- En uno de los lugares más contaminados de Chile, un grupo de pescadores se resiste a ver morir su oficio y cuidan con celo un área de manejo donde cultivan locos, erizos, algas y lapas.
- Hoy, los pescadores se enfrentan a nuevos retos para lograr proteger ese espacio en el mar, el último vestigio que les queda de la abundancia de la que alguna vez gozaron.
Nadie recuerda que alguna vez el pueblo de Ventanas fue un balneario donde turistas adinerados pasaban el verano en sus casas de lujo, bronceándose en la playa y comiendo en los restaurantes que se abastecían de los botes que llegaban cada mañana cargados de pescados, ostiones y machas. Esa imagen ha quedado irremediablemente en el olvido.
Cuatro termoeléctricas a carbón de AES Gener SA; una fundición y refinería de cobre de Codelco Ventanas S.A; una refinería de petróleo de la estatal ENAP; una comercializadora y distribuidora de productos químicos con su terminal marítimo correspondiente de Oxiquim S.A; una cementera de Cementos Melón S.A; cinco estanques de almacenamiento de gas natural licuado de GASMAR S.A; un puerto granelero de Puerto Ventanas S.A; un terminal marítimo de gas licuado de GNL; una planta de almacenamiento de combustibles con su terminal marítimo de COPEC y otro terminal de almacenamiento y distribución de petróleo y derivados de CORDEX. Todo eso, más los montículos de residuos de la fundición de cobre, acumulados a orillas de la carretera sobre lo que fue un humedal, es la postal actual de Ventanas.
En esta zona declarada saturada por anhídrido sulfuroso y material particulado, solo quedan las ruinas de una época dorada. Las puertas y ventanas de las casas de veraneo están tapiadas, los restaurantes a orillas de la bahía no son más que una pila de escombros y sobre la playa se acumula, como estrías negras en la arena lisa, el carbón que arrastran las olas.
A un kilómetro y medio de la bahía donde se despliega todo este panorama industrial, el sindicato de pescadores de Ventanas cuida afanosamente un área de manejo, un espacio en el mar administrado bajo un modelo que asigna derechos de explotación exclusivos a organizaciones de pescadores artesanales. La construyeron en la década de los noventa cuando no imaginaban, ni en sus más remotos sueños, la devastación que llegaría con el tiempo. Esas 92 hectáreas en el inmenso océano Pacífico son su tesoro. “Lo hemos perdido todo, pero el área de manejo nunca. No vamos a bajar la guardia”, dice Carlos Vega, pescador y tesorero del sindicato.
La abundancia y luego la miseria
Carlos Vega no era más que un veinteañero cuando comenzó a trabajar en la fundición de cobre que se había instalado en su pueblo, en 1964. Era auxiliar de horno, donde el cobre se derrite hasta quedar un líquido rojo dorado. También manejaba el carro que trasladaba la escoria hacia el lugar que se había definido para su depósito y que aún sigue siendo el mismo. En sus horas libres, buceaba. Había aprendido el oficio de su padre que era buzo escafandra, con esos trajes pesados como de astronautas que hoy son piezas de museo.
Vega se casó con una mujer del norte del país y vivían en un pequeño cuarto con baño de hoyo o silo. El salario no alcanzaba para mucho más, pero las ganancias del buceo le habían permitido comprarse una radio y un televisor, así es que un buen día decidió renunciar a la empresa y dedicarse de lleno al mar.
En esa década de los ochenta, los pescadores sacaban erizos, lapas, almejas, pescados por montones y también machas, cuyos bancos eran tan grandes “que pensábamos, ignorantes, que nunca se acabarían”, cuenta Carlos Vega. Un día, sin embargo, se agotaron. “Nosotros mismos sobreexplotamos, no había ningún control”, reconoce Manuel Bernal, presidente del sindicato de pescadores.
Carlos Vega y unos pocos otros compañeros eran los únicos que habían completado los estudios en la escuela, por lo que los hombres mayores de la caleta decidieron que los más letrados debían ser los dirigentes del sindicato que en 1987 decidieron crear. Vega, como secretario, y Eugenio Silva, como presidente, organizaron entonces la caleta.
Por intuición, sin más estudios que lo aprendido bajo el agua, se autoimpusieron cuotas de extracción para que las poblaciones de machas se pudieran recuperar y construyeron un área de manejo para cultivar y cosechar recursos, locos principalmente, de manera sustentable.
