- Los patrulleros, habitantes de las comunidades locales que han sido especialmente entrenados, vigilan y monitorean los árboles donde anidan las guacamayas.
- Usualmente son los polluelos los que son traficados, sin embargo, últimamente se estaría intentando comercializar los huevos de estas aves.
El guacamayo rojo centroamericano (Ara macao cyanoptera) vivía originalmente entre el centro de México, Costa Rica y en algunas islas de Panamá. Sin embargo, en los últimos años, tanto su población como su distribución han disminuido fuertemente debido a la caza furtiva para abastecer el comercio ilegal de especies. En Honduras, donde esta ave es también llamada guara roja, vivía hace unos 100 años en casi todo el país. Para 1974 ya solo se podía encontrar en parte del Caribe y para 1980 solo en la Mosquitia, una apartada zona en la frontera con Nicaragua. Allí viven actualmente unos 500 guacamayos rojos, de un total de apenas 1500 repartidas por toda Centroamérica.
Desde hace ocho años, las organizaciones científicas Incebio y One Earth Conservation desarrollan junto a las comunidades un programa de conservación para evitar su tráfico ilegal. Como resultado de su trabajo, el proyecto logró disminuir los saqueos de nidos en un 80 %, a través del monitoreo y vigilancia de los árboles donde anidan las guacamayas por parte de patrullas conformadas por lo mismos habitantes de las comunidades.
Debido al éxito del programa, la zona de conservación se amplió el año pasado a 300 000 hectáreas, gracias al Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los Estados Unidos, convirtiéndose así en en el área de conservación vigilada por una comunidad más grande de toda América Latina. Sin embargo, los peligros continúan rondando al guacamayo rojo en la Mosquitia hondureña y si antes eran los polluelos los saqueados para ser traficados, hoy son los huevos de estas aves los que están queriendo ser comercializados a un precio que bordea los $US 30 cada uno.
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Patrulleros para vigilar los nidos
Apu Pauni quiere decir guacamayo rojo en idioma misquito, la etnia indígena mayoritaria de esta zona. Es también el nombre del programa de patrullajes que comenzó en la comunidad de Mabita y que hoy se implementa en seis localidades de la Mosquitia.
El programa está compuesto por unos 20 patrulleros, habitantes locales de las comunidades, que fueron entrenados en el uso de equipos para la toma de datos, búsqueda de nidos y patrullaje. El trabajo se divide por turnos y cada día, de lunes a domingo, unos diez patrulleros recorren a pie o montados en motos, caballos y bicicletas las zonas asignadas. El salario por cuidar los nidos de los guacamayos es de 200 lempiras diarias, unos $US 8, un monto pequeño si se compara con los $US 20 a $US 60 que puede una persona recibir por cada guacamayo capturado. Es por ello que la conservación en la zona es un asunto de convicción. “Hay algunos que quieren conservar pero otros no. Es más fácil conseguir rápido el dinero”, dice Santiago Lacuth, y coordinador de las patrullas.
Lacuth explica que la labor consiste en observar los nidos para ver el estado de actividad de los padres. Esto es posible puesto que para anidar las guaras hacen huecos en los árboles. Cuando los saqueadores descubren estos huecos, los agrandan con cortes para poder sacar los polluelos y los huevos. Además, “cuando está la doctora —LoraKim Joyner, directora de One Earth Conservation— hacemos observaciones de los nidos para ver si los polluelos tienen parásitos y les ponemos las bandas”. Se trata de una pequeña marca en la pata derecha de cada polluelo para que “si los cazadores los capturan sabemos que son nuestras aves y de dónde vinieron. Cualquier ave en cualquier parte del mundo que tenga una banda en el lado derecho es nuestra ave y debería regresar”, dice Joyner.
El trabajo de los patrulleros requiere un importante esfuerzo físico debido a que deben recorrer largas distancias. “Salimos a las siete de la mañana y volvemos como a las seis. A veces hay que andar unos 35 km para llegar recién al punto donde comienza el patrullaje y cuando es muy lejos acampamos”, cuenta Lacuth. Además, el trabajo implica riesgos puesto que los saqueadores, que también pertenecen a las comunidades de la Mosquitia, andan armados y amenazan, incluso de muerte, a los patrulleros. “Para ellos no es tan fácil cuando se encuentran con personas que están dispuestas a hacerles daño”, dice Carlos Flores, director regional de vida silvestre del Instituto Nacional de Conservación y Desarrollo Forestal (ICF), el organismo estatal en Honduras encargado de la política nacional de conservación. En el caso de que las patrullas intercepten a los saqueadores el modus operandi consiste en denunciar a la policía para que se inicie un operativo “porque los patrulleros son comunitarios voluntarios y no tienen la facultad para hacer un decomiso”, explica Flores. El problema, confiesa, es que “los lugares donde los patrulleros pueden tener señal telefónica para comunicarse con la policía suelen estar lejos. Cuando logran llamar ya han pasado horas o incluso días y entonces para cuando llega la policía los saqueadores ya se fueron. El problema de comunicación es básico”, asegura.
