- Carlos Andrés Lasso Alcalá, biólogo e investigador en Colombia, es co-editor del libro Peces del fondo del río Orinoco y afluentes principales, una publicación que muestra los misterios de las especies que habitan este afluente entre Colombia y Venezuela.
- La publicación contiene las características de 109 especies de peces que han evolucionado durante millones de años en el fondo de este gran río.
- “La gente debe conocer que los fondos de los grandes ríos en Colombia son fondos de gran diversidad y que tienen mucha vida”, dice el autor en entrevista con Mongabay Latam.
En las profundidades del río Orinoco, entre Colombia y Venezuela, hay peces capaces de generar campos eléctricos para atraer a sus presas o comunicarse. También habitan los que, a falta de luz, no tienen ojos porque no los necesitan. Hay otros tan pequeños que se alimentan de larvas diminutas de insectos o, incluso, de microplásticos tan finos que acaban siendo, a su vez, parte de la cadena trófica de grandes bagres que se venden en los mercados locales.
Entre 2020 y 2022, en esas aguas prácticamente desconocidas, a casi 100 metros de profundidad, investigadores de ambos países han documentado 109 especies de peces —agrupadas en siete órdenes y 16 familias—, que se han desarrollado allí por millones de años.
Estos misterios han sido revelados en el libro Peces del fondo del río Orinoco y afluentes principales (Colombia-Venezuela): diversidad y aspectos biológicos, editado por el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt.
“Es acceder a estas especies que llamamos crípticas, extrañas y muy poco abundantes, que viven en lugares recónditos o profundos, como en el caso de los peces de profundidad del río Orinoco, o en cimas, en cuevas o humedales subterráneos en Colombia”, dice Carlos Andrés Lasso Alcalá, biólogo especializado en limnología fluvial —el estudio de los ríos—, e investigador de especies de interés y colecciones de esta institución, así como coeditor del libro.
Estas especies, agrega el experto, han desarrollado adaptaciones relacionadas con las condiciones de aguas turbias, sin luz, poco oxígeno y con mucha fuerza en su corriente.
En Mongabay Latam conversamos con Carlos A. Lasso sobre los interesantes hallazgos de este libro que saca a la superficie los misterios de las profundidades del río Orinoco.
—¿Por qué se interesó en estudiar los peces colombianos? ¿Qué tan diverso es este territorio?
—Colombia, de acuerdo con las estadísticas mundiales, es el país que tiene el segundo nivel de mayor riqueza de peces de agua dulce. Son más de 1600 especies, después de Brasil. Si relacionamos esto con la unidad de área, entonces somos el primer país por metro cuadrado en cuanto a la riqueza de peces. Además, la posición envidiable a nivel tropical, que tiene una relación con diferentes biomas o tipos de ecosistemas como la Amazonía, la Orinoquía, los Andes y la planicie Caribe, ha llevado a que sea un país megadiverso, no solamente en peces, sino en otros grupos biológicos.
En los peces, si bien tenemos un trabajo muy intensivo y muy importante que se ha hecho en los últimos cinco años, todavía queda mucha información por descubrir, por evidenciar. Incluso, falta llegar a ambientes acuáticos de difícil acceso que requieren una metodología especializada, de recolectar muestras biológicas, desde buscar peces a 3000 metros de altura —como hace unos días, en el Lago de Tota, en los Andes colombianos—, hasta buscar peces subterráneos o cavernícolas en la región de Perijá, en una zona desértica o semidesértica, a varios metros de profundidad.
Ese es el reto en estos últimos años. Para esto hay que idearse métodos de recolección, de pesca y toma de muestras fuera de lo tradicional e incluso incorporar nuevas técnicas de muestreo, como es el caso del ADN ambiental.
—¿Qué tan estudiados han sido los ríos en Colombia?
