- A pricipios de la década del 2000, el gobierno brasileño creó una estación ecológica de 3.4 millones de hectáreas (13 000 millas cuadradas), la Estaçāo Ecológica da Terra do Meio (EsecTM), a lo largo del río Iriri en la Amazonía.
- Los colonos y los beiraderos (los ribereños) que ya viven a lo largo de la costa del río no forman parte del plan. Así que el gobierno quiere expulsaros, aunque estas personas viven de manera sostenible y en armonía con la tierra.
- Si los científicos investigaran las costumbres de los colonos y los beiraderos, descubrirían elementos dentro de sus estilos de vida simples que podrían ayudar no solo a las personas que viven en la Amazonía, sino también a agricultores tropicales alrededor del mundo.
- Por ejemplo, el equipo científico estaba fascinado con la terra preta, tierra negra y fértil colocada por indígenas hace mucho tiempo. Se mantiene fértil, sin fertilización, una característica valorada en donde la mayoría de los suelos tropicales son delgados e infértiles.
Partimos del pueblo indígena de Tukaya a la mañana temprano, y más tarde ese mismo día llegamos a nuestro destino final: la ESEC-TM (Terra do Meio Ecological Station), que habíamos venido a estudiar. Nuestro foco eran las personas que se asentaron allí antes de que la reserva se creara, personas a las que el gobierno pedía que se fueran.
Llegamos primero a la casa de José Alves Gomes de Silva (conocido universalmente como Zé Boi). Él y su esposa, Cleonice Neves da Silva, nos dieron una cálida bienvenida, cocinaron sartenes enormes de pescado frito con harina de mandioca acompañado con arroz. Zé Boi, famoso por conocer el río Iriri como la palma de su mano, iba a ser nuestro piloto y guía la mayoría del resto de nuestro viaje río arriba y por el bosque.
Nacido en la región, Zé Boi y su esposa son analfabetos y han luchado mucho para asegurarse de que sus hijos no enfrenten el mismo destino, a pesar de la falta de escuelas a lo largo del río. Es una tarea importante, considerando que tuvieron 16 hijos y solo uno murió cuando era niño.
Hace once años, enviaron a una de sus hijas mayores, Francisca (Chica), a Altamira, una ciudad de más de 100 000 habitantes, para cuidar a sus hermanas menores mientras iban a la escuela. Pero siempre extrañó su hogar. Su padre le escribía, dictándole las cartas a un vecino. Cuando Chica volvió, se casó con un lugareño que la había estado esperando y tuvieron tres hijos.
“¡Es suficiente!”, dijo decidida. “No vamos a tener más.”
Ahora que la esterilización está disponible en Brasil, la mayoría de las mujeres jóvenes en esta parte de la Amazonía han tomado la misma decisión. Muy pocos de los hijos de Zé Boi quieren la vida de su madre de embarazos de dos dígitos.
La familia de Zé Boi tiene una paca (Agouti paca) domesticada, un roedor amazónico grande al que extrajeron del útero de su madre muerta y criaron utilizando un biberón. Como a la mayoría de las familias, les encanta la carne de paca pero se encariñaron con esta pequeña mascota. Cuando se vuelva adulta, dicen, desaparecerá en el bosque. Aunque la paca duerme durante el día en una caja especialmente hecha para ella, recorre felizmente la habitación en las tardes, a menudo restregando el tobillo de Zé Boi.
La vida en la Amazonía salvaje
Como la mayoría de los lugareños, la familia de Zé Boi tiene varios perros raquíticos. Una noche mientras estaba allí, me desperté conmocionado por sus fuertes ladridos. La mañana siguiente le pregunté a Zé Boi por qué tanto escándalo: “Una piara de jabalíes pasó por atrás de la casa”, respondió.
¿Cómo lo sabía? “Los perros tienen un ladrido diferente para cada animal”, respondió, demostrando el tipo de conocimiento íntimo que él y otras familias tienen del bosque y otras criaturas que viven allí.
La vida cotidiana en el Iriri, en el corazón de la Amazonía, puede ser alterada por cosas mucho peores que perros. Zé Boi relata los encuentros aterradores que su familia y otras familias han tenido con los indios Kayapó a lo largo del siglo pasado.
Los hermanos de Zé Boi y su padre estaban recolectando açaí (una baya tropical) una vez cuando los indios Kayapó llegaron a su choza. Los guerreros mataron a su abuela y a uno de sus hijos, y se llevaron cautiva a Isaura, de ocho años. Nunca la recuperaron. Años después, el padre de Zé Boi se reencontró con Isaura: integrada por completo en la sociedad indígena. Se había casado y tenía cinco hijos Kayapó. No se habló de su regreso a la sociedad “blanca”.
