- Esta especie endémica fue declarada en extinción hasta 1999, cuando se le volvió a ver en Xocoyolo, una comunidad al sur de la Sierra Madre Oriental, en el estado mexicano de Puebla.
- Hoy la población de sapos de cresta bordea los 180 ejemplares y no todos son nativos. Algunos de ellos han sido criados en cautiverio para asegurar su reproducción y devolverlos a la vida silvestre, gracias al esfuerzo de científicos y comunidades locales.
Desde hace un par de años, científicos del mundo comenzaron a advertir que el planeta atravesaba una sexta extinción masiva de especies, la única causada por el hombre que se ha encargado de destruir los hábitats naturales de los animales.
En esa llamada “epidemia global” se podría incluir al sapo de cresta, una especie endémica aunque poco popular en México, a la que un biólogo, de la mano de una comunidad indígena, ha decidido darle otra oportunidad.
La historia en 1 minuto. Video: Mongabay Latam.
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El hogar del sapo
Xocoyolo es una comunidad con cerca de 300 habitantes al sur de la Sierra Madre Oriental, pertenece al municipio de Cuetzalan, en el estado mexicano de Puebla.
Alrededor de las pocas calles pavimentadas y las humildes viviendas de Xocoyolo crece un bosque poderoso, de grandes árboles que ofrecen permanente sombra, de bromelias y enormes helechos, un bosque, silencioso como son los bosques, donde al atardecer solo se escucha el menear de las hojas cuando sopla el viento, el canto de los búhos, los grillos, las cigarras y, de pronto, el río.
Es el bosque mesófilo —ecosistema que también se encuentra en riesgo en México— hogar de la población más grande de sapos de cresta en el país, donde se lleva a cabo una parte del proyecto de conservación de esta especie (Incilius cristatus) encabezado por el biólogo José Alfredo Hernández Díaz, desde 2012.
El sapo de cresta, una de las 211 especies de anfibios en peligro de extinción en México, es endémico de la zona y fue declarado en extinción desde 1990 hasta 1999, cuando lo volvieron a encontrar en Xocoyolo, en un territorio donde no sabían que existía. Pero no fue hasta 2009 que empezó este proyecto de conservación cuya principal prueba de éxito ocurrió en 2017, cuando pudieron documentar una población de al menos 180 sapos, entre nativos y liberados: cuatro años antes solo habían encontrado 4 individuos nativos.
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La reproducción
El sapo de cresta se llama así porque tiene dos protuberancias (crestas) en la cabeza, justo por encima de los ojos. Es un animal pequeño, que puede llegar a medir entre 8 y 12 cm, pesar entre 40 y 80 gramos, y que tiene una expectativa de vida que va desde los 7 hasta los 9 años.
En el bosque mesófilo de Xocoyolo hay una barranca, conocida como El Apalate, que corre a lo largo del río Apulco, que es una corriente del río Tecolutla y desemboca en el Golfo de México, atravesando el estado de Veracruz.
En esa barranca habitan los sapos y cada año al final de la época de lluvias, en los meses de octubre o noviembre, estos curiosos anfibios hacen un recorrido de aproximadamente 5 kilómetros para bajar al río, en cuyas orillas se forman unas pozas, como unas pequeñas piscinas alojadas en medio de enormes piedras que detienen la corriente.
A esas pozas llegan los machos, que se empujan para conseguir el mejor lugar y esperar a las hembras, que son atraídas por su canto agudo y débil.
Las hembras son siempre más grandes, así que los machos se montan en ellas y las abrazan para iniciar la reproducción, en términos científicos amplexan. Pueden pasar hasta seis horas para que la hembra ponga los huevos y entonces el macho libera el esperma para fecundarlos dentro del agua.
“Los huevos de los sapos vienen en tiras bien largas —explica Alfredo Hernández, el biólogo a cargo del proyecto de conservación—, es una tira con muchas bolitas, como si fuera un rosario, y ellos necesitan alguna superficie para amarrarlos, por así decirlo, y usan las piedras y van enrollando la tira de huevos en la piedra. Ellos van nadando alrededor y van amarrando la tira”.
Una vez que los huevos quedan atados a la piedra, el macho se para imponente sobre esta por un par de días, “pero no hace nada en especial, solo se para en la piedra y está ahí como vigilando”, explica Hernández. No hay evidencia de que haya cuidado parental más allá de eso.
