A medias del siglo XIX, la extraordinaria biodiversidad de las Islas Aru ayudó a inspirar la teoría de la evolución por selección natural. Sin embargo, hace algunos años, un político corrupto le dio a una sola compañía los permisos para convertir la mayoría del bosque lluvioso en una vasta plantación de azúcar.
La gente de Aru luchó por sus bosques. Hoy la historia de su campaña de base resuena alrededor del mundo como parte de un movimiento global que busca obligar a los gobiernos a que actúen para detener el cambio climático. Esta es la primera de las cuatro partes de esta épica de resistencia.
Esta historia fue publicada junto con The Gecko Project. Earthsight proporcionó apoyo adicional.
A mediados del siglo XIX, la extraordinaria biodiversidad de las islas Aru ayudó a inspirar la teoría de la evolución por selección natural. Sin embargo, hace varios años, un político corrupto otorgó permiso a una sola empresa para convertir casi dos terceras partes de toda Aru, es decir, la mayoría de las selvas tropicales de las islas, en una inmensa plantación de caña de azúcar. La población se organizó y luchó contra esa decisión. Hoy en día, la historia de su campaña comunitaria resuena por todo el mundo como un movimiento global que crece y busca forzar a los gobiernos a tomar medidas contra el cambio climático. ¿Cómo lo lograron? Esta es su historia.
Para septiembre de 2012, un mes después de la vigilia a la luz de las velas, Jacky Manuputty se había comprometido a ayudar a los arueses. Cualquier duda se había disipado a principios de ese mes cuando recibió a una delegación de ancianos arueses en su oficina en Ambon. Le informaron de que en Dobo las cosas se estaban calentando. A finales de agosto, más de mil personas indígenas habían inundado las calles, llevaban pancartas caseras con eslóganes apasionados: “la juventud de Aru rechaza Menara” y “todavía queremos ver las aves del paraíso cantar y bailar”. Los manifestantes, que se concentraron delante de edificios gubernamentales de baja altura, habían gritado sus demandas mediante megáfonos a los burócratas flanqueados por la policía. Aun así, los inspectores del Menara Group continuaron explorando las selvas de Aru, acompañados por jóvenes de Dobo a quienes habían pagado para ser sus guías. Sin embargo, los ancianos se quejaron de que los medios de comunicación a penas lo cubrieron. Parecía que a nadie le importaba su lucha.
A Jacky no le sorprendió la dificultad para atraer atención. En Indonesia abundaban los conflictos entre las comunidades rurales y las corporaciones. Los mayores medios de comunicación del país, que en su mayor parte pertenecen a multimillonarios cuyas fortunas se basan en parte en la explotación de los recursos naturales, tendían a ignorar este tipo de historias. Los periodistas locales carecían de recursos suficientes y ninguno se había tomado en serio la situación en Aru. Aun así, Jacky sabía que, si los arueses iban a obligar al gobierno a anular el proyecto, necesitaban propagar su mensaje. Para ayudarles, el sacerdote tenía que reclutar un equipo con experiencia. Sabía exactamente dónde dirigirse.
Una de las experiencias de Jacky más significativas como organizador de la comunidad se había producido tras la violencia etnorreligiosa que convulsionó Molucas después del colapso de la dictadura del presidente Suharto en 1998. El conflicto, que enfrentó a cristianos contra musulmanes, dejó al menos 5000 muertos y se estima que 700 000 desplazados. Cuando las tensiones se enfriaron, Jacky se involucró en la consolidación de la paz. En Ambon, ayudó a establecer agrupaciones juveniles interreligiosas que se centraban en actividades creativas como la poesía, la literatura, la fotografía o el baile. “Si nos hubiésemos acercado a ellos con un discurso religioso, no habría funcionado, porque la gente estaba todavía traumatizada por el papel que la religión había jugado en el conflicto”, dijo Jacky. “Tuvimos que usar otros medios”. Un grupo que estableció con el imán local, Peace Provocateurs, usaba ráfagas de texto SMS para desacreditar rumores potencialmente peligrosos. Los grupos fueron formados para cicatrizar las relaciones entre las religiones. Ahora, Jacky pretendía aprovecharlos para salvar Aru.