Este no es el único problema que la familia ha experimentado a lo largo de los años. Como otros, soportaron amenazas violentas de los grileiros (ladrones de tierras) en los noventa.
“Convertir esta área en estación ecológica fue lo que nos salvó”, explicó Zé Boi. “Ahora tenemos conflictos con la ICMBio [las autoridades conservacionistas federales] y ahora nos dicen que nos tenemos que ir [por la creación de la reserva], pero nos trajeron una verdadera bendición al librarse de los grileiros”.
Nueces de Brasil
Mientras me quedé con Zé Boi y su familia, otros dos biólogos de nuestro equipo y yo nos sumamos a una visita a su castanhal, el área en donde recolecta nueces de Brasil. Un viaje corto en bote y una caminata de una hora por el bosque, acompañados del sonido de los pájaros, insectos y monos que se veían de vez en cuando, nos llevaron allí. En el camino, Zé Boi nos señalaba los árboles y nos decía sus nombres, mientras nos contaba acerca de sus usos, a menudo como cura para males comunes.
Noté que a algunos árboles les faltaba parte de la corteza. Zé Boi nos contó que era obra de los tapires. El biólogo Ricardo Scoles, que se sumó a la clase de historia natural, nos explicó que los animales “necesitan sal y sus estómagos están adaptados para absorber corteza”, de manera similar a los puercoespines de Norteamérica.
Cuando llegamos al castanhal, descubrimos que muchos ouriços (cáscara leñosa, cada una del tamaño de una pequeña pelota de playa, pero mucho más duras) se habían caído al suelo. Zé Boi nos adviritió que había muchas más todavía colgando del árbol muy por encima de nosotros.
“Prestaré atención al tiempo”, dijo. “Caen sobre todo cuando hay un aguacero fuerte y luego sale el sol”. Zé Boi tiene razón en ser cuidadoso: muchos lugareños se han lastimado por la caída de un ouriço en la cabeza.
Tuvimos particular cuidado cerca de un árbol grande con muchas ramas llamado milouriços (1000 ouriços). “¿Puede soportar realmente esa cantidad de ouriços en una sola cosecha?” Pregunté. “No todos los años”, respondió Zé Boi. “Y creo que este año será pobre, pero a menudo tiene más”. Bastante increíble ver un árbol tan prolífico.
Zé Boi señaló un agujero prolijo hecho en algunos ouriços del suelo. “Fue un agutí el que hizo eso”, explicó. “Ningún otro animal tiene dientes tan filosos”.
Cuando le pregunté si tenía miedo de que los agutís dañaran la cosecha, negó con la cabeza. “Siempre esperamos hasta que el río se eleva un poco más, así podemos llevar nuestro bote por un arroyo y acercarnos al castanhal“, explicó. “Los agutís toman lo que necesitan primero y nosotros tomamos el resto. Hay suficiente para todos”.
Ricardo explicó que, cuando los agutís se llenan, hacen hoyos y entierran las nueces que quedan para comer después. Pero, como las ardillas, a menudo olvidan en dónde las enterraron, por lo que ayudan a esparcir los árboles.
“Los humanos también fueron responsables”, añadió. “Todavía no sabemos hasta qué punto influyó el hombre en la distribución de árboles y otras plantas útiles [en la Amazonía], aunque estamos seguros de que también fueron responsables. Hay un enérgico debate sobre este tema entre biólogos, antropólogos y arqueólogos”.
Esta interacción a largo plazo entre el bosque y las personas tira abajo la afirmación ingeniosa hecha en los setenta por el gobierno militar de que la Amazonía era “una tierra sin hombres” que necesitaba ser colonizada por citadinos brasileños acaudalados que buscaban obtener beneficios del ganado, la tala y la minería.
¿Obligados a dejar la tierra que aman?
Hace unos días visitamos los hogares de algunos colonos . Eran campesinos de varias partes de Brasil y empezaron a emigrar hacia el valle del río Iriri en los noventa. En este caso particular, los habitantes habían ocupado parcelas de tierra al costado de una ruta que iba del río Iriri a una mina de casiterita (estaño), manejada por la compañía minera Canopus, una subsidiaria de Rhodia, un fabricante multinacional de químicos.
