- El biólogo ecuatoriano Mauricio Ortega habla de las amenazas que enfrentan los anfibios en la región. Los trabajos con ADN ambiental permiten conocer sobre posibles enfermedades que puedan atacarlos y planear estrategias de control para especies invasoras como la tilapia, la trucha y la rana toro que son grandes amenazas para los anfibios.
- Muchas especies de ranas de la Cordillera de los Andes tienen rangos de distribución limitados y tienen poca movilidad. Los pequeños cambios en el clima son un riesgo e incluso podrían llevar a la extinción a varias de ellas.
San Antonio de Pichincha es un pueblo de Ecuador que se jacta de ubicarse exactamente en el centro del mundo, por donde pasa la línea ecuatorial que divide a la Tierra en hemisferio norte y hemisferio sur. Justo allí fue donde pasó gran parte de su infancia el herpetólogo Mauricio Ortega. “En ese entonces no había mucha gente viviendo allí, había bastante bosque y, por ejemplo, encontrabas una lagartija al levantar cualquier piedra”.
Todo ese entorno, sumado a su pasión de infancia por los documentales y series de National Geographic, lo llevaron a estudiar Biología. Años más tarde, en las pasantías y clases avanzadas de la carrera en la Universidad Central de Ecuador, fue parte de un grupo estudiantil donde empezó a trabajar con escarabajos peloteros, pero luego tuvo la oportunidad de formar parte de un proyecto sobre anfibios y reptiles, “pero nadie quería hacerlo. Recuerdo que había mucha gente que le gustaba trabajar con insectos, mamíferos, pero nadie quería entrarle a la herpetología”.
Pero Ortega sí “le entró” y desde entonces no ha abandonado ese mundo. Además, hace poco fue uno de los 33 científicos que trabajó en la elaboración de la Lista Roja de Anfibios del Ecuador y donde también asumió la coordinación de ese ambicioso proyecto que tardó cerca de cinco años.
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Usted se involucró con la herpetología cuando aún no había muchos biólogos ecuatorianos interesados en el estudio de anfibios y reptiles, ¿cuáles fueron sus primeros trabajos?
Mauricio Ortega (M.O.): Me involucré con el Museo Ecuatoriano de Ciencias Naturales, donde tenían la colección de herpetología pero estaba abandonada. Estuvo sin curador durante varios años y junto con mi amigo Mario Yánez, actual curador de la colección, empezamos a curar los especímenes y a revisar las bases de datos. Fue ahí cuando dije esto es lo mío, me encantaba el grupo [anfibios y reptiles].
Eso fue en el año 2002. Recuerdo que el catálogo todavía estaba en papel y empezamos a digitalizar la primera base de datos.
¿Qué es lo que más le apasiona de los anfibios y reptiles?
M.O.: Es impresionante la cantidad de anfibios que tenemos en Ecuador. Para la época en que empecé a dedicarme a este grupo, la única lista que había era la de Luis Coloma, publicada en 1993. Pero desde entonces sabíamos que Ecuador era uno de los países más biodiversos. Había especímenes en frascos recolectados hace décadas y al pasarles las claves de identificación [herramienta utilizada para identificar organismos] resultaban especies nuevas.
A mí me interesó mucho la parte de Ecología, tratar de entender cómo funcionan los ecosistemas y ver qué preferencias de uso de hábitat tienen las especies. Para mi tesis de grado hice muestreos de bosques primarios, unos con aprovechamiento forestal y otros más perturbados, y los comparé. Fue muy interesante porque a partir de ahí sacamos el primer libro de los anfibios y reptiles del Chocó de Ecuador, en la provincia de Esmeraldas.
¿Cuántas especies ha descrito?
M.O.: Hasta el momento tengo siete especies descritas y dos especies que se han redescrito, es decir, estaban confundidas con otras especies y lo aclaramos.
Llegó un momento en que me di cuenta que entre todas las especies que estudiaba con el fin de entender sus interacciones, varias de ellas no calzaban con las descripciones originales. Tuve una que supuestamente habitaba en Cusco, Perú, y viendo las descripciones antiguas, que muchas veces eran solo un par de párrafos escritos en el siglo XVIIl o XIX, no coincidían con lo que yo estaba viendo en Ecuador.
¿Cuáles son los animales con los que más ha trabajado?
M.O.: He trabajado mucho con el género Pristimantis. La gente suele asociar a los anfibios con animales que obligatoriamente pasan por la etapa de renacuajos pero las Pristimantis son de desarrollo directo, es decir, se desarrollan en el huevo, así que cuando eclosionan nacen ‘micro sapitos’ y, por lo tanto, no necesariamente necesitan cuerpos de agua para desarrollarse. Los Pristimantis son el grupo de vertebrados más biodiverso del mundo, han logrado ocupar ambientes únicos.
¿Qué más se sabe de las Pristimantis?
M.O.: Al ocupar distintos ambientes, desde los bosques de montaña hasta los páramos y los bosques tropicales, ocupan todos los hábitats conocidos de América del Sur y una parte de Centroamérica. El punto de origen de las Pristimantis se remonta a hace más de 60 millones de años en los Andes de Colombia.