Para Flores, un mejor sistema de comunicación podría mejorar la coordinación. “Actualmente tenemos un sistema pero para habilitarlo necesitamos una repetidora en el intermedio de los sitios y Puerto Lempiras”, cuenta Flores, y además, “necesitaríamos que la persona viva ahí para cuidar los equipos”. Él reconoce que “las comunidades hacen su esfuerzo y realmente si tuviéramos, a nivel de campo, más presencia militar, los saqueadores lo pensarían dos veces”. Joyner coincide al asegurar que “la presencia de la policía es prácticamente nula”.
Aun así, el programa Apu Paini ha logrado un éxito rotundo al reducir el saqueo de nidos en un 80 % en el área patrullada. “Hace 20 años en la zona podías ver unas tres guaras. Ahora llegas y ya empiezas a ver más de 50 o 60 aves”, asegura Héctor Portillo, coordinador del proyecto y coordinador científico de Incebio. Según el experto, actualmente se estima que hay entre 150 y 200 individuos en las 300 000 hectáreas monitoreadas.
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Antes eran los polluelos ahora son los huevos
“En Honduras la mayoría de los polluelos van a las islas de la Bahía porque los turistas y los hoteles aman a los loros y los usan como atracción. Pero no saben o no quieren saber el daño que causan”, dice Portillo. Al mismo tiempo, se cree que las aves que son traficadas hacia el exterior del país “son enviadas a Asia, India y también a Arabia”, dice Joyner y asegura que un pichón suele ser comprado por 1000 o 1500 lempiras (entre $US 40 y $US 60) pero que en el exterior puede ser vendido en hasta $US 4000.
Incebio y One Earth Conservation comenzaron a trabajar juntos y de manera autofinanciada en 2010 pero en 2014 todos los nidos fueron saqueados. “No teníamos dinero para pagarle la gente e incentivarla a que nos ayudaran a cuidar”, cuenta Portillo. Aunque fue un duro golpe para los científicos, en 2015 comenzaron a implementar el modelo de patrullas. Ese año lograron proteger 11 nidos al interior de área vigilada y en 2016 y 2017 ninguno fue saqueado. Habían logrado proteger 39 nidos. En 2018, con el financiamiento del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los Estados Unidos, el área de patrullaje se extendió a las 300 000 hectáreas actuales y aunque un 20 % de los nidos fueron saqueados el programa logró proteger 103. Joyner señala que “hay que considerar que ahora es un área mucho más grande y que estamos trabajando con comunidades que no tienen experiencia” por lo que éxito es rotundo.
Entre febrero y marzo del 2019, 15 nidos fueron “escalados”, es decir, visitados por saqueadores. Los científicos han podido llegar a esa conclusión debido a las huellas en los árboles, pero no han chequeado los nidos por lo que no saben si estaban activos o no. Y es que durante los primeros meses del año los huevos de guaras no han eclosionado y los padres podrían abandonarlos si es que los nidos son manipulados por seres humanos durante ese tiempo. Pero las evidencias concuerdan con rumores que últimamente preocupan a los conservacionistas: los traficantes ya no esperan que nazcan los polluelos. “En el último tiempo ha habido noticias de que personas de nacionalidad china están visitando las comunidades fronterizas proponiendo comprar huevos”, dice Flores, y según Portillo, ofrecerían por ellos unos $US 30.
Santiago Lacuth cuenta que “llegó un chino por el lado de Nicaragua. Dijo que estaba observando y preguntó cuál era la temporada de cría de guaras. Después vino en enero y entró a las comunidades contratando a las personas para que les consiga huevos. Decía que quería tener un criadero pero era un engaño”. Según Lacuth, la información que se maneja al interior de las comunidades es que el asiático habría conseguido llevarse unos 30 huevos pero la investigación para determinar mayores antecedentes está en curso y no hay por ahora información oficial.
Aunque Honduras declaró ilegal el comercio de loros y guacamayos en 1990, hasta hoy “nadie ha cumplido una condena por tráfico de especies en Honduras”, dice Flores.
En esta región casi olvidada, donde solo la corrupción y el narcotráfico la ubican en la portada de los diarios, es impactante que la conservación de haya convertido en un factor clave. “Las comunidades quieren cuidar a sus guaras pero necesitan ayuda, compañía y dinero”, dice Joyner. Para ella, Apu Paini es, dentro del oscuro escenario que amenaza a esta colorida ave, una demostración de que “la conservación, cuando está en manos de los comunitarios e indígenas, tiene éxito”.
Foto Principal: A wild scarlet macaw sits outside of a rescue center for macaws in the small town of Mabita, Honduras. Credit: Art Howard / Christi Lowe Productions