- ¿Por qué el área protegida es invadida frecuentemente por cazadores y taladores ilegales?
- ¿Qué biodiversidad está en peligro?
Bosque seco no es sinónimo de bosque muerto. Atravesar uno es encontrarse con tres geografías distintas: llano, quebrada y vertiente rocosa. Estos escenarios serpentean entre arbustos, árboles inmensos, pequeñas subidas, bajadas y el canto alborotado de aves. En el mundo es uno de los ecosistemas más amenazados, teniendo a Latinoamérica y el Caribe como los únicos lugares de concentración.
De acuerdo con un estudio promovido en 2016 por la Red Florística Latinoamericana del Bosque Tropical Estacionalmente Seco (DRYFLOR), queda menos del 10% de la extensión original en algunos países. El deterioro sigue en carrera.
Con la idea de frenar los constantes abusos a estos espacios, la Dirección Nacional Forestal del Ministerio de Ambiente (MAE) ha clasificado a 237 sitios como “Bosques y Vegetación Protectores” a nivel nacional. Esta categoría se encuentra definida en el Texto Unificado de la Legislación Secundaria de Medio Ambiente: “Son Bosques y Vegetación Protectores aquellas formaciones vegetales, naturales o cultivadas, arbóreas (…)de dominio público o privado que estén localizadas en áreas de topografía accidentada (…) Sus funciones son las de conservar el agua, el suelo, la flora y la fauna silvestre”.
Este tipo de hábitat se puede encontrar en las provincias de Manabí, Los Ríos, El Oro, Loja y Guayas. En la capital de esta última provincia, Guayaquil, solo subsisten siete bosques secos y Cerro Blanco encabeza la lista por ser el más vasto.
Perfecto Yagual recorre estos terrenos desde que eran parte de una hacienda ganadera en 1958. Por ese entonces él hacía las veces de administrador. Con los años el pasto se reemplazó por grandes árboles, se asentó allí la Fundación Pro-Bosque como parte de una alianza entre empresas privadas y su cargo evolucionó a jefe de guardabosques.
De los recorridos que suele hacer, hay una anécdota que permanece intacta: “Hace unos cuatro años estábamos en un proyecto de reubicación del centro de visitantes; en eso yo me encontré con unos cazadores, tenían al venado ya desnudito -pelado- y guindando de un árbol”.
Fue por ayuda, buscó personas que registren con fotos lo que había visto, pero nadie estaba dispuesto a mirar de cerca la escena. “Llamé a la oficina y también a la policía y los cogimos”, asegura Yagual.
Este tipo de situaciones, siguen presentándose. Fundación Pro-Bosque tiene sus oficinas dentro de Cerro Blanco, una garita con guardia al ingreso y dos casetas en los flancos más vulnerables y a pesar de eso, los invasores y cazadores burlan la vigilancia. Los aliados que tienen, pese a lo distantes, son los técnicos del Ministerio de Ambiente (MAE) y los policías en ciertos casos.
Si en 1989 no se hubiese hecho la petición de que se declaren 2075 hectáreas como bosque protector, Cerro Blanco sería impensable. Es más, actualmente se hablaría de cómo el crecimiento inmobiliario acabó con uno de los relictos de bosque seco, y no se podría observar cómo ese espacio natural se aviva de forma sorprendente cada invierno.
Pero ese terreno se recuperó y entró a ser parte del 42,9 % de bosques protectores gestionados por actores privados. Desde entonces, el camino recorrido para mantenerse ha tenido buenos momentos asociados a su conservación, pero también instantes en que este ecosistema ha estado en peligro.
Si se habla en cifras, suena muy bien que Cerro Blanco haya logrado expandirse a 6078 hectáreas y que, entre los reconocimientos recibidos, conste el premio Latinoamérica Verde 2016 en la categoría bosque y flora. Pero estos logros no han sido sencillos, sobre todo cuando a lo largo de su frondosa vegetación se esconde más de una amenaza. Y es que su ubicación geográfica y los recursos naturales que preserva lo han vuelto atractivo principalmente para algunos negocios poco sostenibles.
