- En la región costarricense de Talamanca, las mujeres indígenas bribris defienden las prácticas agroforestales sostenibles en una tradición milenaria.
- Conocidas como fincas integrales, es un sistema que imita la diversidad y la productividad del bosque: los árboles madereros dan sombra a los frutales, que a su vez dan cobijo a las plantas medicinales, en medio de todo lo cual el ganado e incluso la vida silvestre prosperan.
- Una de las pocas sociedades matrilineales del mundo, las mujeres bribris están recuperando su liderazgo tras décadas de declive y problemas sociales en la comunidad.
- En Talamanca hay también vastas plantaciones de monocultivos como el plátano, un sistema de cultivo completamente diferente que se basa en el uso intensivo de pesticidas —una práctica que, según las mujeres bribris, destruye la tierra—.
TALAMANCA, Costa Rica — “¿Cómo digo limón en lengua bribri?”, preguntan Andy de nueve años y su primo Sergio de once a su abuela, Marina López. Están jugando entre los árboles de cacao en el campo de su abuela en Watsi, una aldea en la región caribeña del sur de Costa Rica, donde la comunidad indígena bribri mantiene sus tradiciones ancestrales. “Àsh significa limón en bribri”, dice Marina a sus nietos. “No lo confundan con otro cítrico como la àsh blòblo [naranja]”.
De pronto empieza a llover y los tres se refugian bajo unas palmeras y árboles madereros que dan sombra al cacao y a las plantas medicinales. La comunidad ha desarrollado en este lugar un sistema agrícola resistente y ancestral llamado agrosilvicultura que beneficia a las familias pero que también ayuda a proteger la biodiversidad y mitigar los efectos del cambio climático.
Marina López, de cincuenta y siete años, es una de las líderes del pueblo bribri que vive en la región de Talamanca, conocida por sus parques naturales, playas tropicales y montañas que se extienden hasta el río Sixaola, que marca la frontera con Panamá.
Las bribris son una de las pocas sociedades matrilineales del mundo: la tierra se traspasa de madre a hija. Y el cacao es el centro de una de sus prácticas ancestrales y el núcleo de sus rituales sagrados. “El cacao representa a la mujer en nuestra cosmovisión”, dice López. “Lo bebemos para los matrimonios, cuando una persona muere, cuando estamos embarazadas por primera vez. El cacao es la purificación; representa nuestra sangre”.
Cacao: poder, memoria y resistencia
Ahora le toca a Marina López llevar a Sergio y a Andy al campo, como solía hacer su abuela Adela con ella. Luego de la lluvia, empieza a podar los cacaos de forma que se filtre la luz en el suelo. Todo debe hacerse respetando a Iriria, como llaman a la madre naturaleza.
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En Costa Rica, los sistemas agroforestales se conocen como fincas integrales, un sistema aparentemente desordenado que recuerda el desorden creativo de un bosque tropical. Los árboles madereros como el laurel (Cordia alliodora), el cedro (Cedrela odorata) y el almendro de montaña (Dipteryx panamensis) dominan estos paisajes agrícolas. Bajo la sombra de estos, crecen árboles frutales como el naranjo (Citrus sinensis), el limón (Citrus limonia), el carambolo (Averrhoa carambola), la guanábana (Annona muricata) y el zapote (Pouteria sapota). Estos, a su vez, dan la sombra necesaria a plantas medicinales como la consuelda (Symphytum officinale), el epazote de zorrillo (Chenopodium graveolens) y el hombre grande (Quassia amara), utilizados para curar enfermedades respiratorias y mordeduras de serpiente, entre otros usos.
Estas plantaciones hacen que la comunidad sea casi autosuficiente, ya que proporcionan alimentos, materiales de construcción y medicinas. “En el territorio bribri de Talamanca encontramos un complejo sistema multiestrato con más de treinta especies de árboles”, cuenta Ricardo Salazar, profesor de agrosilvicultura e investigador del Instituto Tecnológico de Costa Rica. “Cada árbol ofrece diferentes servicios: madera para construir casas y embarcaciones, leña, frutos para la alimentación y cultivos como el cacao y el plátano que podrían proporcionar ingresos extras a las familias”.
Las parcelas agroforestales de la comunidad también albergan una gran variedad de animales que van desde cerdos domésticos, gallinas y caballos hasta fauna silvestre como el yigüirro (también conocido como zorzal pardo, Turdus grayi, el ave nacional de Costa Rica), tucanes (familia Ramphastidae), loro frentirrojo (Amazona autumnalis), abejas sin aguijón (Melipona spp.), importantes insectos polinizadores del cacao como los mosquitos (Forcipomyia spp.) y mamíferos como el tepezcuintle (o paca común, Cuniculus paca) y el pecarí labiado (Tayassu pecari).
