“Yo entré a la mesa acuerpando al compañero”, dice Sergio Méndez, refiriéndose a Isaías Ortiz, “para que tenga más fuerza para seguir trabajando y conservar el mangle, porque el mangle provee leña, aire, vida… es muy útil”, añade este agricultor de 53 años.

Las MLM son espacios para el diálogo, la coordinación y la gestión comunitaria de los manglares en Guatemala. Son una herramienta que impulsa y coordina el Instituto Nacional de Bosques (INAB) para propiciar y fortalecer acciones de protección, conservación, restauración y manejo sostenible de este ecosistema marino costero.

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Conservación sólida como el mangle

 

Las comunidades cercanas a los manglares son las que lideran las MLM y a ellas se suman municipalidades, instituciones de gobierno, organizaciones no gubernamentales y privadas. En Guatemala, a la fecha, hay 10 MLM. Nueve están situadas en la costa sur del país, a lo largo del litoral del Pacífico, y una en el Caribe.

Para el ingeniero agrónomo Luis Vela —director regional de la Costa Sur, Región IX del INAB—, las entidades gubernamentales carecen de recursos económicos para efectuar las actividades necesarias en favor de la conservación, como los patrullajes, por lo que las alianzas público-privadas y el trabajo interinstitucional son vitales.

David Valle, acuicultor y técnico marino costero para la sede en Guatemala de la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre (WCS, por sus siglas en inglés) expresa que, si bien las zonas marino-costeras representan vida, economía y sustento para las comunidades aledañas, el gobierno guatemalteco poco o nada ha volteado a verlas y eso incide en la poca presencia y acción institucional.

Como el trabajo de las MLM coincide con el de WCS en cuanto a conservación, control y vigilancia de la naturaleza, la organización comenzó a financiar las acciones que planificaban y se interesaron en seguir conociendo las necesidades que las comunidades tienen para preservar el ecosistema de manglar.

Los mangles —árboles que crecen en las zonas de transición entre el agua dulce de los ríos y las masas de agua salada de los mares— brindan múltiples beneficios a quienes viven en zonas marino-costeras y al mundo en general.

Contribuyen a la calidad del agua porque depuran sedimentos; son el hogar de distintas especies de plantas, aves, mamíferos y reptiles, así como de peces, moluscos y crustáceos de los que dependen muchos pescadores. También mitigan el cambio climático porque sirven como reservorios de carbono.

Según un reporte del Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales, que data del 2013, la cobertura del bosque de mangle en Guatemala es de 18 840 hectáreas. De estas, el 94 % se encuentra en la costa del Pacífico y el resto en el Caribe.

Carlos Rodríguez es ingeniero agrónomo con énfasis en cultivos tropicales, egresado de la Universidad de San Carlos de Guatemala e hizo su maestría en mitigación y adaptación al cambio climático en el Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE). El experto, quien actualmente trabaja en el el Instituto Privado de Investigación sobre Cambio (ICC), asegura que, en los mangles se depositan dos tipos de carbono: uno que se acumula en el suelo, cuando las hojas caen o la madera se descompone, y el otro, que se aglomera cuando los ríos o las mareas arrastran el sedimento que termina almacenándose en el manglar.

“También se sabe que entre un 50 y 90 % del carbono está en el suelo y el resto es aéreo y hay reportes de que la densidad de carbono en manglares oscila entre 500 y 1123 toneladas por hectárea”, añade.

Con el objetivo de aportar a la ciencia guatemalteca, Rodríguez hizo su investigación de maestría en el área de conservación Sipacate-Naranjo, ubicada en el municipio de Sipacate, en el departamento de Escuintla. Esta área representa el 10 % (1682 hectáreas) del manglar presente en el Pacífico. Allí, el investigador contó con 27 puntos de muestreo distribuidos en toda la zona de estudio donde evaluó el componente aéreo —madera caída, árboles en pie y regeneración— y el subterráneo —carbono acumulado en el suelo a diferentes profundidades, desde 0-15 cm hasta 100-200 cm—.

De esta forma, Rodríguez encontró que la densidad de carbono en el componente aéreo fue de 66,08 toneladas por hectárea. De este total, el 97 % lo representan los árboles en pie, el 2 % la regeneración y el 1 % la madera caída. Mientras que, en el componente subterráneo, hasta dos metros de profundidad, la densidad de carbono fue de 422,1 toneladas por hectárea.

A nivel de ecosistema, el estudio determinó que en Sipacate-Naranjo la densidad de carbono hasta dos metros de profundidad es de 488,10 toneladas por hectárea, donde el 86,46 % se encuentra almacenado en el suelo, el 13,1 % en los árboles vivos, el 0,31 % en la regeneración y un 0,13 % en la madera caída.