Jacky buscó a jóvenes influyentes como Habib Almaskaty, un sobrio pero apasionado joven de 28 años quien había fundado un grupo de blogueros locales. Cuando era un niño, Habib, musulmán, había sido forzado a quedarse con familiares en otro lugar de Molucas cuando la violencia se apoderó de la capital provincial. Luego se fue a estudiar informática en una universidad de Java antes de volver a Ambon, alrededor de 2007, para trabajar en un cibercafé. Empezó con blogs sobre su hogar. Molucas era una región de culturas antiguas en islas volcánicas rodeadas de arrecifes de coral. Sin embargo, cada vez que Habib tecleaba “Ambon” o “Molucas” en un buscador, la función de autocompletar ofrecía términos como “tragedia” y “violencia”. “Empecé a escribir sobre las cosas buenas en Ambon”, dijo. “Esa fue una de las razones por las que quería bloguear, porque pensaba que Ambon tenía potencial”.
Jacky hizo a Habib jefe del equipo de redes sociales de la campaña. También contrató a algunos de los amigos de la infancia del joven: un par de cristianos llamados Weslly Johannes, del Taller de Literatura de Molucas, y Pierre Ajawaila, fundador de una página web tipo wiki sobre Molucas. Otras figuras clave fueron Revelino Barry de la comunidad de hiphop de Molukka, Linda Holle, empleada de la oficina de Molucas de la Comisión Nacional sobre Derechos Humanos, y Djuliyati Toisuta, fundador de Molucas Baranda, la cual buscaba promocionar el turismo en la provincia. Este grupo central se convirtió en el pilar de la “campaña en la red”, cuyas actividades amplificarían el trabajo de los activistas en Aru. Establecieron una página web, páginas en Facebook y Twitter, y escogieron una etiqueta para las redes sociales: #SaveAru.
Habib quería convertir Aru en un nombre familiar entre los indonesios. Sabía que era mucho pedir. “Los mismos habitantes de Molucas ven Aru como un lugar ‘atrasado’”, dijo. “Nadie le presta mucha atención”. Fijó su objetivo en la capital del país, una de las ciudades más activas del mundo en Twitter y Facebook. “Si puedes lograr que la gente en Yakarta hable sobre ello en las redes sociales, tiene un efecto de retroalimentación, y la gente en Molucas lo verá”.
Mientras tanto, Jacky y algunos de sus colegas más experimentados centraron su enfoque en una pregunta diferente: ¿Quién y qué es el Menara Group? Para encontrar respuestas, Jacky reclutó a Yohanes Balubun, el jefe de la sección de Molucas de la Alianza de los Pueblos Indígenas del Archipiélago, o AMAN, el mayor grupo defensor de los derechos indígenas del país. Yohanes, miembro de la comunidad Ohoi El de las islas Kei de Molucas y formado como abogado, aportó un agudo sentido jurídico. Jacky también reclutó a el periodista aruese de 23 años Maichel Koipuy, que vivía en Ambon, para empezar a excavar.
La búsqueda en internet ofreció más comprensión. Un artículo de 2012 en la página web del periódico de Malasia The Star identifica al presidente de Menara y director general como un hombre llamado Chairul Anhar. Informaba sobre la afirmación de Chairul, realizada en una rueda de prensa durante un foro empresarial islámico en Malasia, que decía que Menara tenía los derechos de 5000 kilómetros cuadrados (1900 millas cuadradas) de terreno para una plantación de caña de azúcar en el este de Indonesia, casi el equivalente al área con licencia en Aru. Chairul había expresado la esperanza de que su empresa pudiese suministrar caña de azúcar a Felda Global Ventures de Malasia, uno de los negocios de la agroindustria más grande del mundo. Dijo que Menara Group también estaba involucrado en propiedad, comercio y TI, y pronto podría cotizar en la Bolsa de Yakarta.
El artículo, y otros pocos como este, generaron la percepción de un conglomerado extenso y diverso. Incluso su nombre, menara, significa “torre” en indonesio, transmitía la idea de una empresa imponente. Sin embargo, para una de las empresas que afirma ser uno de los terratenientes más grandes de Indonesia, había sorprendentemente muy poca información disponible públicamente. Ni siquiera tenía una página web. De hecho, el equipo de Jacky no pudo encontrar ninguna evidencia de que Menara hubiese estado alguna vez involucrado en plantaciones.
