- Los morichales son una comunidad vegetal en la que predomina la palma de moriche (Mauritia Flexuosa). Este ecosistema de la Orinoquía colombiana se está deteriorando por los monocultivos y la ganadería extensiva.
- Esta palma es considerada por algunos especialistas como semiacuática. Sin embargo, los grandes cultivos de arroz y palma de aceite podrían estar alterando sus aguas y la vida que hay en ellas.
- La ausencia de palmas jóvenes es una de las preocupaciones de los expertos. Hay bosques de moriche en los que solo hay presencia de morichales adultos.
Cuando era niña y aún en su adolescencia, Soledad Berroteran necesitaba de toda su osadía para adentrarse en los bosques de moriche. “Usted no podía entrar a los morichales, era un lugar oscuro en el que la espesura no dejaba ver nada a un metro de distancia y además, eran zonas muy extensas. Estoy hablando de hace unos 40 o 50 años atrás”, cuenta esta mujer campesina oriunda del municipio de Paz de Ariporo, en el departamento de Casanare en Colombia, y vecina de uno de los últimos morichales con mayor extensión de esta región colombiana.
Los bosques de moriche son representativos de los Llanos Orientales colombo venezolanos. En algún tiempo se caracterizaban por una vegetación supremamente diversa en la que predominaba la palma de moriche (Mauritia flexuosa) con sus casi 35 metros de altura. La imponencia de esta planta, las aguas cristalinas y el sonido de las aves son las primeras imágenes y sonidos que vienen a la mente de Berroteran cuando recuerda estos bosques.
En Colombia, a los bosques de moriche aún se les encuentra en las sabanas de la Orinoquía, un territorio con una extensión de más de 17 millones de hectáreas que comprende los departamentos de Arauca, Casanare, Meta y Vichada. Cada extensión de moriche es una especie de isla en esas sábanas inundables que conforman casi el 12,5 % de la cuenca del Orinoco.
Hoy el paisaje es muy diferente a ese que recuerda Soledad Berroteran. En los últimos años, la ganadería y los monocultivos han degradado esa espesura. A sus daños se suma la baja renovación generacional de las palmas de moriche: los fuertes vientos tumban las palmas más viejas y hay pocos individuos jóvenes que las reemplacen.
“Es completamente aterrador cómo se está agotando el moriche. En este momento se están acabando. No hay, el paisaje es muy diferente a lo que se veía antes. Y lo más aterrador es que no se ven casi palmas pequeñas. Si miramos en los próximos diez o veinte años, no vamos a tener un solo moriche”, enfatiza Berroteran.
Aunque su voz es pesimista, aún guarda esperanza y por eso le apuesta a estar del lado de la conservación. Berroteran formó parte de un grupo que, junto a 25 familias de la vereda El Desierto, participó de un programa para proteger 4650 hectáreas de morichales. En sus palabras, fue un proceso lento y difícil, pero que les permitió conocer la importancia de este ecosistema y concientizarse sobre el valor que tiene para los animales y el planeta.
Un bosque semiacuático en los Llanos Orientales
Los morichales son una agrupación vegetal en la que predomina la palma de moriche, es decir, es un bosque que tiene un porcentaje mayor de esta planta, pero en el que también se encuentran otras especies vegetales. Su distribución va desde los Llanos Orientales hasta la Amazonía, donde se conoce como cananguchal (en el lado colombo venezolano), buriti (Brasil), aguaje o achual (Perú), morete (Ecuador), e incluso se extiende hasta los territorios de la Guyana, la Guayana Francesa y Surinam.
Sin embargo, lo que define el morichal son sus características paisajísticas y su ubicación biogeográfica. Por lo que aparte de su geología, aspectos como el clima son esenciales para su definición.
En los Llanos Orientales existe una época de lluvias y una época de sequías que son claves para su funcionamiento. Están encharcados la mayor parte del tiempo, por lo que su hidrología tiene un papel esencial. Sus aguas son muy ácidas y con una conductividad muy baja, eso les confiere una fragilidad importante y los diferencia de otros ecosistemas.
