- Un equipo de Mongabay Latam y El Deber navegó por los ríos Kaka y Beni y registró en su recorrido más de 20 dragas o 'dragones chinos' operando. La contaminación de esta actividad representa una grave amenaza para el Madidi.
- La fiebre del oro es hoy una grave amenaza para la biodiversidad del Madidi, así como para los pueblos indígenas y campesinos que habitan en sus orillas.
*Este texto es parte de una colaboración periodística entre Mongabay Latam y El Deber.
Video: El Deber.
El Madidi, parque boliviano que maravilló a un grupo de investigadores que llegaron a catalogarlo como el más biodiverso del mundo, está amenazado y con él las 60 comunidades indígenas y campesinas que lo habitan.
La explotación de oro, que va copando el cinturón de esta área protegida, ha crecido desmesuradamente en los últimos meses, como comprobó un equipo periodístico de Mongabay Latam y El Deber que llegó hasta el corazón del parque. Durante el recorrido, sin mucho esfuerzo, se observaron alrededor de 20 dragas gigantes o ‘dragones’ extrayendo oro a lo largo del río Kaka y algunas de ellas eran operadas por ciudadanos chinos.
Lo paradójico es que mientras los peligros acechan al Madidi, científicos trabajan en el análisis de 130 especies de plantas, mariposas, peces, anfibios, reptiles e incluso mamíferos que podrían ser nuevos para la ciencia y aumentarían el registro de biodiversidad de esta área protegida boliviana.
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Los secretos del Madidi
El parque fue creado en 1995, pero no fue hasta veinte años después que ocupó la atención de los científicos y los bolivianos. Entre 2015 y 2017, una expedición liderada por el inglés Robert Wallace se internó durante meses en el corazón del área para descubrir la flora y fauna escondidos en sus 19 mil kilómetros de territorio.
Las salidas de campo se convirtieron en una constante. Quince en total. A cada una de ellas se sumaron entre 20, 30 y a veces 60 científicos por períodos de hasta 40 días. La geografía del Madidi, que alberga diferentes hábitats —en parte porque existe una variación altitudinal que va desde los 183 hasta los 6044 metros sobre el nivel del mar—, fue develando en cada visita algunas de sus escenas, paisajes, habitantes y particularidades más sorprendentes.
“El Madidi nos ha revelado sus secretos”, dijo Wallace en una entrevista concedida a Mongabay Latam en el 2018. “Estimamos que la cantidad de especies dentro del parque puede llegar a 11 500 entre flora y fauna, y ni qué decir de los invertebrados”.
Hasta ahora las especies identificadas bordean las 8880, lo que incluye: 265 mamíferos, 1028 aves, 105 reptiles, 109 anfibios, por lo menos 314 peces, 5515 plantas y 1544 mariposas. Esta línea base ha sido elaborada a partir del trabajo de campo realizado en 15 sitios. Aun así quedan zonas vírgenes por explorar en el futuro.
Los hallazgos de la expedición científica fueron celebrados en Bolivia. El expresidente Evo Morales expresó a través de su cuenta en Twitter cuán orgulloso estaba de la biodiversidad presente en el Madidi. Sin embargo, en ese momento, sus palabras no tuvieron la acogida esperada, tomando en cuenta que días antes había firmado un decreto supremo que alentaba la construcción de dos centrales hidroeléctricas dentro del parque.
Esta norma, además, se sumaba a la Ley Minera N° 535 , aprobada en el 2014, que facilitó la importación de mercurio, metal pesado tan demandado hoy por las dragas que acechan la riqueza natural del Madidi.
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‘Dragones chinos’ a la vista
La embarcación deja atrás Rurrenabaque y surca el río Beni, afluente que nos permite llegar hasta el Parque Nacional Madidi, donde un guardaparques nos solicita registrar nuestra visita.
La travesía en el bote continúa hasta llegar al río Kaka, uno de los afluentes del río Beni que se encuentra a cerca de 15 kilómetros del Madidi. Aquí fue imposible no percatarse de las embarcaciones succionando las piedras, tierra y arena desde el fondo de estos afluentes, una actividad en la que el mercurio juega un papel central para extraer el oro. Sin mucho esfuerzo, veinte ‘dragones’ fueron registrados a lo largo del recorrido.
Estas dragas mecanizadas han sido ensambladas completamente con metal. Las más imponentes miden cerca de 25 metros de largo por 10 de ancho. Mientras escarban en el lecho del río, de un lado se escucha el fuerte crujido de cadenas retorciéndose para extraer las piedras, mientras del otro lado una a una caen las rocas. Estas embarcaciones no necesitan de mucha mano de obra, algunas solo tienen un operario controlando su funcionamiento, en otras se observa como máximo cuatro personas.
