- Las llanuras aluviales son extraordinariamente productivas porque constituyen la conexión entre los ecosistemas acuáticos y terrestres. Son social y económicamente vitales porque decenas de miles de familias dependen de sus recursos naturales para su subsistencia.
- Sin embargo, la minería placer -como explica Killeen en esta sección- genera impactos catastróficos cuando los mineros remueven y dan vuelta a la capa superior del suelo mientras buscan sedimentos de oro. El cálculo más optimista señala que son 3350 mil hectáreas de bosques y humedales los perdidos en la Panamazonía debido a ello.
- Aunque visible a orillas de los ríos y sus cabeceras, el daño originado por el mercurio es invisible cuando se trata de la salud de los mineros, sus familias y las comunidades. Al revisar 33 estudios realizados en la cuenca del Tapajós, Killeen encontró que la elevada presencia de mercurio era generalizada.
- Las soluciones de remediación y de reparación no son imposibles (existen en zonas geográficas que hace más de un siglo atravesaron lo mismo que la Panamazonía hoy) pero sí muy costosas en dos sentidos. Tanto económicamente como políticamente, ya que implica una decisión de Gobierno frente a los invasores y un nivel de protección para las comunidades afectadas.
Las llanuras aluviales son extraordinariamente productivas porque constituyen la conexión entre los ecosistemas acuáticos y terrestres. Son notablemente diversos ya que integran un mosaico de lagos, marismas, pantanos de palmeras y bosques inundados, que crean las complejas redes tróficas que sustentan las poblaciones de peces. Los hábitats de las llanuras aluviales son social y económicamente vitales porque decenas de miles de familias dependen de sus recursos naturales para su subsistencia. Los impactos de la minería placer son catastróficos para las llanuras aluviales ya que los mineros dan vuelta la capa superior del suelo para exponer los sedimentos auríferos, dejando atrás un paisaje lunar desolado.
Una mina placer suele ocupar una llanura aluvial en su totalidad, extendiéndose de terraza en terraza y expandiéndose río arriba y río abajo a lo largo de decenas de kilómetros. Una variante común consiste en una draga montada en una barcaza que explota el lecho del canal de los ríos más grandes que drenan las zonas mineras ilegales. La combinación de minas placer en las cabeceras y barcazas de dragado que trabajan río abajo puede convertir un ecosistema ribereño de aguas claras en un río cargado de limo y contaminado, como por ejemplo el Tapajós.
Al menos 350.000 hectáreas de hábitat de bosques y humedales se han perdido en la Panamazonía debido a las actividades mineras placer. Sin embargo, este valor, que se deriva de imágenes satelitales, subestima el área real, porque el archivo histórico no cuenta con imágenes de resolución espacial suficiente para capturar campamentos mineros de muy pequeña escala (por ejemplo, Roraima), ni monitorear el impacto de los cientos de barcazas que surcan los ríos de la región. Pese a ello, la tecnología de teledetección sí capta la tendencia del nivel de perturbación, que ha aumentado en los últimos años debido a la demanda de oro en el mercado, y a la relajación de la aplicación de la legislación ambiental en el Brasil. El archivo histórico también expone la permanencia de los impactos de la minería placer, donde las llanuras aluviales destruidas a mediados de la década de 1980 permanecen desprovistas de vegetación en 2020.
Mercurio: suicidio en cámara lenta
El impacto de la minería ilegal en los hábitats de las llanuras aluviales es visualmente obvio. Por el contrario, los efectos del envenenamiento por mercurio son silenciosos y, durante un tiempo, invisibles. Eventualmente, la toxicidad se manifestará en la salud de los mineros, sus familias y las comunidades cercanas.
La minería artesanal utiliza mercurio en la etapa final de su sistema de procesamiento, cuando aparecen trozos de oro en los sedimentos, agregándolo a la mezcla de tierra ya que absorbe el oro para formar una amalgama física. El oro se recupera vaporizando el mercurio, generalmente sobre una llama abierta, donde el mercurio puede ser inhalado, ingerido o absorbido a través de la piel, pero existen tecnologías que no dependen del mercurio y otras para evitar que se escape al medio ambiente. Desafortunadamente, los mineros artesanales no tienen acceso a estas tecnologías y grandes cantidades de mercurio contaminan los ríos amazónicos cada año.