“En la quinta región nunca se había escuchado nada de eso. La gente no creía que pudiera funcionar”, recuerda Bernal, pero funcionó. Los pescadores de Ventanas mantenían su área de manejo y complementaban las ganancias que esta les daba con la pesca en áreas abiertas y la recolección de machas. La lógica de cultivar y cuidar para luego cosechar estaba dando frutos por lo que decidieron, en 1996, invertir también en una siembra de ostras japonesas al interior de la bahía.
A los cuatro años este molusco se había convertido en su producto estrella. Producían unas 5500 ostras, pero el proyecto era escalable y la mira estaba puesta en producir un millón de unidades. “Todo ese complemento de actividades nos permitía tener una buena calidad de vida”, cuenta Vega, quien recuerda, como si fuera ayer, el momento en el que todo se derrumbó.
Había ido a una caleta vecina donde también los pescadores cultivaban ostras japonesas y ahí vio con curiosidad, y luego con espanto, que la carne de esos mariscos era blanca. Él, en cambio, siempre las había visto medias verdosas.
En el 2000, el Servicio Nacional de Salud cayó sobre los cultivos de los pescadores de Ventanas con la prohibición absoluta de comercializar los recursos. La razón: contaminados con metales pesados y coliformes fecales. “Fue la primera vez que los pescadores nos dimos cuenta de lo que estaba pasando”, cuenta Vega.
“Fue una época oscura, muy triste. Todavía teníamos el área de manejo ¡Pero quién nos iba a comprar! Fue la miseria más grande”, recuerda. Así es que armó su maleta, se despidió de su mujer y de sus tres hijos y se fue al sur. Como él hicieron muchos.
Los años pasaron y nada mejoró. Al contrario, en 2014, los pescadores enrabiados, frustrados y desesperados bombardearon con jaivas a la empresa Codelco y quemaron botes en la calle. Pero, cuatro meses después, 38 700 litros de petróleo fueron vertidos al mar, según un informe de la Gobernación Marítima, luego de que se rompiera una conexión entre uno de los buques y el terminal de puerto. Un segundo derrame ocurrió en agosto de 2015, mientras otro buque reponía combustible. Cerca de 500 litros cayeron al mar y en 2016, otro desastre se sumó a la lista cuando una nave filtró aceite. Los tres accidentes ambientales fueron responsabilidad de la Empresa Nacional del Petróleo (ENAP).
Tras 16 años de exilio, como le llama Carlos Vega a esa etapa de su vida lejos de Ventanas, volvió a su pueblo a intentar, junto a los demás pescadores, revivir el área de manejo.
El área de manejo sobrevive
Durante décadas, las ansias por satisfacer la enorme demanda por el loco llevaron a este molusco al borde de la extinción. Tan apetecido y célebre es que hasta una película lleva su nombre: “La fiebre del loco”. Único de las costas de Chile y del sur del Perú, el loco está considerado En Peligro por lo que solo se permite su extracción en áreas de manejo.
En las 92 hectáreas de mar que administran los pescadores de Ventanas, la producción no es de las más rebosantes del litoral chileno, pero “estamos tratando de regular el equilibrio, lo que significa bienestar para las familias, mejor vivienda, mejor salud, mejor calidad de vida”, dice Carlos Vega. Por eso el trabajo lo hacen minuciosamente. Cultivan, además de locos, erizos, huiro palo, lapas negras, rosadas y reinas. “Somos como un emblema, porque somos la mejor caleta, la más ordenada. Llevamos todos los papeles, el conteo de extracciones, todo”, dice orgulloso Manuel Bernal. Tanto es así que el último estudio científico que cuantifica los recursos dentro del área de manejo para determinar la cuota que es posible extraer de ella, “nos lo dieron gratis”, cuenta el presidente del sindicato.
También tienen dentro del área de manejo un refugio marino, un espacio que no tocan y donde todos se han comprometido a no extraer ningún tipo de recurso para que, en un futuro no muy lejano, se convierta en un semillero de vida que aporte más biodiversidad y riqueza al área de manejo.
Pero ninguno de esos logros han sido regalados. “En esta comunidad se hace un esfuerzo inmenso”, dice Vega. Desde el episodio de las ostras verdes “nos cuesta vender, despejar ese manto negro que tenemos”, explica. Por eso, si antes las ganancias del área del manejo debían ser complementadas con otros trabajos, hoy con mayor razón. Algunos laboran en la pesca en mar abierto, otros en las empresas del parque industrial y también como carpinteros y albañiles.