La sorpresa de Valentín Luna, indígena tacana y presidente de la Mancomunidad de Comunidades de los Ríos Beni, Tuichi y Quiquibey, es evidente, pero también lo es su molestia. Teme por la vida de los pueblos que habitan en el Madidi.
“Esos son los dragones chinos —indica Luna— que dañan nuestros ríos, contaminan nuestros peces y nadie hace nada. Buena parte de la alimentación de los pueblos indígenas se extrae de los ríos”. En los últimos años, según el líder indígena tacana, ciudadanos colombianos han llegado también a trabajar a la zona.
Muy cerca de las dragas se pueden ver ‘las cribas’, así se llaman las instalaciones que utilizan tractores oruga y palas mecánicas para remover todo lo que encuentran en las riberas del río. La tierra extraída luego es depositada en grandes bateas de hasta 10 metros de largo y cinco de ancho, donde se selecciona el material del que se extraerá oro. En total había operando 17 de estas estructuras.
El paisaje lo completaban los ‘carancheros’, mineros artesanales que sin maquinaria sofisticada utilizan bateas para buscar pepitas de oro en el río.
“Con mucha suerte encontramos tres gramos en una semana, cuando no había esas dragas encontrábamos hasta cinco”, nos cuenta uno de ellos que pide no ser identificado.
A pesar que la actividad minera intensiva se desarrolla a lo largo del río Kaka, su impacto se siente río abajo. Oscar Campanini, director del Centro de Información y Documentación de Bolivia (Cedib), explicó que uno de esos efectos está relacionado con los residuos de aceites y combustibles que son utilizados para que funcionen las motobombas y los motores de las dragas.
“También el impacto está relacionado con el uso del mercurio, en especial cuando el amalgamado se realiza en las playas o cerca de las fuentes de agua. En estos casos, el efecto puede sentirse varios kilómetros río abajo”, señala Campanini. Es decir, la contaminación producida por la minería en el Kaka es arrastrada aguas abajo y puede llegar hasta el sector del río Beni que forma parte del parque Madidi, incluso, como sostiene Campanini, más allá del área protegida.
Este investigador experto en agua y extractivismo también destaca que el oro se está agotando en las zonas donde ahora se realiza la explotación y la tendencia es la incursión en zonas más próximas a las áreas protegidas, donde por el tipo de mineral será necesaria la implementación de nuevas tecnologías que tendrán un mayor impacto medioambiental.
Por su parte, Gonzalo Flores, consultor medio ambiental que ha trabajado con organismos internacionales, explica que las dragas no solo ponen en riesgo la vegetación natural que crece en las riberas del río, sino que al remover el fondo de los afluentes se afecta también a la fauna que vive en este ecosistema acuático.
Menciona que la remoción constante de piedras, arena y tierra del fondo del río, va formando rumas de piedras que a la larga terminan convirtiéndose en islas que pueden incluso alterar el curso del río.
“En los ríos, las piedras grandes se suelen acomodar naturalmente en los bordes, mientras la arena se acumula al medio. Cuando intervienen muchas dragas en un sector, todo esto se ve afectado y puede provocar inundaciones”, enfatiza.
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¿Una ley hecha para mineros?
En muchos países de la región, la minería aluvial está prohibida y penada. En el caso de Bolivia, si bien la Ley de Minería, aprobada en el 2014, sanciona la exploración o explotación, concentración, refinación y fundición en ríos, vertientes, embalses y en sus proximidades; existe un vacío legal en la norma que ha sido aprovechado.
Antes de la aprobación de esta ley, existían concesiones en ríos y en áreas cercanas a estos autorizados por el Estado. Sin embargo, la nueva norma, que parecía dirigida a controlar este problema, fue aprovechada por quienes solo tenían solicitudes en trámite, así fue como se registró una expansión de la operación minera en nuevas áreas. “De manera que una persona que tan solo había hecho la solicitud de una cuadrícula, tenía los mismos derechos de alguien que ya tenía una licencia”, señaló Campanini, director del Cedib.
La fórmula es clara. A pesar de que está prohibida la minería ilegal en ríos, muchos de los que operan hoy en el Beni y el Kaka consiguieron legalizar su práctica ingresando solicitudes de cuadrículas poco antes de que la ley fuera aprobada. Esto justifica en buena parte el crecimiento de la actividad.
Los indígenas que viven dentro del Madidi, desde tiempos ancestrales, han denunciado que esta actividad pone en riesgo al área protegida. Sin embargo, nadie los ha escuchado ni se ha implementado una medida para frenar la actividad minera.
“Con el pretexto de la minería se ha realizado la apertura de caminos en el parque [Madidi], hay nuevos asentamientos e incluso se ha realizado el avasallamiento de tierras, esto se puede comprobar en la parte sur de nuestro parque”, denunció Alex Villca, líder indígena de San José de Uchupiamona, comunidad situada en el corazón del Madidi.
