- El proyecto ACC Río Uruguay promueve una batería de acciones y obras de infraestructura para hacer frente a inundaciones y tormentas que afectan el tramo inferior de dicho afluente.
- Los regímenes de lluvia, vientos y temperaturas de la región se han modificado de manera vertiginosa, en promedios e intensidades, durante las últimas décadas.
- La represa de Salto Grande, inaugurada en 1979, aceleró el proceso de erosión en las costas, facilitando la entrada del agua a las zonas bajas de las ciudades del litoral.
“El gatillo ya fue apretado y, aunque a partir de ahora el mundo no encienda ni un fósforo más, tendremos que convivir con nuevas condiciones climáticas a las que habrá que adaptarse sí o sí”. Patricia La Nasa, diplomada en conflictos ambientales y gestión de riesgos, habla del cambio climático y lo hace con una claridad que no admite segundas interpretaciones. “No hay un lugar a salvo para quienes vivimos aquí, no hay mudanza posible”, subraya el arquitecto Gustavo Olveyra, magister en manejo costero integrado.
La Nasa y Olveyra saben perfectamente a qué se refieren, porque comparten responsabilidades en una de las iniciativas binacionales de adaptación a esta nueva era que enfrenta el planeta. Financiado con un presupuesto total de 14 millones de dólares por el Fondo de Adaptación de las Naciones Unidas a través del Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe (CAF) y ejecutado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) junto a entidades nacionales de Argentina y Uruguay, el proyecto ACC Río Uruguay, puesto en marcha por uruguayos y argentinos en 2021, busca “generar resiliencia frente al cambio climático en ciudades y ecosistemas costeros vulnerables” en el tramo inferior del cauce. Frontera natural entre los dos países, el proyecto implica a ambos, lo que encaja en el tipo de propuestas que el Fondo de Adaptación busca privilegiar.
“Esto es algo que nos concierne en múltiples aspectos que guardan relación con la trayectoria del desarrollo de la región, que ha afectado los recursos naturales y ha favorecido la existencia de poblaciones vulnerables”, reflexiona Olveyra, técnico del proyecto y especialista en adaptación para Uruguay. “Hemos hecho un uso displicente del agua. Tenemos deforestación, producción industrial agrícola, degradación de humedales, cambios en la vegetación y en el uso del suelo que los han impermeabilizado”, subraya La Nasa, responsable argentina de las salvaguardas ambientales y sociales del ACC Río Uruguay.
En la última quincena de octubre de 2023, las lluvias torrenciales caídas en el sudeste de Brasil, punto de nacimiento de este río que discurre a través de 1 779 kilómetros hasta desembocar en el río Plata, permitieron comprobar in situ los efectos de las exacerbadas variables climatológicas. Las aguas crecieron hasta superar las cotas máximas de varias de las ciudades ribereñas en las dos orillas, inundando las zonas bajas de Concordia, Salto, Colón, Paysandú, Concepción del Uruguay y Gualeguaychú, entre otras localidades. Un total de casi 10 000 personas debieron abandonar sus hogares y aunque la temporada de verano aún no ha finalizado, el movimiento turístico se vio seriamente afectado, fundamentalmente del lado argentino, ya que el agua impidió el acceso a las playas en buena parte del litoral. Sólo a partir de la segunda quincena de enero, las aguas comenzaron a bajar.
Esto no es algo novedoso. Desde siempre, la palabra “inundación” integra el vocabulario cotidiano de quienes habitan las márgenes del Uruguay. La de 2023 no es, ni mucho menos, la peor de las crisis causadas por la corriente, pero lo sucedido sirvió para reafirmar el acierto de haber encarado de manera conjunta los trabajos en el río, los cuales comprenden obras estructurales concretas, pero también buscan sensibilizar a las personas, así como a instituciones públicas y privadas, del carácter imprescindible que adquiere la toma de conciencia sobre una situación que, a partir de ahora y durante quien sabe cuánto tiempo, se anuncia compleja y con tendencia a empeorar.
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Una vertiginosa espiral de cambios
“Cuando se estudia cómo está el clima en Uruguay se ve que en las últimas décadas ha habido un espiral de vértigo en los cambios en temperatura, precipitaciones y vientos”, indica Olveyra, y agrega: “Llueve más y peor, porque aumentaron los días con fenómenos extremos y bajaron los de lluvias débiles. También hay un incremento en la frecuencia e intensidad de los vientos y de jornadas de mucho calor. El clima se ha tropicalizado”.
