- Más de 400 presas ya están operando en la Amazonía; otras están bajo construcción, o en fase de propuesta --muchas de ellas son megarepresas enormes. Si todas se construyeran, podrían tener un gran impacto en la deforestación de la Amazonía.
- Un nuevo estudio ha descubierto que desde el 1988 al 2008, un área de estudio de 80.000 kilómetros cuadrados alrededor de la presa Tucuruí en Brasil perdió un promedio de 591 a 660 kilómetros cuadrados de bosques anualmente, un dato que cayó a los 325 kilómetros cuadrados desde el 2008 al 2013.
- En otro estudio, los científicos descubrieron que la deforestación a gran escala en la Amazonía podría reducir la precipitación en toda la región, lo que causaría la disminución del cauce de los ríos y de la capacidad de generación de energía de las hidroeléctricas.
Los investigadores que examinan los cambios en la cobertura de bosques alrededor de la represa más antigua de la Amazonía, han descubierto que cientos de kilómetros cuadrados de bosque se han perdido cada año en los 25 años de existencia de la represa. El estudio, publicado en Applied Geography a finales del 2015, fue ejecutado por un equipo internacional de los Estados Unidos, Brasil, y Holanda. Ellos describieron la represa Tucuruí, construida en los años ochenta, como “un caso ideal para explicar los impactos a largo plazo de las megarepresas en la pérdida de los bosques”.
Los grandes ríos a lo largo de la región amazónica transportan inimaginables cantidades de agua: más de 6500 kilómetros cúbicos fluyen del Río Amazonas al Atlántico cada año, desde su origen en los Andes, el Escudo Guayanés, y el centro de Brasil. Ese flujo tiene un potencial de generación de energía hidroeléctrica extraordinario, y los ríos amazónicos hoy forman parte de un frenesí de generación de energía. Más de 400 represas amazónicas ya se encuentran en operación; están bajo construcción, o en fase de propuesta, con 256 de ellas en Brasil, 77 en Perú, 55 en Ecuador, 14 en Bolivia, seis en Venezuela, dos en Guayana, y una respectivamente en Colombia, Guayana Francesa, y Surinam.
Las represas hidroeléctricas son un tema controvertido, simultáneamente promovidas por su potencial de generación de energía renovable, por llevar energía a comunidades rurales e impulsar las economías. Por otro lado, existe mucha oposición a las represas por su impacto hacia los pueblos indígenas y los ecosistemas, y su contribución hacia el cambio climático a través de la decomposición de los bosques inundados, liberando metano hacia la atmósfera; el metano es un gas de efecto invernadero 25 veces más poderoso que el dióxido de carbono.
Aunque muchos estudios han investigado el impacto directo de las represas en los bosques, las comunidades, y el clima, pocos han examinado los posibles impactos de las represas en la cobertura de bosques más allá de los límites de las reservas de agua, tanto en el espacio físico y al pasar de los años.
La represa Tucuruí, en el Río Tocantins en el estado de Pará, Brasil, comenzó a operar en 1984. Inundó un total de 3014 kilómetros cuadrados y tiene una capacidad de generación de 8370 megavatios de energía –es una de las más grandes del mundo.
El estudio, liderado por Gang Chen de la Universidad de Carolina del Norte, se centró en la pérdida de cobertura de bosques entre el 1988 y el 2013, y utilizó una combinación de técnicas de teledetección y sistemas de información geográfica (GIS) para calcular cuándo y cómo ocurrió la deforestación y la degradación de bosques en un área de 80.000 kilómetros cuadrados que rodean a la represa. Tres “barrios” fueron delineados dentro de esta área por los investigadores, definidos por estar río arriba, en la vecindad, o río abajo de la presa.
“Con una resolución espacial de 30 metros, las imágenes de Landsat son suficientemente buenas para detectar la deforestación a gran escala, pero muy crudas para revelar directamente la clase de deforestación que ocurre al nivel de subpíxeles”, explican los autores. Para evitar este obstáculo, el equipo extrajo información de cada píxel que indicaba cuánto material fotosintético o tierra desnuda estaba presente, permitiéndoles calcular cuánta degradación –o pérdida de ramas de árboles dentro del bosque– habría tomado lugar.
Del 1988 al 2008, el área de estudio alrededor de la represa perdió un promedio de 591 a 660 kilómetros cuadrados de bosque cada año. Del 2008 al 2013, la deforestación cayó a 325 kilómetros cuadrados al año, una disminución que los autores atribuyen a la desaceleración de la economía mundial y a mejoras en la aplicación de las leyes brasileñas contra la tala ilegal.
