- 44 cámaras trampa han registrado el ensamblaje de especies que se mantiene en esta área protegida de la Orinoquía colombiana: jaguares, pumas, venados, dantas y cerdos de monte quedaron grabados y reflejan el buen estado de conservación del parque.
- El Tuparro acaba de cumplir 40 años y, a pesar del buen estado de conservación del parque, funcionarios de Parques Nacionales e investigadores de WCS trabajan en conjunto para enfrentar algunas presiones como los incendios, la pesca deportiva y comercial, e incluso la caza.
- En el PNN El Tuparro se registró una especie que no tenía registro en el país. Se trata de la zarigüeya de orejas blancas de la guayana (Didelphis imperfecta), que se había reportado solo en Venezuela, parte de Brasil, Guyana, Suriname y Guyana Francesa.
Como un rey, deambulando a sus anchas, se pasea imponente un jaguar (Panthera onca) por los bosques del Parque Nacional Natural (PNN) El Tuparro, un área protegida ubicada en el municipio de Cumaribo, en el departamento de Vichada, al extremo oriente de la Orinoquía colombiana. Se siente el dueño de este territorio que comparte con el puma (Puma concolor), el ocelote (Leopardus pardalis), la danta (Tapirus terrestris), los cerdos de monte (Tayassu pecari y Pecari tajacu), entre otras especies que quedaron registradas en 44 cámaras trampa que instalaron funcionarios del parque e investigadores del Wildlife Conservation Society (WCS) y World Wildlife Fund (WWF) entre enero y mayo de 2020. Imágenes que forman parte de un gran programa de monitoreo y que confirman que allí, en esos ecosistemas, se mantiene completo el ensamblaje de depredadores.
“Todos los depredadores top dentro de la cadena alimenticia, como el jaguar, el yaguarundí (Puma yagouaroundi) o los zorros cangrejeros (Cerdocyon thous), están dentro del parque El Tuparro. Eso quiere decir que hay presas y que el parque está cumpliendo su función de mantener los ecosistemas. Usualmente esas especies son las primeras que desaparecen cuando existen intervenciones severas”, cuenta Jorge Parra, coordinador de áreas protegidas de WCS.
Diariamente, cuando los funcionarios de Parque Nacionales Naturales caminan por el territorio son testigos de las huellas de los animales. Ven los rastros de las dantas que son acompañadas por sus crías, de decenas de cerdos de monte que se pasean por el territorio buscando zonas húmedas para refrescarse y también reconocen la presencia de especies como la lapa (Cuniculus paca). Las cámaras trampa que instalaron dan fe de que el trabajo de conservación ha valido la pena.
Henry Pinzón, jefe del PNN El Tuparro, celebra que hace exactamente 40 años el Gobierno colombiano tomara la decisión de declarar este territorio como un área de conservación que es, a su vez, la zona núcleo de la Reserva de Biósfera El Tuparro, un territorio que representa los ecosistemas típicos de la Orinoquía y que posee algunos de los paisajes más hermosos que se puedan registrar en el país, como el raudal de Maipures, donde confluye el río Tuparro con el Orinoco y donde sus aguas se remolinan con las rocas.
Allá, en las casi 557 000 hectáreas que componen el PNN El Tuparro —según la última delimitación—, hay sabanas secas e inundables, bosques de galería y bosques de tierra firme. Incluso, posee afloramientos rocosos: imponentes rocas en las que no se desarrolla vegetación y que forman parte del escudo guayanés. Su importancia es de tal magnitud que los investigadores están dedicados a analizar las posibles amenazas a estos ecosistemas, entre las que destacan los incendios, la pesca deportiva y comercial, e incluso la caza.
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Una demanda en aumento
Una danta con una flecha incrustada en su lomo, y que caminaba en medio de los bosques, quedó registrada en una de las cámaras trampa. Esta imagen confirma que las comunidades indígenas que habitan el territorio —dice Henry Pinzón— mantienen su seguridad alimentaria y siguen usando sus artes tradicionales para la cacería, pero también alimenta la hipótesis de que la demanda por los recursos puede estar incrementándose, sobre todo porque, según calcula Pinzón, en los últimos años la población indígena que ha llegado a la zona de influencia del PNN ha aumentado en un 300 %.