El equipo de Jacky trabajó sus conexiones dentro del gobierno para adquirir documentos de la empresa que exponían los planes. Los documentos mostraban que el proyecto estaba dividido en 28 bloques, cada uno entre dos y cuatro veces el tamaño de Manhattan. Cada bloque había sido asignado, mediante un permiso de Theddy a una de 28 empresas diferentes, cada una de las cuales tenía una persona distinta citada como director. Una de estas personas era Chairul Anhar. Otros nombres llevaron a personas que trabajaban para empresas financieras opacas en Yakarta, según sus perfiles en las redes sociales. Debajo de la tapadera de lo que estaba siendo presentado como una sola empresa era una confusa serie de entidades legales, dirigidas en papel por más de dos decenas de individuos diferentes.
“Queríamos comprobar: ¿existían realmente estas empresas o eran solo empresas ficticias creadas para labrar esta inmensa superficie de tierra?” dijo Maichel. La elaborada estructura parecía como “camuflaje”, añadía, posiblemente un ardid para sortear un requisito legal. Ninguna de las 28 concesiones de terreno era mayor de 200 kilómetros cuadrados (80 millas cuadradas). Sin embargo, puestas juntas alcanzaban los 4845 kilómetros cuadrados (1870 millas cuadradas), más de tres veces lo que una sola empresa —como Menara— estaba autorizada a gestionar ante la ley de Indonesia.
Las 28 empresas estaban registradas en 25 direcciones diferentes en Yakarta. Sin embargo, cuando el equipo de Jacky envió a amigos en la capital a investigar las ubicaciones, encontraron escaparates anónimos o ni siquiera un edificio. Solo pudieron encontrar una ubicación física asociada con Menara que estaba siendo usada: una oficina en la planta 25 del edificio Graha CIMB Niaga en el distrito comercial central de la ciudad. Mientras muchos de los más grandes conglomerados de recursos naturales eran propiedad de complejas estructuras corporativas lo que hacía difícil discernir exactamente sus dimensiones, Menara era una bestia totalmente diferente: apenas había algo sustancial para definirlo.
El equipo de Jacky descubrió un hecho sorprendente: Theddy había permitido a Menara saltarse una fase crítica del proceso de tramitación de licencias, una ofensa criminal para el bupati con una sentencia máxima de tres años de prisión. Por ley, Menara necesitaba evaluar formalmente cómo afectaría la plantación a la población y el medio ambiente de Aru, antes de que el gobierno del distrito pudiese otorgar sus permisos. La empresa debería haber consultado a todas las aldeas afectadas por el proyecto e incorporar sus puntos de vista en una evaluación del impacto ambiental (EIA) que luego sería examinada por un panel que incluiría académicos y representantes de la comunidad. Si Theddy hubiese respectado la ley, la gente de Aru podría haber planteado objeciones desde 2010.
Los arueses ya estaban en una posición legalmente inestable. La constitución de Indonesia de 1945 reconocía originalmente los derechos indígenas, las leyes no escritas de las comunidades gobernadas por “las costumbres”. Sin embargo, desde entonces una serie de leyes estatales habían anulado esos derechos y entregaban el control de las tierras y selvas indígenas al gobierno. Casi la totalidad de Aru era propiedad del estado, lo que permite a los funcionarios colocar grandes extensiones de tierra bajo control corporativo y privar a la población de un veto. En mayo de 2013, el mismo mes del arresto de Theddy, el Tribunal Constitucional derribó el reclamo del estado a las selvas de la población indígena, lo que dio un atisbo de esperanza a millones de pobladores rurales de que el gobierno perdería la capacidad de ceder estas tierras a empresas como Menara. Sin embargo, por ahora, mientras los funcionarios se toman su tiempo en implementar la decisión, sigue siendo solo eso —una esperanza—.
