- Las amenazas, los amedrentamientos y los escasos recursos son una constante en el día a día de los guardaparques del Bosque Atlántico del Alto Paraná (BAAPA). Cuidar el ambiente para esta gente es mucho más que un empleo. Es una forma de entender la vida, pero también, de arriesgarla.
Esta publicación es una colaboración periodística entre Mongabay Latam y La Nación.
El 17 de febrero de 2013 mataron al guardaparque Bruno Chevugi en pleno monte del Parque Mbaracayú, en el distrito de Ygatimí, Departamento de Canindeyú. El guardaparque estaba con otros compañeros realizando su control diario cuando lo atacaron. Su cuerpo fue encontrado dos días después, a unos 350 metros aguas abajo del río Jejuimi, que divide en dos el territorio del parque. Las investigaciones para determinar quiénes fueron los asesinos o el asesino de Chevugi nunca tuvieron resultados.
Cinco años después, 18 de agosto de 2018, Rumildo Toledo y Artemio Villalba fueron atacados a balazos dentro de la Reserva Natural Tapytá, la que custodiaban en San Juan Nepomuceno, Caazapá. Toledo falleció ese mismo día mientras que Villalba logró sobrevivir un poco más hasta que las heridas acabaron con su vida. En este caso, la investigación de la fiscalía continúa abierta y el pasado 4 de marzo fueron detenidos los hermanos Braulio, Robert y Arnaldo Alcaráz González, tres de los cinco acusados, supuestos cazadores furtivos aunque la fiscalía no descarta que sean personas vinculadas al narcotráfico.
Desde entonces la violencia no ha cesado y todos los guardaparques que cuidan las reservas y parques del Bosque Atlántico del Alto Paraná están amenazados.
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El miedo a ser Chevugi
“El viernes pasado justo en este sendero nos abordaron”, dice un guardaparque de la reserva San Rafael, mientras guía un recorrido por este bosque que forma parte del Sistema Nacional de Áreas Silvestres Protegidas del Paraguay (SINASIP). “Cerca de ocho personas. Eran tipos robustos, conocidos nuestros. Yo estaba con mi compañero y me sacaron la escopeta (que portaba). Me dijeron que deje de molestarles”, cuenta y muestra el lugar de los hechos. Para quienes trabajan en la protección de los bosques en la región Oriental de Paraguay, esta situación es una constante.
Por su riqueza natural y de biodiversidad, San Rafael representa una de las áreas boscosas más importante de la región Oriental del país. Une el bosque tropical con las sabanas mesopotámicas que se extienden hasta Misiones, Argentina. Para biólogos y científicos, este territorio es un enorme potencial para investigaciones.
Es un martes caluroso de febrero y la caminata en uno de los piquetes (Senderos) permite la charla con quienes resguardan este lugar. La Reserva San Rafael tiene unas 73 000 hectáreas y en ellas apenas siete de los nueve guardaparques que hay en total, se encargan del control del área. “Se necesita al menos, para un área así, cuando menos 25 que formen parte del personal operativo”, señala el guardaparques. Quienes se animan a ejercer como guardianes de estos bosques requieren de adiestramiento, pero sobre todo de carácter para aguantar la hostilidad del trabajo.
Debido a los riesgos a los que se exponen estos guardaparques, este reportaje se hace con el compromiso de no revelar sus nombres ni sus rostros en las imágenes. “Igual, los que destruyen nuestros bosques saben quiénes somos”, menciona uno de ellos.
En este sendero de San Rafael, se pueden ver diez extracciones selectivas de madera nativa en menos de un kilómetro de recorrido. Las especies preferidas para los traficantes son el lapacho (Tabebuia) o yvyrá pytá (Peltophorum dubium). En algunos puntos todavía hay restos de tablones abandonados.
“Imagínate que para las escuelas que están en los alrededores de los parques nacionales, los malos de la película somos nosotros. ¿Por qué? Porque evitamos que se lleven los rollos [troncos] de los bosques”, señala otro guardaparque quien opina que es necesaria la intervención del Estado para evitar que este tipo de pensamientos se instale en la gente.
Las decenas de familias que viven en los asentamientos alrededor de los parques nacionales, no encuentran más opciones para vivir que no sea lo que la naturaleza pueda darles. Lo que principalmente buscan es la madera que sacan de las reservas y parques y es fácil ver, en medio del bosque, los senderos por donde ingresan para extraer los árboles. En algunos casos, cuando la zona es de difícil acceso, maquinarias pesadas arrancan los grandes troncos.
“La situación es que realmente esta gente no tiene otras opciones. Si no es la madera, es la marihuana y si no están con la marihuana directamente, al menos ayudan a los narcos cuidando las plantaciones”, refiere un tercer guardaparque que, pese a esta situación, debe proteger lo que pueda con las herramientas que tiene.
—¿Usted tiene miedo?
—De alguna manera sí, pero es lo que hago. Esto es mi vida.
—¿Se siente solo en esto?
—Yo creo que todos nos sentimos así en nuestro trabajo, en lo que sea que hagamos. No hay que dejar que ganen ellos.
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Muy pocos guardaparques
Según el Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sustentable (MADES), el número ideal de guardaparques en Paraguay debería ser de 500 personas. incluyendo guardaparques, monitores forestales y guías especializados. Sin embargo, la realidad es muy distinta. En total, Paraguay tiene 64 personas trabajando para cubrir 2 426 552 hectáreas de área silvestre protegidas.
En la zona que corresponde al Bosque Atlántico del Alto Paraná (BAAPA), la ecorregión ubicada al oriente del país y que comprende territorio paraguayo, pero también brasileño y argentino, trabajan 53 guardaparques, incluyendo aquellos que resguardan las reservas privadas y que, por lo mismo, no dependen del MADES.
La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) estima que lo ideal es tener un guardaparque por cada 1000 hectáreas. Pero el dato está muy lejos de la realidad paraguaya puesto que los 53 guardaparques que operan en la Región Oriental del país tienen que cubrir casi 1 700 000 hectáreas, es decir, hay un trabajador ambiental por cada 32 000 hectáreas.
Dentro de lo que es el Sistema de Áreas Protegidas del Estado, el Parque Nacional Caazapá está entre los que tiene mayores carencias. Seis guardaparques cuidan este bosque de unas 16 000 hectáreas aunque, en la práctica, son solo cinco los que operan simultáneamente mientras uno toma su día libre. Para hacer los controles, los guardaparques cuentan con un par de motocicletas y una camioneta que, al momento de este reportaje, se encontraba descompuesta.
“Es casi imposible cubrir toda el área de una vez. Hay que ir por partes”, describe uno de los guardaparques. A diferencia de otras áreas protegidas, en Caazapá los trabajadores llevan puesto un chaleco antibalas. Después de lo ocurrido en Tapytá, con Toledo y Villalba, se tomaron las precauciones mínimas, tomando en cuenta que en Caazapá también la plantación ilegal de marihuana es una actividad constante.