“Generalmente los ecólogos ven al morichal como una formación terrestre, una asociación vegetal, que depende ocasionalmente del agua, pero para mí es un ecosistema acuático. Eso es muy interesante porque en ese gran sistema, yo defino dos subsistemas: uno terrestre que es donde están las plantas terrestres y un subsistema acuático que está totalmente lleno de agua. Ambos tienen una interrelación muy clara y son vitales para su funcionamiento”, explica Carlos Andrés Lasso, investigador del Centro de Colecciones y Gestión de Especies del Instituto Humboldt y uno de los editores del libro Morichales y cananguchales de la Orinoquía y Amazonía: Colombia y Venezuela.
En la parte terrestre, estos bosques son un refugio para aves, mamíferos y reptiles. Sus arbustos son el hogar de la danta (Tapirus terrestris), venados (Odocoileus virginianus), picure (Dasyprocta fuliginosa), lapas (Agouti paca), monos (Cebus apella y Alouata seniculu), babillas (Caiman crocodilus), chigüiros (Hydrochaeris hydrochaeris), e incluso el jaguar (Panthera onca). Los Llanos Orientales también son un corredor esencial para algunas aves migratorias que encuentran en los morichales un sitio de paso o estancia.
En la época en que duró el proyecto en la vereda El Desierto, en la finca de Berroteran instalaron cámaras trampa que les permitieron identificar, por primera vez, la presencia de ciertas especies como nutrias gigantes (pteronura brasiliensis), canaguaros (Leopardus wiedii) y osos meleros (Tamandua tetradactyla) que seguramente se mueven también por los morichales. En parte, eso hizo que los campesinos se hicieran el propósito de cuidar algunos ecosistemas cercanos.
Por otro lado, el fruto del moriche es la fuente de alimento para todas esas especies. Su semilla de color rojo oscuro mide entre tres y cinco centímetros; al comerla —algunos la mordisquean, mientras otros la tragan— los animales se encargan de dispersarla, un proceso que resulta esencial en el ciclo de vida de los morichales.
A su vez, la palma y su fruto prestan servicios ecosistémicos a las poblaciones locales. Con las palmas se construye el techo de algunas viviendas y se obtienen fibras para la creación de artesanías como chinchorros (una hamaca pequeña), manillas (elemento de decoración que se usa en las muñecas o tobillos) o bolsos, y de su fruto también se realiza una serie de productos como mermeladas y jugos que forman parte de la gastronomía de la región, por lo que el moriche es indispensable para la economía local.
En el subsistema acuático, el grupo dominante son los peces. Todos ellos dependen del morichal, en especial especies como las cachamas (Colossoma macropomum) o palometas (Pygocentrus palometa) que tienen una dentición para romper el fruto. Aunque también hay macro invertebrados como caracoles (Helicidae), cangrejos (Brachyura) y camarones (Penaeiidea, Sergestoidea y Caridea). Además, existen plantas acuáticas que son indicadoras del estado de estos bosques.
“Los morichales como ecosistema son un humedal y esto redobla su valor. Si nos fijamos, no tienen una distribución aleatoria en el norte de Suramérica. En el caso de Colombia y Venezuela, que es donde hay una mayor interrelación, podemos decir que son islas biogeográficas. Lo que garantiza las condiciones de supervivencia y refugio de las especies. Y esto es muy importante en la temporada seca o en la época de mínimas precipitaciones”, apunta Lasso.
Además, el investigador del Instituto Humboldt agrega que los morichales tienen disponibilidad de agua en el nivel freático durante todo el año, es decir que pueden acceder a las aguas subterráneas. “Todo eso le da unas condiciones, entre comillas, de una cierta estabilidad ambiental, por lo que si deja de llover en un sitio, el morichal sigue teniendo agua porque sus raíces están muy cerca de ese nivel. Esto garantiza que haya ese equilibrio hidrológico”.
En este sentido, una de las más grandes funciones de los morichales es servir como reservorio de agua en época de sequía y proteger el recurso hídrico de los llanos. “Estos mantienen la calidad y la cantidad de agua subterránea y superficial, sostienen la biodiversidad y protegen del fuego a las sabanas. Sin embargo, las quemas recurrentes, la extracción del petróleo en pozos antiguos que demanda ingentes cantidades de agua, los monocultivos y la ganadería exigen los recursos de estos acuíferos y alteran el equilibrio natural, no solo de los morichales, sino de todos los sistemas que son interdependientes”, explica Anabel Rial, investigadora, especialista en la cuenca del Orinoco y una de las editoras del libro Morichales y cananguchales de la Orinoquía y Amazonía: Colombia y Venezuela.