En la zona de influencia del PNN El Tuparro hay dos grandes resguardos que se crearon en 2018 y que se traslapan con el área protegida, el Awia Tuparro, del pueblo sikuani; y el Nacuanedorro, de los indígenas mapayerri, una comunidad en contacto inicial. En los últimos años, con la crisis que se vive en Venezuela, cientos de indígenas seminómadas, colombo-venezolanos, han emigrado hacia territorio colombiano en busca de un sustento. Estos pueblos no se rigen por las fronteras que dividen las naciones y sencillamente siguen los caminos que ancestralmente han habitado.
Ahora, el reto de los funcionarios del PNN y los investigadores de WCS y WWF es encontrar un punto de equilibrio para garantizar que las especies se mantengan, al tiempo que garantizan la seguridad alimentaria de las comunidades nativas.
Con el programa de monitoreo que está en curso buscan establecer cuál es la situación actual de animales como los cerdos de monte, las dantas o los venados, especies que son cazadas por los indígenas. “Es importante entender el uso que le están dando a la fauna para garantizar su sostenibilidad”, explica Jorge Parra, y reitera que este monitoreo no busca solo conocer el estado de la fauna y flora, sino que es una estrategia integral en la que se analizan las presiones, las posibles respuestas y se toman acciones.
Actualmente, las 30 personas que integran este programa se encuentran comparando la información recopilada en el 2020 con la de 2015, para así establecer qué ha pasado en este tiempo. “Queremos ayudar a que no se acabe este recurso alimenticio para los indígenas y tratar que se use de una forma más sostenible, eso quiere decir que, posiblemente, tendremos que llegar a un acuerdo de uso. Eso lo estamos evaluando”, agrega Parra a Mongabay Latam.
En este PNN, que tiene unas sabanas en las que los ríos Tomo y Tuparro se desbordan en épocas de lluvia para formar unas planicies de inundación, hay más de 300 especies de aves, cuatro especies de felinos, zorros, roedores como la lapa, el chigüiro (Hydrochaeris hydrochaeris) y el picure (Dasyprocta fuliginosa); cuenta con tres especies de venados, como el cola blanca (Odocoileus cariacou), el colorado (Mazama americana) y el gris (Mazama gouazoubira); y hay cinco especies de tortugas, la charapa (Podocnemis expansa) —que está en Peligro Crítico de extinción—, la de cabeza grande (Peltocephalus dumerilianus), la galápaga (Podocnemis vogli), la morrocoy (Chelonoidis carbonarius) y la terecay (Podocnemis unifilis), entre otra infinidad de animales silvestres que hacen del parque El Tuparro una joya de la Orinoquía.
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El fuego que no se extingue
El mayor reto al que ahora se enfrentan los funcionarios del Parque Nacional Natural El Tuparro son los incendios que se presentan a lo largo del año, principalmente entre enero y marzo, los meses más calientes en esta región. Cada vez se vuelven más frecuentes y, de acuerdo con Henry Pinzón, pueden poner en riesgos los ecosistemas. Solo en el primer trimestre de este año se quemaron 86 121 hectáreas, principalmente de sabanas. Una cifra que supera las 76 591 hectáreas afectadas en todo el 2019.
“La mayoría de los incendios son de origen antrópico. Tienen que ver con actores que piensan que el territorio debe estar completamente ‘limpio’”, reconoce el jefe del parque. Aunque las sabanas —las principales afectadas por el fuego— normalmente pueden renovarse en una semana, la gran preocupación de los funcionarios es por las especies de reptiles de estos ecosistemas, que tienen una movilidad muy reducida. También les inquietan los nidos que están en árboles y los bosques de galería. “No queremos que el bosque se vuelva insostenible”, manifiesta.
Tania González, bióloga, candidata a doctora en Ciencias-Biología de la Universidad Nacional de Colombia y miembro del grupo de investigación en Ecología del Paisaje y Modelación de Ecosistemas (Ecolmod) de la misma institución, se encuentra investigando sobre las afectaciones del fuego en pequeños mamíferos como marsupiales y roedores en la Orinoquía. Aunque su trabajo no se centra en el PNN Tuparro, explica que usualmente en esta región se utiliza el fuego para despejar la tierra para agricultura y para que el pasto crezca fresco para los animales criados para el consumo humano, como el ganado. Si bien al principio pensaban que el fuego se mantenía en las sabanas secas, se han dado cuenta que los incendios se salen de control y llegan al interior de los bosques, afectando plantas y animales.
