Esta es una situación que ha venido cambiando con los años. Cada vez son más las personas que ven en las maravillas de este departamento un destino posible. Si en 2016 llegaron 1180 turistas; el año pasado lo hicieron 4627, según los datos recogidos por el centro de información turística en convenio con el Fondo Nacional de Turismo (Fontur).

Delio Suárez sabía que quería hacer algo por su comunidad sin renunciar a la cultura y sin dañar ese bosque que tanto ha respetado. La selva —dice— tiene un dueño, una energía superior que a los hombres les es prohibido profanar. Aunque investigó durante años su territorio, la idea de criar abejas nunca sobrevoló por su cabeza.

Y es que La Ceiba está en una región biodiversa privilegiada. Se ubica cerca de la Estrella Fluvial del Inírida, donde se cruzan los ríos Guaviare, Atabapo e Inírida. Se trata de una zona rica en humedales designada en el año 2014 como sitio Ramsar, de valor internacional, gracias a la abundancia de especies, agua y cultura. Es un portento de la humanidad amenazado por la minería ilegal de oro. En febrero de 2023, la Defensoría del Pueblo emitió una alerta temprana que advertía sobre lo que en Guainía es un secreto a voces: a lo largo y ancho de los ríos hay dragas con las que extraen minerales. Una muestra de ello es que, en julio pasado, el Ejército intervino en Chorromanaca y Laguna Guibo, zonas selváticas del municipio de Inírida, siete unidades de producción minera de donde se extraían al mes 7,5 kilos de oro y seis toneladas de otras materias primas. Todo esto representaba en el mercado negro algo así como 115 000 dólares, según el propio Ejército.

El río Inírida hace parte de la Estrella Fluvial del Inírida, un portento ecosistémico de Colombia. Foto: Jose Guarnizo

Jaime Cabrera, biólogo e investigador del Fondo Mundial Para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés), dice que la riqueza más grande de toda esta región no son necesariamente los milenarios suelos ni la hermosa y variada fauna ni tampoco las increíbles plantas y árboles. Asegura que el mayor tesoro de esta región es la gente. Cabrera se ha convertido en una especie de etnógrafo de las comunidades indígenas de la región: las conoce como nadie. Y es por eso que ve en personas como Delio de Jesús la esperanza de la supervivencia de la Amazonía.

Las abejas cayeron del cielo

Hacia el año 2010, era frecuente que a La Ceiba llegaran grupos de estudiantes a hacer sus prácticas o sus salidas de campo obligatorias. Observaban anfibios, insectos, aves, peces, suelos, plantas, todo lo que allí brota con prodigiosa espontaneidad.

Pero al indígena le llamó la atención el trabajo silencioso de un par de estudiantes que caminaban monitoreando abejas. Las chicas tomaban nota, hacían informes y hablaban de una gran cantidad de especies propias de ese lugar: 27 en total. Y ahí fue cuando escuchó por primera vez que era posible transferir a estos insectos de la vida silvestre a colmenas hechas por el hombre. Era un tema importante. No se trataba solo de miel, tal vez eso era lo de menos. Delio de Jesús entendió que los humanos dependemos de las abejas para sobrevivir.

Lo que dice la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) al respecto es para tomárselo en serio: “Casi el 90 % de las plantas con flores dependen de la polinización para reproducirse; así mismo, el 75 % de los cultivos alimentarios del mundo dependen en cierta medida de la polinización y el 35 de las tierras agrícolas mundiales”. Las abejas no solo ayudan directamente a la seguridad alimentaria de las personas sino que además son indispensables para conservar la biodiversidad.

El problema es que cada vez hay menos abejas en el planeta. Delio de Jesús, que es un investigador nato, un ambientalista y un observador se dedicó entonces a mirar el comportamiento de las abejas, a leer lo que podía sobre ellas. Con algunas anotaciones y un borrador de proyecto se fue a la ciudad a buscar recursos. Necesitaba que alguien creyera. Se la pasó de oficina en oficina, tanto en Inírida como en Bogotá. Y nadie lo quiso apoyar. Hasta que una profesora alemana que viajaba para Suiza le preguntó que si le autorizaba mostrar su idea a unos amigos de una organización. Y fue en ese momento, cuando corría el año 2010, que apareció la fundación Ricola, una empresa suiza que fabrica caramelos e infusiones a base de hierbas naturales.

El proyecto fue aprobado. Ricola depositó un dinero en la Universidad de Pamplona, de Norte de Santander, con el fin de que se adelantara una investigación denominada “Las abejas sin aguijón como polinizadores alternativos”. A La Ceiba llegó un zootecnista alemán llamado Wolfgang Hoffman. Fueron cuatro años de ubicar con GPS a las abejas, de identificar las especies locales desde su taxonomía, de analizar las mieles y de hacer pruebas. El objetivo del proyecto, del cual hicieron parte inicialmente diez familias, también era introducir a los miembros de la comunidad en los principios básicos de la meliponicultura.

