Siguiendo la luna

 

La noche pasada la guardaparques Yajaira Vargas vio a una tortuga Paslama salir del agua y recorrer la arena hasta encontrar un sitio escondido para deponer sus huevos. Con sus aletas empezó a excavar un hoyo de aproximadamente 50 centímetros de profundidad para luego sentarse durante 40 minutos y deponer uno tras otro hasta alcanzar los 70 huevos. Una vez acabada su labor, tapó el hueco para camuflar la ubicación y se entregó de nuevo al océano. Nunca llegará a conocer a sus tortuguillos que nacerán después de aproximadamente 45 días, cuando intentarán lanzarse al mar, defendiéndose de los predadores que los acechan tanto en el aire —cormoranes y gaviotas— como en el mar, entre ellos tiburones blancos y orcas.

Yajaira está siempre pendiente del mar. También cuando no trabaja, como pasó ayer por la noche. Está estudiando las fases lunares para conocer el ciclo de vida de las tortugas, que descubrió durante los dos años de labor como guardaparques nocturna, con su compañera Karen Lacayo. Confiesa que está enamorada de su profesión. Una pasión que ha transmitido a toda su familia, en particular a su hija mayor Shanti Sofía de 6 años. “Para molestarle le decimos que vamos a comer huevos de tortuga”, relata Vargas, mientras se recoge el pelo en un moño que deja entrever sus pendientes con forma de tortuga. “Mi hija dice que los huevos tienen que explotar en el mar, no en la boca.” Shanti Sofía es una guardaparques junior, como la mayoría de niñas y niños que estudian en la escuela de la comunidad, involucrados en los programas educativos de Paso Pacífico.

 

 

Las rangers ahora trabajan solo de día, desde las 6 de la mañana hasta las 4 de la tarde, desde que se estableció la prohibición de la labor nocturna para las mujeres. Pero la estrategia sigue siendo la misma. “Cuando vemos a un huevero, nos acercamos e intentamos convencerles que si siguen robando los huevos sus hijos e hijas no conocerán a las tortugas porque rápidamente se extinguirán”, explica Vargas mientras patrulla la playa de El Ostional. “Muchos hueveros me dicen que les gustaría darme todo el botín pero lo necesitan porque es su única entrada económica, no tienen otras opciones. Por esto intentamos intercambiar los huevos con incentivos en dinero o bonos que puedan gastar para comprar comidas en las pulperías (bodegas alimentares)”.

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Cuatro especies en peligro de extinción

 

Dos veces al mes, las rangers Yajaira Vargas y Karen Lacayo suben a un bote para navegar por el área de protección marina y monitorear a la población de tortugas que asoman la cabeza de estas aguas. Son todas especies en peligro de extinción que figuran en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). La más común es la tortuga Paslama (Lepidochelys oliveacea), la cual ha perdido casi la mitad de su población en las últimas tres generaciones. Las otras especies locales peligran aún más. La tortuga verde (Chelonia mydas) —que puede llegar a pesar hasta 300 kilogramos— ha perdido a más del 60 % de sus individuos en las últimas tres generaciones; y la Carey (Eretmochelys imbricata) que está casi extinta ha visto reducida su población en un 80 % en las últimas tres generaciones. Peor suerte le ha tocado a la tortuga Baula (Dermochelys coriacea), la más amenazada en el Pacífico Oriental: el 97,4 % de los especímenes desaparecieron en las últimas tres generaciones, según un informe que aborda esta problemática en Sudamérica elaborado por la organización Estado de las Tortugas Marinas del Mundo (SWOT por sus siglas en inglés). La investigación menciona la causas detrás de esta pérdida de población: las capturas durante la actividad pesquera de altura, el robo de huevos y la construcción hotelera, que dificulta la anidación por la contaminación lumínica y la presencia humana.

 

 

Los huevos de tortuga son un botín valioso especialmente entre diciembre y julio de cada año, precisamente cuando aún faltan varios meses para las arribadas masivas y sale del océano solo alguna esporádica tortuga solitaria a desovar. Entonces para asegurar el éxito de su actividad ilícita, las personas que roban huevos se sumergen hasta la cintura en el océano, capturan a las tortugas y se las llevan para vigilarlas mientras van desovando. Pueden cargar hasta tres animales en los brazos. Algunos de estos traficantes incluso colocan sus bolsas debajo de la tortuga para no perder un solo huevo. Los siguientes tres o cuatros días los dedican a  vender su botín a un precio que fluctúa entre las 40 y 60 córdobas (entre 1,5 y 2 USD) la docena. En Nicaragua se venden aproximadamente 6248 docenas de huevos por mes, generando un volumen de dinero mensual de que supera los 13 000 dólares, según el Informe diagnóstico sobre comercio de productos y subproductos de tortugas marinas publicado en el 2012 y elaborado por la consultora Isabel Siria Castillo para la organización Fauna & Flora Internacional. La mayoría de los encuestados para este informe declara haber probado huevos de tortuga porque es una comida típica Centroamericana considerada saludable y con supuestos poderes afrodisíacos.