Un imán para cultivos, caza y tala
Cerro Blanco se encuentra en el Km 16 de la Vía a la Costa. Aquí, las zonas verdes han quedado rezagadas para los parterres y plantas ornamentales de urbanizaciones y centros comerciales: Palmeras, árboles pequeños y explanadas de estacionamientos, son usuales.
El cartel que anuncia el bosque apenas se distingue entre la vegetación que sus paredes encierra. Es una ’zona franca’ donde el disfrute es la naturaleza. Para ser exactos, este bosque es de las pocas conexiones que le resta a Guayaquil con la Cordillera Chongón Colonche, que a atraviesa tres provincias recorriendo 95 Km de la costa ecuatoriana y formando un cinturón de bosques secos.
En definitiva, el potencial ambiental de Cerro Blanco es alto, pero sus riesgos también. Además de convivir con la expansión citadina, riñe lindero a lindero con la extracción de materiales: otro negocio bastante rentable en los alrededores. Es decir, este trecho de selva vive en medio de un boom económico.
A inicios de 2017 una cantera traspasó los límites del bosque protector y se inició una querella. Los involucrados fueron Fundación Pro-Bosque, creada entre actores privados para administrar Cerro Blanco, y el yacimiento de roca caliza Evadriana VI. El conflicto lo resolvió el MAE, que al tratarse de áreas particulares interviene desde lo legal y técnico. El alcance de esta irrupción fue de 20 000 metros cuadrados según la Agencia de Regulación y Control Minero (ARCOM). Finalmente, la cantera fue suspendida.
Pero meses antes, tuvieron que lidiar con otro amenaza. A finales de 2016, el problema lo desató Casas Viejas, una comuna de cerca de 300 viviendas que colinda con el bosque y que reclamaban hasta cinco hectáreas del lugar; luego, ese mismo año, a un hombre se le ocurrió lotizar parte del territorio de Cerro Blanco, repartirlo a agricultores y dejar que éstos introduzcan cultivos de maíz. Todos los intentos fueron interrumpidos en primera instancia por los guardabosques y después, con registros del MAE o la Policía Ambiental para crear precedentes.
De este último episodio la Unidad de Protección del Medio Ambiente (UPMA) de la Policía Nacional levantó un informe: “Se evidencia especies de flora entre árboles y arbustos talados de diferentes diámetros como: chirigua, compoño, guasmo, beldaco, ceibo, guayacán, amarillo, palo santo, colorado (…) Esta vegetación habría sido talada en días anteriores por personas que presuntamente están limpiando para realizar cultivos, en una extensión de aproximadamente tres hectáreas, las mismas que aparentemente se encuentran dentro del bosque protector Cerro Blanco”.
Los sectores del bosque que suelen ser vulnerados escapan a la vista del turista común, ya sea por el espesor de la vegetación o por la lejanía de sus fronteras. Considerando que al norte se localizan propiedades privadas y el Bosque Papagayo; al sur se hallan terrenos de Holcim y la Vía a la Costa; al este está el Bosque Protector Prosperina; y al oeste limita con bienes privados y la Cordillera Chongón Colonche.
Cerro Blanco tiene un camino de tierra que conduce hacia un lugar denominado centro de visitantes, donde según la resistencia física se puede escoger entre tres senderos: Buena Vista, Higuerón y Mono Aullador. A medida que se avanza por las rutas elegidas, el caminante se topa con matorrales apiñados y vegetación que se enreda alrededor de una serie de puentes de madera. Al llegar a la llanura, aparte de un espacio de meditación, hay un mirador y desde allí, se observa a un gavilán que revolotea en círculos buscando su presa. La naturaleza es una exhibición sin descanso.
Pero si se redirige la mirada hacia el frente, lo que se advierten son camaroneras, una cantera y una procesadora de balanceados. Se observan a lo lejos, pero le recuerdan al visitante el cerco que rodea al bosque y los riesgos latentes que se desprenden de esa peligrosa conexión con la ciudad.
