- La matabuey, una de las víboras más grandes del mundo, está en peligro debido a la pérdida de su hábitat, la extracción ilegal con fines de coleccionismo y el exterminio de ejemplares.
- El antídoto que proviene de esta serpiente se utiliza para fabricar suero antiofídico polivalente que ayuda a contrarrestar envenenamiento de otras 17 especies.
Cada año, entre 500 y 600 accidentes por mordedura de serpiente ocurren en Costa Rica, sin embargo, se calcula que solo tres de estos sucesos ocasionan la muerte de quien ha sido víctima de la serpiente.
La razón de la baja mortalidad radica en la investigación y fabricación de antídotos que desde el año 1970 realiza el Instituto Clodomiro Picado de la Universidad de Costa Rica. La institución también distribuye alrededor de 100 000 frascos de suero antiofídico que salvan las vidas de entre 10 000 y 20 000 personas cada año, no solo en Costa Rica, sino en 14 países de alta vulnerabilidad.
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Uno de estos sueros resulta de la mezcla de los venenos de la serpiente terciopelo (Bothrops asper) del Atlántico y el Pacífico, la cascabel (Crotalus simus) y la matabuey (Lachesis stenophrys). Sin embargo, la matabuey en Costa Rica enfrenta serias amenazas que ponen en riesgo la supervivencia de la especie y, al mismo tiempo, podría dejar sin antídoto a miles de personas mordidas por serpientes en Centroamérica.
El mercado de los antídotos
La reducción de la población de la serpiente matabuey debido la pérdida de hábitat, la extracción ilegal y la matanza de individuos pone en riesgo el suministro de veneno para fabricar el suero polivalente, una combinación de toxinas con reacción cruzada que cubre el envenenamiento de las 17 especies de la familia Viperidae como mano de piedra (Atropoides mexicanus), oropel (Bothriechis schlegelii) y toboba (Porthidium nasutum), entre otras.
“Si llega a escasear el veneno de la matabuey, al punto de no poderlo incluir en la mezcla, se pondría en riesgo a las personas”, alerta Greivin Corrales, investigador del Instituto Clodomiro Picado, que se encarga del manejo de las serpientes venenosas en el serpentario de este centro científico.
Quienes ingresan a un bosque primario como indígenas e investigadores, así como los guías y visitantes de un país que depende del turismo de naturaleza están en riesgo de sufrir por la mordedura de una serpiente. “No solo la población costarricense se estaría perdiendo del suero, sino también el resto de los países centroamericanos”, comenta Corrales.
El suero antiofídico del Instituto Clodomiro Picado llega a poblaciones de escasos recursos de países como Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Panamá, Colombia y Ecuador, que en conjunto presentan alrededor de 6000 accidentes ofídicos por año. Su costo es de aproximadamente 30 dólares en los mercados de Centroamérica y África.
En cambio, en Estados Unidos cada frasco de antiveneno producido por empresas privadas cuestan entre 800 y 1000 dólares, explica Alberto Alape, director del Instituto Clodomiro Picado. Incluso en África –explica Alape– cada frasco de antiveneno producido por la empresa francesa Sanofi Pasteur se vendía a un precio cercano a los 200 dólares y para un tratamiento de envenenamiento severos se necesitan por lo menos 10 frascos.
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Conservación de la serpiente
Actualmente existe un proyecto de conservación y reproducción de la matabuey, ejecutado por el equipo del serpentario del Instituto Clodomiro Picado y la empresa turística Ríos Tropicales.
La propuesta consiste en conservar la especie in situ, es decir, en su hábitat natural. Para ello, Ríos Tropicales posee una reserva privada de 975 hectáreas de bosque, ubicada en Siquirres de Limón, en el Caribe de Costa Rica.
Cada dos meses, durante tres días y dos noches, un equipo de investigadores ingresa a la reserva. Allí toman datos de avistamientos de matabuey con sus respectivas coordenadas geográficas, así como datos de temperatura y humedad relativa, historia natural y ecología. Estos datos recolectados in situ se trasladan al manejo en cautiverio para que las serpientes tengan buenas condiciones para reproducirse. “Gracias a eso es que hoy somos capaces de mantenerlas con éxito en el serpentario”, explica Corrales.
Hasta ahora han tenido suerte con adultos de matabuey, pero el reto está en los neonatos. “Casi no sabemos nada porque cuesta mucho verlos en el bosque”, indica el investigador. En el futuro, y en colaboración con otras entidades, el objetivo es colocar microchips en neonatos y juveniles para hacer telemetría y conocer cómo se mueven por el bosque.
El personal de Ríos Tropicales también colabora activamente en la investigación. Ubican banderas rojas cuando avistan algún ejemplar, para que los investigadores puedan tomar las coordenadas y modelar la distribución de la especie en la zona.