Fueron cuatro años de entender detalles que al final son la clave del éxito en un proyecto como este. Durante aquel tiempo, Delio de Jesús aprendió, por ejemplo, que las abejas del Guainía, como buenas colombianas, madrugan a trabajar. Producto del acompañamiento de Ricola y la universidad de Pamplona, supo también que no todas las abejas servían para el proyecto. De 27 especies amazónicas, solo siete reunían la condición fundamental de no tener aguijón, un aspecto clave pues solo así resultaban inofensivas a los seres humanos. Esas siete elegidas, a su vez, tenían la particularidad de saber armar sus colmenas a pocos metros del suelo.

La idea con todo esto era que Delio de Jesús Suárez construyera colmenas en madera para establecer allí colonias, esas que perviven gracias a la presencia de una abeja reina —la única fértil del barrio, la de cola grande, y alas pequeñas— y que tiene por función poner huevos, producir feromonas y cohesionar al resto de individuos, entre los que hay obreras y zánganos. Las primeras son las que viajan abnegadas en busca de flores para extraer el néctar que luego convierten en miel. Los últimos solo se dedican a comer y a esperar a que la reina —ella es la que decide, por supuesto— escoja a alguno de ellos para aparearse.

Delio de Jesús Suárez Gómez se convirtió en un estudioso de las abejas. Tiene 58 años, pertenece a la etnia tucano, y ahora busca en la meliponicultura el futuro de su comunidad y del bosque que los rodea. Foto: Jose Guarnizo

Las siete especies que Suárez Gómez comenzó a criar en La Ceiba pertenecen a dos géneros de abejas: Melipona y Tetragonisca. Fue así como las abejas Melipona eburnea, Melipona marginata, Melipona compressipes, Melipona crinita, Melipona titania, Tetragonisca angustula y Tetragonisca plebeia se instalaron en la comunidad como si se tratara de parientes que llegaron para quedarse. Aunque tienen mucho en común, las diferencian características físicas como el tamaño y el color.

Las siete especies también se distinguen por sus insondables y muy diferentes modos de actuar. Las Melipona eburnea, por ejemplo, suelen adornar la entrada de sus colmenas con resina de árboles y pompones de las flores. Básicamente hermosean la puerta de su casa. Este tipo de abejas, que en tucano Delio Suárez pronuncia como meneperia, suelen armar colmenas con unos 2500 individuos, entre zánganos y obreras. Producen en promedio unos 2300 centímetros cúbicos de miel cada tres meses, lo que en cantidad vendrían siendo 23 frasquitos de mermelada de la más pequeña.

Las abejas Melipona marginata, por citar otro ejemplo, se reconocen porque son de pelusa color naranja y amarilla. Delio de Jesús calcula que hay 5000 en promedio por cada colmena. Producen mucha más miel —casi cada dos meses—, pues cuentan con más obreras que zánganos. Son las más disciplinadas y agresivas, aunque no lo suficiente como para hacerle daño a un humano. Las siete especies también tienen en común que producen una miel de excelente calidad.

El comienzo de la producción

Todo ese mecanismo tan natural y asombroso comenzó a funcionar en cajas construidas por Delio de Jesús Suárez a las que había que observar día y noche. Este hombre, junto con varios paisanos, aprendió entonces a esperar los tiempos de las abejas, a saber el momento exacto en que podía llevarse a una reina juvenil para el nuevo palacio de madera que le había construido, de modo que detrás suyo se fuera todo el séquito de súbditos. De esa forma es que la ungida podía seguir liderando la colmena por al menos tres años. Ese es el tiempo que vive una reina.

Las siete especies que crían en La Ceiba no tienen aguijón: esto facilita la interacción entre estos insectos y la comunidad. Delio de Jesús y sus compañeros deben visitar las colonias todos los días para evitar que hormigas o abejas nómadas ataquen las colmenas. Foto: Jose Guarnizo

Pero, además, había que ayudarles a los miembros de la colonia a defenderse de los invasores. En las noches, abejas nómadas oriundas de la zona que se reconocen por ser de un color negro brillante, suelen llegar en gavilla para asaltar los enjambres. Lo primero que hacen es soltar un ácido en el ambiente y buscar a la reina para degollarla con sus tenazas largas, como si se tratara de una guerra para apoderarse de un imperio. Suárez Gómez tuvo que aprender técnicas para adelantarse a la fatalidad y salvar la vida de sus aliadas. En muchos casos lo lograba simplemente espantando a las invasoras; en otros, matando a algunas de ellas con trampas hechas con lona.

Cuando apenas se estaba conformando una colmena, el indígena tucano también tenía que ayudarles a las abejas con varias tareas para que no les costara tanto producir las primeras gotas de miel; por ejemplo, dejándoles vasos llenos de agua con azúcar. Es una especie de cuota inicial que ellas necesitan mientras logran adaptarse a su nuevo trabajo.

También aprendió a combatir a las hormigas para que no se treparan a las cajas de madera; estudió, a su vez, la manera más sofisticada para evitar que las colmenas se llenaran de hongos usando las mismas maravillas que la naturaleza ofrecía: conseguir ácaros capaces de eliminar microorganismos dañinos y hospedarlos en las colmenas, convirtiéndolos en socios e inquilinos de las abejas. Hoy los polinizadores y los microscópicos arácnidos conviven bajo un mismo techo como si se conocieran de toda la vida.

