Algunas comunidades, científicos, entidades de gobierno y organizaciones no gubernamentales han vuelto los ojos a las estrategias de conservación como una herramienta para salvaguardar la biodiversidad y también como una forma de mitigar los impactos que tiene el cambio climático. En este sentido, el mayor guardián de Centroamérica —una de las regiones más vulnerables al cambio climático— es precisamente su naturaleza. Mongabay Latam y LatinClima presentan seis proyectos que promueven la conservación como una forma de aumentar la salud de los ecosistemas para que puedan desempeñar sus funciones ecológicas en países como Costa Rica, Panamá, Honduras, Nicaragua, Guatemala, México y Belice.

Tres países se reúnen, por ejemplo, para cuidar la selva maya, el bosque tropical más grande de América Latina después del Amazonas. Un área de conservación busca darle nuevas opciones de desplazamiento a los animales —principalmente a los insectos— que pueden verse afectados por el incremento de la temperatura. Por otro lado, un proyecto de reintroducción de la guacamaya roja pretende recuperar el bosque que ha sido deforestado en los últimos años y un grupo de mujeres se enfrenta a los madereros. De la misma manera, comunidades pescadoras se han convertido en guardianes de los manglares y varios pueblos indígenas hicieron mapas detallados de sus territorios para protegerlos del avance de las actividades extractivas.

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Un planeta cada vez más caliente

 

Según el más reciente informe de la Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES, por sus siglas en inglés), si la temperatura global alcanza los 2°C, el 5 % de las especies del mundo correría el riesgo de desaparecer y ese porcentaje llegaría a 16 % en un escenario de 4,3°C de calentamiento. Hoy un millón de especies están en peligro de extinción.

Ahora mismo, según IPBES, el planeta presenta las tres cuartas partes de su medio ambiente terrestre deteriorado y aproximadamente el 66 % de los océanos alterados de manera significativa. El problema se agrava más si consideramos que los ecosistemas marinos y terrestres son los únicos sumideros de carbono que son realmente efectivos. En conjunto, acumulan 5,6 gigatoneladas de carbono al año y eso equivale al 60 % de las emisiones mundiales liberadas a la atmósfera por el ser humano.

“La biodiversidad es fundamental para mantener la concentración del dióxido de carbono en la atmósfera en un nivel que de alguna manera mitigue aumentos mayores en los impactos del cambio climático. Todo aquello que evite la deforestación de ecosistemas, que son reservorios importantes de carbono —como las grandes turberas, los pantanos, etc—, es importante”, comenta Sandra Díaz, científica argentina que fue co-presidenta del Informe de Evaluación Mundial sobre la Biodiversidad y los Servicios de los Ecosistemas de IPBES.

Si bien el cambio climático no ha sido el principal motivo de la pérdida de biodiversidad y del deterioro de los ecosistemas en los últimos 50 años, sí está exacerbando los impactos sobre la naturaleza y el panorama a futuro no es alentador. “El cambio climático no es el precursor más importante de la pérdida de biodiversidad si uno lo compara con los cambios provocados desde 1970 por el impacto en el uso de la tierra y el mar, así como con los impactos de la extracción, pero claramente vemos como el cambio climático está volviéndose más relevante en los últimos años y como lo será de ahora al 2030”, dice Díaz.

Hoy, los cinco principales motores de la destrucción del planeta han sido identificados por 145 expertos, con base en la revisión de más de 15 000 fuentes científicas y gubernamentales. Estos son: los cambios en el uso de suelo de la tierra y el mar, la explotación directa de organismos, el cambio climático, la contaminación y las especies exóticas invasoras. A este panorama hay que agregar el crecimiento demográfico, el desarrollo económico y tecnológico, los conflictos y las epidemias, entre otros.

Asimismo, Díaz agrega que “ese deterioro a escala global también significa un deterioro masivo de las posibilidades que tenemos las personas de una vida digna y satisfactoria en el presente, pero fundamentalmente en las próximas décadas”.