La conservación
El biólogo refiere que el sapo se declaró extinto “porque originalmente solo se conocía en Teziutlán —otro municipio del estado de Puebla a poco más de 80 kilómetros de Xocoyolo—, donde ya no existe, y en el estado de Veracruz, pero casi todo su hábitat se transformó en cafetales y zonas ganaderas, ahorita se han encontrado poblaciones pequeñas en Veracruz pero ninguna del tamaño de esta (la de Xocoyolo). Esta es la población más grande y el hábitat mejor conservado”.
Aunque también en una parte de Veracruz hay presencia de sapos, se trata de una comunidad muy pequeña, la cual además no goza de protección. De modo que en la colonia de Xocoyolo está la esperanza de supervivencia de la especie.
“La principal amenaza para el sapo —dice Alfredo Hernández— es la destrucción de los bosques y la contaminación del río, porque en la zona donde desaparecieron, en Teziutlán, pasaron dos cosas: los bosques se talaron para sembrar café y el río se contaminó, parece que por empresas textiles que empezaron a echar descargas al río. En Xocoyolo no hay descargas importantes de industria, hay un poco de descarga doméstica pero el agua está bastante bien”.
En 2009, el zoológico Africam Safari inició este proyecto de conservación usando una técnica llamada “arca de anfibios”, que consiste básicamente en la reproducción en cautiverio y la posterior liberación de individuos, y el biólogo Alfredo Hernández asumió el liderazgo de este proyecto en 2012.
En el zoológico, localizado en la capital del estado de Puebla, a unos 200 kilómetros de Xocoyolo, los sapos viven en grandes peceras acondicionadas dentro de una habitación, donde se intenta replicar con mucha minuciosidad su hábitat. El agua tiene el mismo PH que en el río y la temperatura se controla con un calefactor eléctrico, solo la hojarasca del bosque es sustituida por musgo.
“Ellos viven en el bosque y generalmente se esconden entre la hojarasca, acá es difícil conseguir la misma hojarasca que tienen allá, entonces usamos el musgo porque forma como una especie de colchón donde se pueden meter y esconder, y el agua (de la pecera) simula las pozas que se forman en el río, porque a pesar de que usan el río para reproducirse, usan las zonas donde la corriente no fluye, sino que se estanca el agua por las mismas rocas”, explica y levanta una capa de musgo debajo de la cual hay tres sapos.
En cada pecera hay una generación de sapos o renacuajos, aunque los más pequeños están separados de manera individual en pequeñas cajitas de plástico.
En diciembre de 2012 fue la primera reproducción y la metamorfosis concluyó en el 2013, alrededor de 40 días después. Esa es la fecha en que se considera su nacimiento. Cada hembra pone entre 300 y 1000 huevos, y entre 50 y 75 % son fértiles. En cautiverio, Alfredo Hernández saca los huevos no fertilizados de la pecera para evitar que su descomposición afecte el PH del agua.
“Cuando son fértiles ves el desarrollo porque los huevos son transparentes, entonces puedes ver cómo se va formando el renacuajo, cuando no son fértiles el huevo se queda tal cual, redondito, si es fértil se empieza a alargar, se le forma la cabecita y la cola”, explica el biólogo.
Cuatro días después, de los huevos sale el diminuto renacuajo que aún ni siquiera sabe nadar, se va al fondo, cae.
Un porcentaje (50-70 %) de los sapos nacidos en cautiverio se libera para reforzar la población silvestre y el resto se queda para continuar la reproducción. Y en 2016 colectaron nuevos sapos para enriquecer el acervo genético de la colonia.
Hasta ahora el proyecto de conservación ha permitido aumentar la población de sapos en Xocoyolo; la evidencia sugiere que ha sido consecuencia de la liberación de sapos que sobrevivieron, crecieron y comenzaron a reproducirse entre ellos y con la población nativa.
Cada año hay una liberación en la que participan jóvenes de Xocoyolo y que se ha convertido en un evento de concientización. Hasta ahora la liberación más grande fue de 440 sapos y en total, desde 2012, han liberado 1170 sapos.
“Africam Safari hace trabajo con la comunidad, se hacen talleres para que la gente valore a los sapos. Antes la gente tenía la percepción de que el orín del sapo te podía dejar ciego, y otros mitos, pero se ha tratado de cambiar eso, y los niños nos acompañan en las liberaciones”.
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Guardianes de Xocoyolo
Angelina García es pequeña y delgada pero baja la barranca a paso firme, segura del camino, como quien lo ha hecho muchas veces. El sendero es angosto, apenas para una persona, y ella lo recorre mientras va tocando las plantas, las conoce bien, sobre todo los diferentes tipos de helechos.
Ella estudia Biología en la Universidad de Zacapoaxtla, a 34 kilómetros de Xocoyolo, donde vive, y desde hace cuatro años participa en las liberaciones de sapos que encabeza Alfredo Hernández.
