- Esta es la historia de cómo una vía nacional, importante para toda América Latina, terminó siendo una obra inconclusa devorada por la selva del Putumayo. Se invirtieron más de 359 000 millones de pesos (hoy unos 97 millones de dólares).
- La expectativa de terminar la vía asusta a ambientalistas y comunidades indígenas. El BID, principal financiador del proyecto, ya no estará.
Para viajar por carretera desde Pasto, capital del departamento de Nariño, a Mocoa, capital de Putumayo, es necesario atravesar una vía estrecha, de curvas cerradas y sin pavimentar que conecta a Mocoa con San Francisco, un municipio de la cuenca alta del río Putumayo. Pasar por esta carretera, conocida como el ‘trampolín de la muerte’, que se construyó a inicios de la década de los treinta, durante la guerra entre Perú y Colombia, implica tres horas de viaje que pueden parecer una eternidad para el que no esté acostumbrado. El paisaje montañoso cautiva a cualquiera, pero los prolongados abismos y los deslizamientos de tierra que se presentan ocasionalmente también desconcentran hasta al más confiado. Los accidentes son tan comunes que, por ejemplo, entre enero y junio de 2019, la carretera estuvo cerrada 326 horas. En 2018, de acuerdo con el Instituto Nacional de Vía (Invías), los cierres sumaron 659 horas, equivalentes a 27 días continuos.
Los retrasos y el riesgo de transitar por esta vía hicieron que la promesa de construir una nueva carretera, la variante San Francisco – Mocoa, que conecta al alto con el bajo Putumayo, llenara de emoción a casi toda la población del suroccidente colombiano. Se trata de una vía nacional a cargo del Invías que lleva más de 15 años planeándose y casi una década desde que se empezó a construir. Un proyecto ambicioso que hacía parte de la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA), una apuesta de la región por unir al Pacífico con el Atlántico, conectando a Tumaco (Nariño, Colombia) con Belém do Pará (Brasil). Una vía que se convirtió en un caso emblemático para toda América Latina, especialmente por el tipo de intervención que se tenía que hacer, pues pasaría por la Reserva Forestal Protectora de la Cuenca Alta del Río Mocoa (RFPCARM), un área protegida que está en este piedemonte amazónico, donde se unen los Andes con la Amazonía, una zona de recarga acuífera única que, incluso, surte de agua a la capital de Putumayo y a otros tantos municipios.
Vanessa Torres, subdirectora de la Asociación Ambiente y Sociedad (AAS), una organización que ha hecho seguimiento al proyecto desde sus inicios, cuenta que el sueño era tener una gran carretera con corredores biológicos y con un avance tecnológico que sería ejemplo de infraestructura verde para toda la región. En su momento se convirtió en un proyecto tan importante para Colombia y Sudamérica que el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) participó como principal financiador y accedió a prestar 53 millones de dólares con la condición de analizar y mitigar los posibles riesgos socioambientales que podría traer la construcción de la carretera.
En 2008, el Ministerio de Ambiente otorgó la licencia ambiental con la que dio luz verde a los diseños para arrancar la obra. Luego, en 2010, el BID aprobó el préstamo para empezar a ejecutar la vía de 45,6 kilómetros, que estaría sin pavimentar —en una primera fase—. La obra se dividió en cinco sectores, dos de estos, que representan el 60 % de la vía, son los que pasan por la Reserva Forestal y se encuentran en un eterno limbo.