Los investigadores también descubrieron que a lo largo del estudio, la degradación del bosque afectó un promedio de 102 kilómetros cuadrados al año. Los cálculos espaciales de deforestación y degradación dieron resultados similares, con más impactos al bosque en la vecindad y río arriba a la represa, que los impactos río abajo.
Los autores aseguran que uno de los principales factores que contribuyen a la mayor pérdida de bosques ha sido el asentamiento de miles de personas en áreas que antes fueron boscosas alrededor de la represa –incluyendo a muchos trabajadores que se asentaron en el área durante la construcción de la represa, además de las comunidades locales que fueron obligadas a ocupar nuevas áreas cuando sus terrenos y hogares se inundaron con el embalse. Además, “con las nuevas carreteras que se construyeron para conectar a las ciudades cada vez más grandes alrededor de la represa, la producción maderera se volvió cada vez más rentable”, explican los autores.
Los investigadores advierten que, al no tener un área de estudio de control para hacer la comparación, no pudieron cuantificar cuál sería la responsabilidad de la represa hacia la deforestación, en comparación con la deforestación que hubiera ocurrido de igual manera, debido al desarrollo dentro de la región.
“La construcción de presas puede llevar a asentamientos humanos, lo que tiene un impacto directo en los bosques. Pero resulta difícil decir cuánto afecta a la tala comercial o selectiva, otra actividad importante que causa la deforestación”, le dijo Chen a mongabay.com. “La construcción de carreteras puede ser facilitada por la construcción de presas, pero algunas carreteras podrían ser construidas de igual manera sin que existan represas”.
La manera apropiada de identificar y cuantificar los factores principales de la deforestación a causa de las presas, explicó Chan, sería de comparar la deforestación entre los barrios que rodean a varias represas amazónicas ya existentes, y luego crear modelos estadísticos. Ese tipo de comparación iría más allá del alcance del estudio de Tucuruí, pero sería muy valioso para comprender específicamente como las represas tropicales contribuyen a la deforestación a largo plazo.
Claudia Stickler, una científica del Instituto de Innovación de la Tierra de California, ha estudiado las políticas de bosques y de usos del suelo en la cuenca del Río Xingú, donde se encuentra la megarepresa controversial de Belo Monte. Stickler, quien no participó en el estudio Tucuruí, explicó que varios temas tendrían que ser desenredados para poder comprender el rol de la presa en los cambios en la cobertura de bosques. Ella enfatizó la importancia de considerar una serie de factores “que generalmente causan la deforestación, y específicamente en esa parte de la Amazonía, los cuales posiblemente hayan coincidido con la presencia de la represa –por ejemplo, las nuevas carreteras, el asfaltado, el crecimiento de la población en la región, o las políticas de desarrollo. Todo esto independiente a la construcción de la represa, [pero] parte del desarrollo y de la expansión en la región”.
“Aunque resulta obvio que los grandes proyectos de infraestructura llevan a la deforestación localizada y a la degradación de bosques, al menos se deberían hacer nuevos estudios para ver hasta qué punto proyectos como este pueden haber causado la deforestación en áreas más extensas y al pasar del tiempo”, le dijo Stickler a Mongabay.
Chen tiene la intención de ir más allá del estudio de Tucuruí para encontrar las respuestas. “El plan a futuro será de explorar los patrones espaciotemporales de cambios en el bosque en las zonas que rodean a otras grandes represas de la Amazonía. Quisiéramos saber cuánto cambian estos patrones en cada represa y cuáles factores han causado la potencial variación”, explicó Chen.
Si los impactos de la deforestación en represas que ya existen en la Amazonía se entienden de mejor manera, existirá un mejor chance de que crear estrategias de mitigación para minimalizarlas antes de que se construyan nuevas represas.
“Para encontrar soluciones mitigantes, primero debemos saber cuánto ha cambiado –[como se describió en nuestro estudio sobre Tucuruí]; y segundo, debemos determinar los principales factores físicos y socioeconómicos detrás del cambio —lo cual será nuestro objetivo en la segunda fase de la investigación”, dijo Chen. “Los factores y su relativa importancia son esenciales para quienes toman las decisiones”.
Cualesquiera que sean las causas precisas de la deforestación, sabemos que la pérdida de cobertura de bosques a lo largo de la selva amazónica tiene impactos importantes pero a menudo ignorados sobre el ciclo del agua –impactos que afectan la capacidad de creación de energía de las represas hidroeléctricas.
Stickler y sus colegas fueron los primeros en formalmente cuantificar los impactos directos e indirectos de la deforestación en la descarga de los ríos y en la producción de energía de la represa Belo Monte, en un estudio publicado en PNAS en el 2013.