En teoría, las irregularidades en el proceso de concesión de licencias de Theddy debería haber proporcionado una abertura clara para impugnar el proyecto en los tribunales. Sin embargo, Jacky sabía que pedir cuentas a Menara y sus facilitadores a través del sistema judicial no podría darse por hecho. La saga de Theddy era solo el último ejemplo de con qué facilidad la ley podía ser manipulada. Sin embargo, los activistas todavía creían que podían explotar la naturaleza legalmente cuestionable de este proyecto. Si pudiesen atraer suficiente atención a su causa, las fuerzas del orden podrían examinar minuciosamente las claras irregularidades que ya habían tenido lugar, lo que haría que fuera políticamente injustificable para otros partidos aprobar las licencias que Menara todavía necesitaba.
Habib y sus amigos estaban ansiosos por empezar a hacer campaña. Para agitar las emociones en torno a la causa, hicieron un llamamiento en el que pedían poemas y canciones. Entre los primeros en responder estaba el ágil periodista de Ambon de cincuenta y tantos años Rudi Fofid, quien había trabajado para la página web de noticas Suara Maluku. Presentó un poema titulado “Aru, ¡saca el arco!” el cual se colgó en Facebook:
Lanza una flecha al pecho de los ladrones que pongan un pie en el aeropuerto Rar Gwamar
Monta guardia en el puerto Yos Sudarso, pon una flecha en el ojo de los ladrones que desciendan de los barcos
Alguien de Aru preguntó en los comentarios si podía distribuir copias del poema en el puerto en Dobo, donde podían llevarse en barco a las aldeas en el interior. Sin embargo, el poema también acabó en las manos de la policía y el ejército. Las autoridades locales tacharon a Rudi de “provocador”, según dijo —un agitador de fuera sin ningún derecho a inmiscuirse en sus asuntos—.
Si querían descubrir lo que estaba pasando realmente, los activistas de Ambon necesitarían ir a Aru. En septiembre de 2013, Rudi y Maichel Koipuy, el joven activista, salieron para el archipiélago. Sin dinero para los billetes de avión, cogieron un transbordador que deambuló por el océano durante dos días.
“Preparaos”, pensó Rudi para sí mismo mientras cruzaba el mar de Banda, “viene el provocador”.
IV. El primer triunfo
Rudi y Maichel llegaron a Dobo justo cuando las manifestaciones contra el Menara Group se estaban intensificando. Previamente, miembros del parlamento del distrito de Aru habían afirmado no saber nada del proyecto, lo que les ahorró ser objeto de la ira de los manifestantes. Sin embargo, ahora, fotografías filtradas revelaron que los legisladores habían visitado la oficina de Menara en Yakarta varias veces. Las fotografías les mostraban con Chairul Anhar, el director general, quien sonreía mientras estrechaba las manos y les ofrecía bolsas de regalo. Resultó que, en 2012, el parlamento de Aru había aprobado un cambio de catastro para todo el archipiélago que eliminaba protecciones forestales que amenazaban con obstaculizar la plantación. Según parece, lejos de ignorar los planes de Menara los legisladores habían conocido sus intenciones durante años.
El 12 de septiembre de 2013, unos días antes de la llegada del periodista, los arueses celebraron una gran manifestación que llenó las calles de Dobo. En los escalones del edificio del parlamento, ejecutaron un ritual solemne, colocaron un sasi, o prohibición consuetudinaria, delante de la entrada principal. El sasi tomó la forma de un marco de madera del que colgaba un manto de mujer. Los políticos de todo Molucas sabían que tenían que respetar el sasi; al año siguiente un alcalde en las islas Kei, de donde provenía Rudi, fue forzado a dirigir la ciudad desde un hotel después de que los ciudadanos pusiesen un sasi en su oficina.
El sasi de las mujeres era del tipo más fuerte: no se puede llevar a cabo ningún proceso oficial dentro de la legislatura mientras siga en su lugar. Según una mujer vehemente de mediana edad llamada Anatje Siarukin dañarlo sería equivalente a un acto de guerra. “Si lo derribáis significa que nos estáis despojando de nuestras ropas, a las mujeres de Aru, desde las mujeres en edad de dar a luz hasta las ancianas con pelo gris”, dijo. “Esta es la tela que usamos para cubrirnos. Quienquiera que se atreva a violarla, invita al derramamiento de sangre”.
