La lideresa colombiana del pueblo Uitoto ha llevado su voz a foros nacionales e internacionales. Ahí ha defendido a la “casa grande”, la Amazonía, y lo ha hecho también en su territorio. Ella, junto con otras mujeres, ha impedido que la minería llegue a su comunidad.Esta mujer de 52 años, dicen quienes la conocen, es uno de esos granitos de arena que aporta al proceso colectivo del cuidado del Amazonas y el Medio Caquetá. *Este artículo es una colaboración periodística entre Mongabay Latam y Rutas del Conflicto de Colombia. Nazareth Cabrera es como la manicuera, dicen, una bebida sagrada uitoto que se obtiene de la yuca dulce o fareka. Todo lo que es amargo, todo lo que es envidia, todo lo que es cansancio ella lo endulza y lo vuelve bueno; lo que es oscuro lo vuelve claro. Lo dicen en su territorio y lo cuenta Jerbacio Guerrero, capitán de la comunidad indígena Uitoto de Mesay, de la que ella es lideresa. Que Nazareth es como esa bebida sagrada que nace de la yuca: absorbe la palabra, la filtra y la entrega dulce, pero fuerte. En medio de la selva amazónica colombiana, en Araracuara, Caquetá, Cabrera ha sabido defender a su gente y a su tierra de la amenaza minera, del acoso de los grupos armados ilegales y de las visiones occidentales que buscan imponerse. Dicen de ella, también, que a sus 52 años no le teme a nada y que su fuerza la tienen pocos. Se le nota. En el territorio que Nazareth Cabrera habita, el resguardo Andoque de Aduche, el pueblo Uitoto convive con tres más: Andoque, Muinane y Nonuya. Según la leyenda, es tierra sagrada. Eso no impidió que en 2014 el gobernador del resguardo, Milciades Andoque, le pidiera a la Agencia Nacional de Minería que declarara Zona Minera Indígena casi el 99 % de la región. Tres años más tarde, Levy Andoque, hijo de Milciades, convenció a varios “abuelos” —guías espirituales indígenas— de firmar un documento pidiendo lo mismo. Cuenta Cabrera que a los abuelos les prometieron que con la minería ya nunca más tendrían hambre ni les faltaría la plata, que les contaron muchos cuentos y ellos los creyeron, a pesar de que ella trató de advertirles. “Uno les dice: abuelo, eso es mentira, nadie regala plata. Y ellos preguntan que por qué los engañan. Pues abuelo, es para que usted firme nomás. ¿Y quién se llena los bolsillos? Los compañeros líderes que viven en la ciudad”, dice.