—En los últimos 20 años, Colombia ha tenido un impulso muy importante, porque gran parte del recurso humano —profesores e investigadores de universidades—, se formaron en países vecinos como Venezuela y Brasil, también en Estados Unidos y Europa. Todos estos investigadores noveles, jóvenes en su momento, al volver al país empezaron a formar nuevos estudiantes y el incremento de la investigación, publicaciones y exploraciones, por supuesto, ha sido enorme en los últimos 15 años. El aporte de los diferentes gobiernos, el Estado colombiano y la cooperación internacional, y el papel de la academia y las universidades, nos permitió un avance notable en todo el tema de biodiversidad acuática continental.
—¿Qué tan desconocidos eran los peces del fondo del Orinoco?
—Normalmente, estamos familiarizados —a través de las redes y los documentales— con los peces de profundidad de las grandes fosas oceánicas, en el mar. Si hablamos de una profundidad, por ejemplo, de 11 000 metros en el mar, es mucho. Pero, si pensamos que los ríos pueden llegar a tener —en el caso del Orinoco—, casi 90 o 100 metros en algunos puntos, son aguas muy profundas. Esos son unos ambientes que no han sido evaluados de manera apropiada.
Aunque en la década de los ochenta y noventa, en Venezuela, los investigadores norteamericanos a través de un buque oceanográfico, junto con la Universidad Central de Venezuela, hicieron exploraciones en aguas someras del Delta, teníamos que acceder a estas grandes profundidades de nuestros ríos. Yo hice un primer ensayo en la década de los noventa, en los Llanos de Venezuela, durante mi tesis doctoral, pero tenía esa espinita, ese deseo de saber qué ocurría en un gran río, como es el Orinoco. Ahí empieza nuestra aventura. Fue en un momento muy complejo a nivel mundial. Era 2020, cuando inició la pandemia, y tuvimos que hacer todo un desarrollo metodológico y logístico para hacer ese trabajo en la frontera entre Colombia y Venezuela.
—El libro menciona a más de 100 especies de peces, ¿qué particularidades han descubierto sobre ellas en el estudio?
—Empezamos a hacer los muestreos estandarizados a lo largo de una transecta, de unos ocho kilómetros, en toda la frontera. Ya teníamos colecciones del año pasado, de diferentes museos en Colombia, Venezuela y también en Estados Unidos, que nos permitieron elaborar una guía biológica y ecológica de 109 especies de peces. Cuenta con unas fichas muy interesantes. Están todos los caracteres distintivos que usamos en la clasificación, dónde se distribuyen, en qué países, qué cuencas y subcuencas hidrográficas, algunos datos biológicos como la talla y el peso, los hábitats, su abundancia e incluso de qué se alimentan, es decir, qué presas comen en el fondo del río.
Algo muy interesante de estas 109 especies es que, en muchos casos, tenemos fotos inéditas. Muchos de estos peces no se conocían por el material fotográfico, incluso en algunos casos de especies en vivo. Si bien llegamos a las 109 especies, un potencial teórico rondaría cerca de las 150 especies.
Aunque tenemos una cobertura geográfica, temporal y a nivel espacial muy importante, la diversidad siempre queda a nivel de encontrar más especies continuamente, que es lo que nos pasa aquí en las regiones tropicales. Cada vez que vamos al campo y hacemos expediciones y exploraciones, con métodos de recolección y pesca especializados, encontramos nuevos registros geográficos y especies nuevas para la ciencia.
—¿Este fue el caso del Orinoco? ¿Se encontraron nuevas especies de peces para la ciencia en el estudio?
—Hay al menos unas cinco especies de las que tenemos una relativa certeza. Los enfoques en la descripción de las especies están basados en la taxonomía o en la clasificación tradicional que conocíamos antes, estudiando la morfología, la anatomía, la osteología, las coloraciones. Ahora estamos combinando esta aproximación con la parte genética.
—¿Qué metodologías emplearon para buscar en el fondo del río? ¿Qué retos implica una exploración así?
—En primer lugar, lo que hacemos es una batimetría. Es decir, medir las diferentes profundidades del cauce principal del río, tomando las profundidades con una sonda. Esto se hace para tener una idea de lo que llamamos geomorfología: cómo es el fondo, si hay piedras o rocas, si el fondo es blando, si es duro, etcétera. Lo que hicimos, es que transformamos sistemas de pesca oceánicos, como las redes, a unas estructuras más pequeñas para que podamos meterlas en un río.
