- A un mes de distancia de que el huracán Otis arribó a la costa de Guerrero, en el sureste de México, las consecuencias sociales y materiales no han terminado de cuantificarse.
- Científicos llaman a que en la zona afectada se realice una reconstrucción que priorice a las comunidades más vulnerables y que ponga en el centro la calidad de vida de las personas y los factores ambientales.
- “Es una lección tardía de una advertencia temprana. Desde hace años se advirtió que esto se iba a agudizar cada vez más y que los impactos del cambio climático irían adquiriendo características impredecibles”, dice Gian Carlo Delgado, integrante del comité ejecutivo de la recién creada Red Mexicana de Científicos(as) por el Clima (REDCiC).
Un mes después de que el huracán Otis devastara la ciudad de Acapulco y otros municipios de la costa del estado de Guerrero, en el sureste de México, los daños no han terminado de cuantificarse. Tampoco se ha logrado disipar el desconcierto que el fenómeno provocó entre la sociedad y la comunidad científica.
Ninguno de los modelos predictivos estimó que Otis rompería todos los récords y pasaría de ser una tormenta tropical a un huracán de categoría 5 en tan sólo 12 horas. Las imágenes del satélite Copernicus muestran que el área afectada en la zona costera de Acapulco abarca más de 4 285 hectáreas, a las que se suman otras 2 487 hectáreas tierra adentro. El gobierno federal ha sido cuestionado respecto a las cifras oficiales, pues reportó —hasta el 21 de noviembre— 49 personas fallecidas, 26 desaparecidas y más de 250 000 sin vivienda, y se estima que podrían ser muchas más.
Pocos días después del arribo de Otis, que tocó tierra el 24 de octubre de 2023, la Red Mexicana de Científicos(as) por el Clima (REDCiC) —creada unas semanas antes— lanzó un posicionamiento en el que se plantean algunos de los pasos que debería de dar el país para prevenir otra tragedia de esta magnitud, sobre todo, en un contexto de cambio climático.
“Hay que reiterar que los desastres no son fenómenos naturales, sino eventos construidos socialmente, cuyo origen se encuentra en la falta de planeación histórica, la urbanización desordenada, las condiciones de desigualdad, pobreza e inseguridad”, señala el comunicado de la iniciativa académica que busca fomentar la colaboración científica y la construcción de conocimiento sobre mitigación, impactos, vulnerabilidad y adaptación al cambio climático en México, para incidir en la toma de decisiones en la materia.
“Las políticas de desarrollo económico, los ordenamientos urbanos, entre otros, deben tener en el centro la calidad de vida de las personas y los factores ambientales. La improvisación y aún avaricia con la que se han desarrollado nuestras ciudades nos siguen y seguirán pasando facturas cada vez más elevadas en tanto no modifiquemos los criterios a partir de los cuales se produce el espacio urbano, pero también el no urbano”, aseveran los científicos que integran la REDCiC.
Mongabay Latam conversó con Gian Carlo Delgado, investigador titular del Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) e integrante del comité ejecutivo de la REDCiC sobre las acciones que debería tomar el país luego del huracán Otis y de frente a fenómenos climáticos cada vez más intensos.
—¿Por qué deciden crear la Red Mexicana de Científicos(as) por el Clima?
—En los países desarrollados, sobre todo, en Estados Unidos, Alemania e incluso en Brasil, hay redes de académicos expertos en clima que se constituyeron desde hace algún tiempo. Son espacios útiles, si uno piensa a escala internacional, para posicionar una agenda común sobre la materia, como el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). Son espacios que pueden llegar a nivel internacional a diferencia de lo que podría hacer un sólo científico o un par de científicos desvinculados a nivel nacional.
En la escala nacional sirve para articular una agenda de investigación común, para articular posicionamientos que puedan informar o guiar procesos de toma de decisiones. Eso está vinculado a cómo se puede ir avanzando y fortaleciendo una ciencia para la política, que es diferente a la ciencia por la ciencia, para generar conocimiento nuevo o la ciencia para la búsqueda de soluciones.
Para eso tenemos que saber qué pasa en lugares y regiones en los que queremos incidir, porque los temas ambientales, incluyendo los climáticos, son temas que tienen concurrencia en los tres órdenes de gobierno, eso significa que se tienen que coordinar como municipios, estados y federación, porque las intervenciones concretas al final aterrizan en un territorio en donde estos gobiernos tienen algún tipo de papel. No es posible incidir a escala local sin saber qué papel tiene el gobierno federal. Para eso sirve la red: para articular esfuerzos, para no sólo informar en la actuación en las regiones, sino también asesorar al gobierno federal para que articulen una postura en negociaciones del clima basada en la ciencia.