Los cazadores suelen vender los huevos en los mercados de la capital del país, Managua; o en los de la ciudad de Masaya, cerca del volcán activo que lleva el mismo nombre, que forma parte de la franja de cráteres que recorre la región desde Guatemala hasta Costa Rica. En Nicaragua, durante la temporada de arribada de tortugas, los mercados quedan abarrotados de huevos. Los vendedores los tienen a la vista en sus quioscos. Y algunos restaurantes costeros de las ciudades de Managua y León, ofrecen platos preparados con huevos de tortugas, principalmente ensaladas con repollo y yuca.

Mongabay Latam le preguntó a Ronald Miranda Mejia, Delegado del Ministerio del Ambiente y de los Recursos Naturales del departamento de Rivas (Marena), sobre el fenómeno de robos de huevos de tortugas en el Pacífico Oriental. Miranda colgó el teléfono al escuchar la pregunta. El consumo y el robo de huevos de tortugas está perseguido por el artículo 28 de Ley Especial de Delitos contra el Ambiente y los Recursos Naturales. Las penas van de dos a cuatro años de prisión y las multas pueden bordear los 10 000 dólares. Aunque en la práctica nadie permanece encarcelado por mucho tiempo por estos delitos, según precisaron algunos de los habitantes de Paso Pacífico entrevistados para este reportaje. A pesar de las leyes y del peligro de extinción que enfrentan las tortugas, el robo de huevos es una práctica común en estas playas rodeadas por bosques, localizadas en el llamado Corredor Seco de Nicaragua. Una región caracterizada por intensas sequías que va desde el Chiapas Mexicano hasta Costa Rica, pasando por Guatemala, Honduras y Nicaragua.

 

 

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Todo se pide al Pacífico

 

El océano es central en la vida de las comunidades nacidas y criadas a la orilla de las aguas turquesas del Pacífico. Y las tortugas son parte integrante de él. Son tan famosas que aparecen en el billete de 20 córdobas (0,6 USD) como símbolo del país. Nicaragua es el país más pobre de Centroamérica, según un reporte de las Naciones Unidas que mide las desigualdades salariales. Desde finales de abril el país está viviendo una profunda crisis política, debido a las multitudinarias manifestaciones que empezaron por una oposición de los estudiantes a la reforma del Seguro Social y a la que se fueron sumando otros sectores también disconformes, que rechazaban además la represión en las calles, hasta llegar a exigir la renuncia del presidente Daniel Ortega. Hasta la fecha se han reportado más de doscientos muertos, quinientos detenidos y miles de heridos, como lo denuncia la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Frente a este escenario político y a falta de otras oportunidades laborales, las familias que viven en las zonas costeras confían su supervivencia al mar, aunque esto implique tener que traficar huevos de tortugas. Todas la mujeres guardaparques conocen a personas que extraen ilegalmente huevos, pueden ser vecinos, familiares, amigos o hasta ellas mismas lo han hecho en el pasado. “Mi suegra era huevera. Empezó a robar huevos para salir de unas deudas que contrajo mientras estuvo enferma”, relata Liessi Calero, guardaparques de 29 años, que patrulla con la ranger Darling Delgado la playa de Brasilon desde hace dos años. “La policía la detuvo cuando volvía de huevear en autobús con otras mujeres y pasó un mes en la cárcel. Cuando la dejaron en libertad paró de hacerlo”.

Cada madrugada Liessi y Darling se ponen la camisa azul de guardaparques y se van a trabajar. Antes dedicaban todo su día a tareas domésticas y a cuidados familiares. Hoy salen a la calle principal y esperan que alguien les pueda dar un aventón o agarran el primer autobús para llegar a la playa de Brasilon, a siete kilómetros de su comunidad. Viven en el poblado de El Coco, donde residen unas 200 personas en casas de madera y láminas alineadas a la orilla de la calle que conduce a la ciudad turística de San Juan del Sur, renombrado paraíso del surf. En la comunidad de El Coco la extracción de huevos de tortuga es una práctica ancestral, que se ejerce desde generaciones.