La agrosilvicultura: parte de la identidad bribri
Para Marina López recolectar cacao con su abuela es uno de sus preciados recuerdos de la infancia. Aquí, en las tierras donde sus antepasados fundaron la comunidad Watsi, vive en una casa de madera con su padre, Samuel, cerca de sus hijas y trece sobrinos.
Hoy está cocinando la comida típica, el guacho: arroz hervido con cilantro, carne, chile, albahaca y cebolla, acompañado de yuca y un batido de limón (fresco). Mientras mezcla el guacho, Marina López habla con su padre en lengua bribri, quien le comparte anécdotas de los diecisiete años de viaje por Guatemala y Nicaragua cuando él era joven, antes de regresar a su comunidad,
Las mujeres bribris como Marina López son las principales productoras de cacao de la región. “El ochenta por ciento de los productores de cacao de Talamanca son mujeres [y] propietarias de sus tierras”, dice Tania Rodríguez Echavarría, profesora de Ecología Política de la Universidad de Costa Rica (UCR). “Este es un tema relevante porque, en una sociedad matrilineal, las tierras son propiedad de mujeres que transmiten la cultura y la lengua bribri. El ser dueñas de las tierras les da herramientas para organizarse y ser protagonistas. Yo diría que tienen un papel central en el territorio”.
“La cultura bribri se transmite a través de clanes familiares. Hay trece en la región de Talamanca, cada uno consagrado a un animal específico. Este forma parte del Dokuwak, dedicado a la paloma de montaña”, dice López.
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Ella recuerda que su abuela Adela fue la primera líder de la comunidad watsi. “A principios de los noventa, tras el terremoto de Limón, nos dimos cuenta de que habíamos perdido el liderazgo en las comunidades: menos participación y solo hombres al frente de las organizaciones políticas. Por eso, decidimos crear un espacio para dar voz a las mujeres”.
Así que ella y otras treinta y seis líderes bribris crearon la Asociación de Mujeres Indígenas de Talamanca (ACOMUITA) para elevar la voz y el poder de las mujeres a través de los valores sociales y culturales del cacao orgánico.
Llegar a la sede de ACOMUITA en Shiroles desde Watsi es un viaje duro: unos cuantos kilómetros a través de una exuberante vegetación tropical, pasando por algunas tiendas locales y ríos tranquilos. Una vez allí, la entrada está decorada con murales coloridos que representan a mujeres indígenas y frutos del cacao. Ese día, López se reúne con Faustina Torres, Xiomara Cabraca y Maruja Mallorga —miembros de la asociación— bajo el rancho cultural, una estructura de madera con techo de hojas de palma suita, para planificar las próximas actividades.
“Compramos granos de cacao a nuestras asociadas, los tostamos y los transformamos en chocolate”, dice Mallorga, de cincuenta y tres años. En la actualidad, ochenta y nueve mujeres forman parte de esta asociación que combina las actividades relacionadas con el cacao con el empoderamiento de la mujer.
“Gracias al cacao orgánico, se convirtieron en una plataforma para promover temas sociales como la salud de las mujeres y para crear conexiones con organizaciones feministas”, dice Rodríguez Echavarría. “Juntas mejoraron el precio del cacao y se convirtieron en actores clave del territorio de Talamanca. Además, el gobierno costarricense ha empezado a reconocerlas. A pesar de que las mujeres son las propietarias de las tierras y, en la mayoría de los casos, las administradoras del trabajo de campo, tenemos que evitar la idealización de la sociedad matrilineal: el sistema patriarcal también es parte de la vida cotidiana”.
Los problemas sociales sistémicos como la violencia doméstica también existen en algunas partes de la comunidad bribri. “Soy la dueña de la tierra, soy la que organiza el trabajo cada día”, dice Fidelia Hernández, de sesenta y dos años, que vive a pocos kilómetros del campo de Marina López y hoy ha venido a visitar a otra vecina, Elsa López, de la comunidad de Campo de Diablo. “No estoy libre de temores cuando camino hacia mi campo. El camino es largo y a algunos de nuestros compañeros les gusta beber alcohol. Hay algunos casos de violencia doméstica y alcoholismo en la comunidad”.
“Si usas pesticidas, solo crees en los beneficios”
Aproximadamente unos siete mil bribris viven en la región de Talamanca, una tierra de contrastes entre las prácticas ancestrales y la agricultura industrial. A pocos kilómetros de Shiroles, aparecen monocultivos de plátanos y bananos. Un empleado de la plantación se pasea con un pulverizador de plaguicidas y, a ambos lados de la carretera, la tierra está cubierta por monocultivos de diversas edades.
