- El método es considerado una novedosa y eficiente manera de obtener agua y, aunque por sí solo no soluciona el problema de la sequía, podría generar grandes contribuciones.
- La presión de los suelos, por el aumento de las actividades agrícolas, ha influido de manera considerable en desertificación de la región de Coquimbo.
La desertificación es uno de los efectos más demostrativos del cambio climático. De acuerdo a la Convención de Naciones Unidas de Lucha Contra la Desertificación y Sequía (CNULD), la desertificación es el proceso de degradación de la tierra en las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas y entre las causas que la producen están las variables climáticas, pero también la acción antrópica, es decir la intervención del hombre.
En ese escenario, Chile es considerado uno de los países más vulnerables al cambio climático. En la región de Coquimbo, ubicada en el centro norte del país, el 92 % del territorio está afectado por niveles de desertificación graves a moderados según un estudio de la Corporación Nacional Forestal de Chile (CONAF).
Para combatirlo, científicos del Centro de Estudios Avanzados en Zonas Áridas (CEAZA) se encuentran investigando medidas que ayuden a mitigar la sequía de la región. El último invento son barreras, instaladas en lo alto de la Cordillera de los Andes, que buscan retener la nieve para que, al derretirse, el agua sea absorbida por la tierra y los deshidratados ríos puedan nutrirse de ella.
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Las barreras de nieve
En la zona centro norte de chile, la nieve de la Cordillera de los Andes es unos de los bienes más preciados. Gracias a ella, en las cuencas de una región considerada árida, miles de personas viven de la agricultura. Sin embargo, entre un 45 % y un 80 % de la nieve que cae en las montañas es desaprovechada debido al proceso de sublimación, es decir, que la nieve pasa de su estado sólido al gaseoso, sin pasar antes por el estado líquido. Así, gran parte de la nieve desaparece, sin abastecer de agua a los ríos que riegan las cuencas.

Shelley MacDonell, investigadora del grupo de glaciología del CEAZA, explica que la sublimación está dada por el fuerte viento que sopla en la montaña. “Cuando tú quieres secar la ropa la pones al sol, pero si hay viento se seca más rápido. Eso es lo que ocurre en este caso con la nieve”, explica MacDonell. Los investigadores entendieron entonces que para impedir la sublimación era necesario cortar el viento. “Si hay nieve en el aire y cortas la velocidad, entonces ella se deposita en un sector específico”, agrega la científica.
Cuatro barreras de 2,5 metros de alto por 100 metros de largo, fueron instaladas entonces en las tres provincias de la Región.
El propósito fue entender mejor cuánta agua se pierde por sublimación y si es posible utilizar un método simple para bajar la tasa de pérdida.
Los resultados fueron positivos: las barreras lograron disminuir en la sublimación en un 17 %. Es decir, que fue posible demostrar que la nieve puede ser guardada para que logre convertirse en agua y, en ese estado, filtre hacia la tierra.

Carlos Olavarría, director ejecutivo de CEAZA, señala que si bien es un método que no soluciona el problema de la sequía, sí hace una importante contribución. Por otro lado, MacDonell agrega que se trató de una instalación a pequeña escala para evaluar los resultados, por lo que la implementación de un proyecto mayor podría traer resultados que efectivamente signifiquen un aumento en el caudal de los ríos. Para ello, el próximo paso a seguir es continuar instalando cortavientos aunque utilizando otro tipo de materiales. “Las barreras que usamos son de madera y están hechas originalmente para otros fines, por lo que nos pudimos dar cuenta de que no son las ideales”, dice MacDonell. En efecto, en algunos casos, el fuerte viento destruyó las instalaciones. Es por eso que ahora se pretende utilizar arbustos o piedras para detener el viento.
Este proyecto, que comenzó siendo netamente un experimento científico, encontró rápidamente eco entre las comunidades quienes están implementando la medida. En opinión de MacDonell, se trata de un importante logro puesto que las personas se han apropiado de la herramienta para intentar mejorar, ellas mismas, su calidad de vida.
El éxito del proyecto ha sido observado en otras regiones y la Metropolitana, donde se encuentra la capital del país, tiene ahora interés en replicar la iniciativa.
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La desertificación
La región de Coquimbo es una área de transición entre la zona más árida del país, y del mundo, el desierto de Atacama, y el resto de Chile donde, a medida que se avanza hacia el sur, los paisajes se tornan cada vez más verdes y húmedos.
Esa condición de zona transitoria es, según explica Olavarría, la principal razón por la que la región de Coquimbo es la más vulnerable a la sequía. Y es que las regiones desérticas, derechamente no tienen agricultura. “Aquí, en cambio, tenemos muchos usos del suelo entre ellos el agropecuario, que es la matriz productiva principal de la región y que requiere bastante agua” dice Olavarría. Es por ello que Coquimbo es la zona del país que tiene la mayor cantidad de embalses. Gracias a ellos, la agricultura es posible. Sin embargo, la desertificación ha hecho que no sean suficientes.

Un estudio de la Universidad de Chile, publicado en 2013, señala que la existencia de cursos de agua, de la cordillera al mar, permitió una agricultura que por siglos se adaptó a las condiciones naturales de alternancia de precipitaciones y períodos de sequía. Sin embargo, con la introducción de nuevos cultivos, especialmente vides para la producción de uva de mesa para la exportación, se han incrementado las demandas de aguas superficiales y subterráneas.
“La continua destrucción de la cubierta vegetal arbustiva y de pastos, asociada a una mayor presión sobre el suelo para actividades agrícolas, han contribuido a que la desertificación esté ampliamente distribuida en la región”, señala el estudio. Por último, concluye que 2,96 millones de hectáreas están afectadas por la desertificación con un predominio notable se encuentra en la categoría grave.
Al mismo tiempo, Olavarría señala que “queremos seguir viviendo de la misma manera que hemos vivido siempre. Sembrando paltos (aguacates), uvas… queremos ser la capital de pisco —la bebida alcohólica en base al destilado de uva— entonces necesitamos ser más eficientes con el agua”.

Entre los habitantes de Coquimbo, ronda el fantasma de la gran sequía que apenas terminó en 2015 y que duró unos cinco años. “Llegamos a tener un 4 % de disponibilidad de agua en los embalses. En algunos casos hasta se podía ver el fondo. Fue muy dramático y se declaró zona de emergencia”, recuerda Olavarría.
En 2016 las lluvias volvieron y en un año los embalses lograron llenarse. Hasta ahora la situación ha estado estable, asegura el científico. Sin embargo, advierte que “seguimos teniendo problemas en las cuencas y vamos a volver a tener otro evento como el de hace unos años. Para eso tenemos que estar preparados”.
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