De acuerdo con Rodríguez, la mayoría de estudios de carbono se hacen hasta un metro de profundidad, y no hasta dos metros, como lo hizo él. Según sus resultados, puede indicarse que los mangles de Guatemala, a dos metros de profundidad, almacenan 488 toneladas por hectárea.

En cambio, un estudio realizado por Edwin Castellanos, de la Universidad del Valle de Guatemala, que buscaba conocer cuánto carbono almacenan las plantaciones forestales y los bosques en Guatemala —excluido el manglar—, dio como resultado que estos almacenan 203 toneladas. “Vea qué diferencia”, expresa Rodríguez.

Los resultados del estudio de Rodríguez también completan los que se han hecho en el Pacífico de Centroamérica, puesto que solo existían datos de Costa Rica, El Salvador y Honduras. Además, estos son útiles para analizar si Guatemala puede participar en los denominados mercados de carbono o para incluir el manglar en la Estrategia de Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación (REDD+), un mecanismo internacional para apoyar los esfuerzos de los países en la disminución de las emisiones gases de efecto invernadero y fomentar la conservación.

Con relación a las MLM, saber la cantidad de carbono que almacenan los mangles de Guatemala puede respaldar sus acciones en favor de la protección del ecosistema, señala Rodríguez. “La gente no se imagina las repercusiones negativas que la tala del mangle puede tener en el ambiente y en nuestra vida”.

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¿Cuáles especies de mangle se encuentran en Guatemala?

 

En Guatemala crecen seis especies de mangle. Están el blanco (Laguncularia racemosa L.) y el botoncillo (Conocarpus erectus L.). Del mangle rojo y negro hay dos especies para cada uno: del primero están la Rhizophora mangle y Rhizophora racemosa mientras que del negro o madre sal están presentes Avicennia germinans y el llamado popularmente Ixtatén (Avicennia bicolor Standl).

Aunque cada especie tiene características propias —como su distinta tolerancia a la salinidad—, en una misma área pueden encontrarse tres de ellas o incluso todas. También se sabe que el mangle rojo o colorado es el de menor tolerancia a la sal, pero el más resistente a tormentas e inundaciones, lo cual es muy conveniente en tiempos de cambio climático donde los fenómenos hidrometeorológicos tienden a ser más frecuentes e intensos. De hecho, sus raíces —llamadas zancudas— lo ayudan a soportar las mareas altas, explica César Zacarías, responsable de los mangles en el INAB.

Conscientes de todos estos servicios ambientales, los vecinos de Tiquisate comenzaron a trabajar en la MLM en 2012 y, en el 2015, las empresas productoras de banano, caña de azúcar y palma que tienen operaciones en el municipio decidieron apoyar y formar la Mesa Técnica del Mangle, un paraguas de la MLM.

El ingeniero Óscar Morales del Instituto Privado de Investigación sobre Cambio Climático (ICC), entidad que integra la Mesa Técnica de Tiquisate, explica que dentro del presupuesto de cada empresa y en su Programa Operativo Anual ya tienen considerado un rubro económico para apoyar a la MLM.

Óscar Matul de Grupo Hame, productor de banano y palma, señala que su participación en esta iniciativa es parte de su misión y compromiso con el medio ambiente. Además, como varios de los integrantes de la MLM de Tiquisate trabajan en alguna de las compañías representadas en la Mesa Técnica, sostiene Matul, parte de su apoyo consiste en otorgarles los permisos que necesitan para asistir a las reuniones o actividades encaminadas a fortalecer la cultura ambiental de las comunidades.

Entre los aportes realizados por la Mesa Técnica está la identificación de las áreas de manglar en el municipio. Por medio de imágenes satelitales y luego de efectuar la respectiva verificación en campo, determinaron que hay 160,58 hectáreas con zonas para conservar y restaurar.

De las seis comunidades que integran la MLM de Tiquisate, cuenta Morales, solo cuatro están próximas a esas 160,58 hectáreas de manglar. A pesar de eso, los líderes de las otras dos comunidades decidieron integrarse y participar porque, según manifestaron, ellos también aprovechan el mangle y es su responsabilidad cuidarlo para continuar con su uso.

También, desde 2016, la MLM de Tiquisate efectúa patrullajes de monitoreo y vigilancia con apoyo de agentes de la División de Protección a la Naturaleza (DIPRONA) de la Policía Nacional Civil. La Mesa Técnica compra el combustible que necesitan las unidades terrestres o marítimas para movilizarse y contribuye con los gastos de alimentación y hospedaje para las personas que participen. La meta es hacer un patrullaje mensual, pero debido a que son escasos los agentes de DIPRONA asignados a esta tarea, sumado a que los envían a cubrir emergencias u otras actividades y que ellos son los únicos facultados para hacer arrestos y comenzar un proceso legal contra quienes cometan un ilícito, solo han logrado realizar ocho patrullajes al año.