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Centroamérica: entre la destrucción y la conservación

 

Aunque existen ejemplos de buenas prácticas, Centroamérica no es ajena a la pérdida de ecosistemas y biodiversidad. Según el IPCC, el uso de la tierra y el cambio en la cobertura forestal son los principales promotores del cambio ambiental en la región. La deforestación, la degradación de la tierra y la pérdida de biodiversidad son atribuidas, principalmente, a la agricultura extensiva y a las actividades de exportación tradicional.

“La expansión agrícola ha afectado a los ecosistemas frágiles, causando una grave degradación ambiental y reduciendo los servicios ambientales que prestan esos ecosistemas. La deforestación ha intensificado el proceso de degradación de la tierra, aumentando la vulnerabilidad de las comunidades expuestas a inundaciones, deslizamientos y sequías. Las especies de plantas están disminuyendo rápidamente en Centroamérica y Suramérica, con un alto porcentaje de especies de anfibios en rápido declive”, señala el IPCC en su informe.

Para una región pobre y desigual como Centroamérica, cuyo nivel de pobreza está en 45 %, el deterioro de los ecosistemas acrecienta esta situación socioeconómica y esto, a su vez, se traduce en una alta vulnerabilidad a las condiciones climáticas.

Por ejemplo, y según IPCC, con el cambio climático se espera una afectación en el suministro de agua para las ciudades, las pequeñas comunidades, la producción de alimentos y la generación de energía hidroeléctrica.

De allí la importancia del esfuerzo que realiza la comunidad de Santa Julia, en Nicaragua, la cual lucha contra los madereros para evitar la destrucción de los bosques de El Crucero, considerados el pulmón verde del departamento de Managua.

Bajo el liderazgo femenino, la comunidad no solo le hace frente a quienes persiguen sus bosques para talarlos o convertirlos en carbón, sino que también reforestan y han cambiado sus métodos de producción agrícola para apostar más por lo orgánico y, con ello, evitar el uso de plaguicidas tóxicos.

Jurgen Guevara, ingeniero en recursos naturales que labora como oficial de industrias extractivas para el Centro Humboldt, afirma que los bosques de El Crucero son parte de la cuenca sur de Managua, lugar relevante para la recarga hídrica.

En cuanto a los arrecifes de coral y los manglares, estos proveen a las comunidades de servicios ecosistémicos relacionados a la recirculación de nutrientes, la regulación de la calidad del agua, la provisión de proteína y la protección contra tormentas, entre otros. Estos servicios, según el IPCC, están actualmente amenazados por el cambio climático.

Para no perderlos, Guatemala está apostando por las Mesas Locales del Mangle (MLM) y, a través de estas, los pobladores de las costas asumen tareas enfocadas en la conservación, restauración y manejo sostenible del ecosistema marino costero. No hay que olvidar que los mangles son un ecosistema clave para mitigar el cambio climático porque sirven como reservorios de carbono.

En Honduras, donde cada año se destruyen 23 000 hectáreas de bosque, la pérdida de la guacamaya roja implica prescindir de un aliado para la regeneración natural y que ayuda a ampliar la cobertura forestal. Esto es importante para garantizar el suministro de agua, la regulación térmica del “clima” local y los polinizadores para los cultivos.

Actualmente, un proyecto de rescate, liberación y conservación de guacamaya roja ha logrado reintroducir desde el 2011 y hasta la fecha, al menos 60 ejemplares de Ara macao en Copán.

Pero el IPCC también alerta de otras amenazas sobre la biodiversidad, relacionadas al cambio climático: la fauna de vertebrados, por ejemplo, sufrirá importantes pérdidas de especies, principalmente en zonas de gran altitud. De hecho, los animales que evolucionaron para vivir a altas elevaciones serían particularmente vulnerables debido a sus pequeñas áreas geográficas y a sus altos requerimientos energéticos. De allí radica la importancia de los corredores biológicos —tanto longitudinales como altitudinales— para darles opciones de desplazamiento que les permita adaptarse a los cambios.

Por ello, y adelantándose a su tiempo, el Área de Conservación Guanacaste (ACG) —en Costa Rica—  incluyó la conservación del bosque nuboso de montaña cuando inicialmente solo consideraba las tierras de bosque seco en las tierras más bajas. Las autoridades de guardaparques se dieron cuenta que algunas especies del bosque seco migraban por temporadas a las montañas.