Imagínate: en el río Orinoco o el río Amazonas, por la fuerza y el tamaño que tienen, debe ser un sistema que pueda llegar al fondo y ser operado por un motor de 40 caballos, que permita tener la seguridad de los operarios. Es un sistema complejo y la red se puede enredar en piedras o palos, y la canoa, lancha o embarcación se puede llegar a volcar, con el peligro que eso lleva consigo.
Después de ese diseño metodológico, de construir el equipo y su perfeccionamiento —que nos llevó dos o tres meses—, fue que empezamos a hacer las pruebas en febrero del 2020.
—¿Y cómo funcionó la fase de operación?
—Lo que hicimos fue ir un poco más allá de solamente conocer a las especies, identificarlas y fotografiarlas, sino conocer su biología y su ecología. Es decir, qué comen, cuándo se reproducen, cuán abundantes son y qué biomasa encontramos en el fondo de esos grandes ríos. Para ello, estandarizamos los métodos de muestreo. El arrastre que se hace (con la red), se cuantifica en términos de tiempo. Si cuantificamos el tiempo y el esfuerzo de pesca, la profundidad, la velocidad del motor, puedes tener una muestra que es replicable en muchas ocasiones y podemos llegar a tener una información muy clara. Eso nos puede decir, por ejemplo, que por cada metro cuadrado del fondo del río Orinoco, hay tres peces que pesan cinco gramos.
Eso es muy importante y muy poco conocido, porque todos estos peces que viven ahí abajo son parte de la dieta de los grandes bagres o peces comerciales que tenemos aquí en la cuenca del Orinoco o del Amazonas. Es decir, estos grandes peces de interés comercial se alimentan de estos peces más pequeños que viven en el fondo.
—¿Qué tan distintos son los peces de profundidad en comparación con las especies que viven en niveles más cercanos a la superficie?
—Las condiciones ecológicas en el fondo de un río son prácticamente desconocidas. Eso lo intuimos, porque nadie ha podido bajar a 80 metros de profundidad en el Orinoco, pues hemos bajado entre 15 y 20 metros máximo. Nosotros asumimos que hay corrientes muy fuertes en ciertas secciones del río, que hay condiciones muy bajas de oxígeno o que incluso hay total oscuridad. Es decir, la luz no penetra, porque no son ríos transparentes, sino turbios y abajo no llega nada de luminosidad.
Los peces que viven ahí, han evolucionado durante millones de años y tienen estrategias ecológicas y biológicas, por ejemplo, la ausencia de ojos. Hay bagres pequeñitos que no tienen ojos, porque realmente no los necesitan ahí abajo. Es como los peces cavernícolas que viven en oscuridad total, como el caso de un bagre muy pequeñito, de apenas un centímetro y medio.
Después hay una cantidad de peces conocidos como peces eléctricos. Tienen una estrategia que se llama electrogénesis, es decir, que ellos producen pequeños campos eléctricos y también son capaces de percibir los campos eléctricos que hacen otros peces. Los peces que se llaman gymnotiformes, cuchillos o caloches, que son familia de la clásica anguila eléctrica o temblón —son del mismo orden—, han desarrollado esa estrategia biológica y ecológica a esas profundidades para capturar a sus presas. Estos generan un campo eléctrico y pueden ver si hay un gusanito, un camarón pequeñito o una larva de un insecto. Incluso, ese campo eléctrico puede permitirles comunicarse con otras especies o con individuos de la misma especie.
Son unas estrategias muy interesantes, eso es quizá lo menos conocido. Pero entre lo más conocido, están todos estos bagres que tienen barbillas o barbilones, que son estructuras táctiles, que les permiten tocar en esos fondos turbios y sin luz, y detectar si hay algún tipo de presa o alimento.
—¿Hubo algún hallazgo en particular que haya capturado su atención?
—Todos son muy interesantes, porque tenemos desde rayas de agua dulce —de un metro de ancho en el disco y que viven en el fondo del río—, hasta pequeños bagres ciegos de 1.5 centímetros, pasando por animales que tienen una anatomía y morfología totalmente diferente a las de los peces que pueden estar en la superficie, las lagunas o en la parte media de la columna del agua.
