- La lideresa indígena kichwa señala que, incluso, la venta de bonos de carbono es un negocio que beneficia a grandes empresas y pasa por encima de los pueblos originarios, aprovechándose de su trabajo en el cuidado de los bosques.
Patricia Gualinga inhala profundo y se imagina dentro de la selva en Sarayaku. “El olor de un oxígeno tan puro no es explicable cuando una está en el bosque”, dice. “Una ingresa a los bosques sagrados y se siente mucho más cerca de toda la creación”. En esos espacios, asegura, además de encontrar una incalculable riqueza natural, se puede conectar con los principios básicos de la energía y el equilibrio.
Por eso le resulta doloroso recordar cuando todo eso estuvo en riesgo. En 1993, la empresa argentina Compañía General de Combustibles (CGC) obtuvo la concesión de lo que entonces se conocía como bloque 23 y, nueve años más tarde, en 2002, ingresó a la comunidad de Sarayaku, en la provincia de Pastaza, ubicada en la Amazonía del Ecuador, para iniciar sus tareas de exploración con grandes cantidades de dinamita. Allí inició la lucha del pueblo kichwa para defender su territorio.
“Sarayaku se organizó y todo se detuvo”, afirma Gualinga, integrante del colectivo Mujeres Amazónicas y asesora política del pueblo de Sarayaku. “La gente se movilizó en varios frentes, fueron varios meses de lucha, donde todo el tiempo se vivió en zozobra”.
Hubo bloqueos de ríos y captura de defensores kichwas, pero se logró expulsar a la empresa. “Era la primera vez en la historia que un pueblo indígena lograba algo así; después tendríamos un largo camino de 10 años, hasta llegar a una sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), en 2012, a favor de Sarayaku. Por toda esa ardua lucha, por haber generado un camino, un precedente jurídico y haber demostrado que luchar sí se puede, este pueblo se ha convertido en símbolo de resistencia”.
Mongabay Latam conversó con la lideresa kichwa sobre esa resistencia de los pueblos indígenas ecuatorianos ante las amenazas a la selva amazónica, como la minería, la tala y las petroleras.
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—¿Cuáles son las principales amenazas que han detectado en los territorios indígenas ecuatorianos y de qué forma han afectado a las comunidades?
—Son las industrias extractivas: petróleo, minería, madera y podríamos poner también el tema de las hidroeléctricas. El último boom que ha aparecido es el negocio ambiental: el del carbón. Pero con mayor agresividad, en los últimos años, empezamos a ver el tema minero, tanto formal —como lo llaman, por ser concesiones de los gobiernos— como la ilegal, donde hay mafias de gente que se organizan para extraer de ciertas comunidades. Eso en todo el territorio amazónico. En esta zona donde yo estoy [Sarayaku], hay una ambición de expansión de la frontera petrolera, sobre todo porque el nuevo Gobierno ha anunciado que duplicará la explotación en el país.
—¿El Estado ecuatoriano le está dando prioridad a los proyectos extractivos y a su propia economía por encima de los intereses de los pueblos indígenas?
—Está dando prioridad a todo el tema económico con justificación de que es por el bien del país. Aquí no se está hablando de los derechos de los pueblos indígenas, los derechos colectivos, la consulta y, sobre todo, el consentimiento. Siguen ejerciendo las mismas prácticas tradicionales y el mismo esquema de hace muchísimos años, cuando, por ejemplo, el pueblo de Sarayaku demostró que hubo violaciones a los pueblos indígenas, a su territorio y a sus derechos colectivos. La práctica sigue siendo igual y siempre están hablando de minería responsable, extracción de petróleo responsable y todo ‘responsable’, cuando se ha demostrado en la práctica que no hay ningún lugar donde hayan actuado con responsabilidad. Hemos tenido, todas las semanas, derrames de petróleo en el nororiente, que están afectando las cuencas hídricas del río Amazonas; por ejemplo, el río Napo está bien contaminado, es un afluente del río Amazonas y la gente allá ha empezado a tener demandas, tanto por los derrames, como por los mecheros [un sistema de quema de gas asociado al petróleo] y hay un impacto que se ve que es irreversible.
