- Los pueblos tikuna, cocama y yagua viven en el sur de Colombia de un sistema alimentario sostenible dual que implica la pesca artesanal y la plantación en comunidad sincronizada con las distintas temporadas de inundación.
- Los sistemas de inundación han permitido que las 22 comunidades de la zona vivan de manera sostenible sin causar daños a las tasas de biodiversidad extremadamente altas de la selva, según un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
- Este artículo integra una serie de ocho partes que presenta los sistemas alimentarios sostenibles que se incluyen en el informe más extenso hasta la fecha sobre las dietas y las prácticas de producción de alimentos de los pueblos indígenas y las comunidades locales (PICL).
En el punto más austral de Colombia, las comunidades indígenas ponen en práctica un sistema alimentario sostenible que implica la pesca artesanal y la rotación de estructuras de cultivo conforme a los ciclos de los períodos de inundación. Esto les ha permitido vivir de forma sostenible en una zona de la Amazonía extremadamente rica en biodiversidad que ha permanecido prácticamente desvinculada de la agricultura comercial.
Los pueblos tikuna, cocama y yagua de Puerto Nariño usan flechas, anzuelos y lanzas hechas a mano para practicar la pesca artesanal en los ríos locales mientras cultivan mandioca, piña, maíz, arroz y castaños en terrenos de la comunidad, según un reciente informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). El nuevo informe brinda la información más detallada e integral hasta la fecha sobre los sistemas alimentarios sostenibles de los pueblos indígenas.
El informe señala que las comunidades locales como las de Puerto Nariño deben ser protagonistas de la agenda de 2030 para acabar con la pobreza, la inseguridad alimentaria y promover la gestión responsable de los bosques, entre otras cosas.
“La sabiduría de los pueblos indígenas, sus conocimientos tradicionales y su capacidad de adaptación ofrecen lecciones de las que otras sociedades no indígenas pueden aprender”, comentó en el informe Anne Nuorgam, presidenta del Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas de la ONU, “especialmente a la hora de diseñar sistemas alimentarios más sostenibles que mitiguen el cambio climático y la degradación del medioambiente”.
Puede que las 22 comunidades indígenas que viven en Puerto Nariño tengan más lecciones que transmitir, ya que no han desarrollado un único sistema alimentario, sino dos.
Rotación de la producción y temporadas de inundación
Muchos de los casi 7000 residentes estructuran su dieta en función de la chagra, es decir, parcelas de la selva de menos de una hectárea de tamaño que cada familia despeja para cultivar más de 80 tipos distintos de frutas, verduras y tubérculos, así como 28 especies de árboles. Los integrantes de la comunidad también dependen de sus chagras para cazar animales tales como el agutí negro (Dasyprocta fuliginosa), el mono aullador rojo (Alouatta seniculus), la tortuga terrestre de patas amarillas (Chelonoidis denticulatus) y el tapir (Tapirus terrestris).
Las chagras también sirven de lugar de reunión social, donde las distintas familias de la comunidad acuden para ayudarse entre sí con algunos de los aspectos más trabajosos de mantener el sistema alimentario, tales como talar árboles, plantar nuevas semillas y hacer manualidades. Conocidas como mingas, estas tareas comunitarias se ven en varias comunidades indígenas de toda América Latina.
“Es más que un lugar”, le dijo a Mongabay la autora del informe, Liseth Escobar, de la Fundación Omacha, una ONG colombiana. “Es también un sistema de información que usan para enseñarles a sus hijos a producir alimentos. Se considera un proyecto familiar que debe mantenerse porque con esto se sustentan”.
El informe señala que la selva tropical no tiene un suelo especialmente fértil para el cultivo, pero dado que mantener una chagra implica hacer compostaje y la disposición de fertilizante orgánico, las comunidades pueden depender de las cosechas para cerca del 50 % de su dieta.
Las comunidades también están rodeadas por los ríos Loretayacu y Amazonas, así como por varios lagos y lagunas, donde han desarrollado la pesca que les proporciona la mayor parte de las proteínas. Aproximadamente 68 especies diferentes de peces se extraen de las aguas locales, según el informe.
Los pescadores expertos conocen los hábitos de alimentación y reproducción de todos los peces que consume la comunidad, indica el informe. Se los considera cuidadores de los ecosistemas y deciden qué y cuándo pescar en función de un calendario que sigue el ascenso y el descenso de las agua locales.
Por ejemplo, solo pescan pacú panza roja (Piaractus brachypomus) cuando las aguas están bajas, altas o en descenso, pero no cuando están en ascenso. Por su parte, la piraña negra (Serrasalmus rhombeus) se pesca exclusivamente cuando las aguas están subiendo.