Lo otro es que todos se alimentan, en su gran mayoría, de insectos acuáticos que viven en el fondo. Son pequeñas larvas, fases inmaduras de todos esos mosquitos, maripositas y efemerópteros. Los insectos voladores que vemos en la superficie terrestre, viven, nacen y se desarrollan en la parte baja de estos grandes ríos que después se transforman en adultos y los empezamos a ver en la superficie. Eso es muy importante porque, de alguna manera, está cambiando la visión tradicional de lo que sería la cadena alimenticia o trófica en todos estos grandes ríos como el Amazonas, el Orinoco o el Paraná, que tienen unas planicies de inundación enormes y en donde se suponía que la cadena trófica empezaba en los organismos zooplanctónicos, que es la visión clásica. Si bien, hay algunos peces especializados en comer plancton a esas profundidades, casi un 90 % se alimenta de estas pequeñas larvas de insectos acuáticos que son fundamentales.
—¿Cómo funcionó la unión entre colegas de ambos países? ¿Qué resultó interesante de esta unión de especialistas?
—En el siglo pasado, Venezuela fue líder en esta iniciativa de prospección, hubo varias universidades que estuvieron haciendo muestreos durante un período bastante largo, pero no llegaron a cuantificar las muestras y hacer un análisis más ecológico en profundidad. Casualmente, muchos de estos investigadores fueron profesores míos, colegas, estudiantes y compañeros, y lo que hicimos en este momento fue unificar todo el conocimiento local de estos investigadores en ambos países. Muchos están, hoy en día, en Brasil, Venezuela, Colombia, España o Estados Unidos.
Con la información que se generó en estos últimos tres años, pudimos construir este libro que es la única guía con estas características a nivel de peces de aguas profundas o de fondo de grandes ríos en América del Sur.
—¿Cómo colaboraron con las personas y comunidades locales para el estudio?
—Contamos con dos jóvenes investigadores con los cuales teníamos ya relación histórica, trabajando con otros grupos biológicos. Los entrenamos y también son autores del capítulo central de ecología del libro. También trabajamos con varios pescadores que son los que ponen su motor, ponen la lancha, su conocimiento y su experiencia. En particular, uno de ellos también es coautor de una parte del estudio.
—¿Qué riesgos enfrentan el río Orinoco y sus peces?
—La conservación del cauce principal del río, la pesca y la planicie de inundación, están bastante bien. Es una zona muy bien conservada, está alejada de los grandes centros poblados, pero curiosamente encontramos algo que fue muy alarmante. Es una investigación que estamos haciendo con la Universidad Católica de Oriente, en Antioquia, aquí en Colombia. Con la profesora María Isabel Ríos y tres estudiantes ya graduados. Encontramos algo muy alarmante en la dieta, que son microplásticos.
Tradicionalmente, los microplásticos están relacionados con la contaminación en el mar, con las tortugas y los peces que los comen, pero no se había evidenciado la presencia de este tipo de micropartículas en zonas tan bien conservadas como el río Orinoco, en esta sección de la Guayana y la frontera entre ambos países.
No hay desechos de tipo industrial ni contaminación hídrica por basura evidente, nada de eso. Entonces, la hipótesis que manejamos con la profesora, es que estos microplásticos están en la atmósfera, han llegado a caer al agua y se depositan en el fondo del río. Como son filamentos de polímeros muy pequeñitos, pueden confundirse, probablemente, con estas larvas de insectos acuáticos que mencioné. Si los peces que hemos estudiado están especializados en comer estos gusanitos —incluso a nivel morfológico, tú ves las formas de las bocas de los peces, que son como un tubito—, es posible que estén confundiendo las presas naturales con este tipo de plásticos pequeñitos.
