- La desaparición del 80 % de los pastizales nativos ha arrinconado a la loica pampeana (Lestes defilippii) a solo dos lugares: el sudoeste de Buenos Aires en Argentina y el norte de Uruguay.
- La falta de apoyos a los proyectos de conservación impiden profundizar en el estudio y realizar campañas sostenidas. Ni siquiera se conoce con exactitud la actual población de esta ave de enorme belleza.
El frío hace sentir su rigor en el invierno austral. Sin un termómetro a mano, el guía, vecino de la zona, apunta que la temperatura debe rondar los cinco grados bajo cero. Solo el grupo de atrevidos observadores de aves desafía el día gélido y la escarcha que cubre el terreno. La suave serranía que enmarca a Saavedra, un pueblo de dos mil habitantes en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires, ayuda a extender la mirada más allá del horizonte.
De pronto, un sonido de alas en movimiento obliga a los paseantes a girar sobre sus pasos. Lo que ven los deja sin palabras: 20, 50, 100, 200 pájaros levantan el vuelo simultáneamente. Las alas negras, la ceja blanca y el pecho rojo les dan su apariencia inconfundible. “¡Ahí están! Esas son las loicas pampeanas, nuestras loicas!”, exclama satisfecho el guía con cierto orgullo. Ya nadie se acuerda del madrugón y del frío. El esfuerzo ha valido la pena.
La loica pampeana (Leistes defilippii) es el ave emblemática de una región poco reconocida, incluso dentro de la Argentina. En el sudoeste bonaerense —un área situada al norte de la ciudad portuaria de Bahía Blanca y al oeste de la turística Sierra de la Ventana—, la célebre pampa en la que maduran los granos que alimentan al país ya ha perdido su humedad. Los campos de intenso verdor y prolijamente cultivados le han dejado su lugar a un paisaje muy diferente. Es el reino del pastizal, el “mar de pasto” que describió Charles Darwin cuando recorrió esos parajes en 1833; aunque hoy aquel mar haya quedado reducido a zonas limitadas, parches donde se conserva apenas el 20 % de las extensiones que pudo divisar el naturalista inglés.
Casi 400 especies de plantas gramíneas crecen sobre los suelos del pastizal pampeano, un ecosistema que, en origen, abarcaba unos 750 000 kilómetros cuadrados, desde el sur de Brasil, Uruguay y una amplia porción del centro de Argentina. Con características propias y bien definidas, la región siempre fue dueña de una biodiversidad adaptada a una vegetación que oscila entre los 50 centímetros y el metro de altura, y que se convierte en paja en tiempos de sequía; donde solo se ven árboles dispersos y se soportan inviernos duros y veranos calurosos.
Más de 300 especies de aves —unas 60 solo anidan en pastizales— y un centenar de mamíferos se desarrollan en este hábitat que, como tantos otros, ha visto disminuida su superficie. Las explotaciones agroganaderas que comenzaron a expandirse en tiempos coloniales fueron cortando de raíz los pastos originales y acorralando a la flora y la fauna nativas, confinándolas a sectores específicos. La loica pampeana es, en ese sentido, un ejemplo perfecto para entender la dinámica de deterioro que puede sufrir un ecosistema.
“La distribución original de la loica era en toda la región pampeana”, explica Rodrigo Tizón, biólogo, doctor en Biodiversidad y cabeza visible del único proyecto de conservación de la especie en el país. “Hoy, el avance de la frontera agropecuaria sobre los pastizales la ha dejado reducida a dos nichos: el norte de Uruguay y el sudoeste de Buenos Aires. Nada más”, agrega.
Su relato aclara solo una parte de por qué Leistes defilippii se encuentra catalogada como Vulnerable en la Lista Roja de la UICN. Conocer la situación de la población en Uruguay completa la información. Confinada en la región de Ararunguá, al norte del país, los datos más recientes compilados en 2017 por el doctor Adrián Azpiroz, biólogo de la Universidad de la República en Montevideo y coautor de la Guía de Aves del Uruguay, referían un descenso considerable y sin causa conocida respecto a años anteriores: apenas se habían identificado unas 50 parejas.
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Bandadas en invierno, nidos en primavera
Todo el ciclo evolutivo de la loica pampeana se desarrolla en la intimidad de los arbustos salvajes. “Un ambiente poco valorado”, según Cristóbal Doyni, abogado, profesor de Derecho Ambiental y Recursos Naturales en la Universidad del Sur con sede en Bahía Blanca, pero sobre todo, dueño de tres fincas que suman 1500 hectáreas en el sudoeste de Buenos Aires y observador de aves: “solo hay que ver que en Argentina existe una Ley de Presupuestos Mínimos para los bosques pero ninguna para los pastizales. La gente quiere plantar árboles en cualquier lado”, se lamenta.