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—¿Qué relación tienen como pueblos indígenas, desde las organizaciones, con el Estado ecuatoriano? ¿En qué grado están siendo escuchadas?
—Yo creo que hay ciertos aspectos que recalcar. En el tema de la minería, el gobierno dice que quien destruye es la minería ilegal —que obviamente actúa de una manera terrible— y la que es ‘responsable’ —la formal, a gran escala— igual termina destruyendo todo. No hay un acercamiento cuando se trata de industrias extractivas, una posibilidad de confluir en algo, porque estamos en desigualdad de condiciones. Siempre están tratando de decirnos que ahora sí, con la tecnología de punta como responsabilidad social y como responsabilidad ambiental. Realmente creo que ni saben lo que están diciendo; es un discurso teórico.
Ahora, hay una gran paradoja porque ha habido toda una conmoción social, no solo de los pueblos indígenas, por el subsidio de los combustibles. Ahí parecería que nuestro discurso podría contraponerse, porque decimos no a la explotación petrolera, pero también decimos que haya subsidio. Eso nos han dicho y nos han recalcado. Creo que, más bien, hay que verlo desde un sentido diferente: no hubiera conmoción social si el Ecuador no fuera dependiente de combustibles fósiles, si hubiera apostado a otra realidad, a un esquema de país pluridiverso como es el Estado ecuatoriano.
En el tema político, he visto que hay bastante confrontación con el movimiento de los pueblos indígenas y, en los temas organizativos, no veo que haya ningún acuerdo. Los gobiernos piensan que, posiblemente, con algunos cargos políticos, administrativos, podrían solucionarlo. Hablan de que hay fondos y en las comunidades no los vemos. Entonces, se sigue replicando la misma práctica de abandono social, abandono de obras y marginación hacia los pueblos indígenas que están en el interior, además de estigmatización y desprestigio a muchos líderes. Solo hemos cambiado de nombres en el gobierno, pero la práctica colonial, patriarcal y extractivista sigue vigente.
—El año pasado, durante la Cumbre sobre el Cambio Climático COP26, se afirmó que los pueblos indígenas son los mejores protectores de la naturaleza, sin embargo, los recursos internacionales no siempre llegan a los territorios. ¿Cómo se garantizaría que las propuestas medioambientales de los pueblos originarios sean respetadas y ejecutadas?
—Es verdad. Si todavía tenemos bosques, es porque los pueblos indígenas hemos luchado con nuestra vida, hemos arriesgado nuestra seguridad, hemos dicho que esto no puede continuar, porque la visión de la vida no solamente es economicista y no solamente es explotación con justificación económica. La visión de la vida radica en la protección de los ecosistemas vitales para la humanidad.
Los gobiernos y el hombre son especialistas en generar esquemas burocráticos en donde los pueblos indígenas difícilmente van a acceder a recursos. Si realmente escucharan a los pueblos indígenas, apoyarían sus propios planes con una visión y un conocimiento propio del territorio. No apoyan porque pecan, yo pienso, de racismo y pecan de querer identificarnos como personas que no pensamos y quieren darnos toda una estrategia de conservación que no es funcional.
El mundo necesita inspiración, el mundo necesita saber que es posible conservar y vivir en armonía con la naturaleza. El mundo no necesita ver a los pueblos indígenas como los pobres a los que tienen que venir a apoyar; se necesita cambiar ese chip de la visión y decir que estos pueblos están luchando por la vida, por un equilibrio, porque, gracias a esa lucha, nosotros todavía podemos tener una cierta esperanza en que este planeta pueda continuar.
Lo que deberían hacer, primero, es dejarse de burocracias y, segundo, buscar soluciones adecuadas. No inventarse —otra vez, con justificaciones económicas— negocios ambientales que realmente son absurdos y ridículos en muchos casos. Deberían actuar con justicia social, reconocer que realmente hemos conservado estos bosques y no empezar con negocios por encima de nosotros, tratando de demostrar que ellos pueden venir a imponernos nuevamente esquemas de conservación.
—¿Por qué los negocios de carbono resultan inviables y de qué manera afectan a los pueblos indígenas?
