover tras la aprobación de la nueva área.
“Hemos pensado en atraer turismo de aventura para que los viajeros visiten nuestras cataratas”, cuenta María Granda, una de las pobladoras de Progreso. El circuito consta de diez caídas de agua de distintas alturas, las que discurren en medio de un bosque profundo, visitado por numerosos gallitos de las rocas.
El turismo como generador de ingresos ha sido considerado por el Santuario Nacional Tabaconas-Namballe como una alternativa de desarrollo sostenible en la zona de amortiguamiento. “Queremos promover una ruta para el avistamiento de aves, pero aún nos falta trabajar con las comunidades para la infraestructura turística”, comenta la jefa del Santuario, Carolina Guevara. Este componente de trabajo tendrá que ser parte del plan de manejo del ACR, cuando este ya se haya oficializado. “También podríamos articular una ruta del café, el que se produce con altos estándares de calidad. Lo que buscamos es incentivar actividades que sean compatibles con el área protegida”, añade.
La biodiversidad que puede encontrarse en el bosque es visto como un potencial para promover rutas turísticas. Foto: Diego Pérez / SPDA.
El exgerente regional de Recursos Naturales y Medio Ambiente de Cajamarca, Dixon Labán, señala que todos estos planes podrían recibir un financiamiento desde el gobierno regional una vez que se cree el área. Además, espera que se pueda invertir en más proyectos como la mejora de los suelos de cultivo y tecnificar la producción del pasto. “Vemos al ACR como un generador de recursos para impulsar la economía local y que permita a las personas tener más opciones que seguir invadiendo el bosque”, añade.
La defensa de los bosques sigue siendo un trabajo de hormiga. Desde hace algunos años, existe una garita de control a la salida de Alto Ihuamaca para verificar que no salga madera ilegal. Sin embargo, a veces se retrocede. “Cuando pensamos que hemos avanzado, de repente vemos cómo sacan del área de conservación la madera cortada, sin permisos”, cuenta don Enrique Meléndez, quien espera que con la declaración del ACR se implementen más medidas de control en la zona.
En Ihuamaca, donde vive este viejo caficultor, un oso andino, un tapir y un gallito de las rocas se asoman por la copa de un romerillo que ha quedado inmortalizado en un monumento que se erige en medio de la plaza de la comunidad. El sueño de don Enrique y de otros comuneros es que las próximas generaciones no tengan que conocer a estas especies a través de la frialdad de este monumento. “Aquí seguiremos luchando para que los que nos siguen puedan ver todo esto en persona”, dice don Enrique, mientras admira cuánto ha crecido su bosque reforestado. Sonríe.
Neftalí Camisán vive frente al bosque de Chinchiquilla, en el caserío de Independencia. "Cuando mis papás vinieron de la sierra de Piura no conservaban los bosques, pero se fueron dando cuenta y ahora nosotros los conservamos porque vivimos de ellos", cuenta. Foto: Diego Pérez / SPDA.
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