 

 

A las 6:30 de la mañana llegan a la playa de arena blanca del Brasilon, donde se rompen largas olas que los pelícanos persiguen. Interrumpen sus vuelos horizontales de golpe para tirarse al agua y buscar comida. Liessi y Darling vigilan la playa para evitar el robo de los huevos que las tortugas han depositado durante la noche. “Empezamos el día revisando la libreta que los guardaparques nocturnos nos dejaron, donde aparecen las llegadas de la noche anterior”, explica Delgado. “Identificamos sus nidos y movemos aquellos que podrían estar en riesgo al vivero que tenemos abajo de este árbol. Etiquetamos cada punto donde enterramos a los huevos para indicar la fecha de eclosión”.

Cada nacimiento es un evento para las rangers, el mejor recuerdo de su trabajo. Cuando llega el día establecido liberan a los tortuguillos con sus hijas e hijos, durante la tarde, cuando hay menos depredadores hambrientos en el aire y en el mar. Tienen que limpiar los residuos de plásticos que llegan con las mareas porque complican el desove de estos reptiles marinos y también entorpecen el camino que recorrerán las pequeñas tortugas. “Somos la única organización que emplea mujeres guardaparques en el país, una presencia escasa en toda Latinoamérica”, relata Liza González, responsable en Nicaragua de la ONG Paso Pacífico. “Han mostrado un liderazgo muy evidente: antes eran amas de casa y ahora juegan un rol muy importante en la economía de sus familias y en la conservación del medio ambiente”.

 

 

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“Antes robaba huevos, ahora soy guardaparque”

 

El sol llega a su pico más alto en la playa del Brasilon. Es la una de la tarde y Liessi y Darling deben volver a casa y cederle el turno al guardaparques de la tarde. Se llama Félix Pedro Reyes y estará en servicio hasta las 6 de la mañana, revisando cada una de las luces que en la noche iluminan estas playas. Y no solo tienen que permanecer atentos a  las linternas de los ladrones de huevos, sino también tener cuidado con las lanchas de narcotraficantes que llegan muchas veces para liberar sus cargas ilegales. “Nací en una comunidad de tradición huevera. Me he criado en el Océano Pacífico. He vivido del mar toda mi vida: el Pacífico siempre ha respondido a todas las necesidades”, explica Reyes. “Empecé a ser huevero a los 9 años con mi pandilla de amigos. Los vendíamos a comerciantes internacionales. Era el cabecilla del grupo. En aquel momento no entendía lo que estaba haciendo”. Félix solía salir a robar huevos todas las noches, durante muchos años. Hasta que en la década de los 80 llegó la guerra que con apenas 13 años lo llevó a combatir en las filas del frente sandinista para derrocar a Anastasio Somosa. Tardó más de cinco años para volver a su casa y a su océano. Padecía un trastorno de estrés postraumático, le tomó unos años volver a la vida de antes. Todas las noches iba a extraer huevos en el mismo horario nocturno que hoy emplea para cuidar los nidos. “Me llevaba todo de estas playas. Hasta que una noche después de robar los huevos de las cinco tortugas verdes que llegaron a La Flor, me di cuenta que estaban haciendo lo mismo en la playa vecina. Me puse a pensar que estábamos acabando con nuestros recursos naturales y que si íbamos a seguir así las futuras generaciones no iban a conocer a las tortugas”.

El mismo pensamiento de Don Félix, empujó a Toñita a cambiar de vida. Su nombre es Maura Antonia Martínez, madre soltera de 10 hijos e hijas, se define orgullosamente la jefa de su hogar, una casa rodeada por un patio donde corren y juegan parte de sus 28 nietos. “¡La que manda aquí soy yo!”, explica Toñita, 56 años, regresando de su trabajo en el vivero de la playa de El Coco. “Cuando tenía 18 años comía y cazaba huevos para ayudar a la economía familiar. No entendía el daño que hacía al medio ambiente. Ahora tengo la oportunidad de sentirme útil, no solo en la casa: trabajo para alcanzar la igualdad y cuidar de la naturaleza”. En el patio, uno de sus nietos está jugando con otro niño, que persigue una mariposa con un tubo de goma. Cuando lo ven, sus nietos le dicen a la abuela que le está haciendo daño a la mariposa. “Es hijo de una huevera. Lo estoy cuidando porque su madre está detenida en la cárcel de San Jorge, la arrestaron por robar huevos”, explica Toñita “es una madre soltera y no tiene a nadie que cuide de sus hijos”. Toñita se acerca al niño rodeada de sus nietos y nietas, intentado explicarle la necesidad de tutelar a la naturaleza, de cuidar al Océano Pacífico, del cual se sienten parte.

 

 

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