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Más mercurio, menos peces
Este metal pesado es imprescindible para separar el oro de todo el material extraído por las dragas. Luego de este proceso, el mercurio es liberado a los ríos y una parte va a parar a la atmósfera.
Aunque existen otros procesos, como utilizar la retorta, que permite filtrar el mercurio y recuperar entre el 60 y 90 % del metal, el negocio del oro es tan rentable en las zonas próximas al Madidi, que para no perder tiempo los mineros evitan esta práctica y compran más mercurio a pesar del precio elevado.
“El mercurio que se utiliza para la extracción del oro puede ser recuperado, puede volver a ser utilizado; sin embargo, lo que ahora hacen es votar este elemento al agua”, detalla Campanini.
Todo esto explica por qué Bolivia se ha convertido, en los últimos años, en uno de los principales importadores de mercurio a escala mundial. El estudio El bioma amazónico frente a la contaminación por mercurio, del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) y Gaia Amazonas, publicado a principios de marzo de 2020, aporta datos reveladores: hasta 2010 ingresaban a Bolivia cerca de 2 toneladas anuales, pero a partir del 2015 —un año después de la aprobación de la ley minera— esta cifra se disparó a 140 toneladas y, en 2018, a 200 toneladas. Gran parte del mercurio es utilizado en la minería y, según la publicación, otra cantidad es exportada de manera ilegal a países vecinos.
Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), el mercurio está entre los productos químicos más tóxicos para el ser humano. Cuando este metal pesado permanece mucho tiempo en los ríos sufre transformaciones químicas llegando a convertirse en metilmercurio, que al ser ingerido por los peces termina por afectar la salud de las personas que viven de la pesca.
En el 2011, la bióloga Sandra Rivera, realizó un estudio con apoyo de la Wildlife Conservation Society (WCS) sobre la concentración de mercurio en peces y lagartos de la cuenca del río Beni, especies que suelen ser aprovechadas por indígenas tacanas que habitan en el Madidi.
La investigación desarrollada entre el 2007 y 2008 —cuando Bolivia no importaba ni siquiera una tonelada de mercurio al año— detectó concentraciones de este metal pesado en peces por encima de lo recomendado por la OMS. Las especies incluidas en el estudio, que por cierto forman parte de la dieta de los tacanas, fueron las pirañas (Pygocentrus nattereri), bagres (Leiarius marmoratus), corvinas (Plagioscion squamosissimus), surubíes (Pseudoplatystoma tigrinum) y chananas (Zungaro zungaro).
También se encontró mercurio en los caimanes yacaré en proporciones por debajo de lo recomendado por la OMS; sin embargo, con las importaciones disparadas a cerca de 200 toneladas en el 2018, queda la incógnita sobre cuál es el impacto que tiene ahora en estos estos animales.
Uno de los pueblos indígenas que vive en el área de influencia del Madidi son los Esse Ejjas. Para ellos, las dragas en los ríos son una amenaza directa para su modo de vida y su salud.
Wilson Sosa, indígena Esse Ejja que solía pescar en el río Kaka, cuenta que desde la llegada de las dragas a la zona, tienen que lidiar con la escasez de peces para su alimentación y el ruido constante que no les deja hablar. “Remueven todo lo que está en el río —dice Sosa—, los huevos de los peces y las petas [tortugas de río], no dejan nada a su paso”.
Buscamos la versión del Ministerio de la Minería para tener información sobre la cantidad de mercurio que se utiliza para extraer oro en el Kaka y el Beni, ríos de los que dependen las comunidades indígenas, y esta fue su respuesta: “Se está investigando, no se tienen datos reportados”. Mientras tanto, las poblaciones siguen pescando en medio de la pandemia lo poco que encuentran en esos ríos para completar su alimentación.
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Un negocio millonario: ¿quién compra el oro?
Guanay, un municipio del norte de La Paz, es uno de los lugares donde se compra el metal precioso que es extraído de las entrañas de los ríos Beni y Kaka, cercanos al Madidi.
El hermetismo en el pueblo es evidente, sobre todo cuando una persona que no pertenece a una cooperativa aurífera pronuncia la palabra oro. Los pobladores de Guanay dicen que solo hay cuatro empresas dedicadas exclusivamente a la compra del metal, pero basta recorrer la zona para comprobar que hay negocios pequeños, de distintos rubros, como librerías, que también compran oro.
“No sé nada, el letrero está hace mucho, pero ya no compramos”, se justifica así la mujer que atiende en un bazar ubicado en la plaza principal de Guanay y de cuya puerta cuelga un letrero con una inscripción que despeja toda duda: “Compro Oro”.
