- El crecimiento de los cultivos de soya y maíz viene ocurriendo en las regiones amazónicas de los países más exitosos en la industria ganadera.
- Esto no es casual: la deforestación causada directamente para darle espacio a los monocultivos es casi nula en países como Brasil.
- Si bien han existido iniciativas gubernamentales para frenar este avance, el repunte de la deforestación desde el 2020 sigue encendiendo las alertas en la Panamazonía.
El sistema de producción más importante de la Panamazonía en términos de PIB es el de los cultivos anuales, sobre todo la soya como también el maíz, el arroz, el sorgo, el trigo y el algodón. En Brasil y Bolivia, dichos cultivos se organizan en torno a la soya, puesto que los mercados de exportación ofrecen la posibilidad de obtener un importante rendimiento de las inversiones.
La agricultura industrial es mucho más arriesgada que la ganadería, ya que requiere un considerable desembolso de capital para sembrar y cosechar. En ese sentido, el éxito de la cosecha depende del clima, que es imprevisible, y del precio, que viene determinado por los mercados mundiales de materias primas y que son notoriamente volátiles. Una mala cosecha durante la fase más baja del ciclo de precios de los productos básicos puede llevar a la quiebra a un agricultor, especialmente a aquellos que dependen en exceso del crédito a corto plazo para financiar sus operaciones. Sin embargo, el aumento del riesgo se compensa con el rendimiento potencial.
El costo de producción en Mato Grosso en el 2020, incluyendo combustible, fertilizantes, pesticidas, mano de obra y operaciones en la explotación, fue de aproximadamente 700 dólares por hectárea. Los rendimientos oscilan entre dos y cuatro toneladas por hectárea, mientras que el precio internacional de la soya ha fluctuado entre 200 y 600 dólares por tonelada desde el año 2000. A los agricultores en Sudamérica se les paga un precio con descuento que refleja el costo del transporte hasta las terminales de exportación, donde se carga en buques cerealeros oceánicos (véase el Capítulo 2). Esto se traduce en que, en un buen año, los agricultores de soya pueden duplicar su dinero. A la vez, significa que un mal año puede llevarlos a la quiebra. Aunque estos cálculos no incluyen las inversiones de capital en maquinaria agrícola o tierras, revelan el potencial de riesgo-recompensa del sector.
Aunque la siembra de soya es lucrativa, sólo se la puede sembrar en rotación con otros cultivos, debido a la proliferación de patógenos vegetales en los sistemas de producción de monocultivos. Por ejemplo, los agricultores de Bolivia y de Brasil siembran dos cosechas al año, lo que les permite repartir el riesgo climático entre una cosecha de verano (estación húmeda) y otra de invierno (estación seca). De este modo, muchos optan por sembrar un cultivo de cobertura en una de las dos temporadas, lo que les permite mejorar la materia orgánica del suelo y reducir el riesgo de plagas.
Así, los agricultores prefieren cada vez más la siembra de algún cereal forrajero como cultivo de rotación, ya que puede mejorar sus resultados y diversificar sus oportunidades de mercado. El maíz es el cultivo de rotación más común en Brasil, mientras que en Bolivia se prefiere el sorgo por su tolerancia a la sequía. El proceso de rotación ha reportado beneficios sustanciales a la economía agraria, porque ha aumentado el suministro y la asequibilidad de las raciones de pienso para aves de corral y cerdos.
La expansión de este modelo de producción soya/maíz continúa a buen ritmo en la Amazonía brasileña y boliviana. A pesar de que en alguna temporada la producción haya descendido, en líneas generales, el sector ha ampliado su huella espacial año tras año durante más de 40 años. En Mato Grosso, los rendimientos medios han aumentado de 3,1 toneladas por hectáreas en el año 2000, a 3,5 toneladas en el 2019. En el caso de los productores en Bolivia, promedian entre 1,8 y 2,2 toneladas por hectárea ya que éstos tienden a utilizar menos fertilizantes e insumos. Mato Grosso produce alrededor del 27% de la cosecha total de soya de Brasil, una proporción que se ha mantenido estable durante la última década, aunque su producción total ha aumentado 50% desde 2010.
Los municipios que más producen son Sorriso, Nova Mutum y Nova Ubiratã, situados a lo largo de la carretera BR-163. A ellas se suman Diamantino, Sapezal y Campo Novo do Parecis, situados más al oeste, a lo largo de la carretera BR-364, donde los agricultores cosecharon entre uno y dos millones de toneladas de soya en 2019 por municipio. La expansión más significativa ha sido en los municipios ubicados sobre la carretera BR-158, donde los cultivos de soya se expandieron en 500.000 hectáreas entre 2016 y 2019. Un fenómeno similar sucede en Tocantins, el noreste de Pará y en el Maranhão, en donde se aprovechan los menores costos de transporte proporcionados por el Ferrocarril Norte-Sul (ver Capítulo 2).
Entre las zonas con mayor índice de conversión a la soya figuran varias situadas en el centro-norte de Mato Grosso, en las que la agricultura se hizo más atractiva tras la pavimentación de la carretera BR-163. Del mismo modo, la proliferación del cultivo de soya en municipios adyacentes a los puertos fluviales de los ríos Madeira, Tocantins, Tapajós, Xingu y Amazonas refleja el deseo de los inversores de mejorar los rendimientos mediante la reducción de los costos de transporte. A todo esto, más sorprendente y preocupante es la siembra en municipios remotos ubicados en el norte de la Amazonía.
A principios del 2000, el cultivo de soya en la Amazonía brasileña fue relacionado por académicos y periodistas con la deforestación cuando ésta superaba 2,5 millones de hectáreas al año. Esta revelación coincidió con el periodo en que las importaciones europeas de este grano desde Brasil alcanzaron un máximo histórico de 50 millones de toneladas anuales. Este hecho dio lugar a una campaña de gran repercusión por parte de Greenpeace y otras ONG, que desembocó en la llamada Moratoria de la Soya.