El mercurio elemental es nocivo, pero en condiciones anaeróbicas los microbios transforman el mercurio en un compuesto orgánico llamado metilmercurio, que es mucho más peligroso para los humanos. El metilmercurio es una molécula estable que tiene cien veces más probabilidades de ser absorbida por un organismo, y una vez ingerido, se incorpora a los tejidos vivos en lugar de eliminarse como desecho. Esto da lugar al fenómeno conocido como biomagnificación, un proceso ecofisiológico que hace que el mercurio se acumule en los organismos con el paso del tiempo y se concentre en los carnívoros longevos cerca de la parte superior de las redes tróficas. En los seres humanos, el mercurio se transporta libremente por todo el cuerpo y puede atravesar la placenta, donde afectará el desarrollo del feto. En los adultos, causa trastornos neurológicos, como torpeza, dificultades para hablar, discapacidad auditiva, ceguera y muerte.
El envenenamiento por mercurio es endémico en las comunidades de los ríos situadas dentro o aguas abajo de las áreas mineras placer. En una revisión de 33 estudios realizados en la cuenca del Tapajós, la elevada presencia de mercurio era generalizada. Los niveles más altos se documentaron en personas directamente involucradas en la minería de oro, pero también afectó a los no mineros que dependen del consumo de pescado como fuente de alimento. En las especies de pescado preferidas como alimentos, el metilmercurio superaba sistemáticamente el nivel máximo recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), donde se han documentado niveles elevados de mercurio en poblaciones de peces migratorios alejadas de las zonas mineras e incluso en poblaciones urbanas. Un estudio reciente reveló que el 75% de la población de Santarem tenía niveles elevados de mercurio y que algunos residentes tenían cuatro veces el límite establecido por la OMS.
La contaminación por mercurio es una amenaza a largo plazo. Esto ha motivado el alza de su precio en la última década debido al aumento de los precios del oro y el posterior auge de la minería ilegal. Un estudio estimó que cada año se liberan aproximadamente 200 toneladas de mercurio mineral. No obstante, a medida que se disponga de más datos y aumente la actividad, esa cifra puede superar las 500 toneladas. De ser cierto, la cantidad liberada al medio ambiente a lo largo de cuatro décadas ascendería a unas 8.000 toneladas, y de este total, alrededor del 40% ha sido vertido en la cuenca del río Amazonas, mientras que otro 40% ha sido expulsado a ríos de las Guayanas Costeras, y el resto al río Caroní en Venezuela.
Impacto social de la minería ilegal
Los esfuerzos por mejorar el cumplimiento de la normativa medioambiental mejorarían casi de inmediato la salud y el bienestar social de los mineros ilegales y sus familias. Esto incluye a los niños que trabajan como empleados o como miembros participantes de una empresa familiar. La lista de actividades que realizan los niños es larga y deprimente, donde se incluye el trabajo como peones en minas subterráneas, como buzos submarinos operando mangueras de succión en dragas fluviales y como operadores de los equipos de procesamiento utilizados para separar el mineral oro de la roca triturada, así como manipulando el mercurio que amenaza su desarrollo. No se conoce con precisión el número exacto de niños menores de edad que trabajan en las minas ilegales, pero las estimaciones llegan hasta el 20% de la fuerza laboral en Perú y Brasil.
Debido que a menudo se organizan como empresas familiares, las mujeres participan en empresas mineras y, no pocas veces, asumen responsabilidades directivas. Su participación ofrece una vía para introducir mejores prácticas, sobre todo si son conscientes del riesgo para la salud de su familia. Otros impactos sociales bien conocidos incluyen el trabajo forzado y el tráfico sexual, delitos que a menudo asumen un aspecto destacado en las iniciativas de orden público que se organizan periódicamente en Brasil y Perú.
El impacto más notorio, al menos en los foros internacionales, es la invasión de mineros ilegales en las comunidades indígenas que ocupaban estas zonas antes del descubrimiento de oro. En la década del 80, la mayoría de las comunidades indígenas se vieron desbordadas, y algunos de sus líderes negociaron acuerdos de acceso a sus territorios y, en el proceso, se hicieron de una buena parte de los ingresos generados. Aún así, estos acuerdos se ignoraron rutinariamente, y los grupos indígenas no tardaron en resentirse, donde por tales motivos las comunidades nativas son ahora las que más se oponen a la minería, aunque siguen siendo abrumadas por mineros dispuestos a recurrir a la violencia.