—Es un negocio con los bosques que están siendo protegidos por pueblos indígenas. Se han inventado que tienen que entrar a una bolsa de valores, se han inventado también que, si una empresa grande contamina, puede llegar a esta bolsa y adquirir acciones y justificar su contaminación. Eso es hipocresía. Obviamente, se han inventado esquemas burocráticos, de estudios, a los que un pueblo indígena no va a poder acceder fácil; lo van a poder hacer grandes empresas intermediarias y a nosotros nos van a dejar solamente con esto.
Por ahí han salido las entidades a decir: ‘nuestros bosques, nuestros indígenas’. Están ahí no para decirnos ‘nuestros’; están ahí para decir: ‘vamos a escucharles, vamos a apoyarles y vamos a construir con sus propias propuestas’, y no con los esquemas que se han inventado. Esos esquemas son inviables, siempre están hablando de millones de dólares. Acá al territorio no llega ni siquiera el 0.01 % del presupuesto del Estado y de todos esos millones. Las comunidades siguen con escuelas con pisos de tierra, con casitas de hojas, hechas por las manos de las mingas; ni siquiera tienen baños limpios, ni siquiera tienen agua entubada. Esa es la realidad, si hablamos de los pueblos indígenas. Y aún así siguen con los principios de defender nuestros espacios amazónicos.
—Mencionó que los pueblos indígenas han arriesgado la vida y su seguridad por la defensa de la naturaleza. En Latinoamérica existen numerosos casos de defensoras y defensores del territorio asesinados, comunidades indígenas desplazadas por la violencia y los proyectos extractivos. ¿Cómo estos hechos están afectando a los pueblos del Ecuador?
—Han empezado a infundir el miedo a la gente que defiende y habla. Piensan que, con callarlas, ellos pueden acceder fácilmente al territorio. Colombia es el vivo ejemplo: todos los días vemos con mucha tristeza cómo los líderes sociales, los activistas de pueblos indígenas, están siendo asesinados por alzar la voz y ahí nunca encuentran responsables. El gobierno es cómplice porque, cuando se lo proponen, siempre los encuentran. Pero, en el caso de justicia para los líderes asesinados, de la gente asesinada, no les interesa. Lo que les interesa es infundir miedo.
En Ecuador, tal vez la situación es menor, las cosas pueden ser sutiles. Hubo una época en que varias mujeres lideresas indígenas recibimos amenazas de muerte. Usamos una estrategia de visibilización bastante fuerte para proteger nuestras vidas y para denunciar de frente, porque lo peor que una puede hacer es callarse, ir a esconderse, porque eso es lo que buscan.
Nos tuvieron hacinados en la pandemia y las industrias nunca se detuvieron. Como sectores estratégicos, ellos estuvieron bien protegidos. Hubo asesinatos de líderes también en esa época y nos callaron. Aquí se ha entregado la vida. No estamos luchando porque solamente atentan a nuestro territorio; estamos luchando porque su acción irresponsable de destruir los ecosistemas, de pensar que la Tierra puede seguir resistiendo, ha llegado a un límite insostenible. Si terminamos de destruir lo poco que nos queda, generaremos tal desequilibrio, que ya no serán las víctimas los pueblos indígenas, sino que habrá una catástrofe global.
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—¿Qué significa ser lideresa indígena en ese contexto? ¿Qué rol están desempeñando las mujeres en la defensa del territorio?
—Nos dicen que somos lideresas porque hablamos, porque decimos las cosas como son y no nos callamos. Señalamos el problema, señalamos la injusticia y denunciamos. ¿Qué significa eso? Significa que te vean mal, significa que, muchas veces, te marginen. Significa que se burlen de ti. Significa que, en algún momento, traten de destruirte, que te hagan sentir insegura.
Pero también significa que puedes avanzar y hacer que otra gente pierda el miedo. Que si te enfrentas al miedo que intentan infundirte, la gente empiece a reflexionar, pierda el miedo y empiece a actuar. Un ejemplo es mucho más importante que algo que solamente está en teoría. Hay varias aristas: significa peligro, pero también significa que puedes hacer la diferencia. Eso es ser lideresa indígena.