Para la restauración, que consiste en llevar un ecosistema degradado a su estado original, las técnicas que usan son: reforestación o siembra de mangle donde no hay; enriquecimiento, es decir, siembra de mangle donde hay árboles dispersos y, nucleación, que es tomar varios propágulos —estructuras vegetales por las que se reproducen los manglares— y plantarlos en grupos de 10 a 15, con cinco metros de distancia entre cada grupo.

Zacarías, del INAB, relata que, en el 2015 sembraron 5000 propágulos en un área degradada, pero debido a que hay ganaderos en la zona, con quienes no han podido llegar a acuerdos, las reses se comieron o pisotearon las plantas que ya estaban emergiendo. Por eso, la segunda reforestación la hicieron hasta 2018, cuando sembraron mangles en zonas del bosque a las que el ganado no puede llegar y a la fecha han recuperado 0,34 hectáreas.

Como actividades complementarias han establecido viveros forestales para que, en lugar de talar el mangle, las personas produzcan su propia leña y madera. A las comunidades interesadas les brindan asesoría técnica y ofrecen semillas para cultivar especies de rápido crecimiento, algunas exóticas como la melina (Gmelina arborea) y otras nativas como madre cacao (Gliricidia sepium) y matilisguate (Tabebuia rosea).

Sin embargo, solo la MLM de Tiquisate cuenta con Mesa Técnica. En otras localidades donde hay MLM, el sector privado no se ha organizado.

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Sistema de Monitoreo Forestal Multipropósito

 

A partir del Sistema de Monitoreo Forestal Multipropósito, el INAB y el ICC establecieron —en el 2011— la primera parcela permanente de monitoreo forestal en el Parque Nacional Sipacate-Naranjo.

Actualmente, en el país hay 63 parcelas: 59 en el Pacífico y cuatro en el Caribe. En ellas, se evalúa la dinámica de crecimiento en diámetro y altura del mangle. Estas dos variables permiten conocer cuánto crece el árbol y esa información sirve para realizar proyecciones de volumen de la madera y así indicarles a las comunidades cuánto pueden usar del bosque sin acabarlo.

También se hacen estudios biológicos para conocer las plagas o enfermedades que puedan estar afectando al ecosistema y entre los aportes más significativos está el que “han servido para realizar el primer mapa de estratos de carbono a escala nacional; hacer una cuantificación de carbono arbóreo (de las hojas) y un análisis de cobertura forestal”, relata Zacarías.

Para cubrir los gastos —los cuales se calculan entre 635 y 1000 dólares— que requiere el trabajo de campo en cada parcela permanente de monitoreo forestal, el INAB se ha aliado con el sector privado y organizaciones no gubernamentales. Estas alianzas le permiten contar con voluntarios dispuestos a enlodarse o treparse en las raíces del mangle para hacer las mediciones respectivas y con recursos económicos para cubrir los gastos de combustible, hospedaje o alimentación de todos los participantes.

Uno de esos voluntarios es el ingeniero agrónomo Marvin López, gerente de certificación y medio ambiente de Agroaceites, empresa que desde el 2015 apoya las evaluaciones científicas en dos parcelas de 500 metros cuadrados. Según explica, en la empresa tomaron la decisión de involucrarse para conocer el ecosistema del área donde tienen sus operaciones.

Cuando se le pregunta a López qué significa para él colaborar en el trabajo de campo, ríe de buena gana y responde que los monitoreos se hacen una vez al año, así que es una forma emocionante de salir de la rutina. “En las primeras mediciones que hicimos, junto con otros voluntarios de la empresa, quedamos enlodados y empapados, pero contentos”, asegura.

Para Zacarías, las MLM constituyen un modelo de gobernanza que puede implementarse en otros países. “A las personas de las comunidades costeras el mangle les provee el sustento diario y a los empresarios de la región les asegura el mantenimiento en la calidad del suelo para sus cultivos y el suministro del agua que requieren para sus operaciones. Sin mangles se terminaría el bienestar para ambos grupos de la sociedad. Por eso, el reconocimiento  —del sector agroindustrial y comunitario— del valor de los bienes y servicios que ofrecen los mangles, y la importancia de conservarlos, son la base de la gobernanza en su manejo sostenible”.

*Imagen principal: Voluntario que ayuda a medir el tamaño de las plantas obtenidas por regeneración natural. Foto: César J. Zacarías-Coxic /INAB.

**Este reportaje es parte de la alianza entre Mongabay Latam y LatinClima, esta última con apoyo de la Cooperación Española (AECID) por medio de su programa Arauclima, con el fin de incentivar la producción de historias periodísticas que den a conocer las estrategias de conservación que se están realizando en los diferentes países de Centroamérica.

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