Un ecosistema que no crece y se quema
Los Llanos Orientales son una región tradicionalmente ganadera. Según la Encuesta Nacional Agropecuaria, para 2020 Colombia tenía poco más de 28 millones de cabezas de ganado, y entre los cinco territorios con más actividad ganadera se encontraban Meta y Casanare.
“Los finqueros todavía creen en esa ganadería tradicional, y no estoy diciendo que esta sea mala. Hay estrategias de ganadería sostenible en áreas pequeñas. Sin embargo, cuando son predios muy grandes talan los morichales para tener una mayor siembra de gasto y más ganado. Además, queman los pastos y la mayoría de ellos se encuentran en las sabanas nativas donde también están los morichales. Al quemarlos para que se regeneren, en ocasiones se pierde el control y lastimosamente llegan a los bosques de moriche”, afirma Nicolás Fonseca, ingeniero forestal y quien ha trabajado en programas de conservación de bosques con la Fundación Orinoquía Biodiversa, Fundación Natura y Fundación La Palmita en los Llanos Orientales.
Francisco Castro Lima, ingeniero agrónomo, botánico e investigador sobre las estrategias para controlar el fuego en las plantas de la Orinoquia, las quemas no son la principal amenaza para este ecosistema. “Las sabanas se han quemado durante más de 10 000 años, por ende el moriche es una especie adaptada al fuego. Obviamente si se queman más de dos veces al año, existe una probabilidad de que haya daño, en especial en las plantas pequeñas, los moriches grandes toleran el fuego. La verdadera amenaza de los morichales son los monocultivos, la ganadería y la extracción petrolera. Estos factores son más deteriorantes que cualquier incendio”.
En el caso de la ganadería, el aumento del ganado perjudica el crecimiento de los morichales. Muchos de estos animales pastan sin el cuidado de sus dueños, por lo que ingresan a los bosques y consumen descontroladamente sus frutos y las palmas que apenas están creciendo. Eso significa que hay lugares donde solo hay palmas adultas.
“Otra amenaza muy importante es la presencia de especies introducidas, como los cerdos domésticos (Sus scrofa) y los búfalos (Bubalus bubalis), que se vuelven ferales, es decir se van para el monte y se vuelven salvajes. Estos comienzan a comerse los morichales e incluso alteran toda la química del agua y remueven el suelo y los sedimentos”, dice Carlos Andrés Lasso.
El bosque que se seca
La Orinoquía es conocida como la gran despensa agrícola de Colombia. Los Llanos Orientales albergan grandes cantidades de monocultivos, en especial de arroz y palma africana. Por ejemplo, en el primer semestre de 2023, en los municipios de Casanare y Meta se sembraron 255 975 hectáreas de arroz, más de la mitad de las cosechas a nivel nacional, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística, Dane.
“El problema es que estos dos alimentos necesitan una gran cantidad de agua. Entonces lo que hacen algunos arroceros es tomar este recurso de los morichales porque les favorece para sus cultivos. Sin embargo, esto solo le va a durar unos cinco o seis años, porque después se pierde esa captación del agua y se destruye el ecosistema”, afirma Fonseca.
Una de las grandes problemáticas con esa pérdida del agua son los incendios que también se pueden generar por las sequías. Cuando comienzan las altas temperaturas, aumenta la sensación térmica y se pueden producir incendios que son más difíciles de controlar por la falta de agua.
Además, para estos grandes cultivos, alerta Castro Lima, “se tumban las palmas y se cultiva donde estaba el morichal, porque esa parte está inundada. Lo más preocupante es la cantidad de químicos que le echan, por ejemplo, para el arroz son más de diez agroquímicos que luego van a las fuentes de agua, los caños y los ríos. El daño que le están haciendo al ecosistema es muy grave. El suelo se compacta y se muere la flora microbiana, por lo que el suelo queda muerto”.
Lasso también advierte sobre la potencial amenaza que son los monocultivos para los morichales. “Hay un elemento que yo siempre he alertado y es que se olvidan que los suelos de esta región son muy ácidos para los cultivos y la solución es subir su pH. Para hacerlo se debe echar cal y esto es peligrosísimo porque cuando vengan las primeras precipitaciones, toda la lluvia se va al agua: a los ríos, aguas claras y negras. En ese sentido, a los morichales en Guainía, Vichada, Casanare, Arauca y Meta les va a cambiar el pH y esto va a traer probablemente una mortandad de muchos animales acuáticos”.