El informe describe cómo la temporada de inundaciones comienza en febrero y trae consigo a los peces a zonas nuevas de la selva inundada para que se reproduzcan y fertilicen el suelo. Cuando llega mayo, las aguas retroceden y atraen a más mamíferos terrestres que se pueden cazar. El foco cambiante en distintas partes del ecosistema permite que la biodiversidad se recupere de lo que los residentes consumen.
La selva fertilizada durante las temporadas de aguas altas proporciona a la comunidad frutas y vegetales silvestres, tales como cacao (Theobroma cacao), mientras crean un suelo rico para las plantas de cultivo, como la guayaba (Psidium guajava). Otros alimentos pueden cultivarse todo el año, independientemente de las inundaciones. De las 22 comunidades de Puerto Nariño, 15 emplean estas prácticas exclusivamente para el consumo de subsistencia, dice el informe, mientras que el resto vende cualquier excedente que no pueda consumir por sí mismo en los merados locales.
“En términos de alimentos, no necesitamos comprar nada. Tenemos más que suficiente”, dijo Juan Ramos, un pescador, según se lo cita en el informe. Y agregó: “Tampoco tenemos que producir demasiado, porque después los alimentos se echan a perder y tenemos que venderlos a un precio ridículo”.
Presiones externas amenazan costumbres tradicionales
A pesar del éxito de su sistema, los tikuna, los cocama y los yagua siguen sintiendo la presión de alterar sus prácticas para incluir la agricultura comercial.
En la década de 1970, la introducción de las redes de nailon y otras tecnologías para la pesca comenzaron a alejar a muchas personas de las prácticas artesanales. Los programas del gobierno también intentaron introducir la cría de ganado en la comunidad.
“La gente piensa que las comunidades indígenas de la Amazonía viven en paz y aisladas”, comentó Escobar. “Pero no es verdad. La Amazonía también se ha visto involucrada en la globalización”.
Y agregó: “En las décadas de los 70 y de los 80, estas comunidades comenzaron con la pesca y la caza comercial, ¿y qué sucedió? Se destruyó casi todo”.
En 1991, con la aprobación de la nueva Constitución de Colombia, se reconoció a los residentes de Puerto Nariño como ciudadanos por primera vez, ya que antes se los consideraba peruanos. La Constitución les otorgó autonomía comunitaria sobre sus territorios, y utilizaron esta nueva facultad para volver a sus chagras y a la pesca artesanal, aunque con un mayor foco en la venta de productos alimentarios en los mercados.
Debido en parte a los efectos de la agricultura comercial, a la biodiversidad de la zona le tomó casi 30 años recuperarse, afirmó Escobar. Y en ese tiempo, el gobierno siguió implementando otras políticas que, si bien buscaban mejorar la calidad de vida, en última instancia, pusieron en vilo las tradiciones de las comunidades.
Por ejemplo, a las generaciones más jóvenes hoy les cuesta aprender la lengua nativa porque Colombia exige que se enseñe español en el aula. La llegada de alimentos procesados de otras partes del país, en especial aquellos que se proveen en las escuelas, ha llevado a algunos residentes jóvenes a resistirse a los alimentos tradicionales, ya que dicen que prefieren el sabor de los productos procesados.
Al mismo tiempo, hay una sobreexplotación de algunos recursos pesqueros debido al aumento de la demanda de los mercados locales, regionales y hasta internacionales, afirmó Escobar, que podría tener un efecto a largo plazo sobre las tradiciones de las comunidades.
“Cuando perdemos biodiversidad, también perdemos el conocimiento humano sobre esas especies”, dijo. “En el caso de los pueblos indígenas, si pierden determinados peces más grandes, también perderán las prácticas relacionadas, porque ese pez ya no estará presente en el ecosistema”.
Los líderes de las comunidades han intentado organizar programas para educar a las generaciones más jóvenes respecto del calendario de pesca y otras prácticas sostenibles. Asimismo, una asociación recientemente conformada de consejos indígenas ha intentado optimizar los esfuerzos de conservación. Sin embargo, no todos en la comunidad están contentos con las decisiones de los líderes.
Según el informe, se necesita llevar adelante más esfuerzos de colaboración entre la comunidad, los entornos académicos, el gobierno y las ONG para fortalecer el intercambio de conocimiento de las generaciones mayores a las menores.
“No todos tenemos en claro las funciones de nuestros dirigentes, y ni siquiera los propios dirigentes las tienen en claro”, dijo Sergio Silva, miembro del consejo de la comunidad ticoya, en el informe. “El problema es que permanecemos en silencio”.
* Imagen principal: Un integrante de la nación indígena tikuna rema en una piragua en un afluente del Amazonas en Colombia, de Rhett A. Butler/Mongabay.
Artículo original: https://news-mongabay-com.mongabay.com/2021/12/in-southern-colombia-indigenous-groups-fish-and-farm-with-the-floods/
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