Desde el principio, las mujeres de Aru habían tenido un papel central en las manifestaciones. “Tomaron las calles, sacaron las ollas y las cacerolas y cocinaron delante de las oficinas gubernamentales como un acto de protesta”, dijo Mercy Barends, un legislador provincial quien había competido en las elecciones a bupati contra Theddy. Gastaron el poco dinero que tenían en alimentar a los otros manifestantes y se unieron a marchas en Dobo. Anatje ofreció su hogar como un punto de reunión para los activistas locales. “Sabíamos que si venía el Menara Group, las generaciones futuras sufrirían”, dijo. “Estábamos de acuerdo en que teníamos que plantarle cara”.
Rudi y Maichel fueron acogidos por los arueses que, antes de reorientar sus protestas hacia Menara, habían reclamado el arresto de Theddy. Incluían a personas de todas las edades, desde estudiantes y funcionarios a abuelas que vendían verduras en el mercado junto al muelle. Llevaron a los periodistas del puerto Yos Sudarso a una casa de planchas de madera pequeña que utilizaban como sede del movimiento. Situada sobre un pantano lleno de jacintos acuáticos, la casa, que todavía no se había acabado de construir, no tenía puerta, muebles, ventanas ni techo. Rudi vio una copia de su poema clavada en un tablón de anuncios a la entrada cuando él y Maichel estaban sentados en un círculo en el suelo con unos 20 arueses. Todos los anfitriones iban dando las gracias por turnos a los visitantes de Ambon, hasta que Rudi les paró. “Esas son suficientes gracias”, les dijo. “Tenemos poco tiempo —estamos en esto juntos—”.
Sin embargo, los arueses continuaron dándoles profusamente las gracias. “Tengo que expresar mi gratitud porque estamos solos”, dijo un joven. “Nadie ha venido aquí a unirse a nosotros”.
A pesar de su valentía en las calles, Rudi intuyó una falta de confianza. “Se sentían pequeños”, dijo. Sin embargo, era fundamental que los arueses creyesen que podían ganar. Si perdían la fe, su movimiento podía derrumbarse. “Los problemas siempre empiezan cuando la gente se divide”, dijo Rudi, que hablaba desde su propia experiencia en el conflicto agrario en Molucas. “No podíamos dejar que se pelearan entre ellos mismos. La atención tenía que seguir en evitar que entrase el Menara Group. Tenían que seguir unidos”.
Durante las dos semanas siguientes, Rudi y Maichel se encontraron con un elenco diverso en el “Puesto Jacinto”, como Rudi nombró la sede central sin techo. Estimulados por un café arenoso y galletas de sagú, se sentaron con ancianos como Constansa Labue, una mujer de pelo blanco de 63 años que masticaba nueces de areca y relataba enfrentamientos contra la policía antidisturbios durante una manifestación contra Theddy. “No tengo miedo a las balas”, dijo a los visitantes. El padre de Maichel, Samuel Koipuy, se pasó por allí para contar mitos de la creación en los que aparecen aves icónicas y otros animales. Su cultura está vinculada inextricablemente con la fauna de Aru; casi todos los clanes tenían un animal tótem, como por ejemplo un tiburón o una ballena, relacionado con las circunstancias únicas de cómo sus antepasados se asentaron en el archipiélago.
Un periodista que vivía en Dobo, Latif Madilis, les deleitó con historias sobre su trabajo desde aldeas que solo son accesibles por barco. Nacido en las islas Kei de padres de ascendencia aruese, el joven de 30 años había trabajado en Yakarta hasta que se cansó de la vida urbana y consiguió un trabajo en un periódico de Dobo, a pesar de no tener experiencia como periodista. El periódico era una operación tan autosuficiente que sus ejemplares se imprimían desde una impresora de escritorio. Latif esperaba entrar en el periodismo de televisión y había ahorrado durante dos años para comprarse una cámara profesional. El Internet en Dobo era tan lento que tenía que pedir a pasajeros de avión que llevasen sus archivos de datos a Ambon, donde podían subirlos y enviarlos a editores en Yakarta.