Algo que sí está en manos del humano, de manera directa, es no dragar los ríos para temas de navegabilidad. En estos grandes ríos americanos, durante la época de aguas altas, pueden superar los 60 o 70 metros y pueden navegar embarcaciones grandes. Lo hacen con el casco menos profundo en esta parte media del Orinoco, pero ya en la parte baja, hacia el Delta, entran grandes barcos. Tristemente, en la parte baja hay que dragar y, al hacerlo, destruyen los fondos y matan a los peces que están allí. Afortunadamente, hacia esta parte media del Orinoco no se hacen los dragados, pero sí es una amenaza potencial a futuro, si eso se llegara a hacer.
—¿Cuál es el fin de contar con este banco de información sobre peces? ¿Cuáles son los objetivos a los que apunta este libro?
—Uno de nuestros objetivos fundamentales es contribuir a la construcción del inventario nacional de biodiversidad, por supuesto, en conjunto con toda la estructura científica del país. En el caso del libro, trabajamos seis universidades, dos organizaciones no gubernamentales y los pescadores locales. En total, fuimos un equipo de 19 personas. Vamos contribuyendo y todos los años, en nuestros planes operativos, vamos generando información. Lo que ocurre es que hay que priorizar temas y áreas, y este era un tema totalmente desconocido y nuevo para la ciencia, por lo cual invertimos tres años de trabajo.
Esto es patrimonio natural del país. Esta información queda disponible en la página web del Instituto Humboldt, las colecciones quedan en el museo y las colecciones del Instituto Humboldt y de otras universidades que han trabajado con nosotros.
Además del aporte científico, desde el punto de vista más ortodoxo o académico, están las evidencias sobre la contaminación con microplásticos y saber que estos peces forman parte de la dieta de los grandes bagres comerciales. Esto permite a los tomadores de decisiones definir los hábitats o mesohábitats totalmente desconocidos y decidir sobre los casos cuando eso sea oportuno.
—¿Por qué es importante, para el promedio de la población, conocer estas especies para conservarlas?
—La gente debe conocer que los fondos de los grandes ríos en Colombia son fondos de gran diversidad y que tienen mucha vida. Generalmente, la gente asocia el fondo con algún bagre que vive allí y que pescan ocasionalmente para su consumo, pero no tienen idea o no conocían que hay esa gran diversidad de microinvertebrados, macroinvertebrados y peces que son el sostén de la cadena trófica o alimenticia de estos grandes sistemas de los ríos y sus planicies de inundación.
—¿Usted se queda particularmente motivado para seguir investigando?
—Claro que sí. En el caso particular de los peces de profundidad, hablé con la doctora Luz Marina Mantilla, directora del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas SINCHI, aquí en Colombia, y le propuse que hiciéramos un estudio de esas mismas características en el río Amazonas, en Colombia, en la frontera con Brasil y Perú.
El río Amazonas ha sido muy bien estudiado en Brasil, pero en Colombia no tenemos nada de información y podemos encontrarnos muchas sorpresas. Allá abajo también hay esponjas, moluscos, microinvertebrados. Es posible encontrar cualquier cosa en algo totalmente desconocido. En este río que es fronterizo entre Colombia, Perú y Brasil, como es otra cuenca hidrográfica, vamos a encontrar, probablemente, especies diferentes. Hay algunas que serán las mismas, porque hay que recordar que el río Orinoco y el Amazonas estuvieron unidos hace millones de años. Era un solo gran río: Protorinoco. Se separaron y actualmente son el río Orinoco y el río Amazonas.
Las especies evolucionaron de manera aislada, se separaron y, si bien, tienen un ancestro común, después de tantos millones de años, las especies se diferenciaron totalmente y se formaron nuevas especies. Por tanto, si vamos a encontrar desde el punto ecológico, las mismas formas, las mismas estrategias, seguramente las especies van a ser distintas.
Esto es un hito en cuanto a la investigación. Era un sistema muy desconocido, que esperemos que abra el entusiasmo y la curiosidad para seguir estudiando este tipo de ambientes acuáticos en Colombia: el fondo de los grandes ríos, la vida en los grandes lagos altoandinos o los peces en los ríos subterráneos en las profundidades de las cavernas.
*Imagen principal: Los peces del fondo del río Orinoco. Foto: Felipe Villegas.
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