—¿Qué acciones realizarán para que las propuestas de los científicos sean tomadas en cuenta en las políticas públicas?
—Estamos trabajando en esto. De entrada, tenemos en arquitectura, un comité ejecutivo que ejecuta la agenda de coordinación de la red, una comisión de periodismo científico y divulgación que permite hacer un trabajo sistemático de incidencia en diversos medios de comunicación, incluyendo redes sociales, para que podamos tener mucho más impacto. Luego hay una comisión que ayuda a los grupos de trabajo —que se están conformando— en temas como ciudades, desastres, agua, salud y temas transversales que incluyen derechos humanos, género, conocimiento local e indígena, territorio, justicia climática, refugiados climáticos, pérdidas y daños, y gobernanza.
Son los temas que nos interesa cubrir. No es sustituir lo que hacemos en los centros de investigación, sino hacerlo de manera colaborativa. La idea es conocernos, conversar, hacer cosas conjuntas y generar información conjunta. Tenemos estos grupos en conformación y tenemos trabajo colegiado.
Para el caso de Otis, tuvimos una conversación entre integrantes de la Red para ver qué pensamos sobre el tema de reconstrucción, las enseñanzas y lo que deberíamos aprender —como académicos, tomadores de decisiones y otros actores— sobre este caso. Luego tuvimos espacios de comités de enlace —que están en conformación— y tenemos uno con gobierno. Tenemos uno de instituciones internacionales, sobre todo, porque inician ciclos de informes internacionales, por ejemplo, el IPCC. Tenemos otro con entidades de educación ya operando y tratamos de tener un acercamiento con el Conahcyt (Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías), y con organizaciones sociales y el sector privado que todavía no construimos.
—¿Cuáles son las reflexiones centrales de los integrantes de la Red acerca de la situación de México, respecto a los efectos del cambio climático?
—Mi postura, aunque estamos todos más o menos en la misma tónica, es que estamos en un momento en que la ventana de oportunidad para revertir los efectos que no tenemos claros, se está cerrando. Lo quiero poner así porque ya tenemos 1.1 grados centígrados de aumento en la temperatura promedio, con respecto a la temperatura preindustrial, y eso supone que ya generamos ciertos impactos irreversibles por ese aumento. Lo que se busca, según el Acuerdo de París, es limitar la temperatura a 1.5, en el mejor de los casos, y un techo máximo de 2 grados centígrados. La ventana se cierra en 10 años, a principios de la próxima década, porque los vamos a rebasar.
Conforme se agudice el problema, se van a generar sinergias con impactos inesperados. El huracán Otis es la primera advertencia de eso. Sabíamos, desde la ciencia y específicamente desde la meteorología, que con el cambio climático, el fenómeno de El Niño se iba a agudizar. Sabíamos que, con aguas más calientes, tendríamos huracanes más intensos y que iban a acelerarse cada vez más rápido. Pero de repente ocurrió que un huracán se aceleró en menos de 12 horas. Que se acelere en poco tiempo no es que fuese desconocido, lo que no tenemos claro o resultó novedoso es que no habíamos tenido un huracán que se acelere así, de categoría 2 a 5 en menos de 12 horas.
Esas son las cosas que, conforme se vaya agudizando el cambio climático, pueden ir emergiendo con impactos cada vez más grandes. No hay presupuesto, infraestructura ni capacidades. La ventana de oportunidades se está cerrando.
—¿Cuáles son las herramientas con las que cuenta el país para prevenir los efectos de huracanes o de otros fenómenos climáticos extremos?
—No sólo en México, sino para todos los países, hay componentes importantes para la prevención de riesgo. Conocimiento del riesgo, servicio técnico de vigilancia y aviso, comunicación y difusión, y respuesta comunitaria. Esos son los cuatro componentes.
Para poder conocer mejor el riesgo, necesitamos tener un buen servicio técnico que nos permita monitorear en tiempo real: radares, más estaciones meteorológicas, un avión cazahuracanes. México no tiene suficientes. Hay algunas mediciones que tiene Pemex (Petróleos Mexicanos) en términos de temperatura del agua, entonces ¿cómo articular las mediciones que hacen Pemex y la Comisión Federal de Electricidad (CFE), y todo este sistema de radares, estaciones meteorológicas y lecturas de aviones, para que fluya y se genere suficiente información en tiempo real?
México tiene seis radares, uno está fuera de servicio —está en mantenimiento— y se supone, según el Banco Mundial, que el país debería tener 30 para dar un buen servicio.