Un estudio de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República indica que la temperatura media anual en Uruguay aumentó 0,8º C si se comparan las décadas 1961-1980 y 1995-2015. Respecto a las lluvias, las medias anuales muestran tendencias crecientes de entre 10 y 20 % entre 1961 y 2017; en tanto que la frecuencia de vientos extremos se ha incrementado en proporciones semejantes. La proyección a largo plazo marca incrementos de entre 1,5 y 5,5º C en las temperaturas, de entre 20 y 30 % en las lluvias, y de vientos extremos durante las temporadas invernales. Las condiciones son semejantes en la orilla argentina del río.
La represa de Salto Grande, inaugurada en 1979 y ubicada entre el norte de Uruguay y la provincia argentina de Entre Ríos, marcó un punto de inflexión. “El Uruguay es un río antiguo, debería ser estable, pero la represa cambió dramáticamente su dinámica aguas abajo. Variaron las velocidades a las que circula el agua, la forma en que se sedimenta y los procesos de degradación de los bordes costeros”, relata La Nasa.
El gigantesco embalse de casi 800 kilómetros cuadrados y 2 500 metros de pared de hormigón y tierra divide literalmente las aguas del río. Los desbordamientos por lluvias abundantes, o por el aumento del caudal que llega desde Brasil, erosionan las costas y provocan daños y complicaciones múltiples a ambos lados del dique. Pero los mayores problemas se concentran en el tercio sur, donde las autoridades se limitan a anunciar cada día la hora exacta en la que subirán las aguas y hasta qué cota lo harán.
Ninguna de las tierras situadas desde ese punto hasta la desembocadura está exenta de problemas, aunque las ciudades de Salto, en Uruguay, y Concordia, en Argentina, son las primeras que sufren por las subidas y bajadas diarias del nivel del río debido a la apertura y cierre de compuertas de la represa, en función de las necesidades de generación de energía. “Cuando Buenos Aires y el resto de grandes centros urbanos encienden las luces a las seis de la tarde, Salto Grande comienza a soltar más agua. El resultado es un desgaste más pronunciado de barrancas, playas y bordes litorales”, dice La Nasa.
Adecuar la vida diaria en función de la represa es una prioridad, ya que en las próximas décadas pueden presentarse problemas en la potabilización del agua que se extrae del río y el consecuente aumento de su precio, o en la lenta pérdida de biodiversidad en las franjas ribereñas. El objetivo del proyecto Acc Río Uruguay es prevenir esos problemas. Para ello, sus acciones giran en torno a cuatro ejes: la planificación territorial y gestión de riesgos, las intervenciones prioritarias en infraestructura, la adaptación asociada a ecosistemas y áreas naturales protegidas, y lo que denominan “resiliencia institucional y social”, una tarea que busca reducir las vulnerabilidades de la población fortaleciendo las capacidades comunitarias teniendo en cuenta las diferencias generacionales y de género.
“En algunos de los ejes trabajamos de manera conjunta ambos países; y en otros, cada uno asigna los recursos para temas locales más concretos”, resume Natalia García, coordinadora del proyecto en Uruguay.
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Desarrollo humano y perspectiva de género
“El 70 % del presupuesto se destina a desarrollo humano, y especialmente a las mujeres, que son las que más sufren cuando hay inundaciones”, sostiene María de los Ángeles Petit, consultora de perspectiva de género en la vertiente argentina del proyecto. “Trabajamos para darles más herramientas (capacitación y posibilidades de inclusión laboral). Cuando el agua sube, la gente que debe dejar su casa y tiene suerte si cuenta con un pariente o un amigo que la recibe, pero quien no la tiene va a una escuela, y a veces tiene que permanecer ahí durante meses. Es entonces cuando se desnudan todas las miserias humanas: problemas de violencia de género, diferencias sociales y económicas, reacomodamiento de los chicos en las escuelas. Las mujeres padecen especialmente todo esto”, explica Petit.