En la última Lista Roja que reportamos, este género tuvo un alto número de especies amenazadas porque ocupan espacios súper restringidos. Hay algunas que están solo en algunas cuencas hidrográficas, en pequeñas porciones de la cordillera de los Andes y eso hace que las amenazas, si es que existen en esa región, se maximicen.
En Ecuador las tasas más altas de descripción están ocurriendo en Pristimantis. El año pasado, los colegas de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) describieron más de 15 especies. En la Universidad Ikiam, donde laboro, estamos cerca de la Reserva Biológica Colonso Chalupas y de los inventarios que hemos estado desarrollando, por ejemplo, tenemos al menos 11 especies de las que estamos seguros que son nuevas para la ciencia y están a la espera de ser descritas.
¿Qué tanto ha impactado el cambio climático a los anfibios?
M.O.: Hay modelos climáticos a 2050 y 2100 que están relacionados con las emisiones de gases de efecto invernadero, variables demográficas y demanda de recursos. Lo que se ha detectado a nivel regional es que las zonas de montaña van a sufrir cambios en temperatura y precipitación. Zonas que ahora son frías y templadas van a contraerse en espacio en la geografía y eso tiene impactos directos en la biodiversidad.
En el caso de las ranas esto es crítico porque no tienen una capacidad de movilidad alta, a comparación de las aves, por ejemplo. Ellas son muy fieles a su territorio y área de vida, estos pequeños cambios nos alertan de que las zonas de montaña serán de las más impactadas y si la mayor diversidad de varios grupos de ranas está asociada a la cordillera de los Andes, probablemente serán de las más susceptibles al cambio climático.
Actualmente usted trabaja con ADN ambiental para la detección y monitoreo de especies invasoras en ecosistemas acuáticos, ¿en qué consiste ese proyecto?
M.O.: Se parte de un principio bastante simple y es que, por ejemplo, si tomas un litro de agua y lo filtras, lo que queda en el filtro son restos orgánicos. Si estos mantienen fragmentos de ADN, entonces puedes separar de la muestra todas las especies que hayan tenido un paso por ahí. Se sigue el mismo principio de los códigos de barras: tienes una secuencia, la comparas con una base de datos genética y verificas si ese fragmento que recuperaste coincide con la identidad de alguna especie. Lo interesante es que puedes capturar el ADN de varias especies y no necesariamente necesitas verlas.
Entre 2017 y 2019 estandarizamos protocolos y tomamos varios grupos objetivos: macroinvertebrados acuáticos (que se utilizan como bioindicadores de la calidad del agua), anfibios y peces. Con ese mismo modelo se podía determinar si había especies invasoras presentes en los resultados. Incluimos la tilapia, la trucha y la rana toro, que en Ecuador se introdujo en granjas para aprovechar sus ancas. Esta técnica nos permite afinar una estrategia de monitoreo de detección temprana de especies invasoras para tomar acciones de conservación y control.
¿Qué otras aplicaciones tiene el ADN ambiental?
M.O.: Hay reportes en Brasil donde se han redescubierto especies que estaban “perdidas” porque no se habían registrado durante décadas. El principio sigue siendo el mismo, si la especie es muy difícil de registrar, solo confirmando sus rastros genéticos se puede saber que está presente en el ecosistema.
Hemos construido un laboratorio portátil, lo hemos probado en territorio y eso también nos abre una puerta gigante para hacer muchas cosas en campo como detección temprana de enfermedades emergentes en poblaciones de ranas.
También trabaja con un proyecto de barcoding (códigos de barras de la vida) para anfibios y reptiles….
M.O.: Sí, el objetivo es documentar las secuencias genéticas para especies de la región amazónica. Ahora contamos con 500 muestras de tejido para hacer análisis moleculares y estamos cerca de las 250 secuencias ya identificadas y establecidas, entre especies invasoras, endémicas y otras que hemos registrado en la cuenca alta del río Napo.
Con el cambio reciente de gobierno, ¿cuáles cree que deben ser las prioridades ambientales en el país?
M.O.: Yo quisiera, sinceramente, que vayamos mejorando. Vivimos cuatro años donde hubo una inestabilidad política, social y económica y eso erosionó el trabajo con el mismo Ministerio del ambiente, Agua y Transición Ecológica del Ecuador (MAATE), que en los cuatro años tuvo seis o siete ministros. Cada vez que eso pasaba, cambiaba todo el equipo de trabajo y eso afecta los procesos en los que se viene avanzando.
A pesar de que el gobierno tiene una línea política más conservadora, yo esperaría que se abra el campo de discusión de los problemas ambientales. Somos un país extractivista, donde una de las principales fuentes de ingreso es el petróleo. Si te das cuenta, esas actividades extractivistas coinciden con algunas de las amenazas más grandes sobre la biodiversidad.
Nuestro país es pequeño comparado con otros en la región y nuestros ecosistemas son bastante frágiles. La política ambiental no puede ser de solo cuatro años, tiempo que duran nuestros gobiernos, eso no es viable si consideramos, por ejemplo, que a lo largo de nuestra conversación hemos hablado de modelos ambientales para 2050 o 2100.
Imagen principal: Las ranas están entre los animales más susceptibles al cambio climático. Foto: Cortesía Mauricio Ortega.
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