Son 29 las familias asháninkas, yaneshas y amahuacas que viven en las comunidades de frontera Santa Rosa, Oori y Koshireni, en el límite de Ucayali con Brasil. Ellos se han convertido en solitarios guardianes de la selva ante el avance del narcotráfico, de los cultivos y de sus redes de transporte.A esta amenaza se suman las constantes invasiones de indígenas kashinawas de Brasil, que ingresan a sus territorios para cazar animales con perros y armamento, pescan con sustancias tóxicas y deforestan sus bosques para reemplazarlos con chacras de plátanos, yuca y maíz. “No es fácil vivir aquí. En meses como estos, cuando el río baja al mínimo, nuestros botes se atascan en la arena y prácticamente quedamos incomunicados. Tampoco hay autoridades, por eso viene gente de fuera y nos invade, se llevan nuestros alimentos o talan los bosques para sembrar drogas”, dice uno de los habitantes de la comunidad indígena Oori. Él forma parte de una de las 29 familias asháninkas, yaneshas y amahuacas que viven en el límite más extremo de la región Ucayali, en la frontera con Brasil; peruanos que no conocen de agua potable, medicinas ni vías de acceso, solo de violencia y olvido. La comunidad de Oori se ubica entre las cuencas de los ríos Yurúa y Breu. Llegar hasta este punto de la frontera de Perú y Brasil solo es posible si el tiempo permite el despegue de las avionetas que unen Pucallpa con Puerto Breu, capital del distrito de Yurúa, en la provincia ucayalina de Atalaya. Algo que sucede, a lo mucho, tres veces por semana, y siempre que sus habitantes puedan pagar S/100 (US$25) por tramo. Una vez en Puerto Breu, la única forma de entrar a las comunidades indígenas de frontera es navegando por los ríos Yurúa y Breu, durante cuatro horas o más si es que el caudal está muy bajo. Cuando un habitante de Oori, o de las comunidades fronterizas aledañas Santa Rosa y Koshireni, necesita atención médica, prefiere buscarla en el poblado brasilero Foz de Breu, que es donde compran la mayoría de sus insumos, desde alimentos hasta hélices para sus lanchas. En el lado peruano, la ciudad más cercana para acceder a una posta médica y a una escuela secundaria es Puerto Breu, aunque en ambas fronteras el costo de la desigualdad es el mismo: 10 soles (US$2.5) por una botella de agua y 45 (US$11) por cada galón de gasolina. La llegada de las avionetas siempre genera conmoción en Puerto Breu. Esta es su única vía de ingreso, salida y de provisión de víveres. Foto: Hugo Alejos. Estas tres comunidades de frontera tienen un doble rol en la defensa de la selva peruana. Junto a otras seis localidades nativas, Oori, Santa Rosa y Koshireni forman el cinturón de protección de la Asociación de Conservación Comunal de Yurúa (ACCY), un área de 45 669 hectáreas de bosques y ecosistemas en preservación. Además, en conjunto con las comunidades que confluyen al sur con los ríos Yurúa y Huacapishtea, actúan como bloque de amortiguamiento de la Reserva Indígena Murunahua y de la Reserva Indígena Mashco Piro, donde habitan los Pueblos Indígenas en Aislamiento (PIA) mashco piro, mastanahua y otro cuya pertenencia técnica aún no se identifica. Sin embargo, líderes de comunidades indígenas y voceros de organizaciones civiles, entrevistados por este medio, indican que estas 29 familias nativas están siendo afectadas por la expansión del narcotráfico, cuyas redes de comercialización y consumo han alcanzado a sus niños y adolescentes. Además, han asumido el rol de guardianes del bosque para proteger su territorio de invasores brasileños que cazan, pescan y talan sus recursos, aprovechando la ausencia del Estado.