- A sus 28 años, Beatriz Salgado ya ha participado de una expedición a la Antártica con reconocidos científicos de todo el mundo para levantar información en uno de los lugares más prístinos del planeta.
- La joven bióloga marina reflexiona acerca de la aproximación que los jóvenes tienen hacia la ciencia y de las brechas de género que se construyen desde la educación escolar.
El interés de Beatriz Salgado por conocer qué hay debajo del mar nació a temprana edad, cuando vivía en Egipto con sus padres. Una tarde, nadando en el mar rojo, pasó delante de ella una criatura que nunca había visto. Parecía un pez plano con cola y ojos arriba de la cabeza. Su madre no pudo contestar en ese momento qué era lo que había visto; supo más tarde que se trataba de una mantarraya. En ese momento, dice Beatriz, se dio cuenta de que no quería salir más del agua. Comenzó a hacer buceo deportivo y trabajó durante un tiempo en la escuela de buceo Pleamarsub en la playa Los Molles, en la zona central de Chile. Con el tiempo, observar el océano dejó de ser suficiente, quería investigarlo.
Hoy, ya convertida en bióloga marina, Salgado trabaja en el laboratorio de Evie Wieters en la Estación Costera de Investigaciones Marinas de la Universidad Católica de Chile. Allí investiga los bosques de algas de la zona central del país, uno de los ecosistemas más biodiversos, ya que solo la base de estas algas son el hábitat para más de 100 especies marinas. Salgado se ha centrado en estudiar los bosques de Huiro palo (Lessonia trabeculata), para entender cómo cambia su dinámica, por ejemplo, con el aumento del oleaje o la pesca excesiva de los depredadores.
Mongabay Latam conversó con esta joven científica que ya ha recibido varios reconocimientos por su trabajo. En 2016 fue becada por el International Visitor Leadership Program (IVLP) para representar a Chile en la tercera versión de la conferencia Our Oceans en Estados Unidos. Un año después, fue reconocida al estar en la lista de los 100 líderes jóvenes de 2017, premio que se entrega hace más de diez años por parte del Departamento de Liderazgo de la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibáñez (UAI) y la Revista Sábado del diario El Mercurio.
¿De dónde viene la motivación sobre un tema tan específico como son los bosques de algas en la zona central del país?
Son los ecosistemas marinos más hermosos que he visto, porque son verdaderos bosques sumergidos con algas en lugar de árboles, peces en lugar de aves. Hay cangrejos, estrellas, anémonas y muchas otras formas de vida. Son sitios donde depositan los huevos algunos peces, tiburones y calamares. Son zonas de descanso para muchos de ellos y también para varios mamíferos. Además, los bosques de algas tienen importantes beneficios, por ejemplo, ayudan a contener y disipar la fuerza del oleaje en las costas y el 50 % del aire que respiramos viene de las algas marinas, tanto de las microscópicas como de las gigantes.
¿Por qué has decidido centrar tus investigaciones en la zona central del país?
Estudiamos los bosques de alga en esa zona en especial, porque buscamos entender ciertos procesos biológicos, como su crecimiento, el flujo de agua entre las plantas y la depredación, por medio de experimentos.
Además, en el mismo centro de investigación, pero en Subelab, laboratorio a cargo de Alejandro Pérez Matus, trabajan desde el norte hasta la zona central en el proyecto Kelper, que tiene dentro de sus objetivos evaluar la recuperación y la resiliencia de los bosques de alga, y ver dónde se encuentran los bosques más fuertes o productivos, con el fin de poder crear medidas de manejo reales para la extracción sustentable y conservación de las macroalgas marinas.
En Chile existe una importante pesquería dirigida a estas especies de algas, principalmente al huiro palo, convirtiéndonos en uno de los mayores productores de macroalga a nivel mundial. De ellas se obtiene el alginato que es un carbohidrato utilizado en las industrias farmacéuticas, alimentarias, textil, entre otras, como un espesante o aglutinante.
Por ello, los estudios de ambos laboratorios son importantes, ya que son un paso para crear medidas de conservación y manejo sustentable de estas especies ya que en ellas se alberga gran biodiversidad y se encuentran recursos importantes para la pesca artesanal como el erizo rojo, los locos y los peces de roca.
¿Cuál es la situación de los bosques de algas en Chile? ¿Hay zonas o especies que estén sobreexplotadas?
Los bosques de algas se extienden desde Perú hasta el sur de Chile, pero entre sí son muy diversos. Hay algunos más extensos o densos que otros, con plantas grandes o pequeñas.
En Chile, la extracción de huiro se hace desde hace muchos años pero, principalmente, desde la costa, luego de que las marejadas arrancan las algas y las dejan varadas sobre la playa.
Ahora, sin embargo, ha aumentado la actividad mediante buceo —con la cual se extraen directamente las algas con la ayuda de un chuzo— y se ha visto que hay sitios donde se han extraído a tal punto que los bosques no se han podido recuperar del todo, como ocurre en la zona norte. Hay otros lugares, en cambio, donde sí se han podido recuperar más rápido ya que no han sido extraídas en gran cantidad, pudiendo reproducirse y volver a poblar el hábitat.
Dentro de los hallazgos que se han hecho en laboratorio, se ha demostrado que un bosque de algas se demora alrededor de cuatro años en recuperarse luego de ser explotado. Esto quiere decir que demora estos años en que lleguen semillas, se asienten, crezcan y se repueble, lo que es considerado lento para una especie que es formadora de hábitat.