Rudi y Maichel estaban impresionados especialmente con Mika Ganobal, un funcionario que se había convertido en el coordinador principal de los manifestantes de Dobo. Muchos trabajadores gubernamentales se habían mostrado reacios a denunciar el proyecto por miedo a perder sus puestos de trabajo, pero Mika era diferente. Entonces tenía 35 años y trabajaba como burócrata en una aldea costera en Aru central, a la cual se desplazaba por barco desde su casa en Dobo. Aunque de carácter reservado normalmente, tenía una vena combativa que salía durante las manifestaciones, cuando se subía al techo de un camión y movilizaba a la multitud con un megáfono.
Mika seguía convencido de que si había arueses tuvieran sentimientos encontrados o estuvieran confusos sobre la plantación, sería una catástrofe. Se había graduado en la universidad de Ambon y había aprendido como otras zonas rurales habían sido sacrificadas a las corporaciones poderosas, con grandes beneficios que fluían de los empresarios a los oficiales mientras que la mayor parte de los miembros de la comunidad acababan como jornaleros pobres. “Sabíamos que no podíamos dejar que eso sucediese aquí”, dijo.
Rudi escribió sobre estos encuentros para Maluku Online, una página web de noticias en Ambon. Sin embargo, Maichel y él pensaban en algo más grande. Si conseguían que los mismos arueses trasmitieran información persuasiva a Ambon, entonces Habib Almaskaty podía emitirlo a una audiencia mucho más amplia. Sin embargo, esto era más fácil dicho que hecho. La mayoría de las aldeas de Aru carecían de servicio telefónico. El acceso a Internet estaba limitado a Dobo, donde un ancho de banda estrecho significaba que solo enviar un correo electrónico llevaba tiempo.
Para superar este problema, los activistas utilizaron tecnología anticuada. Se podían enviar por barco mensajes escritos a mano entre Dobo y el interior. En Dobo, personas seleccionadas serían responsables de la comunicación con el equipo de Ambon, generalmente a través de mensajes de texto SMS, la opción más barata. Si se necesitaba hacer una llamada de voz, la persona que llama en Dobo realizaría una llamada perdida al destinatario en Ambon, quien llamaría inmediatamente de vuelta, de ese modo se colocaban las tarifas telefónicas donde mejor se podían permitir. “Construimos una cadena de información”, dijo Habib.
Rudi y Maichel pidieron a los arueses que transmitieran cualquier noticia de la batalla entre David y Goliat según se fuera desarrollando: ¿Qué estaba haciendo la empresa? ¿Cómo estaba resistiendo la gente? ¿Cómo estaba respondiendo el gobierno? La pareja dio un curso intensivo a los activistas locales en periodismo ciudadano, les aconsejaron atenerse a los hechos. “No lo que pensáis, sino lo que veis”, dijo Rudi. Fotografías y vídeos eran la manera más segura de causar sensación en la red, pero incluso una sola frase enviada en un SMS podía convertirse en un mensaje en las redes sociales. Estos fragmentos podían convertirse en una narrativa de abuso de poder y resistencia indígena que podría desencadenar un rechazo del público y presionar a los funcionarios.
Mientras Rudi y Maichel ofrecían asesoramiento en Dobo, el equipo de Habib consiguió su primer éxito en Internet. Los activistas recurrieron a sus contactos desde Indonesia hasta los EE. UU. y Europa, donde Jacky tenía numerosos contactos, para retar a la gente a colgar fotografías suyas donde muestran un cartel con #SaveAru escrito. Un goteo de fotografías se convirtió en un flujo constante desde lugares como los Países Bajos, el hogar de una gran diáspora de gente de Molucas; universidades como Harvard y Oxford; y las ciudades javanesas de Yakarta, Yogyakarta y Surabaya, el hogar de grandes poblaciones de estudiantes.
Los activistas de Ambon también colgaron sus propias imágenes. Una de las más circuladas fue una infografía que muestra el contorno de Aru en verde, con un área equivalente a las concesiones de tierras de Menara superpuestas en rojo. La imagen —más roja que verde— fue efectiva porque “no tenías que leer nada [para entenderlo]”, dijo Rudi. “Solo tenías que mirarla para saber que tenía que ser protegido”.