En el tema de avisos, por ejemplo, en Estados Unidos lo que se hace cuando hay riesgos de incendios o huracanes, es que se manda un mensaje a todos los teléfonos celulares en simultáneo, independientemente de la compañía con la que uno cuente. Este servicio de emergencia que hace uso de las redes de telefonía en momentos de esta naturaleza, se puede hacer, no requiere nada nuevo. En el tema de comunicación y difusión se ha hecho un trabajo muy limitado en México y en América Latina en general. Se deben explorar formas mucho más robustas de comunicación y de difusión del riesgo, no sólo en huracanes, sino para distintos fenómenos meteorológicos extremos.
El tema de la respuesta comunitaria es el más importante: hay mucho trabajo con las comunidades, no para educar, sino para trabajar con ellas de manera colaborativa. La gente conoce sus territorios, conoce qué es lo importante para su comunidad y para las familias. Al final de cuentas, son quienes van a sufrir los impactos, pero también los que van a ejecutar buena parte de la respuesta. Esto no libra al gobierno de su responsabilidad, pero al final es la gente la que acaba limpiando, acaba poniendo costales para que no se meta el agua a sus casas o subiendo los muebles a ladrillos. Esa respuesta comunitaria, en lugar de que sea desarticulada, mal planeada y a veces generando efectos indeseables o una mala adaptación, se puede coordinar y trabajar con la gente.
Estos cuatro componentes son las vías para prevenir mejor. Cuando un país tiene una buena política pública de adaptación, pasan los años y no pasa nada. Es decir, llega el huracán y no pasa nada o pasa poco.
—Ha pasado casi un mes desde que el país resintió los efectos del huracán Otis, ¿qué observaciones tiene la Red respecto a lo que dejó en zonas como Acapulco?
—En términos materiales, hay una relación con cómo es que fuimos construyendo esa ciudad en ese lugar. No es la primera vez que ahí llegan los huracanes. Después de Otis, las prácticas, las normas y los códigos constructivos tienen que cambiar, tienen que ser aptas para los lugares no solamente en términos de sus características del clima del día a día, sino también para sus vulnerabilidades de distinta índole, incluyendo las de cambio climático. No pueden ser iguales para todo el país, sino distintas en respuesta a las vulnerabilidades que cada lugar tiene.
Para el caso de Acapulco, para las zonas de costa turística, la que tiene que empezar con esa práctica, es la industria hotelera. Ahora, con Otis, vimos el resultado de construir hoteles de tablaroca. Es muy barato y para los hoteleros les resulta muy rentable, pero eso es generar infraestructura muy vulnerable. Eso tiene que cambiar en la forma en la que se define la política del ordenamiento territorial, cómo se definen los usos del suelo, incluyendo en qué zonas no deberían de construir.
Por ejemplo, se necesitan frentes de playa amplios para tener cierta distancia cuando empieza a subir la marea o viene un fenómeno como un huracán. Se necesita conservar los manglares, que son muy importantes porque tienen una función adaptativa, de mitigación y de protección de biodiversidad al mismo tiempo. Es justo lo que la industria hotelera fue destruyendo.
—¿El huracán Otis marcó un antes y después en la historia de estos fenómenos climáticos? ¿Hay particularidades que, desde la ciencia, les llamen la atención sobre este huracán?
—Sí y no. En la última década se ha estado insistiendo desde la ciencia que estos fenómenos se harían cada vez más agresivos. Ya se visualizaba, no es un parteaguas sobre algo que no imaginábamos, sino un parteaguas en el sentido de que se ha venido avisando que iba pasar y que finalmente pasó. Es una lección tardía de una advertencia temprana. Se advirtió desde hace años que esto se iba a agudizar cada vez más y que los impactos del cambio climático irían adquiriendo características impredecibles. Pero no hacen caso. Todo mundo sigue quemando combustibles fósiles, siguiendo con estos estilos de vida, etcétera, y aquí están los resultados.
Lo que nosotros decimos es que el objeto de estudio está cambiando. Todo lo que pensábamos sobre la velocidad con la que se pueden acelerar los huracanes, que cuando llegan al Pacífico usualmente tienden a degradarse, ese tipo de cosas que teníamos identificadas, están cambiando. Como el objeto de estudio no es el mismo, entonces nuestros modelos se quedan cortos. Que no lo pudiéramos predecir tiene que ver, en gran medida, por falta de información y porque no se cuenta con infraestructura suficiente para eso. Es un reto enorme. Lo que sigue es que, conforme vaya aumentando la temperatura, siempre vamos a estar en un umbral de incertidumbre y desconocimiento porque eso está cambiando. Lo que conocíamos puede, en cualquier momento, ser diferente otra vez.
—¿Por qué la comunidad científica plantea que los efectos de huracanes como Otis “son eventos construidos socialmente”?
—Si un huracán llega en medio de la nada, no se puede decir que fue un desastre. El desastre se da cuando ese fenómeno biofísico, que puede o no ser cada vez más grave, llega a una ciudad costera.