“Participo en el monitoreo del sapo de cresta de esta forma: junto con el biólogo Alfredo que es el encargado, bajamos a la barranca, el hábitat donde se encuentran más sapos de cresta, bajamos, buscamos en el río cuando ya es tarde, porque es la hora en que los sapos empiezan a salir y a bajar, a esas horas podemos checar la cantidad de sapos y saber cómo están”, cuenta García.
La participación de jóvenes de la comunidad en la liberación de sapos es una parte importante del proyecto de conservación, pues ha permitido que se apropien del animal, echar abajo los mitos alrededor de él, asegurar su protección y evitar la contaminación del río que acabaría con la especie.
El río Apulco está amenazado principalmente por la posibilidad de que inicie operaciones una mina a cielo abierto en Ixtacamaxtitlán, un municipio situado a 100 kilómetros al suroeste de Xocoyolo. Por el momento el proyecto minero de la empresa canadiense Almaden Minerals está detenido debido a un proceso judicial, sin embargo no está cancelado y la etapa de exploración ha concluido, por lo que de ganar la minera, la explotación arrancaría de inmediato.
La primera vez que Angelina participó en una liberación estaba todavía en el bachillerato. Alfredo Hernández, junto con un equipo de Africam Safari, comenzó a visitar las escuelas de Xocoyolo para hablar del sapo y la importancia de protegerlo.
Si ella de por sí tenía gusto por la naturaleza, esas visitas la convencieron de estudiar Biología, y a partir de entonces se ha involucrado más en las liberaciones.
“La importancia de saber que proyectos así pueden estar en nuestro pueblo —asegura Angelina García—, y nosotros estudiando algo más y sabiendo más, obteniendo más conocimientos, considerando que podemos ayudar de otra manera, me orientó, me animó para estudiar esta carrera y saber que podemos contribuir de forma más correcta a la conservación del sapo y tener más conocimiento sobre ellos, de alguna manera sí me ayudó mucho”.
Su prima Mariana González tiene 18 años y está a punto de salir del bachillerato y, como buena parte de los estudiantes de todas las edades en Xocoyolo, a partir de las visitas de Africam se enteró de que el sapo estaba en riesgo.
“Yo no sabía que el sapo estaba en peligro —reconoce Mariana— y que solo existía en la comunidad, a partir de que lo supe ya trato de no contaminar y cuidarlo un poco más”.
Igual que Mariana, Noé Carmona Segura, de 17 años, ahora sabe que, contrario a los mitos que había escuchado, “el sapo es bueno y ayuda a controlar otras plagas que son más dañinas para nosotros”.
Y supo que si agarra un sapo y se orina es solo una medida de defensa, que su orín es inofensivo para los humanos, que no causa ceguera, ni pudre la mano. Un mito muy extendido en la comunidad que ha sido derribado con información.
Desde hace un par de años Noé es líder de Guardianes de Xocoyolo, “un grupo de jóvenes de secundaria y preparatoria dedicados a cuidar el medio ambiente donde se desarrolla el sapo: el río y la barranca. Lo que hacemos es juntar la basura y recolectar todos los materiales que podemos reciclar y darles otro uso, por ejemplo venderlos o fabricar otras cosas”.
El sapo se ha vuelto tan popular en Xocoyolo que los estudiantes del Bachillerato lo adoptaron como mascota y ahora lo llevan bordado en la manga de la playera de su uniforme.
No fue necesaria una votación o una asamblea, un año los estudiantes hicieron unas figuras de sapitos para regalarlos en su graduación y al siguiente año ya estaba bordado en el uniforme.
“Se convirtió —explica Ulises López, director del bachillerato— en una cuestión de sentirse parte de algo, de decir yo fui a esta escuela, y aprendí esto, los mismos chicos se identificaron con el sapito, y eso promueve el cuidado de la especie”.
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Futuro promisorio
Una vez que lograron la reproducción en cautiverio del sapo, comenzaron las liberaciones y después el monitoreo para medir el éxito del proyecto.
“Necesitamos saber cuál es el porcentaje exacto de supervivencia pero para eso necesitamos que todos los que liberamos lleguen a la edad adulta. El año pasado los que liberamos en 2015 deberían haber llegado a la edad adulta, entonces el 2018 era un buen año porque al menos 600 sapos liberados por nosotros ya podían haber llegado a la edad adulta, era un año clave y lo perdimos”.