Ante semejante perspectiva, es fácil suponer que las familias que habitan las zonas bajas deseen trasladarse a otros puntos de sus ciudades. De hecho, la ubicación en otros puntos de la ciudad de quienes habitan áreas que el río suele invadir, por lo general poblaciones de escasos recursos socioeconómicos, ha sido, desde hace años, el mecanismo preventivo más elegido. Pero la solución no resulta tan sencilla.
La Chapita, un barrio carenciado situado al sur de Paysandú, es un buen ejemplo. “Allí las casas son pequeñas pero los terrenos son grandes y el entorno facilita a la gente su medio de subsistencia”, dice Claudia Álvez, educadora social y coordinadora del Centro Juvenil Estrella del Sur. La falta de alternativas laborales en la zona –los departamentos a orillas del río son algunos de los que presentan los más altos índices de desempleo en Uruguay– lleva a exponerse a las periódicas crecidas a cambio de mantener los animales de crianza o la posibilidad de cazar en el monte para alimentarse o talar árboles para vender madera.
El ACC Río Uruguay busca extenderse durante cuatro años más. –“Aunque confío en prolongarlo uno más, ya que en 2022 hubo un desembolso de dinero que se demoró varios meses y alteró el ritmo de las obras, igual que la inundación de 2023”, aclara Franco Ciaffardini, coordinador del lado argentino. El proyecto ya ha comenzado a mostrar resultados palpables. El parque La Esmeralda, en Fray Bentos, es uno de ellos. “La idea general es liberar las zonas con peligro de inundación para transformarlas en parques inundables que formen parte del frente costero de las ciudades y tengan un uso definido, con equipamiento y puesta en valor para que la población los sienta como propios. De esa forma se le devuelve el lugar al río”, define Gustavo Olveyra.
El parque de Fray Bentos tiene otra particularidad, ya que no está exactamente sobre el río sino sobre un arroyo urbano: “Está en un barrio que creció en poco tiempo y con viviendas bastante precarias. El parque es parte de una solución integral que comprende cinco obras: una laguna de retención de agua, un by-pass para redirigir el agua de una cañada hacia el arroyo, la canalización y readecuación del cauce del arroyo en dos tramos diferentes, y el parque propiamente dicho”, especifica la arquitecta Viviana Fiorelli, directora de Arquitectura y Urbanismo en la intendencia de Río Negro, distrito uruguayo donde se ubica Fray Bentos. Además, es el único parque de ese lado del río que no fue antecedido de relocalizaciones, como sí ocurre con los de Paysandú, Salto (realizados con anterioridad al proyecto) y Bella Unión, cuya obra está en sus inicios.
Al contrario de lo que ocurre en Paysandú, los vecinos de La Esmeralda han aceptado de buen grado la transformación del lugar. “Una vez que entendieron los objetivos de las obras, las apoyaron y ahora disfrutan mucho del parque. Que no haya habido desplazamientos ayudó a que eso ocurra. Hoy es un lugar de paseo para las familias, además de evitar los desbordes del arroyo cuando llueve mucho”, describe Sibila Franco, maestra de la Escuela Pública número 53, situada en el barrio.
Franco coordinó en 2023 un prolongado trabajo de alumnos de cuarto y sexto grado, que tuvo por objeto difundir los beneficios de la nueva instalación, pero también estudiar la biodiversidad del pequeño humedal que forma parte del parque y participar en el mantenimiento del área. “La idea es que los niños retomen la promoción del cuidado del parque cuando vuelvan a comenzar las clases”, señala Franco.
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El agua no sólo inunda desde el río
Los problemas que causan los afluentes que atraviesan muchas de las urbes que se alinean junto al río Uruguay vienen de lejos, pero el cambio climático los multiplica. Petit ofrece el ejemplo de su ciudad: “Concordia está surcada por arroyos, por lo que el agua no entra sólo por el río”, comenta. “Las precipitaciones y las tormentas son más díscolas, no te avisan. El cambio en la estacionalidad y el aumento de su intensidad nos crean inconvenientes incluso más complejos”, aporta Patricia La Nasa.
Parques inundables y reservorios de agua, protecciones contra las crecidas, nuevas plantas potabilizadoras y otras de tratamiento de efluentes, reciclado de residuos o compostaje para reducir la contaminación, defensas y restauraciones para impedir que siga avanzando la erosión costera, como las que se realizan en Concordia o en el camino que conduce al área protegida Rincón de Franquía, en el extremo norte de Uruguay, son algunas de las infraestructuras que el proyecto ha puesto en marcha.