¿Qué se debe hacer para proteger a los bosques de algas?
Es importante determinar sitios de extracción, temporadas, cuotas y todas las posibilidades para regular esta pesquería. Es necesario también el trabajo con los pescadores y las comunidades asociadas a estas actividades. Se debe compartir la investigación con ellos para que sean parte de las decisiones de manejo, de su implementación y de la fiscalización. Esto es fundamental, ya que el conocimiento de las personas es tan importante como las investigaciones que se llevan a cabo. Todo esto sumado a lo que ya se está haciendo en los laboratorios, junto a otros científicos a lo largo de Chile, permite avanzar y tomar decisiones responsables y sustentables para la conservación de esta importante especie.
¿Por qué las personas y la comunidad científica deberían interesarse por este tema?
El mar influye en nuestras vidas por más lejos que estés y la conservación de las distintas especies es vital para nuestras vidas. Considero que falta mucha cultura oceánica en Chile. Es preciso incluirlo más en la malla curricular de las escuelas. En el país hay cerca de 4000 km de costa, pero solo se enseña en algunos cursos aspectos muy generales del mar, lo que me parece muy triste. Además, los estudios de los ecosistemas naturales, tanto terrestres como marinos, deberían ser de interés de todos ya que son parte del lugar donde vivimos y estar actualizado acerca de ello implica que más personas puedan ayudar a su conservación.
¿Cuál ha sido la experiencia profesional más desafiante y satisfactoria hasta ahora?
En 2017 tuve la oportunidad de participar en una expedición que circunnavegó la Antártica con más de 50 investigadores de distintas disciplinas a bordo. Había de todo, oceanógrafos, biólogos marinos, ornitólogos, glaciólogos, entomólogos, etc. Además eran de muchos países distintos, pero todos colaborando por la investigación de este territorio tan prístino.
El objetivo era poder conocer tanto las islas como el continente, y que los científicos pudieran recopilar datos para su área de trabajo en un sitio que tiene poca o nula intervención humana.
La expedición comenzó en Sudáfrica y llegó hasta Australia donde me subí yo. Estuvimos cerca de dos meses recorriendo islas subantárticas y acercándonos al continente blanco. El análisis de las muestras biológicas era alucinante, se veían muchas ballenas en el horizonte y había un ROV (Remotely Operated Vehicle), un vehículo controlado por un operador que bajaba a las profundidades, bajo los inmensos glaciares o cercano a la costa del continente y capturaba imágenes que eran increíbles. Nunca había observado algo así. Ahí pasé los días más fríos de mi vida, vi los mares más tormentosos y también los más calmos, además de atardeceres increíbles.
Ese año recibiste el reconocimiento de estar en la lista de los 100 líderes jóvenes de 2017. ¿Qué significa este reconocimiento y qué responsabilidad conlleva?
Fue una gran sorpresa haber ganado ese reconocimiento y estoy muy agradecida de quien sea que me haya postulado. Intento ser la mejor versión posible de mí misma, hacer lo que me parece correcto y justo para que todos tengamos la posibilidad de vivir en un ambiente limpio y seguro, donde los recursos que extraigamos para el consumo provengan de una fuente sustentable. Para lograrlo, la investigación es fundamental porque las personas no cuidamos lo que no conocemos.
¿Qué es lo que más te apasiona de investigar el ecosistema marino?
Pensar de qué manera se puede entender y explicar lo que está pasando debajo del mar. Tener la capacidad de describir y ver cómo interactúan las especies entre ellas es algo fascinante.
Mientras estudiaba, junto a otros compañeros fundamos una organización de educación marina llamada Acción Cousteau. Nos adjudicamos varios fondos para trabajar con escuelas de la comuna y de otras regiones. Al salir de la universidad trabajé como independiente con distintas instituciones de investigación marina como el centro de investigación ECOS, OCEANA y el programa Explora de Conicyt haciendo talleres, capacitaciones y preparando materiales para trabajar con la comunidad a lo largo de Chile.
Hace unos años, junto a cuatro brillantes mujeres, construimos la fundación Expedición Batiscafo, donde buscamos ser un aporte para que todas las personas comprendan la influencia que ejercen sobre el océano y cómo este influye en sus vidas.
¿Qué opinión tienes sobre el acercamiento que tienen los jóvenes a la ciencia?
Desde niños hacemos ciencia de manera innata al observar y descubrir nuestro entorno. El problema es que en el camino esa curiosidad se va reprimiendo cuando te dicen, por ejemplo, que tu pregunta es mala o se ríen de ella. Para las mujeres es peor porque se suman comentarios como ‘los niños tienen mente más matemática y las niñas una más creativa’. Además en los colegios la enseñanza es muy básica. Te enseñan teoría, pero no la practicas. Hacemos germinar una lenteja, pero no mucho más. Ni hablar de cosas ambientales.
Muchas veces la enseñanza que recibimos desde niños alimenta el estereotipo de que un científico o científica es una persona en bata, con anteojos y pelo loco. Eso nos distancia de la idea de hacer ciencia. Pero eso no debería ser así, porque la ciencia está en todas partes, siempre estamos haciendo ciencia. Somos inventores por naturaleza, ideamos herramientas o artefactos para estudiar las cosas.
Sin embargo, creo que situaciones como la pandemia y las crisis medioambientales han hecho que se despierte entre los jóvenes el interés por la ciencia porque ha quedado de manifiesto la importancia del trabajo de los científicos.
Imagen principal: bosques de algas. Foto: Juan Mayorga