En Ambon, los activistas colgaron en YouTube un rap sobre Aru realizado por Molukka Hip-hop Community. El vídeo musical fue precedido por una cita de Mahatma Gandhi y entremezclado con imágenes de las protestas de Dobo. A principios de octubre de 2013, la cuenta de Twitter @SaveAruIslands colgó sus primeros tuits: pedía que se presentasen poemas, un informe que Menara estaba trasladando maquinaria pesada a Aru, un anuncio que AMAN, el grupo de defensa de los derechos indígenas visitaría Aru.
En solo unas pocas semanas, se había corrido la voz del movimiento más allá de Molucas. Los jóvenes en Ambon estaban elaborando arte político, mientras que los arueses continuaron manifestándose en Dobo. La campaña había empezado bien. Sin embargo, Jacky sabía que si querían parar al Menara Group, necesitarían hacer más que publicar en Internet. El poder real está en manos del estado, y ahí las perspectivas del movimiento parecían sombrías.
El bupati en funciones no electo de Aru, Abraham Gainau, era confidente de Theddy quien se había pronunciado a favor del proyecto. “La gente ansía un cambio de vida”, había dicho a periodistas. El anterior gobernador de Molucas, un general del ejército retirado Karel Ralahalu, había recomendado formalmente que el ministro de Silvicultura aprobase el proyecto. El ministro, Zulkifli Hasan, ya había emitido una serie de decretos que indicaban su intención de aprobar las licencias finales para 19 de los 29 bloques en la plantación. Si firmaba esas licencias, eliminaría el último obstáculo para que Menara lanzase sus excavadoras.
El estado no se podía volver contra el proyecto inmediatamente, pero quizás otras instituciones sí pudiesen. Si Jacky podía aprovechar la oleada de apoyo en las redes y concentrarlo en las principales instituciones públicas en Molucas, estas a su vez podrían presionar al gobierno para detener el proyecto. Lo primero que hizo fue presionar a la iglesia protestante en Molucas e intentó convencer a su órgano rector para que declarase su oposición a la plantación. Al mismo tiempo, empezó a trabajar en la Universidad de Pattimura, la mayor universidad en Ambon.
Jacky sabía que los académicos de Pattimura a menudo aceptaban contratos de trabajo de empresas para llevar a cabo estudios o EIA. El movimiento se beneficiaría considerablemente si en cambio los académicos pudiesen aportar un análisis crítico e imparcial de los riesgos que encerraba la plantación y ayudar a la sociedad a entender los compromisos que conllevaría. Jacky pidió a Agustinus Kastanya, catedrático del departamento forestal de Pattimura, que organizase una reunión de la facultad. El sacerdote pretendía galvanizar a los académicos al apelar a una emoción poderosa: la vergüenza.
En la reunión, Jacky puso al día a más de 50 académicos sobre por qué estaban luchando los arueses, a unos 700 kilómetros (430 millas) al otro lado del mar de Banda. A continuación, lanzó un ataque sobre su orgullo. Primero, mostró fotografías de estudiantes y profesores de todo el mundo que sostenían carteles con #SaveAru, incluso llevó un estandarte de lona gigante, varios metros de alto y ancho, en el cual decenas de fotografías habían sido combinadas para crear una imagen compuesta. Luego encendió un proyector para revelar que la reunión estaba siendo mostrada en directo en twitter, con mensajes de apoyo que llegaban en tiempo real.
Jacky imploró a su audiencia: ¿Cómo puede ser que, estas personas, que ni siquiera son de Molucas, apoyen a los arueses, mientras que la facultad de la mayor universidad no haga nada para frenar el desastre natural y humano que se está incubando en su propio patio?
“Fue como darles un puñetazo en la cara”, dijo Jacky.
Mientras Jacky hablaba, vigilaba a Abraham Tulalessy, profesor de agricultura sentado en la cabecera de la mesa. Para Abraham, el proyecto de Menara estaba lejos de ser una novedad. Aunque la empresa de alguna forma había pasado el proceso de tramitación de licencias sin completar una EIA, había intentado posteriormente solucionar el problema con la contratación tardía de asesores para llevar a cabo la evaluación. Abraham era un miembro de la comisión que analizaría los resultados y decidiría si la provincia debía aprobar el proyecto. Él y algunas decenas de otros miembros de la comisión —académicos y representantes de la comunidad empresarial y la sociedad civil— habían estado peleando con la cuestión durante meses.