Paúl Cun es biólogo del área y conoce muy bien cada una de las amenazas, porque participada en las inspecciones. En noviembre de 2016, el Ministerio del Ambiente (MAE) acudió al área para recoger información sobre la incursión de comuneros de Casas Viejas: “Existe afectación a la cobertura vegetal dentro y fuera del área del Bosque Protector Cerro Blanco, siendo afectadas algunas especies nativas propias del ecosistema, Bosque semideciduo de Cordillera Costera del Pacífico Ecuatorial, y en sí la fauna silvestre por destrucción de su hábitat”, menciona el informe hecho por Jorge Zúñiga, técnico forestal del MAE.
Además de estas conclusiones, el técnico estimó que se dañaron en total 24 hectáreas y que restaurar esta zona afectada costaría alrededor de 115 000 dólares. Los cálculos son bastante claros, pero lo que se espera ahora es que se remedie el problema. “Eso se quedó allí, sabemos que iba a pasar al departamento legal, pero no se nos ha dicho nada”, precisó Cun.
Estos incidentes no son extraños en Cerro Blanco. Si vamos más hacia atrás, en 2011 un grupo de agricultores ingresó por el sector de Tres Bocas y pretendió marcar un pedazo de bosque como propio. “Tenemos un proceso que está en dictamen, sobre gente que ha hecho destrozos en la zona de cerro azul -parte sur del bosque- han cortado árboles y se ha quemado la vegetación”, recalca Eric Horstman, director de la Fundación Pro Bosque en un intento de enumerar los golpes soportados y que siguen en proceso de resolución.
De estos casos hay registros oficiales porque se plantearon denuncias al MAE, sin embargo, estos oficios no retratan el problema total. Los deterioros que se pasan por alto son los más rutinarios según Horstman : tala de árboles —sobre todo el guayacán— y la caza de guatusa, venado y saino.
El número de guardabosques llega a 12 y aunque la demanda es mayor, esa es la cantidad que la Fundación puede cubrir. A pesar de no llevar un registro de las incidencias por tala o cacería, Cun puede dar una estadística aproximada: “Los guardabosques calculan que al menos 10 veces por año se han topado con incidentes, pero muy aparte de eso, también se encuentran con huellas, tarimas, trillos, que son muestra de actividades ilícitas”.
Mongabay Latam solicitó información a Jorge Zuñiga, técnico del Ministerio del Ambiente de Ecuador, que tiene a su cargo la supervisión del área, sobre las estrategias que mantienen con este tipo de espacios privados y también sobre el estado de los procesos legales abiertos, luego de las denuncias reportadas por los administradores del bosque protector Cerro Blanco, pero esta no llegó hasta el cierre de este informe.
Para generar mayor conciencia sobre la importancia de mantener el bosque en pie —sin urbanizarlo, cultivarlo o atacarlo con tala reincidente— los administradores de Cerro Blanco contrataron a un grupo de expertos para calcular los beneficios económicos que se desprenden de cada uno de los servicios ecosistémicos que el bosque provee de manera natural.
Un bosque fragmentado
Cuando a Eric Horstman se le pregunta por algún pronóstico, lo que ve es un bosque incomunicado con otros hábitats. Futuro que se aproxima a grandes pasos desde que en el 2013 el municipio anunció el proyecto del nuevo aeropuerto de Guayaquil en el sector Chongón-Daular (parroquia).
“Yo no he visto ningún planteamiento, lo que me he enterado ha sido por medios de comunicación. La única respuesta que me han dado es que van a evitar que la gente invada a los costados de la nueva vía, poniendo malla”, explica Horstman sobre el proyecto aeroportuario que iniciará su construcción en 2019.
Según la Asociación vial Aeropuerto Daular, se planea construir una carretera que conectará a la ciudad con el aeropuerto, la cual bordeará Cerro Blanco. Y, además, se analiza la posibilidad de construir un túnel de 3,5 Km en un sector aledaño al bosque para disminuir el impacto de la vía. Esto a Horstman no lo convence por el peligro que ciertas especies pueden correr al quedar expuestas.