Maikol Montenegro es uno de los guías que ingresan con los investigadores al bosque. Confiesa que al principio le tenía un poco de miedo a la matabuey, pero que ha ido aprendiendo sobre la especie. “Ahora entiendo la importancia de protegerla”, comenta Montenegro.
Kendall Jiménez, encargado de control interno de la empresa turística Ríos Tropicales, considera que el esfuerzo por involucrar a los guías en la toma de datos enriquece su conocimiento y mejora su servicio turístico pues también educan en temas ambientales a los visitantes. “Lo que empezó siendo un proyecto de conservación terminó teniendo un impacto social y cultural en el pueblo”, dice Jiménez.
El proyecto de conservación también tiene un componente ex situ, es decir, el manejo de la especie en cautiverio. La meta es que, en unos cinco años, las serpientes nacidas y mantenidas bajo cuidados humanos suministren de veneno al Instituto Clodomiro Picado.
Trabajar con la matabuey es un enorme desafío. Es una de las especies de serpiente más complicadas debido a que sufren del síndrome de mala adaptación, es decir que se estresan tanto que dejan de comer y mueren de inanición.
Actualmente, el serpentario cuenta con un macho y tres hembras, todos adultos que llegaron por donaciones o decomisos. Dos de las hembras ya lograron reproducirse y se espera que la tercera lo logre este año.
Los recintos de las matabuey cuentan con sensores ─para simular las condiciones ambientales del hábitat─ y cámaras para monitorearlas. Se ha logrado grabar la cópula, la puesta de huevos y el nacimiento, además, los neonatos están siendo meticulosamente monitoreados.
El siguiente paso es lograr que esas pequeñas serpientes crezcan para extraer el veneno en tres o cinco años. “Nuestro objetivo es obtener el veneno de los ejemplares que nacen en cautiverio porque son menos susceptibles al estrés en comparación a ejemplares silvestres”, explica Corrales.
Si bien el estrés no incide en la calidad del veneno, sí afecta la cantidad, lo cual es preocupante dado que la matabuey produce muy poco en comparación con otras especies. De hecho, por regla general, a las serpientes del Instituto Clodomiro Picado solo se les extrae veneno tres veces al año. “Evitamos estresarlas con constantes extracciones”, enfatiza Corrales.
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¿Cómo es la matabuey?
En América Latina existen cuatro especies de matabuey. La que el Instituto Clodomiro Picado utiliza en la fabricación de antivenenos es la matabuey centroamericana (Lachesis stenophrys), también conocida como cascabel muda o bocaracá de Javillo.
Esta especie es la víbora más larga del mundo. Los adultos miden entre 1,9 y 2,1 metros en promedio, pero pueden alcanzar una longitud máxima de 2,5 metros y es la única víbora en la región que pone huevos, las otras especies dan a luz a crías vivas.
“A una hembra le toma de cinco a seis años llegar a su madurez sexual, mientras que otras serpientes ─como la terciopelo─ la alcanzan en la mitad del tiempo (tres años) y dan a luz entre 30 y 60 crías vivas. Eso hace a la matabuey sumamente vulnerable.
A esto se suma que, durante la puesta de huevos y posterior cuidado parental, la hembra presenta una alimentación inestable durante seis meses. “Su desgaste es tan alto que por eso esta especie no se reproduce anualmente. Se calcula que lo hace cada dos o tres años”, detalla Corrales.
En general, es muy raro que las víboras se queden cuidando a los huevos para protegerlos de los depredadores. La matabuey sí lo hace; permanece junto a ellos hasta 50 días.
A ello se suma que esta especie evolucionó para adaptarse a su hábitat y su sobrevivencia depende de la buena salud de ese ecosistema. Esto se refleja en sus hábitos alimenticios, esta serpiente se alimenta de presas pequeñas como roedores y topos. Su método de caza es ingresar a las madrigueras de estos mamíferos y emboscarlos en su propia casa. Y no solo eso. Contrario a otras serpientes, la matabuey no necesita asolearse para acelerar su metabolismo.
Aunque es una especie que no se encuentra actualmente en vía de extinción, los investigadores han propuesto incluirla en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN).
Si eso se logra, se daría un espaldarazo al proyecto de conservación de la especie en el país. Por un lado, permitiría alinear esfuerzos para involucrar a otras reservas privadas y públicas para contrarrestar la pérdida de hábitat de la serpiente y, por otro lado, se facilitaría la búsqueda de fondos para financiar la investigación y la conservación en cautiverio necesaria para generar los sueros antiofídicos que salvan la vida de 20 000 personas en zonas rurales de Centroamérica.
Imagen principal: Serpiente matabuey (Lachesis stenophrys). Foto: Alonso Tenorio / Imágenes en Costa Rica.
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