La biodiversidad que se desconoce
Una de las grandes amenazas para los morichales es el desconocimiento. En la actualidad, no se sabe con seguridad cuántas hectáreas de morichales hay en los Llanos Orientales ni su nivel de amenaza. La evidencia de su deterioro salta a la vista de los habitantes de más edad y de los investigadores durante su trabajo de campo.
“No hay un porcentaje claro, debido a que los Llanos Orientales son tierras muy extensas, por ejemplo, visitar a un morichal muy bien conservado desde Yopal son aproximadamente casi 12 o 15 horas para llegar a ellos. Hay pedazos buenos para andar, el resto es pura trocha. Pero si se ha disminuido bastante, me puedo arriesgar a decir que entre un 10 % y un 15 % de disminución han tenido por las afectaciones de la ganadería extensiva y los monocultivos”, afirma el ingeniero forestal.
Para Francisco Castro Lima, la cifra puede ser más alta. “Diría que solo por el efecto de la ganadería el deterioro puede ser del 40 %, pero se puede revertir fácilmente si se aplican correctivos, diferente a lo que sucede con las afectaciones que producen los cultivos de palma africana y arroz”.
Proteger la biodiversidad de las sabanas
La conservación de los morichales es una tarea ardua, puesto que se debe crear un plan según el lugar donde se encuentre. No todos están comprometidos con la conservación, como Soledad Berroteran y las 24 familias que son sus vecinas. Por eso, en los departamentos de Arauca, Vichada, Casanare y Meta manejan diferentes estrategias de conservación, pues sus suelos y climas varían, incluso entre sus municipios.
“En general, lo primero que se hace es talleres con niños y jóvenes para que desde ya reconozcan la importancia de los ecosistemas y contribuyan con acciones como no matar las aves que llegan. Luego, continuamos con los adultos. Al principio son muy celosos, tienen miedo de que les vayamos a quitar el predio porque no tienen los papeles. Entonces es ganarse su confianza. Esto no es de cinco días, un mes, tres meses, es de años haciendo talleres”, explica Nicolás Fonseca, quien ha trabajado con distintos proyectos de conservación, entre ellos bosques de moriches.
Diferentes fundaciones han trabajado de la mano con la comunidad para enseñarles a recoger, sembrar y cultivar los morichales. Además, de explicarles la importancia de estos ecosistemas y el cómo realizar actividades como la ganadería y la agricultura de manera que no los perjudiquen.
Este es el programa en el que participó Soledad Berroteran, el de conservación de los morichales de Paz de Ariporo, programa desarrollado por la Fundación Orinoquia Biodiversa y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés).
“Nosotros dividimos la sabana, y en este momento solamente se está utilizando la mitad, la otra se dejó en conservación. Si teníamos 100 hectáreas, 50 se dejaron para la protección de los morichales. Encerramos las áreas para que el ganado no entrara y este año sembramos unas 500 palmas. Ha sido un proceso difícil, no todos nuestros vecinos están en el programa, unos no le vieron la importancia, pero los que estamos hemos seguido sembrando, no mucho, pero sí bien conservado”, explica Berroteran.
Otra de las dificultades es la complejidad para cultivar los morichales. Estas palmas tardan alrededor de siete y ocho años en alcanzar los dos metros. En ese periodo de tiempo siguen siendo vulnerables, por lo que se debe cercar toda el área impidiendo que cualquier animal se alimente de ella.
Uno de los grandes avances que Fonseca ha podido evidenciar con las comunidades es el interés que se despierta al saber todo el proceso que hay detrás de los morichales. Al conocer más sobre ellos, comienzan a unirse y ver los beneficios de protegerlos.
“Hay tanta biodiversidad ahí, uno se acostumbra a vivir con las cosas, pero no conoce realmente lo que hay detrás. Eso fue realmente lo que nos llamó la atención y estamos muy comprometidos con esa parte de seguir conservando, porque al final toda esa diversidad que vemos si no están los morichales se puede ir”, dice Berroteran.
* Imagen principal: Palmas de moriche en los llanos inundables del departamento de Casanare, en Colombia. Foto: Felipe Villegas, Instituto Humboldt.
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