Mitigación y reparación
La minería placer se practicó ampliamente durante la fiebre del oro del siglo XIX y principios del XX en América del Norte, y creó un enorme pasivo medioambiental similar a la que se genera ahora en toda la Panamazonía. En Norteamérica, el costo de reparación fue asumido por el gobierno federal y los gobiernos estatales, estimándose en cientos de miles de millones de dólares. La minería placer sigue siendo utilizada por mineros a pequeña escala en Alaska y el Yukón, que han sido obligados a restaurar un humedal funcional después de haber explotado el recurso. La rehabilitación se planifica antes de las operaciones para que el área pueda reconfigurarse a un costo razonable. El cumplimiento se garantiza con una fianza en poder del Estado, y en algunas jurisdicciones, los mineros van más allá de la reparación buscando restaurar hábitats cuasi naturales accediendo a incentivos de la sociedad civil que, por lo general, también abren mercados de alto valor. Las diferencias sociales y económicas entre Alaska y el Amazonas son obvias, pero las soluciones se basan en estrategias muy similares.
Enfrentarse a la ilegalidad reinante en las zonas de la minería ilegal es desalentador, donde el Estado está parcial o totalmente ausente. Imponer una política impopular es complicado por la cantidad de individuos que dependen directa o indirectamente de la economía minera informal. En las jurisdicciones que dependen en gran medida de esta clase de minería de oro, los residentes no la ven como ilegal, sino como una de las muchas actividades informales. Las iniciativas dirigidas a comunidades o subsectores específicos, como las mujeres o los mineros indígenas, han generado resultados positivos, pero no han cambiado los elementos estructurales que definen al sector. Las campañas de orden público organizadas en Brasil y Perú han sido noticia –y han disminuido la actividad ilegal durante un tiempo–, pero no han cambiado la dinámica económica y cultural que motiva a las personas a desafiar la ley.
Los gobiernos han tenido más éxito en el registro individuales de mineros, o de sus asociaciones, en las bases de datos nacionales. Los mineros participan porque desean acceder un documento legal que valide su reclamo y, presumiblemente, son conscientes de que ello proporciona a las autoridades información que facilitará la recaudación de impuestos. Los ingresos por impuestos han aumentado en toda la región, aunque se supone que no se está reportando el total de la producción. El registro y la recaudación de impuestos son los primeros pasos para reformar las prácticas mineras, y en el caso de Guyana ha logrado registrar a la mayoría de sus pequeños mineros y utilizado esa información para involucrarlos en programas educativos y técnicos para mejorar su productividad y, en el proceso, eliminar el uso de mercurio.
Existen varios proyectos de investigación que buscan identificar prácticas para remediar los impactos medioambientales de la minería placer, y aunque han demostrado que son técnicamente factibles, también representan un reto social y técnico. Un estudio realizado en Madre de Dios, Perú, encontró que una llanura aluvial estéril, diecinueve años después del cese de las operaciones mineras, requería inversiones en recuperación de suelo y plantación de árboles de entre US$ 2.000 y US$ 3.500 por hectárea. Otros estudios que hacen seguimiento de los esfuerzos de reforestación a lo largo de varios años indican que los costos duplican esa cantidad. Teniendo en cuenta que hay más de 75.000 hectáreas de minas placer abandonadas en Madre de Dios, se necesitarían al menos entre 250 a 500 millones de dólares para devolverles una apariencia de ecosistema natural en funcionamiento. Una gran suma, tal vez, pero menos del 2% del valor del oro extraído de Madre de Dios en los últimos 30 años.
Imagen destacada: La tecnología de minería de placer ha destruido decenas de miles de hectáreas de hábitat forestal ribereño en la cuenca del Tapajós, dentro del Area de Proteção Ambiental (APA) Crepori, una zona protegida de usos múltiples donde la minería se considera legal siempre y cuando quienes la practican cumplen con las normas medioambientales, laborales y regulaciones tributarias. Crédito: © Ryan M. Bolton, Shutterstock.
“Una tormenta perfecta en la Amazonía” es un libro de Timothy Killeen que contiene los puntos de vista y análisis del autor. La segunda edición estuvo a cargo de la editorial británica The White Horse en el año 2021, bajo los términos de una licencia Creative Commons -licencia CC BY 4.0).