Según Abraham, el proceso se había corrompido peligrosamente; Theddy Tengko lo había sumido en una neblina de ilegitimidad al firmar licencias que deberían haber sido precedidas de una EIA. Y ahora, la evaluación que habían producido los asesores de Menara era, en su opinión, una chapuza. El proyecto afectaría a la mayoría de las más de 80 000 personas que viven en Aru. Sin embargo, los contratistas fracasaron en consultarles adecuadamente, solo visitaron un puñado de las 117 aldeas de Aru. La EIA reconoció que el proyecto tendría inmensas consecuencias negativas para la población y el medioambiente, con todo, de alguna manera se las arreglaron para concluir que estas consecuencias estaban compensadas por beneficios económicos mal definidos, como “posibilidades de trabajar y oportunidades empresariales”.
Algunos académicos en la comisión ya habían expresado su inquietud. En una reunión en julio de 2012, un profesor había señalado que Menara no tenía ningún antecedente en la administración de plantaciones y levantó sospechas de que la empresa solo estaba detrás de la madera de Aru. Otro había dicho que no tenía un plan claro para gestionar la contaminación del agua. Sin embargo, al final, cualquier oposición que hubiese había sido expresada en un foro cerrado. Ahora, la estratagema de Jacky presentaba a los académicos con la opción de apoyar públicamente al movimiento Save Aru o quedarse callados y ser vistos como títeres de la empresa.
Abraham era normalmente franco en asuntos medioambientales, pero no había constancia de que alguna vez hubiese suscitado preocupación sobre Menara. Ahora, mientras estaba sentado al frente de la sala, otros académicos empezaron a denunciar el proyecto. Uno se puso en pie y dijo que la soberanía biológica de Molucas estaba bajo amenaza. Otro declaró que deberían considerar emprender acciones legales. Un tercero dijo que, si los académicos poseían integridad, se unirían contra el Menara Group.
Al final, Abraham unió a 53 académicos en la firma de un comunicado que exigía la cancelación del proyecto: “Nosotros, los abajo firmantes, RECHAZAMOS la explotación de las tierras arueses por el Menara Group y otros inversores”, manifestaba. Los académicos se comprometieron a poner el peso de su autoridad detrás de la campaña Save Aru. Analizarían la legalidad de los permisos y examinarían las consecuencias sociales y ambientales si el proyecto siguiese adelante.
Jacky se había apuntado un logro. Con una falange de académicos detrás, ahora el movimiento tenía un respaldo científico y legal que era raro en las comunidades locales que se encaraban a los proyectos respaldados por el estado en Indonesia.
Después de la reunión, Costansius Kolatfeka, el activista medioambiental que se había enterado del proyecto en la primera fase se subió a un avión dirección a Dobo, con el estandarte de lona #SaveAru guardado en su equipaje. Unos días más tarde, los arueses lo exhibían como una bandera mientras se manifestaban por la ciudad y pedían la suspensión del proyecto. El movimiento encapsuló cómo había evolucionado la “cadena de información” rudimentaria de los activistas desde un canal en un único sentido a un bucle de retroalimentación, capaz de no solo emitir noticas desde Aru al mundo exterior, sino de enviar de vuelta un mensaje de apoyo poderoso. “La guerra real estaba en Aru”, dijo Rudi Fofid. “Podíamos levantar un infierno en las redes sociales, pero si la gente se desanimaba, no habría servido para nada”.
En Yos Sudarso Field, un parque en Dobo nombrado en honor a un héroe militar indonesio, los arueses desplegaron una tela blanca grande, se pincharon las puntas de los dedos y escribieron sus nombres con sangre. El acto pretendía ser un mensaje para el presidente Susilo Yudhoyono, que entonces entraba en su décimo y último año de mandato. Los arueses estaban preparados para defender sus tierras cualquier precio.
“Ese fue nuestro pacto”, dijo Anatje Siarukin. “Estábamos listos para morir si llegaba el Menara Group”.
*Imagen principal:MURUGIAH para The Gecko Project y Mongabay.
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