“El fuego puede afectar a los animales de forma directa cuando les causa mortalidad, ya sea por las llamas o por el humo; o de forma indirecta cuando se muere la vegetación que necesitan para alimentarse o para refugiarse. Eso puede pasar en El Tuparro. (…) Cuando son animales grandes, se escapan y van a colonizar otras zonas, pero cuando son más pequeños, que se mueven menos distancias, la afectación suele ser mayor, como puede pasar con los pequeños mamíferos o como pasa también con anfibios y reptiles”, explica González.
Durante un muestreo que hicieron González y otros miembros del grupo de investigación en el PNN El Tuparro, identificaron una zarigüeya de orejas blancas de la guayana (Didelphis imperfecta) con dos bebés. Se trata de una especie que nunca había sido reportada en Colombia, y de la que solo se conocía su existencia en selvas tropicales de tierras altas y bajas en Venezuela, parte de Brasil, Guyana, Surinam y Guyana Francesa. Este registro, que fue publicado en junio pasado en un artículo científico, es muy importante para el país, pues en Colombia solo estaban reportadas dos especies de marsupiales del género Didelphis.
“Los marsupiales y los roedores son muy importantes porque son organismos que tienen funciones clave en los ecosistemas. Ellos dispersan semillas, depredan semillas y, como escarban la tierra, remueven nutrientes. Esas actividades son esenciales para que la vegetación se mantenga y podamos tener oxígeno”, explica.
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La pesca indiscriminada
Sebastián Mora, ingeniero ambiental y segundo al mando en el Parque El Tuparro, asegura que una de las presiones que más le preocupa es la pesca comercial y la deportiva. En el caso de la primera, han detectado personas que llegan desde Venezuela con redes y otros elementos que arrasan con grandes cantidades de peces. Los han identificado por el lado del río Tomo, por la boca del río Tuparro y otros puntos al interior del área protegida, cuenta Mora. Según dice, esto ocurre especialmente en las temporadas de desove de algunas especies como el bocachico, que se da cuando las aguas están altas, entre los meses de julio y agosto.
“Nosotros hacemos recorridos diarios para mantener un seguimiento y control. Hemos decomisado algunos elementos, como mallas; y en algunos momentos hemos tenido el apoyo de la Armada Nacional”, cuenta, pero deja claro que ponen todo su empeño en el tema educativo para generar conciencia en las comunidades.
La pesca deportiva también es un problema, pues el departamento de Vichada se ha posicionado como un destino turístico para esta actividad. Si bien en el Parque Nacional El Tuparro no está permitido, los pescadores ingresan al área protegida por el río Tomo, hasta llegar a su desembocadura, donde hay una laguna que es de bastante interés para esta actividad.
“Desde diciembre hasta marzo la afluencia de pescadores en todo el departamento es alta, y cada vez esas actividades se inclinan más hacia el parque, tanto por el río Tomo, como por el Tuparro y el caño Tuparrito, cuerpos de agua que están prácticamente en el corazón del área protegida. Lo hemos controlado con recorridos y con temas educativos y de divulgación. También hemos empezado procesos sancionatorios ambientales al personal que desarrolla estas actividades y que han sido identificados en flagrancia”, cuenta Mora.
El jefe del PNN, Henry Pinzón, explica que el departamento del Vichada tiene algunos puntos autorizados para hacer pesca deportiva, el problema es que la población de peces grandes, que son los que buscan atrapar en esta actividad, se han ido reduciendo notoriamente y por eso las personas entran al área protegida, donde las restricciones han hecho que las especies se conserven un poco más. “Queremos que esas personas extranjeras que vienen en épocas de verano entiendan que la pesca deportiva no está permitida en un parque nacional”, puntualiza Pinzón.