“Talamanca está en el centro de diferentes usos de la tierra: áreas protegidas, territorios indígenas, zonas [con] un modelo de desarrollo centrado en el monocultivo del plátano y del banano, el desarrollo turístico y la extracción de petróleo”, comenta Rodríguez Echavarría, quien ha estudiado estos contrastes durante una década.
Los monocultivos implican el uso de plaguicidas y Costa Rica es uno de los países que más utiliza estos productos agroquímicos en el mundo (aplica en promedio más de veinticinco kilogramos por hectárea de tierra cultivada, de acuerdo con la Red de Acción en Plaguicidas). El uso de plaguicidas es sobretodo elevado en cultivos importantes de exportación como el plátano, la piña, el melón y el café. Muchos de los productos químicos que se usan son muy peligrosos en términos de toxicidad aguda, riesgo crónico para la salud y/o contaminación ambiental.
“Si usas pesticidas, solo crees en los beneficios”, dice Xiomara Cabrera, de cincuenta y dos años, miembro de ACOMUITA y propietaria de una granja en las montañas de Shiroles. Las montañas albergan árboles como el majestuoso ojoche (Brosimum alicastrum), que proporciona otro alimento tradicionalmente importante: la nuez maya o ramón. “No lo entiendo: ¿por qué hay que destruir tierras para ganar dinero cuando las fincas integrales te dan todo lo que necesitas?”.
Esta opinión es compartida por otras miembros de ACOMUITA. “Los agricultores de Shiroles que trabajan con monocultivos” dice López, “también son indígenas bribris como nosotros, pero no piensan en la madre tierra, en la salud, en la familia; solo les importa la economía”.
La agrosilvicultura como un acto de resistencia política
“Los campos indígenas bribris son lo opuesto al monocultivo: la presencia de estos es un acto político”, dice Kattia Acuña, profesora de Sociología de la UCR. “Talamanca ha sido una tierra indómita desde el año 1500, cuando los indígenas lucharon contra la colonización. Siglos después, siguen resistiendo el avance de las industrias agroextractivas”.
La resistencia también significa la preservación de la biodiversidad y la regeneración del suelo. “Las fincas integrales son un círculo regenerativo: las hojas caen al suelo y nutren la tierra, el sotobosque y la fauna. Además, los árboles de cacao tienen un importante papel en las reservas de carbono y en la absorción de dióxido de carbono, lo que ayuda a mitigar el cambio climático”, comenta Salazar, del Instituto Tecnológico de Costa Rica.
La cosmología del pueblo bribri pone en primer plano la conservación de la naturaleza. “Las fincas integrales nos representan y nos identifican como indígenas bribris que amamos mucho a nuestra madre tierra”, dice Arlinne Layan, de veintiocho años, asistente técnica de ACOMUITA. Layan vive con su familia en Bambú, un pequeño pueblo enclavado en un valle rodeado de montañas, una cascada y un río al que van a nadar con frecuencia.
“Nuestra cultura ancestral es una manera de ser autosuficiente”, dice. “En tu campo, puedes encontrar lo que necesitas para comer, para los batidos de frutas y, si no lo tienes, puedes pedírselo a tus vecinos. La soberanía alimentaria está muy arraigada en nuestra cultura”.
“La defensa de las fincas agroforestales implica la conservación de las dinámicas participativas como la agricultura familiar, que está muy lejos de los métodos comerciales de las empresas transnacionales”, dice Rodríguez Echavarría. “La clave está en el apego a la tierra. Defender las fincas integrales es defender su cultura y su forma de vivir en la naturaleza y en contra de la lógica propuesta por la sociedad capitalista. Lamentablemente, el Estado costarricense está para otorgar concesiones, facilitar la inversión extranjera, pero no está para reconocer la riqueza cultural de las comunidades indígenas”.
El apego del pueblo bribri a la tierra encarna una forma de pensar y vivir holística y muy arraigada. Al final de la jornada laboral, López recoge el machete que utiliza para podar los árboles de cacao y vuelve a casa con un manojo de consuelda. Allí, la hierve y se la aplica en una herida del pie. “Para nosotros, los bribris, la agrosilvicultura siempre ha sido nuestra solución”, comenta López. “Es nuestra forma de cultivar, como nos enseñaron nuestros antepasados”.
Monica Pelliccia es periodista multimedia independiente. Sigue su trabajo en Twitter a través de @monicapelliccia. Puedes ver todos sus artículos para Mongabay aquí.
Este artículo forma parte de la serie en curso de Mongabay sobre agrosilvicultura.
Audio relacionado del podcast de Mongabay: La agrosilvicultura es una solución ancestral al cambio climático que potencia la producción de alimentos y la biodiversidad, escúchalo aquí (en inglés):
Artículo original: https://news-mongabay-com.mongabay.com/2021/09/for-costa-ricas-indigenous-bribri-women-agroforestry-is-an-act-of-resistance-and-resilience/
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