El desastre se produce por malos usos del suelo, por malas prácticas constructivas, por una mala política de prevención. Así se va construyendo este desastre. Todas estas decisiones que se van tomando, se acumulan y cuando llega un fenómeno extremo se combinan y generan el desastre.
El fenómeno no es el culpable. Nosotros tenemos una responsabilidad en que estamos agudizando el fenómeno por el cambio climático. El 100 % de la responsabilidad del desastre es humana. Las decisiones de en dónde nos pusimos a vivir, con qué prácticas, con qué políticas, con qué procesos de toma de decisiones, son humanas.
—En su posicionamiento difundido a finales de octubre, la Red Mexicana de Científicos(as) por el Clima se puso a disposición para participar en la búsqueda de soluciones durante y después del proceso de reconstrucción en la costa de Guerrero, ¿qué soporte puede aportar la comunidad científica en ese sentido?
—Por un lado, se necesita hacer una evaluación sobre cómo está la capacidad de alerta temprana y prevención en muchos planos, desde la infraestructura, radares, estaciones meteorológicas y aviones cazahuracanes. ¿Se requiere un plan de evaluación y de acción para mejorar esa infraestructura? Lo mismo en términos de acciones de prevención, ¿cómo están los atlas de riesgo? ¿Están incorporando los modelos de cambio climático? ¿Se están traduciendo en mapas de vulnerabilidades y en la revisión y actualización de los ordenamientos territoriales a escala local y regional? Lo mismo en términos de si se han implementado medidas elementales como la preparación y difusión de una lista de refugios temporales y permanentes.
Hay mucho que se puede hacer en trabajo conjunto, como en la generación de nuevas normas constructivas para costas, que sí se tiene que hacer de la mano del sector privado, pero hay todo un aporte de la ciencia, sobre todo, de los ingenieros de materiales y de prácticas arquitectónicas y urbanísticas. Lo más importante es que se debe hacer un estudio de esa capacidad de respuesta comunitaria, cómo fue, qué tan sólida fue, cómo se puede fortalecer y mantener en el tiempo.
—¿Cuál es la mayor enseñanza, para la ciencia y para la sociedad, que deja el huracán Otis?
—Es una lección tardía de advertencias tempranas: décadas de informes del IPCC, de miles de artículos sobre cambio climático y sus impactos sociales y económicos, de ciencia explorando alternativas, evaluando proyectos piloto de construcción alternativa en ciertos lugares para ver cómo funciona. Aún así, el avance hacia un escenario más sostenible, resiliente y de cero carbono, es muy lento. Esa es la mayor enseñanza, que no estamos aprendiendo en la arena sociopolítica, en el ámbito de la gobernanza, a escuchar.
La ciencia tiene que reconocer también que hay algo en ese proceso de comunicación, de diálogo y de cogeneración de soluciones que aún falta por mejorar para poder salir de esta situación en la que se hace la advertencia, pero no se escucha y no se traduce en cambios de paradigma lo suficientemente sólidos. Se escucha por unos pero no por otros. Mientras eso no trascienda a más actores que tomen decisiones y que esas decisiones sean cada vez más ambiciosas, no vamos a cambiar la situación de manera radical y eso es lo que necesitamos: un cambio radical frente a una crisis climática cada vez más aguda y con impactos cada vez más graves.
—Se aproxima la COP28, ¿qué debería ocurrir con la participación de México?
—Lo que tiene que ocurrir es que México tome una postura mucho más ambiciosa y proactiva, en la que identifique muy claramente en dónde están las acciones que pueden resultar en mayor impacto en materia de mitigación, por ejemplo. Creo que una de las cosas que urge para México, es la identificación de acciones que permitan la mitigación en espacios urbanos, eso es algo que no se ha evidenciado de manera robusta. ¿Cuál es el papel de las ciudades en la mitigación y cuáles son las acciones que más pueden ofrecer resultados y en qué plazos?
En materia de adaptación, se tiene que hacer lo mismo pero con la cuestión de que México acaba de ser azotado por Otis. Lo que uno esperaría es que llegara con una agenda bastante ambiciosa en términos de alerta temprana, prevención del riesgo, medidas de adaptación e incluso medidas híbridas con la mitigación.
Tendría que empujar también dos temas: el de la justicia climática y, por tanto, el pago por daños y compensaciones; y por otro, empujar el tema de mayor financiamiento para los países no anexos.
*Imagen principal:La población de Acapulco y sus alrededores quedó incomunicada por horas, ante el deslave de carreteras, nula telefonía y energía eléctrica. Foto: Óscar Guerrero / Amapola Periodismo
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