Cuando el gobierno brasileño estableció oficialmente la estación ecológica de 3. 4 millones de hectáreas (13 000 millas cuadradas), conocida como Estaçāo Ecológica da Terra do Meio (EsecTM) a principios de la década del 2000, implementaron una medida severa sobre la deforestación ilegal perpretada por hacendados y agricultores a gran escala y ladrones de tierras dentro de la reserva.
Los representantes de 60 colonos contactaron a ICMBio, la oficina ambiental, para defender su caso. Relataron cómo habían ocupado la tierra de buena fe, mucho antes de que existiera la estación ecológica. Estaban dispuestos a dejar la unidad conservacionista, dijeron, con la condición de que se les diera tierra igual de productiva y fueran reubicados juntos (para poder mantener las redes comunitarias de ayuda mutua que establecieron). ICMBio no ha ofrecido hasta ahora tierra alternativa, así que se quedaron, a pesar de que están afligidos por la incertidumbre.
Los colonos que conocimos vivían todos en la costa del río Iriri y eran mayormente hombres solteros de entre 60 y 70 años. Aunque la mayoría tuvo vidas ajetreadas, mudándose constantemente, dejando atrás esposas e hijos, parecían lo suficientemente felices. Uno de ellos, José Carlos Alves de Souza, de 62 años, nos mostró su tierra, en donde están sus cultivos (maíz, mandioca, cacao y más). También ha plantado árboles de nuez incluyendo vástagos de nuez de Brasil, a pesar de que sabe que no vivirá lo suficiente para recolectar las nueces.
Este año visitará un lugar raro en el bosque en donde todavía se encuentran árboles de caoba para recolectar semillas. Los plantará en su parcela. “No podemos dejar que estos árboles se mueran”, dijo.
El almuerzo que nos ofreció en su cocina impecable era delicioso: choclo, arroz cocinado con calabaza (¡estupendo!), judías y carne de un jabalí que cazó el mismo y cocinó en un guiso. Nunca se casó, pero tiene hijos en otro estado de brasil, con quienes mantiene contacto esporádico. Como los otros colonos su preocupación principal hoy es que puede ser echado sin compensación.
Los colonos se consideran diferentes de los beiradeiros (los ribereños) porque se consideran fundamentalmente agricultores: “Mi corazón le pertenece a mis cultivos” es como lo expresó uno de ellos.
Ellos tampoco tienen el mismo apego extremo a este particular valle fluvial como los beiradeiros. Pero, como también admiten, sus vidas son muy similares en muchos aspectos a las de los beiradeiros. Los colonos viven con los ritmos y patrones de la naturaleza en la Amazonía: comen pescado casi todos los días, por ejemplo. “El río es mi refrigerador”, dijo uno. Y muchos recolectan nueces de Brasil.
Después de irnos de la región, algunos colonos enviaron una carta a ICMBio. En la carta pidieron que se hiciera un estudio sobre su estilo de vida similar al que estábamos haciendo sobre el estilo de vida de los beiradeiros. La idea: mostrar que los colonos también viven de manera sostenible y producen poco impacto en la integridad ecológica de la ESEC-TM que ahora los rodea, en la que se les debería permitir quedarse. De hecho, puede que estos ribereños estén aumentando el valor de la naturaleza para ellos mismos y posiblemente para la humanidad.
Tanto los colonos como los beiradeiros conocen el valor de la terra preta, la increíblemente fértil pero misteriosa tierra negra que se encuentra en áreas a lo largo del río, y muchas familias han elegido construir su hogar y y cultivar en ese suelo.
Las comunidades indígenas produjeron este suelo rico mucho tiempo atrás, pero nadie sabe bien cuándo o cómo, y nuestro equipo de investigadores a menudo se tropezó con evidencia arqueológica de esa presencia: fragmentos de cerámica, cabezas de hachas y otros desechos.
A diferencia del suelo arenoso debajo de la mayoría del bosque, la terra preta es extremadamente productiva y, notablemente, se conservó así. No importa que se cultive, retiene su fertilidad: a pesar de que no se hace nada para rellenarla.
Es un fenómeno que vale la pena estudiar. Descubrir sus secretos podría beneficiar potencialmente a los cultivos de selva tropical por todo el Amazonas e incluso a los de los trópicos, en donde el agotamiento de los nutrientes del suelo sigue siendo un serio problema económico.
Esta es otra razón válida para permitir que estos ribereños sigan viviendo dentro de la estación ecológica. Como los indígenas que vivieron allí antes que ellos, los colonos y los beiradeiros parecen ser una parte integral de su ecosistema: son custodios de la tierra que aman