El monitoreo es quizás la parte más difícil del proyecto, pues el clima puede jugarles en contra, pues si llegan antes de que terminen las lluvias, los sapos aún no salen a reproducirse y es prácticamente imposible verlos
“La idea este año es conseguir a una persona local que nos ayude a estar bajando a la barranca. Normalmente la época reproductiva viene entre finales de octubre, principios de noviembre. El año pasado se corrió hasta mediados de noviembre, entonces la idea es que una persona de allá pueda estar bajando cada tercer día y que nos diga ‘ya llegaron los sapos’, y nos vamos. Porque lo más que podemos estar allá son cuatro días”.
La época de reproducción depende del momento en que terminan las lluvias, que es cuando baja el cauce del río y se forman las pozas. Como Alfredo y su equipo están a 200 kilómetros de Xocoyolo, coincidir con ese momento es complicado.
Pero mientras llega el momento en que toda la población liberada llegue a la edad reproductiva, para que baje al río y puedan contarlos, Alfredo y su equipo han hecho un conteo “por abundancia”, es decir, cuentan los sapos que logran ver en reproducción.
En 2014 encontraron 8 individuos, en 2015 no tuvieron suerte, en 2016 encontraron 23, y en 2017 pudieron contar 180, “fue el mejor año, vimos una cantidad de sapos muy grande”, cuenta Hernández, para quien precisamente el establecer el tamaño de la población es una de las partes más complicadas de su trabajo, por lo difícil que es ver a los anfibios en su hábitat natural. El biólogo recuerda, sin embargo, a tres sapos en particular que vieron en la última salida, estos fueron liberados pesando medio gramo y los encontraron de tamaño adulto.
Para identificar sus sapos los marcan dependiendo del tamaño que tienen al ser liberados, “cuando son pequeñitos es necesario cortar una falange. Liberamos en una ocasión 40 adultos y se les colocó un microchip, pero ahí está el riesgo de que el microchip se expulse o que deje de funcionar”.
En 2017 comenzaron a usar tatuaje elastómero para identificar unas liberaciones un poco más grandes, que no eran crías, sino juveniles, se trata de “un tatuaje subcutáneo con una tinta fluorescentes, entonces tú llevas una luz negra y brilla. Y los que hemos encontrado que les cortamos el dedito, cuando regresamos y los hemos recapturado lo que hacemos es ponerles el elastómero, que es un tatuaje permanente y así ya tienen dos marcas para que los volvamos a encontrar”.
Para el monitoreo planeado este año, Alfredo Hernández calcula que más del 60 % de los sapos liberados desde 2015 deben haber llegado a la edad adulta, lo que les permitirá tener más certeza sobre el éxito del proyecto.
“Hay dos retos que tienen los animales que liberamos: sobrevivir y encontrar el sitio de reproducción, porque en un río de kilómetros solo hay 100 metros ideales para que se reproduzcan, que son las pozas”.
¿Cómo hace el sapo liberado para desplazarse 3 kilómetros a través de una barranca que tiene unos 500 metros de profundidad y llegar hasta el sitio de reproducción, en el momento en que debe llegar? Para Alfredo este sigue siendo un enigma.
“Yo no sé cómo se orientan. Cómo le hacen para saber que tienen que llegar ahí. A mí se me hace un reto para un animal de este tamaño”, indica.
Con estos prometedores resultados, que el propio Hernández ha documentado para la iniciativa Amphibian Ark, el proyecto de conservación continuará hasta asegurar la existencia de un par de colonias con población estable de entre 200 y 300 individuos.
“El plan es continuar con el proyecto hasta que veamos que tenemos más de una población estable y poder cuantificar mejor el éxito de los animales que se liberan, porque hasta ahora ha sido la parte más complicada, hasta ahorita hemos liberado 1170 sapos, pero por la dificultad del monitoreo hemos encontrado 3 liberados nada más, porque es muy difícil verlos, si no son adultos y están en la edad de reproducción es súper complicado verlos, porque están dispersos y ocultos en el bosque”.
En todo caso el objetivo es que la especie deje de estar considerada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) en Peligro Crítico de extinción.
Para ello quiere “incrementar otra vez su distribución, ya tenemos una población que parece ser estable y de tamaño razonable ahí en Xocoyolo, la idea es mudarnos a otros lugares alrededor, donde podamos liberar sapos y asegurarnos de que sobrevivan”.
En 2017 liberaron sapos en una propiedad privada, cerca de Xocoyolo, donde existen las características que el sapo necesita para sobrevivir: un buen bosque con árboles grandes que produzca mucha hojarasca y les sirva de refugio, y un río limpio que tenga rocas donde se puedan formar las pozas.
De modo que el sapo de cresta goza de buena popularidad y tiene un futuro en México.
Imagen central: Marlene Martínez.