¿Cómo ha sido la lucha de las mujeres? Inclusive en nuestras propias organizaciones, hemos tenido un rol secundario en toda la historia. Se ha trabajado para que siempre quien figure sea la figura masculina, el presidente. Ahora ya está de moda que haya vicepresidentas, porque hemos subido un poco de categoría. En el plano político, por más que haya capacidad, buscan a alguien que vaya en un puesto secundario. Nosotras en algún momento dijimos que no; tenemos que hablar las mujeres, tenemos que ejercer vocería, tenemos que tener visibilidad, tenemos que denunciar desde nuestros sentimientos. Así nacimos las Mujeres Amazónicas, defensoras de la selva.
Hemos sido muy cuestionadas porque somos atípicas, no somos parte de estructuras organizativas, aunque somos parte como personas de pueblos y comunidades. Nosotras tenemos nuestra propia forma de organizarnos, de protestar, de sanarnos, pero sobre todo, tenemos una estructura plana donde todas pueden hablar, todas pueden dirigirse, todas son lideresas, todas son importantes y nos apoyamos las unas a las otras.
—Respecto a los territorios de los pueblos indígenas en Ecuador, ¿qué tanto es el avance en la titulación de las tierras? ¿Ha habido voluntad política del Estado para reconocerles?
—Cuando tuvimos el título de territorios en 1992, lo tuvimos que hacer con grandes marchas. Después han titulado parte de los territorios de los pueblos indígenas y, posiblemente, ese es como un paraguas que nos permite defendernos, porque decimos que son territorios nuestros, aunque el Estado dice: ‘bueno, la tierra es de ustedes, pero el subsuelo, por interés nacional, es del Estado’, y en el subsuelo está la minería y el petróleo. Con ese argumento, siempre están intentando ingresar a los territorios indígenas. Eso lleva años y puede costar la vida. Eso pasa en el tema minero.
Lo que yo he descubierto es que cuando los dejas ingresar es difícil expulsarlos porque tienen todas las justificaciones, todas las de ganar: el Estado les respalda con el Ejército, con la policía y con todo lo que tiene, contra un pueblo indígena que está en una desventaja absoluta. Realmente es una situación de desigualdad de condiciones.
Tratan de jugar con algunas irregularidades que hay en la titulación y nos ha pasado que pueden generar conflictos intracomunitarios graves, inducidos y eso es peligroso. Por eso tratamos de no caer en las trampas que pueden ponernos con el tema de titulación, como lo hicieron con Sarayaku.
Esto no es una práctica nueva: nos pusieron en contra de todas las comunidades y nos bloquearon las vías de acceso, nos impidieron el tránsito libre, hicieron que nos ataquen y han hecho un montón de cosas horribles. La titulación no garantiza que no haya conflicto cuando se lo propone. Lo único bueno, es que las comunidades cada vez son mucho más conscientes en algunos espacios y esperemos que sigan teniendo mayor conciencia para poder afrontar toda una situación que podría generarse a causa de una manipulación externa.
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—¿Qué significa la palabra territorio?
El territorio es algo que es parte de nosotros. Es algo imprescindible para un pueblo indígena: no es la tierra, es la integralidad de lo que se tiene ahí. Para nosotros no hay subsuelo, no hay fronteras. Para nosotros, el territorio es un todo. Inclusive, el territorio es la tierra de nuestros ancestros, pero sobre todo, si te lo pones a pensar bien, el territorio también son los restos, los cuerpos, la sangre, el espíritu, la energía de nuestros ancestros. Todo está fundido con la tierra, el territorio y el equilibrio.
Sin territorio no hay buen vivir, sin territorio no hay selva viviente y, sin territorio, no hay vida. Hay una concepción intrínseca, sagrada, entre el territorio y los pueblos indígenas, por eso es que no se puede negociar, no se puede ver con términos de compra y venta a algo que está inmiscuido dentro de nosotros mismos. Si uno se pone a pensar: cuando morimos, ¿en qué nos convertimos? En tierra. Nuestro cuerpo es tierra. Entonces, nosotros deberíamos ver el territorio como algo sagrado, de donde nacimos, del que somos parte, del que partimos y al que retornamos. Ese es el territorio para nosotros.
*Imagen principal: Patricia Gualinga, lideresa kichwa. Foto: Amazon Watch/Caroline Bennett.
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