Nancy Hilgert, sin embargo, apuesta por mejores desenlaces. Ella es investigadora y consultora ambiental y cree que el túnel no generará un impacto significativo: “Es preferible que se realice uno, afectará inicialmente los sectores inmediatos a las entradas y trayecto del mismo, pero en algunos años y con el seguimiento de un Plan de Manejo Ambiental, es posible una recuperación de los ecosistemas con mantenimiento del corredor ecológico por la superficie”.
Ya una vez dentro del bosque es difícil entender sus límites y menos aún estimar qué sector sería atravesado por la carretera. Uno se pierde con facilidad dentro de esa frondosidad y queda atónito ante la presencia de dos ceibos gigantes que parecen saludarse desde las alturas. Sus raíces larguísimas y delgadas también aseguran parte del sendero.
Las dudas que mantiene el director de la Fundación Pro-Bosque se tejen alrededor de una experiencia previa: el trasvase Daule-Santa Elena en 1993. “Ese canal es parte del lindero norte de Cerro Blanco, a raíz de su construcción los caminos de acceso a la zona se abrieron”, recalcó Horstman, quien fue testigo de la ocupación de áreas aledañas, ahora conocidas como Monte Sinaí y Valerio Estacio.
Las invasiones se dispararon. La compañía que dirigió la obra del trasvase fue Odebrecht y que durante los años que duró, ofrecieron guardianía permanente. “En un momento levantaron todo y de allí vino una ola de gente que tomó posesión de zonas fuera del bosque protector”, recuerda Horstman, quien presume que reacciones similares pueden desatar los trabajos de acceso al nuevo aeropuerto. La preocupación no cesa.
Lo notable es que Ecuador desde el 2004 cuenta con una Ley Forestal y de Conservación. Entre los artículos se detallan sanciones como el Art. 78: “Quien pode, tale, descortece, destruya, altere (…) productos forestales provenientes de bosques de propiedad estatal o privada (…) será sancionado con multas equivalentes al valor de uno a diez salarios mínimos vitales generales y el decomiso de (…) equipos, medios de transporte utilizados en estas acciones”.
No obstante, si se revisa el folleto de Gestión de Bosques, Vegetación Protectores y Patrimonio Forestal del Ecuador, emitido por el MAE, se hace una aclaración que genera cuestionamientos: “En muchos de los bosques se encuentran los proyectos estratégicos que impulsa el gobierno nacional como hidroeléctricas, mineras, hidrocarburíferos y obras públicas”.
En la misma descripción se adjunta un mapa y Cerro Blanco se localiza en una zona con posible utilidad hidrocarburífera.
A cada paso, una especie exige protección
Al paso del guía se reconocen los silbidos de las aves y se realizan acertijos. “¿Cuál es esa? La acabamos de ver”, comenta Daniel López, que cada tanto abre su pequeño libro de pájaros y al encontrar uno nuevo, le saca una foto y lo apunta con luz tenue para que todos miren.
Los copetones, sacacos, matorraleros, chagüis y sobre todo viviñas revolotean, dan saltos cortos y curiosean desde las ramas. Los pasajes del bosque son la evidencia más clara de su riqueza. La biodiversidad emana de sus plantas y los seres que lo habitan.
No por nada la organización Aves Conservación (Bird Life), otorgó a Cerro Blanco desde 1998 la categoría de IBA, es decir, un Área de Importancia para la Conservación de Aves. Reconocimiento que acrecentó el interés del zoológico de Chester en el Reino Unido. Sus científicos ya han realizado dos excursiones en el bosque para estudiar el comportamiento de la Amazona autumnalis, conocida como lora frentiroja.
Investigaciones como esa han permitido esclarecer que esa clase de perico se encuentra en peligro. Sin embargo, según datos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN por sus siglas en inglés), la preocupación para esta ave es baja ya que normalmente se la consideraba como una subespecie y no como otra con sus particularidades, como descubrieron los británicos.
Pese a esto, Mark Pilgrim, director del zoológico de Chester en el Reino Unido que estudia el ave, señaló en una entrevista concedida al medio The Chester Chronicle que “a pesar de mis 15 años de investigación todavía hay tantas preguntas que necesitan ser contestadas. Necesitamos saber de qué árboles se alimentan los loros, qué más puede completar su comida en el bosque, dónde anidan y cuál es su comportamiento mientras anidan”.