A los cuatro años, en 2014, la fundación Ricola y la Universidad de Pamplona se fueron. El objetivo del proyecto estaba cumplido: capacitar a la comunidad para que en adelante caminaran solos en el arte de la meliponicultura. Desde el último año de la investigación en La Ceiba ya se habían producido las primeras gotas de miel. El proceso fue lento pero lleno de aprendizajes. En ese momento comenzó para Delio Suárez Gómez y sus paisanos un reto aún mayor: darle forma a una asociación de la cual hoy hacen parte una veintena de miembros de su comunidad y que se llama Asomegua: Asociación de Meliponicultores del Guainía.

La organización lleva nueve años trabajando en el perfeccionamiento del proyecto. Primero se asociaron con una corporación de Bogotá que les ayudó con el montaje de la página web y una marca para el comercio de la miel. Esa era la ventana para atraer turistas que se animaran a hacer la ruta de la miel en los increíbles paisajes de La Ceiba. La sociedad, sin embargo, no funcionó. Suárez Gómez asegura que él y sus compañeros sintieron que desde la organización aliada se estaban apropiando de un trabajo que era de la comunidad. Interpretó varias acciones de la corporación como una interferencia que superaba los límites de la confianza.

Entonces, junto con sus compañeros, decidió independizarse. No fue como comenzar de cero, pues la infraestructura y la producción de miel ya funciona como un relojito. Lo complejo ha sido montar una página web, una marca nueva y toda la plataforma de comercialización para la miel. Pero en eso están, intentando encontrar la fórmula para que el mundo sepa que existe un tour de las abejas que incluye un recorrido por La Ceiba, con hospedaje, comida de la región, y con la posibilidad de conocer la Estrella Fluvial del Inírida y el cerro Mavicure, una de las formaciones rocosas más antiguas del continente.

La Ceiba es un asentamiento de 57 familias a orillas del río Inírida, en Guainía. Para llegar hasta allí hay que tomar un bote desde la capital del departamento, en un trayecto que dura treinta minutos. Foto: Jose Guarnizo

Vigilancia constante

Son las seis de la mañana de un día de julio de 2023 y Delio de Jesús, con un tinto en el estómago, inicia su recorrido de monitoreo a las 184 colmenas que hay en la comunidad. Delio de Jesús —no se había dicho hasta ahora en esta historia— es un hombre jovial que mezcla los chistes con recitales sobre el comportamiento de las abejas, esas mismas que a esa hora ya han terminado su jornada laboral. Delio es de cara ancha, piel cobriza y ojos apagados. Usa unas gafas de aumento que le dan el aspecto de un científico que está a punto de revelar sus secretos. Una abeja aterriza sobre una de las patas de la montura de sus lentes, en el momento en que posa para una fotografía.

—¿Qué es lo que más le ha impresionado de las abejas en todo este tiempo que lleva conociéndolas?

Delio de Jesús dice que le sigue sorprendiendo la manera en que estos insectos hacen reverdecer el paisaje. Desde que están en la comunidad, los árboles y las flores se mantienen por más tiempo y los frutos germinan con mayor facilidad. Es como si la tierra fuera más noble con su presencia.

Tras cuatro años de estudiar el comportamiento de las abejas nativas de la Amazonía, en La Ceiba se puso en marcha el proyecto que busca atraer turistas y cuidar el bosque. Unas treinta familias están involucradas en la iniciativa. Foto: Jose Guarnizo

A medida que Delio se acerca a una de las colmenas, las abejas Melipona marginata salen inquietas a defender a su reina. Aunque no tienen aguijón, comienzan a revolotear sobre las cabezas de los visitantes y se prenden de la ropa, como si temieran una invasión. Cuando notan que las personas se alejan, vuelven a su colmena a seguir trabajando. Esta es una de las experiencias que los turistas se llevan cuando visitan La Ceiba. Durante un recorrido guiado por Delio de Jesús o alguno de sus compañeros, se puede apreciar en todo su esplendor ese pacto de respeto mutuo entre las abejas y una comunidad que las cuida y las ayuda a cumplir con un ciclo de vida lleno de misterios, una alianza entre animal y humano difícil de explicar y que sólo tiene sentido en esa selva ahora florecida.

* Imagen principal:La idea de Delio de Jesús Suárez y sus compañeros es que los turistas puedan ir al caserío a hacer la ruta de la miel. Allí los viajeros pueden conocer el proceso de cría de abejas y aprender la importancia de estos animales en el equilibrio de la naturaleza.Foto Jose Guarnizo.
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*Nota del editor: Esta cobertura periodística forma parte del proyecto «Derechos de la Amazonía en la mira: protección de los pueblos y los bosques», una serie de artículos de investigación sobre la situación de la deforestación y de los delitos ambientales en Colombia financiada por la Iniciativa Internacional de Clima y Bosque de Noruega. Las decisiones editoriales se toman de manera independiente y no sobre la base del apoyo de los donantes.

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Artículo publicado por Dora Montero
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