Otoño e invierno son las épocas del año en las que pueden apreciarse las grandes bandadas, entre 100 y 300 individuos que realizan vuelos cortos e incluso pequeñas migraciones hacia el norte de Buenos Aires, cubriendo de rojo y negro un trozo de cielo. A veces se aventuran hacia las zonas donde dominan los cultivos de soya, maíz o trigo y, aunque las loicas no suelen alimentarse de granos, cada tanto pueden probar alguno. En definitiva, estas aves insectívoras prefieren los artrópodos que encuentran en la tierra.
Más tarde, en primavera, llega el momento de regresar al pastizal, donde tienen lugar los procesos anuales de nidificación y reproducción. Los pichones aprovechan el verano para aprender a volar y al final de la estación se unen a la bandada para cerrar el círculo vital.
Esos meses de temperaturas templadas o calurosas componen la etapa crítica para la evolución de la especie. “La loica pampeana cuenta con una historia evolutiva de miles de años y necesita nidificar en pastizales naturales y bien definidos como los flechillares. Es un ave que no tiene plasticidad para adaptarse a otros ambientes”, indica Rodrigo Tizón.
Alejandro Morici es vecino de Bordenave —un pequeño pueblo de 850 habitantes— y un ferviente admirador de las aves, tanto que puede reconocerlas sin usar binoculares o solo con oír sus trinos. Según cuenta, “en la ubicación de los nidos, la pampeana se distingue de la loica común (Leistes loyca) porque esta puede quedarse en cualquier borde de pastizal, por ejemplo alrededor de un molino. La pampeana, si el campo pasa a tener un uso agrícola, se va y ya no vuelve”. Las alas que ambas despliegan al volar es la otra gran diferencia entre ambas especies. Las de la pampeana son negras; las de la común, blancas. “Si están posadas resulta casi imposible distinguirlas”, complementa Doyni.
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La agricultura es la gran enemiga
En Bordenave tiene su asiento una de las estaciones experimentales del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), y en ella desempeña sus tareas Rodrigo Tizón, principalmente en trabajos relacionados con la agroecología. La cercanía con los procesos que sufren los suelos utilizados para la agricultura o la ganadería le brindan una valiosísima información para entender el impacto que producen en la supervivencia de la loica pampeana. También para sumar argumentos en la meta que persigue actualmente el programa de conservación de la especie: convencer a los productores —agrícolas y ganaderos— de la conveniencia de conservar áreas de pastizal en sus campos.
“La loica se queda en esta zona porque se lleva mal con la agricultura, que es muy agresiva con el suelo y utiliza agroquímicos, y se lleva bien con una carga ganadera moderada, que es la que intentamos fomentar, sobre todo con pasturas perennes que pueden durar de 20 a 40 años”, señala Tizón. La escasez anual de lluvias ha impulsado a que los productores locales prefieran dedicarse a la cría de ganado vacuno antes que a los cereales o leguminosas que dominan los campos algunos cientos de kilómetros hacia el noreste.
La educación y la difusión de las necesidades de la loica pampeana han centrado hasta aquí buena parte del trabajo de conservación. La ONG Tellus, con sede en la localidad bahiense, desempeñó un papel importante en ese sentido. “Hace 40 años que nos dedicamos a la educación ambiental, y en el caso de la loica hemos dado apoyo institucional y práctico, con charlas y talleres”, cuenta Silvana Burela, bióloga que forma parte de la organización conservacionista.
“A partir de 2016, cuando logramos que los municipios de Puán, Saavedra y Tornquist la declarasen especie emblemática [años después se sumaría Bahía Blanca], se le dio mucha promoción al cuidado de la loica, y en las ciudades y pueblos se conoce bien el problema”, subraya el líder del proyecto, pero admite que con los dueños de los campos agrícolas la misión no es tan sencilla.
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La resistencia de los ganaderos
“Los productores son difíciles. Fui directivo de la Asociación de Ganaderos, y aunque hay de todo, en general están muy centrados en la cuestión productiva”, admite Cristóbal Doyni. Su predio, El Chasicó, conserva intacto un lote de 120 hectáreas que las loicas pampeanas eligieron hace ya un tiempo como su hogar. “Es un cuadro de pastizal natural donde decidimos no hacer ningún tipo de actividad agrícola, ni de cosecha ni de pastura. Hace alrededor de 10 o 15 años que ese cuadro solo recibe hacienda [ganado vacuno]”, relata este abogado. “Si tuviera dinero dejaría que todo el campo fuera pastizal”, asegura.
Su ejemplo va ganando adeptos lentamente. “Necesitamos persuadir a los productores para que hagan un manejo diferencial en las etapas críticas del año. Si el ganado entra a las áreas de nidificación en la época de reproducción, lo más probable es que pise los nidos o los huevos”. Las loicas hacen sus pequeños nidos —10 centímetros de diámetro— directamente en el suelo, por lo general pegados a alguna mata. “Hay que ir moviendo la paja para visualizarlos”, afirma Tizón.