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La importancia de los bosques

 

En medio de este panorama preocupante, el IPCC también reconoce que la región todavía tiene grandes extensiones de vegetación natural. “Las prácticas de adaptación basadas en los ecosistemas, como el establecimiento de áreas protegidas y su gestión eficaz, los acuerdos de conservación, la gestión comunitaria de las áreas naturales y el pago por los servicios de los ecosistemas son cada vez más comunes en toda la región”, destacan los expertos del IPCC en su informe.

Ejemplo de ello es el proyecto Selva Maya, un corredor biológico que une la Reserva de la Biosfera Maya (Guatemala), Calakmul (México) y las Montañas y Bosques Mayas (Belice). Los tres países se han dado a la tarea de fortalecer sus propios mecanismos de conservación y aprovechamiento sostenible para crear este corredor que permita la sobrevivencia de la vida silvestre.

En cuanto a conservación de largas extensiones de bosque con enfoque ecosistémico, el IPCC no escatima en reconocer los esfuerzos realizados por los pueblos indígenas e invita a los países a tomarlos en cuenta en sus acciones de adaptación. “La visión holística que tienen los pueblos indígenas de la comunidad y el medio ambiente, son un recurso fundamental para la adaptación al cambio climático, pero no se han utilizado coherentemente en los esfuerzos de adaptación actuales. La integración de esas formas de conocimientos en las prácticas existentes hace que aumente la eficacia de la adaptación”, se lee en el informe del IPCC.

En Panamá, el proyecto Cartografía de los bosques del pueblo está ayudando a crear una nueva generación de mapeadores indígenas. Varias poblaciones lograron crear áreas protegidas, zonificar su territorio y evitar la privatización de espacios comunitarios.

“Los procesos de mapeo han revitalizado el valor del conocimiento tradicional y han contribuido a la transmisión de tal conocimiento a generaciones más jóvenes; han servido de vehículo para la transferencia de tecnologías cartográficas y de computación; han contribuido a la concientización popular en torno a los derechos culturales y el significado político del discurso del manejo sostenible de los recursos naturales”, dice Karl Offen, profesor de la Universidad de Oklahoma en Estados Unidos.

Si bien aún falta mucho por hacer en el tema de biodiversidad y cambio climático, el IPCC reconoce que en Centroamérica “se está llevando a cabo una adaptación basada en ecosistemas que comprende áreas protegidas, acuerdos de conservación y gestión comunitaria”.

Sin embargo, la tarea pendiente está en cómo enlazar los objetivos de combate a la desertificación, el cambio climático y la pérdida de biodiversidad con aquellos que buscan el desarrollo económico de países tan pobres como los centroamericanos.

Para los autores del informe del IPBES, alimentar a la humanidad no riñe con la conservación y uso sostenible de la naturaleza. “Son objetivos complementarios y estrechamente interdependientes que pueden promoverse mediante sistemas agrícolas, acuícolas y ganaderos sostenibles, la salvaguardia de las especies, variedades, razas y hábitats nativos y la restauración ecológica”, indican.

Para Sandra Díaz, la naturaleza puede ser conservada, restaurada y utilizada de manera sostenible a la vez que se alcanzan otras metas a nivel de desarrollo social y cambio climático. “Eso sí, se requiere de un cambio transformador”, dice.

La co-presidenta del informe IPBES asegura que se debe ir a la raíz del problema, la cual tiene que ver con cambios profundos a nivel de gobernanza, modelos económicos, la forma en que hacemos el comercio, en cómo pensamos nuestro consumo y los impactos colaterales. “Por ejemplo, la forma en que disponemos de los residuos derivados de ese consumo, así como la forma de distribución de los costos y beneficios de la naturaleza entre actores sociales dentro del país, entre países y también entre generaciones”.

*Este reportaje es parte de la alianza entre Mongabay Latam y LatinClima, esta última con apoyo de la Cooperación Española (AECID) por medio de su programa Arauclima, con el fin de incentivar la producción de historias periodísticas que den a conocer las estrategias de conservación que se están realizando en los diferentes países de Centroamérica.

**Ilustración de portada: KIPU

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