La Moratoria de la Soya contribuyó y coincidió con una política polifacética, denominada Plan de Acción para Prevención y Control de la Deforestación en la Amazonía (PPCDAm), que organizó el gobierno de Lula da Silva para reducir la deforestación en la Amazonía brasileña. Los descensos fueron impresionantes en Mato Grosso, donde la tala de bosques por parte de los agricultores se redujo casi a cero, un éxito esencial para el futuro de una de las industrias de exportación más importantes de Brasil. Sin embargo, el cambio real del uso de la tierra asociado a la expansión del modelo de producción soya/maíz es una historia más matizada.
De las aproximadamente 10 millones de hectáreas de soya plantadas en Mato Grosso en 2020, cerca del 30% se cultivó en tierras originalmente cubiertas por vegetación forestal. El 70% restante se hizo en zonas dentro del bioma de sabana del Cerrado. Ahora bien, en ninguno de los casos la conversión fue una operación directa que haya acabado con la vegetación nativa para establecer inmediatamente después el cultivo de soya.
Primero se eliminó el 75% de extensión de la tierra en cuestión para plantar pastos como parte de una explotación de producción de carne vacuna que, posteriormente, se convirtió a cultivos anuales. Como vemos, los agricultores se expanden mediante la conversión de pastos en lugar de bosques porque resulta más rentable. Además las áreas forestales suelen estar más alejadas, lo que aumenta los costos de transporte y su desmonte exige contratar maquinaria pesada.
Por tanto, la preferencia empresarial de los agricultores coincide con el interés de aquellos ganaderos que deciden monetizar la revalorización del capital que habían obtenido siendo pioneros. En este sentido, es evidente que algunos ganaderos se trasladan a las áreas periféricas forestales donde la tierra todavía es barata.
En 2016, en Mato Grosso la cantidad de pastos para su explotación se estimó en aproximadamente 20 millones de hectáreas, mientras que el total de tierras de cultivo agrícola fue de 10 millones de hectáreas. La mayoría de los analistas proyectan que el modelo de producción soya/maíz continuará expandiéndose y la superficie de pastos disminuirá en el corto plazo. Dentro de Mato Grosso, es probable que esa expansión se produzca en la franja norte de los municipios porque: (1) son adecuados para la agricultura mecanizada porque tienen topografía plana con suelos profundos y bien drenados; y (2) la tierra es de propiedad privada donde los agricultores pueden expandirse en la región sin violar los criterios de la Moratoria de la Soya.
La construcción del Ferrograu también catalizará la expansión de la agricultura en estos lugares hasta ahora remotos, donde los menores costos de transporte generan ventaja. Del mismo modo, si la Ferrovía Paraensis se extendiera hacia el sur hasta la frontera entre Mato Grosso y Pará, es muy probable que las zonas ganaderas a lo largo de la BR-158 se conviertan en tierras de cultivo.
En ese sentido, el cambio de uso del suelo afecta a las cuencas hidrográficas que drenan estas áreas. Tanto la deforestación como la conversión del Cerrado degradan las propiedades físicas de la capa superior del suelo, lo que hace que las tierras de cultivo sean susceptibles a la erosión superficial y aumenta el transporte lateral de nutrientes a la red de arroyos. Esto aumenta el potencial de eutrofización en los hábitats acuáticos, debido al enriquecimiento en nitrógeno por el uso de fertilizantes o cultivos fijadores de nitrógeno como la soya.
De la misma manera, los plaguicidas están presentes en todo el sistema acuático, donde a veces existen niveles que pueden suponer graves riesgos para la salud. También, la creciente adopción de sistemas de riego de pivote central amenaza con disminuir gravemente los caudales de agua, sobre todo en la cuenca del Tapajos.
En Bolivia, la expansión de la soya genera en gran medida deforestación directa, que afecta no sólo los bosques húmedos cercanos a las estribaciones andinas, sino también los bosques estacionales y secos de la Chiquitania y el Gran Chaco. A diferencia de Mato Grosso, donde predomina la conversión de pastos en tierras de cultivo, la expansión del cultivo de soya puede vincularse directamente a nuevas deforestaciones. La expansión del sector agrícola ha sido una de las principales prioridades de sucesivos gobiernos, incluido el de Evo Morales, que adoptó la política de duplicar la superficie cultivada para 2025.
Sin embargo, a pesar de estas políticas favorables, la expansión se ve limitada por las realidades de la agricultura en Bolivia, donde los productores se enfrentan a riesgos significativos relacionados con el clima, así como retos vinculados a la deficiente infraestructura de carreteras secundarias, instalaciones de almacenamiento inadecuado y normas gubernamentales contradictorias que limitan el uso de organismos modificados genéticamente.
Los productores bolivianos pueden competir en los mercados de exportación gracias a los suelos fértiles y tierras baratas. Ambos factores son consecuencia de la expansión de la frontera agrícola, que también se benefician de un sistema multimodal de transporte a granel (ferroviario y fluvial), de manera que se mitiga el elevado costo del transporte a causa de su geografía.
Imagen principal: Las tierras que actualmente cultivan soya no fueron deforestadas para tal fin. Es usual que primero hayan sido arrasadas para el cultivo de pastos que alimenten a la industria ganadera. Crédito: © PARALAXIS/Shutterstock.com
“Una tormenta perfecta en la Amazonía” es un libro de Timothy Killeen que contiene los puntos de vista y análisis del autor. La segunda edición estuvo a cargo de la editorial británica The White Horse en el año 2021, bajo los términos de una licencia Creative Commons – Licencia CC BY 4.0).