Para este biólogo del INTA resultaría indispensable “alentar a los ganaderos con algún programa que apoye la conservación de espacios para que la loica pueda anidar”. Una iniciativa que incorpora esa estrategia es la denominada Alianza de Pastizal, iniciada hace años por la Fundación Vida Silvestre y la ONG Aves Argentinas, que se ocupa de certificar la carne producida en campos manejados con criterios de conservación de la biodiversidad. La cadena de hipermercados Carrefour es la actual compradora de esos productos.
El ganadero debe comprometerse a mantener más del 50 % de pastizal nativo en su predio, no puede usar agroquímicos ni cazar. El ‘premio’ es que puede vender su carne con un ‘plus’ en el precio. “Es una buena herramienta porque no reduce la renta del productor”, analiza Tizón.
La iniciativa, sin embargo, está poco difundida y la invasión del ganado a las áreas de nidificación no siempre resulta fácil de evitar. Si se suman los daños causados por depredadores naturales como zorros, comadrejas y hurones, el resultado es que solo el 30 % de los huevos eclosionan. “Esto es más crítico en épocas de sequía o si se produce alguna quema porque los nidos quedan más expuestos. En condiciones naturales, incluso a los depredadores se les hace difícil encontrarlos”, aclara Rodrigo Tizón.
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Falta de información y un apoyo oficial escaso
“Yo soy un naturalista de campo, un aficionado puramente vocacional que no estudié nada. No sé la teoría, pero salgo al campo desde muy chico, casi todas las semanas, y tengo un conocimiento práctico de los animales”. Dueño de una panadería en Bordenave, Alejandro Morici presenta sus credenciales con modestia. Sin embargo, es un conocedor de la zona muy bien considerado por quienes trabajan en los gabinetes y laboratorios, y suele acompañar a observadores de aves ocasionales para recorrer los caminos rurales en busca de loicas pampeanas para fotografiar.
Su aporte es importante en un tema que se mantiene en el misterio: nadie sabe a ciencia cierta cuál es la población actual de Lestes defilippi. “Noto que desde hace 20 años el número se mantiene estable. Para mí es porque no hubo cambios notables en el uso de campos [para agricultura y ganadería] en la zona. En cambio, creo que sí se perdió algo de población por los molinos eólicos”, asegura Morici. En cambio, Pablo Petracci, doctor en biología e investigador en estudios de conservación y manejo, disiente de esa mirada: “Los estudios con los que contamos indican que las loicas no colisionan con los molinos eólicos y tampoco han sufrido el ‘efecto desplazamiento’, ya que nidifican a 40 o 50 metros de las plataformas”, afirma.
Con todo, la carencia de datos concretos sobre la cantidad de loicas pampeanas que sobrevuelan los campos bonaerenses es un inconveniente mayúsculo para seguir la evolución de la especie. La Lista Roja de la UICN apunta la cifra de 8000 ejemplares con tendencia decreciente, aunque los participantes del programa de conservación tienen dudas. “Se hicieron estimaciones pero no se pueden tomar con seguridad”, señala Tizón antes de indicar dónde está el problema para avanzar en este sentido: “habría que peinar todo el territorio a la vez con una cuadrilla completa y no tenemos equipo suficiente para hacerlo”.
Las dificultades que enfrenta Rodrigo Tizón y su grupo de trabajo descubre la escasez de apoyo que recibe la conservación de la loica pampeana, pese a ser una de las 11 especies que cuentan con un proyecto propio dentro del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación. La realidad es que la presencia oficial es escasa y las tareas de investigación dependen de los esfuerzos individuales de los interesados a nivel local.
“En el INTA promulgamos un proceso de transformación del manejo de los campos”, comenta Tizón. Según dice, la idea es reemplazar la aplicación de productos químicos como el nitrógeno que viene de la industria por productos de origen natural, que son más complejos de implementar pero derivarían en la recuperación de los servicios ecosistémicos del pastizal. La loica, en ese caso, se convertiría en una especie “paraguas” para comprobar la salud de muchas otras especies en el ecosistema.
La ilusión está puesta en que el interés creciente de los mercados internacionales por adquirir carne con garantía de trazabilidad “verde” aliente los cambios. Este punto, y el hecho de que las condiciones climáticas de la zona impiden extender la frontera agrícola, invitan al optimismo sobre el futuro de la loica pampeana. “Necesitamos que no aparezca nada disruptivo, ningún cultivo transgénico resistente a la sequía que invite a destruir el pastizal”, concluye Tizón. De ello depende que los pechos rojos y las alas negras de estas aves continúen brindando su espectáculo en los duros inviernos del sudoeste de Buenos Aires.
*Imagen principal: La carencia de datos concretos sobre la cantidad de loicas pampeanas que sobrevuelan los campos bonaerenses es un inconveniente mayúsculo para seguir la evolución de la especie. Foto: Ricardo Fernández Chaves.
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