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Tortugas y caimán llanero: prioridades en El Tuparro
En el PNN El Tuparro están centrando esfuerzos en recuperar algunas especies que están fuertemente amenazadas y una de ellas es el caimán llanero. El coordinador de áreas protegidas de WCS, Jorge Parra, cuenta que la distribución histórica de esta especie abarcaba toda la Orinoquía, sin embargo, muchas poblaciones fueron extintas y ahora solo quedan algunas en el departamento de Arauca y por el río Duda, entre los parques nacionales La Macarena y Tinigua. “La principal causa de desaparición del caimán llanero fue por el comercio de sus pieles”, explica.
Ante esta situación, WCS, Parques Nacionales y la Fundación Palmarito, del departamento de Casanare, se encuentran trabajando en un proyecto de reintroducción de esta especie en el área protegida. Hasta el momento han hecho dos pilotos en los que han liberado más de 50 caimanes jóvenes. “Esos individuos miden entre 80 y 150 centímetros, pero pueden crecer hasta 4 o 5 metros. Esperamos poder establecer una población”, cuenta Parra.
Otra prioridad en el PNN son las tortugas charapa y terecay, que se están viendo en riesgo por el aprovechamiento que hacen las comunidades para su consumo y la intervención de las playas de anidación. La Charapa —la tortuga de río más grande de Sudamérica—, se encuentra catalogada como en Peligro Crítico a nivel nacional y está amenazada por la cacería, el saqueo de nidos y la comercialización tanto en la Amazonía como en la Orinoquía. La terecay, que también se encuentra catalogada como una especie en peligro en el país, ha sido objeto de explotación comercial y de consumo masivo de sus huevos.
Estas especies, explica Ivonne Rodríguez, profesional de investigación y monitoreo del Parque El Tuparro, tradicionalmente han sido fuente de carne y huevos para las comunidades indígenas; pero también han evidenciado que la extracción de los huevos puede tener fines comerciales, presiones que ya se ven tanto dentro como fuera del área protegida. “Los resultados son alarmantes. Estamos viendo una reducción significativa de estas dos especies”, manifiesta.
En 2019, los funcionarios del PNN registraron en el río Tuparro 252 nidos saqueados de tortuga terecay, más otros siete —de terecay y charapa— que encontraron por el río Tomo. En el 2020 han registrado 45 nidos saqueados en playas del Caño Tuparrito y 99 en playas monitoreadas en el río Tuparro.
Por ahora, los funcionarios están revisando los resultados del monitoreo para tomar acciones y establecer acuerdos que busquen la protección de estas especies, a la vez que se garantice la seguridad alimentaria de las comunidades indígenas.
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Un área solitaria
“Un territorio tan importante como la Orinoquía, especialmente la cuenca del río Orinoco, está muy subrepresentado en áreas protegidas”, lamenta Fernando Trujillo, director de la Fundación Omacha, quien asegura que, si bien el PNN El Tuparro puede salvaguardar ecosistemas únicos de la región, tiene un nivel de aislamiento que lo hace vulnerable ante diferentes situaciones, como los incendios o los temas ilícitos que se pueden presentar en territorios fronterizos.
Trujillo cuenta que, desde 2010, en un ejercicio que hicieron con el Instituto de Investigación Alexander von Humboldt y otras organizaciones, identificaron 21 áreas de conservación urgente para toda la cuenca del Orinoco. “Actualmente tenemos el PNN, la Reserva de Biósfera El Tuparro y el sitio Ramsar más grande del país, que es el de la cuenca del río Bita en Vichada, que tiene un poco más de 824 000 hectáreas. Necesitamos protegerlos y esta puede ser una oportunidad única para sumar esfuerzos de conservación para que impulsemos todos a la misma dirección”, agrega.
Al igual que Trujillo, Jorge Parra también cree que el país está en deuda con la Orinoquía y considera que mantener en buen estado de conservación El Tuparro es importante para preservar ecosistemas únicos de planicies con bosques de transición, “que tienen una dinámica hídrica impresionante” y que —añade Parra— pueden aportar mucho al país en su estrategia de adaptación al cambio climático. Están convencidos que cuidar esta área protegida permitirá preservar una joya de la Orinoquía y, a su vez, garantizar el futuro de las comunidades que ancestralmente han habitado estos territorios.
*Imagen principal: Atardecer en el parque nacional natural El Tuparro. Foto: WCS Colombia.
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