El cóctel de medidas adaptativas incorpora también otras muchas, menos visibles pero no menos eficaces. Son las denominadas “capacidades blandas”, como la reforma de los planes de ordenamiento urbano, o la capacitación y formación de educadores para transmitir miradas y conductas centradas en la perspectiva del cambio climático a los más jóvenes.
Verónica Santana participó en uno de estos talleres de formación para educadores. Docente en el Instituto Mitre de Concordia, destaca elementos positivos y negativos de los cursos: “Gracias al proyecto, nuestra escuela tendió lazos con el área de parques y jardines de la ciudad para trabajar en la mejora del arbolado urbano con especies nativas”, relata, “pero en cambio, el nivel de receptividad en el curso fue variado: algunos ponían interés y compromiso; otros se tomaban en broma las propuestas”, agrega.
La toma de conciencia es uno de los grandes retos por delante, no sólo en Concordia: “No hay unión de la sociedad para afrontar el cambio climático, la gente sólo se queja cuando hay una inundación”, resume Santana. “El sentido de responsabilidad general respecto a este tema es muy limitado. No hay conciencia de que además de ser parte del problema, se puede también ser parte de la solución”, aporta Claudia Álvez desde Paysandú.
Los responsables del proyecto ACC Río Uruguay son en cambio optimistas y se esfuerzan en buscar herramientas originales. “La última actividad argentina fue el diseño de un seguro anti-inundaciones para la provincia de Entre Ríos, una idea innovadora, sin antecedentes en Latinoamérica, que todavía se encuentra en fase de diseño ya que será muy difícil de implementar para determinar bien los daños y a quiénes afecta en mayor medida”, apunta Ciaffardini, el coordinador argentino.
Natalia García, su par uruguaya, menciona la creación de una línea de crédito sin interés para una zona de riesgo medio en el barrio del Puerto de Paysandú, donde no se podría pensar en trasladar a los habitantes: “Lo que se propone es adaptar las viviendas a la inundación, para que sufran menos pérdidas y para que el retorno al hogar resulte más sencillo. Por ejemplo, elevar el tendido eléctrico, construir entrepisos para guardar los bienes y pequeños muros para frenar el agua que entra o impermeabilizar las paredes”.
La iniciativa, sin embargo, apenas ha tenido eco entre los vecinos. “No es una propuesta que responda a las necesidades de la gente. Se trata de una población bastante envejecida que ya ha logrado que sus casas sean medianamente sostenibles ante la inundación. Se acostumbraron a subir las pertenencias a la planta superior y esperar”, explica Claudia Álvez. El Centro Juvenil Estrella del Sur, donde trabaja, tuvo su sede en el barrio, hasta que decidieron trasladarse hacia el sur de la ciudad después de inundarse tres veces.
En una y otra orilla, la disminución de los daños que provocan las cada vez más frecuentes tempestades atrae asimismo la atención y los esfuerzos. Un informe del Banco Mundial emitido en 2021 indicaba que, en Argentina, las inundaciones ocasionan pérdidas anuales que oscilan entre los 500 y 1 400 millones de dólares, y provocan un incremento del 0,14 % de pobreza en el país. Entre Ríos es, justamente, la provincia más afectada en este aspecto. En tanto, un estudio de Moody’s Analytics Inc. calcula que, en Uruguay, el cambio climático podría generar pérdidas de hasta un 14 % del Producto Interior Bruto si se mantienen las actuales políticas de prevención y adaptación.
“Estamos trabajando con el personal de calle para que entiendan las tareas que efectúan. Necesitamos dejar de salir a juntar ramas caídas después de una tormenta y actuar dos días antes, para quitar las ramas que pueden caerse. Así evitaríamos que lastimen gente, rompan coches o ventanas, tapen las alcantarillas o aneguen las calles”, explica La Nasa.