En lo que va del año han cosechado ocho veces y en cada extracción han ganado unos 4 500 000 pesos (unos 5400 dólares). Pero los 36 millones recolectados en total deben ser repartidos entre 63 socios por lo que cada uno no ha recibido, en el año, más de 600 mil pesos por la cosecha de locos (724 dólares).
Con todo, ese pedazo de mar sigue valiendo la pena para todos los pescadores de Ventanas y están dispuestos a defenderlo aunque les cueste amenazas.
“No se puede repetir lo que me dijeron (…) te la vamos a dar [golpear], si es que quedai vivo”, le dijeron un día a Manuel Bernal en la estación de servicio mientras compraba combustible para los botes. Son al menos cuatro las veces que el presidente del sindicato de pescadores ha recibido amenazas por parte de furtivos que ingresan ilegalmente al área de manejo para robar locos.
Aquel día, en la estación de servicio, quienes lo amedrentaron fueron tres buzos que él mismo había enfrentado en el mar obligándolos a retirarse. “Los amenazamos con que va a venir capitanía de puerto y Sernapesca (el Servicio Nacional de Pesca), y que si no los entregan [los recursos extraídos ilegalmente] va a ser peor para ellos”, explica Bernal. Pero eso no siempre surte efecto “si vamos solos se van en contra de nosotros”, cuenta. Por eso “a veces los esperamos hasta que salen y estamos con carabineros y Sernapesca, y ellos se los quitan”.
El problema es que muchas veces los robos ocurren de noche y hasta “que llegue la persona que vive en Valparaíso que está encargada, mejor no llamar porque van a pasar horas y no va a llegar nadie”, dice el pescador. “El mes pasado pillamos un bote veinte para las cuatro de la mañana. Llegó a bucear, le pegamos una correteada y se nos arrancó porque andaba con una tremenda máquina, un motor grande y el motor que tenemos nosotros es chico”, cuenta Bernal.
Una docena de locos provenientes de la pesca ilegal cuesta 10 000 pesos en el mercado. El loco comercializado de manera legal, en cambio, cuesta 1500 pesos la unidad más el Iva. “Como es robado no les cuesta nada a ellos y lo regalan”, dice el presidente del sindicato.
En los últimos días una nueva noticia mantiene preocupados a los pescadores. En abril de este año, un pescador recreativo presentó un recurso de protección en contra del Servicio Nacional de Pesca (Sernapesca) luego de que se le prohibiera realizar pesca deportiva al interior de un área de manejo. Tras varios meses de debate, la Corte Suprema acogió el recurso y le ordenó al Sernapesca autorizar la pesca recreativa y submarina al interior de las áreas de manejo.
Según precisa una publicación del diario especializado en derecho público, la Subsecretaría de Pesca debía redactar un reglamento que normara la pesca recreativa al interior de áreas de manejo. Dicho reglamento, sin embargo, en más de 10 años nunca se elaboró y, en su ausencia, el Sernapesca estableció que la pesca recreativa en esos espacios solo podría realizarse con el consentimiento de las organizaciones de pescadores. La Corte Suprema, sin embargo, resolvió que mientras no haya un reglamento que norme la pesca recreativa al interior de las áreas de manejo esta actividad puede realizarse sin problema. Sobre todo considerando que ella está dirigida a peces y no a las especies bentónicas, como locos, erizos y demás recursos que habitan en el fondo marino y que solo los pescadores que administran el área tienen derecho a extraer.
El problema es que ya existen robos, “ahora vamos a tener cualquier cantidad de gente metiéndose al área y nosotros no podemos hacer nada porque la ley lo está amparando”, dice Bernal, quien teme que “todos los años de trabajo se van a ir al tacho”.
La Subsecretaría de Pesca dijo a Mongabay Latam que “ya cuenta con una propuesta de reglamento”, y que el proceso de de difusión y consulta para consensuar y robustecer la propuesta existente comenzará el 29 de noviembre.
El año pasado los pescadores de Ventanas sembraron choros en su área de manejo. Tenían más de 5000 kilos adosados a diferentes líneas suspendidas en el agua, pero solo alcanzaron a vender 1500 kilos. “Todo lo demás se perdió. Vinieron con botes y sacaron las cuelgas [las líneas instaladas en el agua]”, dice Bernal. Pero la resiliencia de los pescadores de Ventanas, forjada a punta de desastres, no se ha quebrado aún. “Mañana vamos a sembrar choros y cholgas pero en el fondo. Ahí si quieren robar van a tener que andar con equipo de buceo para poder sacarlos”, contó Bernal al terminar la entrevista. “Vamos a sembrar 10 mil kilos. Ojalá que nos resulte”.
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