A cien metros de esta tienda, otra mujer sale de una librería contando dinero a vista de todos. “Ella tenía un gramo que le compramos a 305 bolivianos, antes nos llegaba más”, nos explica la persona que atiende en el negocio. Y para evitar brindar más detalles y despejar dudas, nos dice que “el verdadero negocio” estaba en Mapiri, municipio al norte de La Paz, donde cada gramo de oro era cotizado hasta en 900 bolivianos porque era “de mejor ley”.
Para la economía de Bolivia y en particular para La Paz, la actividad minera es una de las más importantes. El 2014 fue el mejor año de producción de este departamento, con 25 621 kilos de oro que se tradujeron en 1400 millones de dólares.
Con la nueva Ley de Minería, la producción de oro en La Paz se fue reduciendo y en contrapartida fue ganando protagonismo el Beni. Según datos del Ministerio de la Minería, en 2018 en Bolivia se extrajeron y comercializaron 31 600 kilos del metal dorado por un valor de más de 1200 millones de dólares. De ellos, 13 581 kilos fueron producidos en La Paz y 15 054 en el Beni.
Gran parte de esa producción es exportada a la India. El 2018 ese país asiático pagó 720 millones de dólares por 22 420 kilos de oro comprado a Bolivia, mientras los Emiratos Árabes pagaron 360,3 millones de dólares por 11 011 kilos brutos del metal dorado.
La historia en 1 minuto. Video: Mongabay Latam.
Entre ambos países le compraron a Bolivia oro por un valor de 1080 millones de dólares, cifra importante para la economía nacional, pero que no se ve reflejada en el desarrollo de los municipios de donde se obtiene el oro, menos para mitigar el impacto del mercurio en los ríos, observa el experto en agua y extractivismo Oscar Campanini.
Solo como ejemplo, el municipio de Teoponte, donde opera la mayoría de las dragas y cribas que explotan oro del río Kaka, ha recibido entre el 2016 y el 2019 cerca de 4,6 millones de bolivianos (600 000 dólares) por concepto de regalías, cuando en ese mismo periodo se llegó a producir oro por un valor cercano a los 3300 millones de dólares.
Los indígenas temen que la actividad minera que genera millones de dólares y devasta todo lo que encuentra a su paso, termine por trasladarse al Madidi una vez se agote el metal dorado que ahora se explota a 10 kilómetros río arriba del parque.
El 2018 varios medios de comunicación hicieron eco de una denuncia de Marcos Uzquiano, entonces director del Parque Madidi, quien advirtió sobre fuertes presiones de cooperativas mineras que querían ingresar a esta área protegida.
La inquietud está justificada si tomamos en cuenta que en una publicación del Cedib (2012), titulada Los recursos naturales en Bolivia, citan un estudio de la ONG Conservación Internacional en el que se revela que por lo menos, en el 2004, existían concesiones mineras en el 12 % del Área Natural de Manejo Integrado Madidi.
La publicación del Cedib explica además que el impacto de la explotación minera se siente en el parque Madidi y afecta a las poblaciones ribereñas por el arrastre y deposición del mercurio, el ingreso de los sedimentos provocados por la actividad de las dragas y los cambios en la dinámica fluvial de los ríos.
Además de la minería, a los indígenas que habitan el Madidi les preocupa que la construcción de las centrales hidroeléctricas impulsadas por el gobierno de Evo Morales, sepulte gran parte de la flora y fauna de este área protegida. “Tendríamos que forzosamente emigrar a otros sitios recónditos, ni siquiera sabemos a dónde nos llevarían, más aún cuando casi todo el país ya tiene dueño”, señala Alex Villca, líder indígena de San José de Uchupiamona.
El 21 de enero de este año, el ministro de Energías, Rodrigo Guzmán sostuvo que estos proyectos fueron temporalmente paralizados. Para este reportaje se solicitó, en más de una oportunidad, una entrevista con el ministro Rodrigo Guzmán, pero hasta el cierre de esta publicación no hubo respuesta alguna.
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El futuro del Madidi
Si bien la explotación del oro, la contaminación de los ríos con el mercurio y la posible construcción de dos centrales hidroeléctricas son ahora las amenazas que más preocupan a los indígenas y comunarios que habitan en el Madidi, esta área protegida también es acechada por quienes han hecho de la tala indiscriminada de madera una forma de vida, al igual que los asentamientos ilegales.
Las normas existen —dice Campanini— y si fueran aplicadas, la situación de las áreas protegidas sería diferente. “Lo que falta es la voluntad del Estado para hacerlas cumplir”, apunta.
*Imagen principal: Dragones, así le llaman los indígenas a las embarcaciones en la que operan ciudadanos asiáticos. Foto: Gustavo Jimenez/El Deber.
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