Además, según el último conteo que realizaron en 2014, solo 600 individuos habitan Cerro Blanco y el manglar de Puerto Hondo. A la lista de aves en peligro se suma el Ara ambiguus guayaquilensis, conocida como Guayacamayo de Guayaquil, la primera especie emblemática del bosque y catalogado desde 1994 como vulnerable y con una tendencia a la baja. Los expertos han ubicado en Cerro Blanco solo 15 especímenes, de los cuales 6 están en estado silvestre y los demás en recuperación.
Esteban Guevara es ornitólogo y dice que la desactualización del Libro Rojo de Aves del Ecuador (2002) no ayuda a determinar qué especies requieren de mayor ayuda. “Una medida que se puede tomar es reforzar la vigilancia en zonas ambientales y así evitar el tráfico de aves”, precisó este especialista, quien apuntó además que el guacamayo no solo está en peligro por la degradación del medio ambiente, sino también porque es víctima del tráfico de fauna silvestre.
En Cerro Blanco la población es tan pequeña que cuando se transita un sendero es imposible verlos. Daniel López es guía del lugar y asegura que los guacamayos verdes se agrupan en las partes más altas, donde hay árboles amarillos en abundancia que son los que prefieren.
“Cuando yo tenía 10 años, mi tío me llevaba a toda la zona donde está Monte Sinaí, eso era bosque y se veía a los guamacayos en grupos de 10 en cada árbol”, dijo López y lamentó que el crecimiento desordenado de la ciudad haya reemplazado aquel paisaje.
Según datos de la institución Aves Conservación (Bird Life) en Cerro Blanco, existen 200 tipos de aves y 10 de ellas son endémicas tumbesinas, es decir, de la zona que atraviesa parte del Occidente de Ecuador y Noroccidente de Perú y que ahora por su degradación, están amenazadas de extinción.
En realidad, el bosque seco es un laboratorio de vida siempre bajo estudio, con la posibilidad de detección de nuevas especies y la palabra endemismo como apoyo a su riqueza. Xavier Cornejo es botánico e investigador de la Facultad de Ciencias Naturales de Guayaquil e hizo su último hallazgo en Cerro Blanco: la Psidium guayaquilense.
Se trata de una planta vascular descubierta en 2016 y que se documentó en The New York Botanical Garden. “La mayoría de las nuevas especies descritas provienen de bosques húmedos. Actualmente, es inusual encontrar nuevas especies de plantas en los bosques secos de la costa de Ecuador”, destacó Cornejo.
Este botánico, sin embargo, ha centrado su atención en el bosque seco y para este año prepara otros lanzamientos: “Me encuentro trabajando en la descripción de un nuevo género y dos nuevas especies de plantas en el área de Guayaquil”. El ecosistema es fuente constante de descubrimientos.
De allí que Ecuador sea terreno de exploraciones. Cornejo asegura que cada año se sabe de 100 especies nuevas en lo relacionado a plantas vasculares. La recopilación oficial se encuentra en el Libro Rojo de las Plantas Endémicas del Ecuador, su última edición es del 2011 y se prepara una nueva con más de 4000 variedades propias del país.
Lo que proponen entonces los expertos, además de la urgente publicación de nuevas ediciones de estos libros que dan la pauta en conservación, es la consideración de establecer nuevos corredores biológicos para ecosistemas de la Costa ecuatoriana.
Hilgert lo plantea así: “mi sueño sería la Chongón Colonche con BP Cerro Blanco y BP Prosperina que se conecte con BP Cerro Paraíso, hasta el sector cercano a unos condominios por allí”. El costo de esta propuesta es alta, por eso el ambientalista señala que el proyecto necesita de más actores.
“Creo que la Municipalidad de Guayaquil debe trabajar en conjunto con el MAE y con la sociedad civil en la implementación y educación, se necesita formar y crear socios estratégicos”, enfatizó Hilgert. El camino finalmente es la conexión permanente con sitios cercanos igual de diversos para que la naturaleza se amplíe y no retroceda a pequeños espacios.