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Desarrollar la cultura del cuidado
El aprendizaje de los comportamientos a seguir en las diferentes situaciones provocadas por la climatología ocupa también parte de las tareas. “¿Qué debe hacer una madre, un padre o el gerente de una empresa si se desata un viento extremo? ¿Van a buscar a los hijos a la escuela? ¿Mandan a los empleados a sus casas?”, se pregunta Olveyra, y se responde: “Hay que formar a los administradores de organizaciones públicas y privadas para desarrollar una cultura del cuidado. Si llega una alerta de vientos y el jefe de la obra le dice a su personal que se vaya, es probable que cuando llegue la tormenta la gente estará esperando el autobús en la parada, en lugar de estar protegida en un sitio seguro”.
Algunas de las acciones emprendidas apuntan a los veranos cada vez más ardientes que se viven en los últimos años en el Cono Sur del continente. Las prolongadas olas de calor incrementan el riesgo de incendios —forestales por sequía, o urbanos por fallas en los cables y aparatos—, de enfermedades transmitidas por el agua o por vectores como el mosquito Aedes aegypti, responsable del dengue.
En Fray Bentos, por ejemplo, se ha perdido gran parte del arbolado público. “Estamos diseñando un nuevo plan de conservación y reposición con especies nativas. La idea es revalorizar los espacios verdes con la intención de disminuir las temperaturas”, anuncia Adrián Stagi Nedelcoff, director general de Ambiente, Biodiversidad y Cambio Climático de Río Negro. La construcción del parque lineal del arroyo Los Laureles en dicha ciudad, y de otro parque en la localidad de Nuevo Berlín, siguen la misma idea. “En el primero buscamos extraer las especies exóticas y forestar con nativas, y en Nuevo Berlín llevaremos más de 5 000 especies de restauración del ambiente costero”, afirma Stagi.
La lucha contra la fauna y la flora llegada de otras latitudes centra la tarea en dos de las áreas protegidas incluidas en el proyecto. Los parques nacionales El Palmar, en Argentina, y Esteros de Farrapos e Islas del Río Uruguay, en la orilla charrúa. “La tarea más vinculada al cambio climático que estamos enfrentando es el control de las especies exóticas leñosas invasoras”, informa Aristóbulo Maranta, encargado de conservación y planificación de El Palmar. El argumento principal para dar esta batalla es que la combinación de invasión de exóticas y cambio climático podría potenciar la extinción masiva de especies nativas: “Es lo que ocurriría si los árboles invaden los pastizales de una sabana y la convierten en bosque. El ecosistema se transformaría en un lapso de tiempo tan acelerado que las especies serían incapaces de adaptarse”, añade Maranta.
El Palmar y Esteros de Farrapos comparten otro tipo de obra contemplada en el proyecto: la preservación del patrimonio cultural e histórico. La restauración del Galpón de Piedra, un icónico símbolo de la comunidad de San Javier en el parque uruguayo, y de las ruinas de la calera que fue misión jesuítica, en el parque argentino, se asientan sobre este punto.
En un tamaño más reducido, pero no menos importante, el colectivo Amigos de los Humedales propone declarar como área protegida el humedal que forma el arroyo La Curtiembre en el límite norte de Paysandú. “Es un espacio muy antropizado, pero que todavía conserva casi 40 hectáreas de biodiversidad recuperables como pulmón de la ciudad. Tenemos registradas unas 90 especies de aves, además de pequeños mamíferos y roedores; y unas 25 especies de flora”, afirma Alejandra Puglia, integrante del grupo ambientalista.
Todos los intervinientes en el ACC Río Uruguay aceptan que ninguna de las cuestiones de fondo podrá solucionarse en los cuatro años de duración del proyecto, que finaliza en 2025. “La virtud es poner el foco en estos temas, sensibilizar a la gente”, dice La Nasa, “pero debemos asumir que habrá que seguir gestionando cada aspecto de manera constante e intensiva una vez que el proyecto se acabe”, agrega.
Con la melena marrón que le dibujan los sedimentos que arrastra; ajeno a la vida que regala y a los inconvenientes que ocasiona, el río Uruguay sigue alternando los días de fluidez parsimoniosa con los de andar alborotado cuando el nivel crece por encima de lo habitual. El cambio climático le afecta tanto como al resto del planeta, y a los habitantes de sus orillas solo les cabe apresurarse a aprender las nuevas formas de domesticarlo o, al menos, de evitar que sus ataques los dañen de manera irreparable.
*Imagen principal: Río Uruguay desde Bella Unión, Uruguay: Foto: Wikimedia Commons.
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